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Las cinco guerras de Israel

El Estado judío ha sabido combatir a sus enemigos externos. Llegó la hora de que supere las divisiones tóxicas que sólo debilitan su imagen internacional.

Tanque israelí en la frontera con Gaza

Tanque israelí en la frontera con GazaAPN/Cordon Press.

Ahora que se está celebrando un alto el fuego en Gaza que va a permitir el retorno de los secuestrados por Hamás desde hace dos años y, de cumplirse el plan de paz, la eliminación de esa organización terrorista del poder en la Franja, conviene recordar que, si esto ha sido posible, se ha debido a la determinación del presidente americano pero, sobre todo, a la obstinación y visión del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, aunque nadie quiera admitirlo. No, desde luego, a unos europeos que han hecho cuanto han podido para impedir que Israel alcanzase una victoria decisiva sobre Hamás.

De hecho, se tiene que decir claro y alto, desde el 7 de octubre de 2023 —el día en que Hamás lanzó su ataque más exitoso contra Israel—, el Gobierno de Jerusalén se ha visto obligado a librar simultáneamente cinco guerras

La primera, contra sus enemigos directos: de Hamás a Irán, pasando por Hezbolá, Siria, Irak y los hutíes de Yemen. La segunda, contra sus supuestos aliados, desde los Estados Unidos de la Administración Biden a diversos Gobiernos europeos, que han tratado de atar las manos y restringir la libertad de acción de Israel. La tercera, estratégica, entre el liderazgo político y los mandos de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), reticentes —cuando menos— a cumplir íntegramente los objetivos fijados por el Gobierno. 

La cuarta, política, entre el primer ministro y una oposición impotente y sin influencia que no ha dudado en instrumentalizar a las familias de los secuestrados por Hamás y la Yihad Islámica con un objetivo político claro: sacar del poder a Netanyahu. Y, finalmente, la quinta: una campaña global de deslegitimación, fruto en gran medida del éxito propagandístico de Hamás y del escaso interés mundial por conocer la verdad del conflicto.

Contra todo pronóstico, dos años después del 7 de octubre de 2023 Israel ha generado un nivel de seguridad mucho mayor que el que tenía antes del ataque de Hamás. No sólo porque, al final, Hamás haya tenido que rendirse, sino que, por el camino, Jerusalén incapacitó a Hizballah en el Líbano; acabó con la presencia iraní en Siria; y desmanteló el programa nuclear, así como las capacidades para fabricar misiles balísticos de Irán. Y todo ello sin ceder en la presión militar sobre Hamás en Gaza. En ese sentido, Israel ha salido victorioso de su primera guerra, contra sus enemigos directos, y el anillo de fuego que se cernía sobre el país se ha evaporado.

"Netanyahu ha logrado lo que parecía imposible: doblegar la voluntad de resistencia de Hamás".

Europa, aislada y sin voz

La segunda guerra tenía que ver con los socios y aliados de Israel, empezando por los Estados Unidos bajo Biden y el grueso de los europeos. La guerra es un fenómeno que exige un gran esfuerzo y consumo, de dinero, hombres y, sobre todo, de material. El 23 de octubre aconteció justo cuando todo el mundo occidental luchaba por mantener una producción de sistemas de defensa, muy en particular munición y obuses de artillería, que Ucrania exigía y fundía a un ritmo superior a lo que se podía fabricar. Consciente de la dependencia israelí en materia de munición, la Administración demócrata jugó al palo y la zanahoria con Israel, amenazándole con detener el envío de bombas y obuses cuando Jerusalén no seguía un curso de acción militar en Gaza del gusto de la Casa Blanca.

En el caso de los europeos, la ignorancia de los dirigentes sobre cuestiones militares y de la sociedad en general, criada en el pacifismo institucional de la Unión Europea, se prefirió no querer entender la dificultad que entraña el combate urbano en zonas densamente pobladas, ni qué suponían las tácticas de Hamás, con sus combatientes escondidos en cientos de kilómetros de túneles bajo todo tipo de instalaciones civiles, sin distinguir de la población civil a la que, a su vez, usaban como escudos humanos y víctimas propiciatorias

Lejos de entender que Hamás no buscaba la creación de un Estado palestino (que ya tenía en Gaza desde 2007), sino la destrucción del estado de Israel, los dirigentes europeos, empezando por Macron en Francia, seguido de Starmer en el Reino Unido y de Pedro Sánchez en España, se lanzaron a intentar ejercer presión diplomática sobre Israel para obligarla a que detuviese su campaña militar. Su instrumento, el reconocimiento de un Estado palestino que nadie sabe dónde está y que en nada ayudaba a resolver el conflicto de Gaza, sino todo lo contrario, ya que daba nuevas alas a Hamás.

Sus actuaciones se debían a una creciente debilidad doméstica, a la ignorancia sobre la región, la estupidez política y, en el caso galo y británico, al temor a las importantes minorías musulmanas secuestradas por los elementos yihadistas. En el caso del español Sánchez, simplemente a su maldad de anteponer una cortina de humo para tapar los casos de corrupción que afectan a su mujer, hermano y entorno directo, sin importarle las consecuencias para Israel ni para los palestinos.

El resultado ha sido que se han quedado solos sin nada que hacer y decir sobre el acuerdo de paz impulsado por Donald Trump ni, más grave aún para su orgullo, sobre el futuro de la región.

Guerras internas

El tercer frente del Gobierno israelí y muy especialmente del primer ministro fue doméstico. Y doble. Por un lado, una lucha constante con los altos mandos militares -o el establishment de seguridad y defensa-, quienes se mostraban muy refractarios a eliminar a Hamás si para eso tenían que ocupar Gaza y hacerse responsables de la Franja. Hasta el último minuto han estado diciendo que la victoria sobre Hamás era inalcanzable. Pero Netanyahu no cedió y forzando la campaña sobre la Ciudad de Gaza (amén del bombardeo para eliminar a la cúpula política de Hamás en su dorado exilio de Qatar), ha logrado lo que parecía imposible: doblegar la voluntad de resistencia de Hamás.

La segunda batalla doméstica se desarrolló entorno a los familiares de los secuestrados por Hamás. La izquierda y la oposición en general recurrió a los rehenes como su mejor palanca para forzar la renuncia del primer ministro, dado que cualquier otra vía había fracasado. El sufrimiento de las familias de los rehenes es comprensible y que primaran su retorno a cualquier precio, lógico. Que la oposición argumentara que el Gobierno estaba prolongando la guerra para beneficiarse políticamente, un argumento que se ha revelado falso y que promovió la demonización del primer ministro a nivel internacional, ha mermado la legitimidad de todo Israel para combatir a sus enemigos.

"Reducir la historia de Israel a una sucesión de culpabilidades prefabricadas equivale a negar su derecho a existir".

La defensa de Israel, la defensa de la verdad

La guerra final que también ha tenido que librar Israel ha sido contra el relato de Hamás, destinado a deslegitimar a Israel y mermar la libertad de acción de Jerusalén.

En el campo de batalla, los hechos son verificables: hay vencedores y vencidos, posiciones conquistadas, enemigos eliminados. En el terreno mediático, en cambio, la verdad se fragmenta, se edita, se manipula y se olvida con la misma rapidez con que se consume una imagen en una pantalla.

Hamás sabía desde el principio que no podía vencer militarmente a Israel, pero sí podía derrotarlo simbólicamente. Su estrategia no fue solo atacar, sino narrar el ataque: construir una historia en la que los asesinos aparecieran como víctimas y las víctimas como verdugos. Cada cadáver en Gaza, cada edificio demolido, cada niño herido se convirtió en munición política. La muerte dejó de ser un fin trágico para convertirse en un medio de propaganda.

Las redes sociales amplificaron ese relato con una eficacia sin precedentes. Videos sin contexto, cifras sin verificación, imágenes de guerras anteriores presentadas como actuales: todo servía para reforzar el marco emocional que Hamás necesitaba. La posverdad reemplazó al periodismo, y la emoción, al análisis.

Desgraciadamente, los grandes medios internacionales —algunos por ignorancia, otros por ideología— replicaban la narrativa sin contrastar. Y algunos gobernantes también se rindieron y eligieron el bando de la mentira.

Con ello, la supuesta crítica legítima sobre las decisiones de un Gobierno democrático como el israelí se convirtieron de la noche a la mañana en manifestaciones antisemitas cuyo único objetivo era borrar a Israel del mapa y exterminar a los judíos de todas partes.

Con una alianza de la izquierda radical, el wokismo universitario y el islamismo rampante, en Londres, París, Madrid o Nueva York, la bandera palestina se convirtió en símbolo de pureza moral y el Estado judío, en su contrario. Pocos repararon en la ironía de que miles marcharan en libertad para defender a un grupo que, de gobernar sus países, les negaría esa misma libertad.

La guerra de la información ha convertido los valores en mercancía. Cada tragedia se mide por su potencial mediático; cada víctima, por su utilidad política. En ese contexto, la defensa de Israel se convierte también en la defensa de un principio: la posibilidad misma de la verdad.

Hamás tuvo éxito manipulando a los medios y llevando a creer que Israel estaba ejecutando un genocidio, matando a niños y mujeres sobre todo, a pesar de que sus datos eran fácilmente desmontables; y, en segundo lugar, que Israel usaba el arma de la ayuda humanitaria para causar una hambruna en Gaza. Daba igual que el problema fuese que Hamás se quedaba con los alimentos, combustible y medicinas que entraban en la Franja y que la cacareada hambruna nunca llegase a materializarse.

No hay guerra sin errores, ni ejército sin fallos, ni democracia sin contradicciones.

Pero reducir la historia de Israel a una sucesión de culpabilidades prefabricadas equivale a negar su derecho a existir. Y eso, más que una manipulación informativa, es una agresión moral.

Lamentablemente la victoria militar no garantiza la victoria mediática y ya estamos viendo cómo se organizan manifestaciones no para celebrar la liberación de los rehenes, sino para seguir cantando "Palestina libre, del río al mar", ensalzando no sólo el terrorismo, sino la limpieza étnica y el verdadero genocidio.

Israel ha sabido combatir a sus enemigos externos. Ahora ha llegado la hora de superar las divisiones tóxicas que sólo debilitan la imagen internacional del Estado judío.

Si Israel hoy sabe por qué lucha se debe en buena medida a que su primer ministro, tan denostado por la oposición y repudiado por buena parte de la comunidad internacional se ha mantenido firme todo este tiempo. Creía que podía alcanzar lo que era deseable. Y lo ha conseguido.

Es más, con un Israel más fuerte y próspero, por primera vez en décadas se abre la oportunidad de caminar hacia un nuevo Oriente Medio donde impere la paz y la prosperidad.

Donald Trump se merece el Nobel de la Paz mucho más que un Obama que no hizo nada por ella. Pero quien de verdad se lo ha ganado a pulso es Benjamin Netanyahu

Cofundador del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) de Madrid (España). Exasesor del presidente del Gobierno de España José María Aznar y renombrado estratega de política exterior.
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