La importancia de JD Vance
Los judíos fueron educados en el temor a los movimientos populistas. El ascenso de los conservadores populistas, sin embargo, es una amenaza para el establishment político, no para el pueblo judío.
La elección del candidato a vicepresidente es una noticia que nunca recibe la atención que merece. La decisión del expresidente Donald Trump de optar por el senador JD Vance (Ohio) como compañero de fórmula podría marcar la política estadounidense durante muchos años. Por eso, el ruidoso y airado debate sobre Vance, sus antecedentes, filosofía política, puntos de vista sobre política exterior y recorrido desde crítico a ardiente partidario del 45º presidente trasciende el análisis habitual de una nominación de este tipo.
Es cierto que son pocos quienes votan en función de quién ocupa el segundo puesto de la candidatura. Asimismo, aunque a un latido de la presidencia, la vicepresidencia es un cargo sin poder formal. Pero ocho de los últimos 22 presidentes fueron primero vicepresidentes. Cuatro de ellos ascendieron al cargo como consecuencia de la muerte de su jefe (Theodore Roosevelt, Calvin Coolidge, Harry Truman y Lyndon Johnson); uno debido a su dimisión (Gerald Ford); y tres ganaron por su cuenta (Richard Nixon, George HW Bush y Joe Biden).
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El ascenso de Vance no está garantizado. Si Biden remonta milagrosamente en noviembre, si los republicanos pierden, puede que su nombre perdure sólo como respuesta en juegos de trivia, junto con los de Tim Kaine, Paul Ryan, Sarah Palin, John Edwards y Joe Lieberman.
Una elección consecuente
Pero Vance está más preparado para un destino brillante que quienes suelen ocupar la boleta como segundos.
La mayoría de los vicepresidentes -incluidos los que acabaron ganando la presidencia, como los ancianos George Bush y Biden- fueron elegidos porque se pensó que darían al candidato alguna ventaja electoral marginal o porque representaban un compromiso entre el candidato y facciones de su partido que no lo habían apoyado.
Vance no fue elegido para equilibrar la candidatura: comparte los principales puntos de vista de Trump y es considerado uno de sus defensores más elocuentes. Esto lo convierte en un sucesor creíble al liderazgo del Partido Republicano, que ha experimentado una notable transformación en los últimos ocho años.
Igual de importante, sus probabilidades de alcanzar la jefatura del país serían mayores que las de otros vicepresidentes por estar Trump limitado a un solo mandato. Lo que significa que, suponiendo que los republicanos ganen las próximas elecciones, e incluso quizás si no lo hacen, Vance, como mínimo, ingresará en la carrera presidencial de 2028 como uno de los favoritos.
Por eso, precisamente, importa tanto qué se dice sobre él.
"El movimiento 'MAGA' es un esfuerzo consciente por cambiar el foco republicano de las necesidades de Wall Street a las de la clase trabajadora".
En el fondo, el debate sobre Vance se refiere a una filosofía política que se ha dado en llamar conservadurismo nacional. En el centro de la polémica se encuentra la voluntad de replantear los significados tanto de "conservador" como de "líder político" en el siglo XXI.
El nacionalconservadurismo rechaza gran parte de la sabiduría convencional sobre economía y política exterior aceptada unánimemente por casi todos los republicanos hace dos décadas, cuando George W. Bush era presidente. Por tanto, en sus raíces se encuentra el rechazo al establishment político y a las élites que han controlado, en gran medida, el partido, el Gobierno, las grandes empresas y la cultura mainstream.
Puede resultar irónico que este cambio radical en el pensamiento conservador esté liderado por un hombre como Trump, que nació en la riqueza y cuyo estilo de vida y comportamiento personifican en gran medida lo que significa ser rico, influyente y tener una huella desmesurada en la cultura pop. Sin embargo, el llamado movimiento MAGA (del eslogan trumpista Make America Great Again, es decir "hacer a Estados Unidos grande otra vez"), es un esfuerzo consciente por cambiar el foco republicano de las necesidades de Wall Street a las de la clase trabajadora.
Los 'deplorables' toman el mando
Resulta asombroso para quienes lideraban el Partido Republicano hace sólo unos años. Aunque agradecían los votos de los estadounidenses de estratos económicos más bajos, sus deseos o bienestar les interesaban poco. Y, aunque se resistían a admitirlo públicamente, compartían el desprecio burlón por la clase trabajadora que expresaban demócratas como el presidente Barack Obama, cuando menospreció a quienes "se aferran a las armas o a la religión", o Hillary Clinton, cuando describió a sus integrantes como "deplorables".
Los líderes y expertos del establishment republicano apoyaron políticas económicas y acuerdos comerciales internacionales que empobrecieron a muchos estadounidenses al vaciar la base manufacturera del país y subcontratar trabajos en el extranjero. También se opusieron fervientemente a las políticas favorables a los trabajadores que podrían suavizar el golpe. Además, desestimaron el impacto que les generó la inmigración ilegal, algo que estaba muy en sintonía con los deseos de las grandes empresas, que veían con buenos ojos la afluencia de personas que deprimirían los salarios de los trabajadores.
Hicieron todo aquello en nombre del libre mercado y del tipo de liberalismo económico doctrinario que estaba muy en el centro de la agenda conservadora de figuras icónicas como el presidente Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher.
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Lo anterior era, en esencia, la definición de conservadurismo que regía en el GOP hasta la llegada de Trump. Y era popular no solo entre Wall Street, sino también entre los votantes con educación universitaria, una porción demográfica del electorado que era confiablemente republicana. La economía liberal y el comercio global hicieron más ricos a muchos estadounidenses y redujeron los costes de muchos artículos de consumo. Pero también dejaron atrás a muchos otros, destruyeron comunidades y robaron al país la capacidad de fabricar las armas que los halcones conservadores dicen necesitar para financiar guerras y causas como el apoyo a Ucrania.
Trump no es un ideólogo. Pero sus instintos son populistas y, cuando entró en política en 2015, tenía dos convicciones realmente firmes: el comercio y la inmigración ilegal. Esos temas resonaban entre los votantes de rentas más bajas que hasta entonces eran propensos a votar demócrata.
"Posiciones que eran vistas como herejías para los conservadores ahora son recibidas con aplausos en las convenciones republicanas".
En política exterior, Trump también fue crítico con las guerras en Afganistán e Irak, que comenzaron durante la presidencia de George W Bush. Pero Trump estaba dispuesto a empezar a discutir la alianza de la OTAN, del mismo modo que hablaba de acuerdos comerciales como el NAFTA, cuestionando si era obsoleta o si era justo pedir a los contribuyentes estadounidenses que pagaran por la defensa de países europeos ricos que gastaban muy poco en sus propios ejércitos.
Todo eso era un anatema para los republicanos que dominaron el partido bajo Reagan y los Bush, y que luego nominaron a John McCain y Mitt Romney en intentos fallidos de derrotar a Obama. Aquellos consideraban como socialismo al tipo de conservadurismo populista orientado hacia las necesidades de la clase trabajadora. Y como la mayoría de ellos se guiaban por supuestos anticomunistas, veían cualquier reticencia a ejercer el poder estadounidense en el extranjero como análoga al apaciguamiento demócrata de la Unión Soviética o, tras el 11 de Septiembre, como una traición a la obligación de luchar contra el terror islamista. De este modo, llegaron a tachar de traición al legado de Reagan y de aislacionismo a cualquier cuestionamiento de las desastrosas guerras de Irak y Afganistán o a la vaca sagrada de la OTAN.
Posiciones que antaño los conservadores consideraban heréticas, sin embargo, ahora son recibidas con aplausos en las convenciones republicanas. Para los liberales y conservadores que se oponen a este cambio, esto es una prueba de que el GOP simplemente se ha rendido al culto populista de Trump. Pero la devoción por Trump -reforzada por el intento de asesinarle y las imágenes de su pose desafiante tras ser herido- va mucho más allá de los buenos sentimientos que evocan la mayoría de los políticos entre sus seguidores. Hay algo más.
El éxito de Trump radica en su capacidad para aprovechar los resentimientos de los votantes de clase trabajadora y, al mismo tiempo, en el deseo de engendrar un movimiento político que encarne los valores conservadores tradicionales de libertad y patriotismo. Aunque su aspecto populista asusta a algunos.
Populismo y antisemitismo
La palabra "populista" siempre ha atemorizado a los judíos. El movimiento populista en Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX comenzó como un partido agrario y luego, en gran medida, se apoderó del Partido Demócrata en la década de 1890 bajo la bandera del tres veces perdedor William Jennings Bryan.
Esa forma de populismo abrazó algunas teorías económicas disparatadas como el bimetalismo y el deseo de los agricultores pobres de que se cancelaran sus deudas. Pero como consideraba a banqueros y capitalistas como la raíz de todos los males, también estaba relacionado con el antisemitismo, un sentimiento que explotaron algunos líderes populistas como Tom Watson, de Georgia, que ayudó a azuzar el odio detrás del infame linchamiento de Leo Frank, un judío de Atlanta que fue acusado falsamente de asesinato.
El temido populismo nunca se alejó mucho de la superficie en el siglo XX gracias a predicadores demagógicos como el padre Coughlin, que por radio difundía una mezcla de antisemitismo y pseudofascismo en defensa de los trabajadores. El atractivo de tales figuras, sumado a su don para fomentar el odio, reforzaron la noción de que había que mirar con recelo, más que ayudar, a los estadounidenses sin educación que habían sido desplazados por los desarrollos económicos modernos.
"Vance fue un fuerte crítico de Trump pero, como muchos otros conservadores, cambió de opinión sobre él".
Dicho esto, el mundo MAGA carece del antisemitismo que tanto abundó en el populismo estadounidense. Salvo contadas excepciones, es un movimiento reflexivamente proisraelí y filosemita. Mientras que los judíos participan desproporcionadamente de las élites beneficiada por el sistema actual, ni la retórica ni la sustancia de los reproches del GOP al establishment traen consigo ataques a Israel -como sí es común ahora en la izquierda-.
Hablar de las deficiencias del globalismo defendido por los selectos que acuden en masa a Davos, Suiza, para el Foro Económico Mundial, no es un silbato para perros que agrada a extremistas. Es más bien un grito de guerra para resistir a las fuerzas corruptas que perjudican a los estadounidenses y empoderan a los antisemitas.
Conversión al trumpismo
El ascenso de Vance se basa en su capacidad para explicar las penas de los estadounidenses que fueron dejados atrás por decisiones tomadas tanto por presidentes republicanos como demócratas. Se dio a conocer gracias a su bestseller autobiográfico Hillbilly Elegy, que situaba sus propias experiencias en el contexto de los retos socioeconómicos a los que se enfrentaban los blancos pobres que vivían en los Apalaches y el cinturón del óxido.
La entusiasta acogida que mereció por parte de los intelectualoides se debió a su afán por encontrar una explicación de por qué este grupo demográfico estaba dispuesto a votar a Trump, aunque no se le mencionaba en el libro. Algunos en la izquierda lo recibieron con odio porque desplazaba -con razón- el foco del supuesto racismo de los blancos pobres a las luchas de los trabajadores, más allá de su color o etnia.
El recorrido del candidato a vice es una inspiradora historia de mendigo a millonario. Sobrevivió a una infancia difícil con una madre adicta, para pasar al servicio en los Marines, luego a la universidad y a la Facultad de Derecho de Yale, y a una exitosa carrera como capitalista de riesgo antes de ganar un escaño en el Senado de Ohio en 2022.
En 2016, Vance fue un fuerte crítico de Trump. Como muchos otros conservadores, cambió de opinión. Su cambio de parecer se debió a la gestión del magnate cuando ocupaba la Casa Blanca y a la falta de escrúpulos de la izquierda y el establishment de DC en sus intentos para destruirlo.
Aquel giro es esgrimido por sus críticos como signo de insinceridad y desenfrenada ambición. Aunque, como le ocurre a cualquiera en política, la ambición puede haber desempeñado algún papel (curiosamente, experimentó una conversión religiosa durante este mismo periodo, convirtiéndose al catolicismo en 2017), su mudanza de opinión parece arraigada principalmente en el reconocimiento de que las políticas de quienes pretendían liderar el movimiento conservador no eran realmente conservadoras.
Si lo fueran, no permanecerían indiferentes ante la destrucción de vidas y comunidades y valores tradicionales perpetrada por la economía global y la inmigración ilegal. Tampoco, como hicieron los republicanos de la era Bush, permitirían el colapso del sector manufacturero y el enriquecimiento de China, y la consecuente degradación de la seguridad nacional.
Trump, a diferencia de otros políticos, parecía comprender. Por imperfecto e incoherente que fuera, se preocupaba por los perjudicados por las políticas globalistas, y sus posiciones económicas, comerciales y de política exterior eran esencialmente sensatas. Se oponía, además, a las políticas ideológicas que pretendían desviar la atención de los estadounidenses de los verdaderos problemas económicos hacia falsas preocupaciones divisivas sobre el racismo.
A sus 39 años (cumplirá 40 el 2 de agosto) y con menos de dos años de servicio en el Senado, Vance aún no ha sido puesto a prueba en el escenario nacional. Pero es un portavoz elocuente de un movimiento que propone una versión del conservadurismo más acorde con las necesidades de los votantes de a pie.
También está en fuerte oposición a la ideología de izquierdas y su catecismo de la diversidad, la equidad y la inclusión (DEI) que se ha apoderado de nuestros sistemas educativo, cultural, mediático y, gracias a Biden, de la burocracia federal, que necesita desesperadamente una reforma. Esta ortodoxia izquierdista es la fuerza que anima el actual auge del antisemitismo. Y lejos de instigar el odio a los judíos, el nuevo populismo conservador es la única fuerza que tiene una oportunidad de resistirlo y hacerlo retroceder.
La oposición de Vance a seguir financiando una guerra interminable en Ucrania que está consumiendo recursos que podrían emplearse mejor en ayudar a Israel, detener a Irán y disuadir a China es descalificadora para algunos en la derecha que siguen obsesionados con Rusia. Creen erróneamente que dedicar tantos recursos a Kiev fortalecerá por arte de magia a Israel y Taiwán, pero no tienen respuesta a los argumentos de que Estados Unidos debe elegir cuidadosamente sus batallas en una era en la que su capacidad de producción armamentística es limitada.
"Con su nominación, Vance está en condiciones de asegurar que el giro hacia el conservadurismo nacional no sea una fase pasajera".
Suponiendo que Trump gane en noviembre, no sabemos cómo le irá a Vance en el segundo puesto, ya que tendrá muchas oportunidades de tropezar o de disgustar al presidente. Pero lo que le hace interesante y peligroso para el establishment de Washington es que proporciona el músculo intelectual para una nueva visión conservadora del país.
No es el mismo conservadurismo de Reagan y Thatcher, y eso es difícil de asimilar para una vieja generación de republicanos. Pero los retos que Estados Unidos, Israel y el mundo deben afrontar ahora no son los mismos que los que afrontaba Occidente en la década de 1980, cuando el "imperio del mal" de Moscú aún amenazaba al mundo con el comunismo.
Sin embargo, con su nominación, Vance está en condiciones de asegurar que el giro hacia el conservadurismo nacional no sea una fase pasajera, condenada por un regreso de los republicanos anti-Trump que todavía sueñan con recuperar el GOP de las manos de los deplorables. Si lo consigue, haberlo elegido puede convertirse en una de las decisiones más trascendentales de Trump.
© JNS