La hora de la alegría, no de la autocomplacencia
La paz de verdad solo puede llegar tras una clara victoria de Israel. O si se prefiere, por la derrota sin paliativos de sus enemigos. Y por mucho que cueste reconocerlo, lo que queda de Hamás no ha asumido su derrota.

Israelíes celebran la liberación de los rehenes vivos
Con el retorno de los 20 israelíes secuestrados por Hamás que aún estaban vivos y la entrega de los restos de los fallecidos, Israel puede celebrar que uno de los objetivos de la guerra en Gaza se ha alcanzado.
Si Hamás ha aceptado dejarlos en libertad se debe, sin duda, a la presión diplomática del presidente estadounidense, pero, también, a la campaña militar que Israel ha librado en Gaza en estos dos largos años. El grupo terrorista, hoy por hoy, no representa una amenaza militar para Israel. Y ese era el segundo gran objetivo de la guerra.
El tercer objetivo, derrocar a Hamás como entidad gobernante en Gaza, está en la segunda fase del acuerdo de paz, pero resulta difícil saber cómo se va a ejecutar. El grupo se ha visto obligado a aceptar muchas condiciones, y Trump le sigue amenazando con hacer cumplir su plan por las buenas o por las malas. Lo que veamos en las próximas semanas será determinante para saber si esta guerra se ha saldado con una victoria decisiva sobre Hamás o si va a ser sólo un hiato hasta la próxima confrontación, por mucho que lleve.
Hamás se ha negado a entregar sus armas ligeras y en estos días de calma está haciendo todo lo posible para retomar su control sobre la población de Gaza, incluso con enfrentamientos con algunos de los clanes del norte de la Franja cuyos planes no pasan por un nuevo sometimiento a los cabecillas de la banda. En un alarde de fuerza y provocación, la organización terrorista ha designado a cinco de sus jefes militares como gobernadores. Está por ver si todo se queda en mera propaganda o si en verdad son el germen de una estructura para perpetuarse en el poder en Gaza. Solo lo podremos saber cuando las fuerzas internacionales de seguridad y reconstrucción comiencen sus labores.
Habiendo vivido y seguido la región durante años, sólo puedo avisar de que en el Oriente Medio mantener una cierta dosis de pesimismo ante cualquier evento o circunstancia contribuye a salvar vidas. Y este acuerdo de paz no me va a llevar a abandonar mi filosofía, de momento.
La necesidad de un plan B
Israel debe celebrar todo cuanto ha logrado desde aquel fatídico 7 de octubre de 2023. Pero el alivio de tener a los suyos de vuelta entre los vivos y poder enterrar adecuadamente a los muertos no es suficiente. El alivio, al igual que la esperanza, nunca ha sido la base de una buena estrategia.
La paz de verdad solo puede llegar tras una clara victoria de Israel. O si se prefiere, por la derrota sin paliativos de sus enemigos. Y por mucho que cueste reconocerlo, lo que queda de Hamás no ha asumido su derrota. De momento retiene las armas que le permitan volver a imponer su reinado en Gaza. Pero más relevante aún, conserva su idea de que su único fin es poner fin al Estado de Israel.
Cierto, ahora no tiene con qué hacerlo tras dos años de acciones de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Pero no podemos olvidar que, además de contar con 60 mil combatientes, disfrutaba de unos 700 mil civiles no combatientes que le apoyaban. No solo un caldo de cultivo para regenerar sus cuadros, sino, sobre todo, para mantener el odio a Israel y todos los judíos. Es más, Hamás no se limita al territorio de Gaza: está muy presente en la Margen Occidental donde sigue representando una amenaza real al futuro de la Autoridad Palestina.
Israel ha demostrado que sabe cómo lidiar con los enemigos que conoce bien. Ahí queda la decapitación sistemática de Hezbolá en el Líbano y la destrucción del programa nuclear de Irán. Pero dos años de la guerra que no se esperaba no han producido el colapso de Hamás. Al menos, de momento.
"La mejor forma de asegurar una eficaz disuasión es haciendo ver al mundo que Israel es invencible"
Y aunque es verdad que el presidente Trump parece desafiar la ley de la gravedad en todo cuanto toca y que, ahora, parece estar abriendo la puerta a un nuevo Oriente Medio, la prudencia estratégica lleva a contar con un plan B para el caso de que algo se tuerza irremediablemente en el futuro. Israel no puede contentarse con una posición que, a pesar de las celebraciones de hoy, vuelva a hacerle vulnerable en el futuro.
Israel debe, por ejemplo, demandar a la comunidad internacional que el principio que tanto le han exigido, el de territorios por paz, se aplique en esta ocasión en Gaza y se permita que las FDI controlen una franja de seguridad dentro de la propia Gaza. Es más, Israel debe asegurarse la libertad de intervención antiterrorista si Hamás no es desmantelada por completo, tal y como hace en Cisjordania.
En segundo lugar, Israel tiene que convencer a los participantes en el futuro plan de reconstrucción de que Gaza necesita no sólo la reconstrucción material, sino la reconstrucción moral y política, y que eso pasa inexorablemente por una reforma radical del sistema educativo palestino, orientado hoy a la incitación, al odio y a la radicalización. Sin eso, la aceptación de la convivencia con el pueblo judío será imposible y, por lo tanto, una paz duradera inviable.
Por su parte, Israel tiene que repensar su estrategia de seguridad nacional. Ha salido ganador, pero la idea de que se le podía derrotar ha estado flotando demasiado tiempo en estos dos años. La mejor forma de asegurar una eficaz disuasión es haciendo ver al mundo que es invencible. Operaciones como la de los beepers contra Hezbolá, el desmantelamiento de los arsenales químicos en Siria, o la guerra de los 12 días con Irán, refuerzan la idea de invencibilidad. Una Gaza dominada de nuevo por Hamás, con miles de nuevos y viejos terroristas, no.
El discurso del primer ministro Netanyahu del 15 de septiembre en el que mencionó que Israel era Atenas y ahora también tenía que ser Esparta, suscitó enormes críticas en un país interconectado globalmente. Pero no es menos cierto que cuando la supervivencia nacional está en juego, la dependencia exterior puede convertirse en una grave vulnerabilidad. Como bien sabemos, Israel ha necesitado más munición de la que podía fabricar y eso ha sido explotado políticamente por sus aliados. Es más, aunque no se repitiera esa presión diplomática, la confrontación comercial entre Estados Unidos y China y las restricciones al acceso a las tierras raras, esenciales para muchos componentes de sistemas militares, exige que cada país, Israel a la cabeza, se tenga que replantear su base industrial de la defensa, guste o no.
Y ya puestos, en un mundo ideal, yo pediría que también revise su política de excarcelamientos para los intercambios de terroristas por secuestrados. Soy consciente del valor que el pueblo judío otorga a la vida de los suyos, pero soltar a presos condenados a cambio de la liberación de uno o varios rehenes sólo incentiva más secuestros, no a menos.
Ahora que se han alcanzado dos de los tres objetivos en Gaza -la liberación de los rehenes y la eliminación de la amenaza militar de Hamás- Israel debería abrirse no sólo a un periodo de alivio y confort, sino a un proceso de reconciliación. Tal vez la única forma de hacerlo sea a través de las urnas donde las posiciones y los apoyos de unos y otros queden claramente reflejadas. Alimentar el odio interno alimenta el odio externo. Y eso es algo que Israel no se puede permitir.