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Lo que los europeos no entienden

La visión de Trump llega a ir tan lejos como para afirmar que Europa, equivocadamente liderada por la Unión Europea y sus principios políticos antisoberanistas, sus regulaciones asfixiantes en lo económico y sus políticas de puertas abiertas a una inmigración totalmente fuera de control, está poniendo en peligro existencial la identidad occidental de los europeos.

La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen

La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der LeyenAFP.

Los europeos se sienten tan moralmente superiores al resto de países que han cometido dos pecados mortales: el primero, creerse que Occidente era lo mismo que la alianza atlántica (no la OTAN, sino ese universo de lazos de todo tipo generado desde la Segunda Guerra Mundial); el segundo, equiparar la Unión Europea con Europa (no tanto como continente sino como concepto político y filosófico por el que debía regirse el mundo).

Precisamente por esa visión en la que ellos, los europeos, eran a la vez el centro de atención de todo el mundo y su faro guía, están desorientados -y horrorizados- con las ideas y propuestas del presidente Donald Trump. La última sacudida, la nueva Estrategia de Seguridad Nacional hecha pública por la Casa Blanca en estos últimos días.

Expertos y analistas europeos (o, más precisamente, de lo que Donald Rumsfeld llamó apropiadamente “la Vieja Europa”) no dejan de hablar de la desaparición de Occidente y culpan de ello a la América MAGA, a sus ojos retrógrada en lo social, ignorante en lo cultural, insolidaria en lo económico, despreocupada en lo militar y suspicaz en lo internacional.

Curiosamente, el equipo de Donald Trump, empezando por el ya famoso discurso del vicepresidente Vance en la tradicional congregación de la Verkunde -oficialmente Conferencia de Seguridad de Múnich- del pasado mes de febrero y culminando con la recién aprobada Estrategia de Seguridad Nacional de 2025, ve las cosas diametralmente opuestas. Para Washington, sería Europa la que estaría poniendo en peligro los principios, valores y procedimientos consustanciales a lo que ha sido Occidente; a saber: la primacía del individuo, la libertad de expresión y de culto, el emprendimiento y el libre mercado, la responsabilidad moral y política, el respeto a la tradición, el Estado de derecho y la igualdad ante la ley.

"Afortunadamente, el giro trumpiano y su empeño en restaurar los valores inspiradores de los Estados Unidos han salvado a Occidente de caer por el precipicio hacia el que marchaba decididamente"

La visión de Trump llega a ir tan lejos como para afirmar que Europa, equivocadamente liderada por la Unión Europea y sus principios políticos antisoberanistas, sus regulaciones asfixiantes en lo económico y sus políticas de puertas abiertas a una inmigración totalmente fuera de control, está poniendo en peligro existencial la identidad occidental de los europeos.

Y hay que decir que Trump y su equipo tienen razón. Occidente estaba en la senda del colapso bajo Obama y Biden porque se embarcaron en una ingeniería social para transformar el alma de América en un experimento woke, hiperracializado, microidentitario y excluyente en lo doméstico, a la vez que globalista y difuminador en lo internacional. Una América que dejaba de ser lo que era, y una Europa que se arrepentía de sus propias señas de identidad, solo auguraban el colapso inevitable de eso que ha sido la civilización occidental: de Jerusalén al Faro en la colina, pasando por Grecia y Roma.

Afortunadamente, el giro trumpiano y su empeño en restaurar los valores inspiradores de los Estados Unidos han salvado a Occidente de caer por el precipicio hacia el que marchaba decididamente. Pero eso sí, lo ha salvado haciendo que América de un giro. Lo que falta ahora es que Europa cambie su rumbo suicida.

Europa se enfrenta a cuatro problemas estratégicos en estos momentos: el primero parte de la guerra en Ucrania y tiene que ver con su relación futura con Rusia; el segundo, la creciente dependencia de China y la creciente penetración económica y tecnológica de ese país en el continente; el tercero, la creciente erosión de la democracia a manos de dirigentes autócratas, cuyo objetivo principal es reforzar el poder de la Unión Europea como gran superestado, lo que implica la eliminación de la disidencia y el abandono de las libertades propias del sistema democrático; y cuarto, la acelerada transformación social que conlleva inexorablemente la irrupción de una inmigración desbocada procedente de zonas del mundo con valores y creencias radicalmente distintas, cuando no opuestas, a la cultura y civilización occidental, esencialmente tolerante, liberal e igualitaria.

De estos cuatro grandes retos, los actuales dirigentes europeos, particularmente los responsables de la Unión Europea están centrados, si no obsesionados, con el primero: la invasión rusa de Ucrania que es, justamente, sobre el que menos capacidades tienen para actuar y, posiblemente, el que menos impacto estratégico tenga sea cual sea el resultado de esa guerra; la cuestión china podría resolverse si no vieran a ese gigante autoritario como la respuestas a los problemas de cambio que les plantea el presidente Trump, porque China no tiene nada que no puedan encontrar en América.

"Se ha condenado al presidente americano y a su equipo por su injerencia en la política europea, promoviendo opciones de partidos 'civilizadores' frente al establishment y las instituciones de la UE"

Por el contrario, los dos retos que sí son realmente existenciales para el futuro de Europa como parte viva de Occidente, democracia verdadera y control migratorio, es donde las autoridades de la UE no quieren actuar. En parte porque supondría reformar radicalmente el proyecto de integración europea tal y como lo ha ido definiendo Bruselas desde los tiempos de Jacques Delors. Es más, para los dirigentes de la UE y de buena parte de las capitales de los Estados miembros, el hecho de que la inmigración no se integre ni respete los valores occidentales no representa un gran problema, porque no ven que muchos de los nuevos inmigrantes —o los descendientes de generaciones anteriores— muestran un comportamiento activo de asalto a la sociedad occidental, a la que esperan someter. El cortoplacismo de los responsables políticos europeos evita que se enfrenten a un problema verdaderamente existencial.

Por el contrario, Donald Trump, libre de las ataduras a las que se han encadenado voluntariamente los europeos con sus complejos y buenismo extremo, sí está en una situación de luchar contra todo eso y poder decirlo al mundo entero. América vuelve a ser el mundo occidental; Europa quiere anclarse en su mundo postoccidental.

Se ha condenado al presidente americano y a su equipo por su injerencia en la política europea, promoviendo opciones de partidos “civilizadores” frente al establishment y las instituciones de la UE. Pero esa acusación lo que pretende esconder es que en toda Europa están creciendo las alternativas a la política suicida de nuestros dirigentes. La criminalidad rampante, la explosión de los ataques sexuales contra mujeres y niñas, el inasumible gasto de mantener grupos étnicos que poco o nada aportan a la economía, son realidades que para el ciudadano medio ya no se pueden ocultar más.

Hasta ahora, los representantes del consenso socialdemócrata, que ha infectado a todos los partidos conservadores y sobre el que se ha querido construir Europa, han logrado evitar que fuerzas alternativas lleguen al poder, recurriendo a todas las armas a su alcance, sean democráticas o no. Y no parece que vayan a cambiar de actitud. Por eso hay quien ya habla de una inevitable guerra civil entre los europeos. La alternativa a no hacer nada es esa fecha que la Casa Blanca ha puesto para que Europa deje de ser Europa: el 2040. En manos de los europeos de bien está que nunca se llegue ahí. De lo contrario, Occidente no habrá dejado de existir, como dicen muchos, sino que se habrá desplazado a Estados Unidos e Israel. Eso sí, Europa habrá dejado de ser occidental, guste o no reconocerlo.

Rafael Bardají, renombrado estratega de política exterior que cofundó el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) de Madrid (España) y asesoró al presidente del Gobierno de España José María Aznar.
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