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Sacarse de encima a los chiflados: El desafío que Ben Shapiro lanzó en Heritage

Su discurso ha sido un llamado a establecer un "control fronterizo ideológico" para evitar que el movimiento conservador caiga en la misma trampa intelectual que casi destruye a Occidente hace décadas.

Ben Shapiro

Ben ShapiroAFP

El discurso protagonizado por Ben Shapiro en la Heritage Foundation, en el que criticó a Tucker Carlson de forma implacable, se ha viralizado en virtud de que se trata de dos de los personajes más influyentes de la discusión política estadounidense y, ciertamente, de dos formadores de opinión clave en lo que se refiere a la narrativa conservadora actual. Pero si bien Shapiro descolló en solvencia y argumentación, en lo profundo se percibió como un llamado desesperado de atención hacia un movimiento que ha perdido el control de su propia narrativa.

Dirigiéndose a una sala repleta en la que presentaba su nuevo libro, Lions & Scavengers: The True Story of America, Shapiro no se anduvo con rodeos y en un discurso ardiente, lanzó una diatriba devastadora contra Carlson , tildándolo de "oponente del conservadurismo" y advirtiendo que el movimiento corre el riesgo de una destrucción total sin un estricto "control ideológico de fronteras", admitiendo solapadamente que el movimiento MAGA no es un conjunto coherente de principios, sino un campo de batalla donde se enfrentan visiones irreconciliables del mundo. La metáfora fronteriza es reveladora, dado que remite a una de las políticas públicas estrella de esta Administración Trump. Shapiro lanzó un provocador paralelismo entre las fronteras nacionales y las de los valores y objetivos de la Fundación Heritage, anfitriona del evento.

Ante la audiencia expectante de Washington, Shapiro diagnosticó una patología que se extiende por el movimiento: la pérdida de los principios rectores. Al señalar a Tucker Carlson como un "oponente del conservadurismo", Shapiro puso de relieve esta corriente está adoptando, irónicamente, las tácticas de la extrema izquierda.

"Control fronterizo ideológico"

La lucha de Shapiro conta los fantasmas dentro del movimiento conservador no es nueva. La derecha ya a enfrentado este tipo de desafíos, y no siempre ha estado a la altura. En el período de entreguerras del siglo pasado, el conservadurismo europeo y americano sufrió una de sus más oscuras etapas: al sentirse amenazado por el avance del comunismo y el caos económico, una parte de la derecha se dejó seducir por el nacionalismo tribal (hoy diríamos identitario) y el antisemitismo. Hoy, las campanas de alerta vuelven a sonar. El discurso de Shapiro ha sido un llamado a establecer un "control fronterizo ideológico" para evitar que el movimiento conservador caiga en la misma trampa intelectual que casi destruye a Occidente hace décadas.

Pero el punto más crítico es la infiltración de teorías conspirativas que sirven de puente hacia el antisemitismo. Shapiro fue mordaz al denunciar cómo se normalizan tropos y libelos de sangre. El problema que identifica es triple. Primero, una narrativa económica falsaria y muy cercana al ala más izquierdista del Partido Demócrata: Carlson ataca al libre mercado, al capital financiero y propone intervenciones estatales que recuerdan más a Elizabeth Warren que a Ronald Reagan. En un segundo punto, el problema es el ataque institucional: al describir la Constitución como una "farsa" y elogiar sistemas precapitalistas o regímenes autoritarios como los de Putin o Maduro, se socavan el concepto de gobierno limitado. 

Y el tercer y más crítico punto es la infiltración de teorías conspirativas que hacen prevalecer el fanatismo sobre el espíritu crítico. El peligro actual radica en un conservadurismo adanista: aquel que cree que la historia comienza en su ombligo y desprecia las alianzas y verdades históricas. Este sector se encierra en un nacionalismo resentido y anticapitalista, sustituyendo la política exterior seria por el delirio paternalista. Y no sólo se trata de Israel; ciertos sectores de la derecha están cayendo en un abismo de ridiculez donde se habla con la misma seriedad de supuestas "redes del Mossad" que de extraterrestres o del control total del agua por parte de élites oscuras. Esta mentalidad no solo es falsa, es paralizante. Un movimiento que ve enemigos invisibles en cada rincón llama a la violencia vengativa descontrolada y pierde la capacidad de enfrentar a los enemigos reales (como Irán, el eje China-Rusia) y, lo que es peor, pierde el respeto del ciudadano común.

El precedente de William F. Buckley Jr. y la John Birch Society

Para entender la gravedad del momento actual, debemos mirar hacia atrás, a la figura de William F. Buckley Jr. En la década de 1950, Buckley se enfrentó a un dilema similar. La John Birch Society y otros grupos de las mismas características estaban ganando terreno en la derecha con un discurso paranoico y, a menudo, antisemita. Buckley comprendió que, si quería que el conservadurismo fuera una fuerza política viable y moralmente respetable, debía expulsar a los “chiflados” (cranks). Buckley dedicó años a explicar por qué el antisemitismo es el veneno del pensamiento conservador, dado que es la máxima expresión del colectivismo: juzga a la persona por su grupo y no por su carácter individual. Buckley entendía que la civilización occidental se sostiene sobre la herencia judeocristiana. Al atacar al pueblo judío se atacan los cimientos éticos de Occidente.

Al igual que Shapiro, Buckley en su día trazó una línea que permitió al conservadurismo ganar, en la Guerra Fría, el respeto del mundo libre. La deriva hacia el antisemitismo de cierta derecha, no es sólo una traición a la era Reagan o a Buckley; es una ruptura profunda con la visión de los Padres Fundadores. Contrario a la retórica de quienes hoy cuestionan la alianza con Israel, los fundadores veían en el judaísmo una fuente de inspiración para la democracia americana.

John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, expresó en dos cartas su admiración por el pueblo judío y su deseo de ver restaurada una nación judía independiente. El 31 de julio de 1818, Adams escribió: "Deseo que su nación sea admitida a todos los privilegios de los ciudadanos en todos los países del mundo". Más adelante, el 15 de marzo de 1819, Adams fue aún más específico al manifestar: "Porque realmente deseo que los judíos vuelvan a ser una nación independiente en Judea» (...) cien mil israelitas... marchando con ellos hacia Judea y conquistando ese país y restaurando vuestra nación al dominio del mismo!". La visión de Adams reflejaba tanto su profundo conocimiento de las escrituras hebreas como su creencia en que un pueblo restaurado a su tierra ancestral y libre de persecución podría prosperar y contribuir aún más a la civilización. Para los fundadores, el pueblo judío no era una "fuerza externa" o una "influencia nefasta", sino un socio espiritual en la búsqueda de la libertad. La desconfianza hacia el judío, bajo esta luz, es profundamente antiamericana.

"Nunca más” significa realmente “nunca más"

Shapiro condenó en Heritage lo que ya viene diciendo en distintos episodios de su podcast, la cobardía de quienes disfrazan su antisemitismo bajo el mantra de simplemente “hacer preguntas” y advirtió que cuando se abandona la verdad en favor de la especulación conspirativa, la verdad deja de ser la prioridad.

Es posible que Shapiro dirigiera su discurso al presidente de la Fundación Heritage que está en el centro de la polémica desde que publicó una encendida defensa de Carlson, que viene tratando de licuar con la esperanza de parar la sangría de donantes, miembros y académicos que está sufriendo la emblemática Fundación bajo su gestión. Pero lo cierto es que este discurso debería ser un punto de inflexión. Si el conservadurismo y el liberalismo clásico desean sobrevivir a la “derecha woke”, deben recordar los principios filosóficos y éticos de quienes los precedieron. No se puede ser conservador y despreciar el libre mercado; no se puede ser liberal y elogiar regímenes autocráticos; y bajo ninguna circunstancia se puede ser defensor de Occidente y albergar el virus del antisemitismo.

Como Buckley hizo en los años 60, y como los Fundadores establecieron en el siglo XVIII, el movimiento debe purgar la cizaña o, para ser más directos: sacarse de encima a los chiflados. El conservadurismo, como bien dijo Shapiro, significa algo. Y ese algo es la defensa de la dignidad individual, la verdad objetiva y la alianza inquebrantable con aquellos que comparten la herencia de libertad. No se trata solo de una cuestión de valores morales, aunque estos sean primordiales. Se trata de una cuestión de viabilidad política y liderazgo global. Sin esa claridad ideológica, la derecha no solo perderá las elecciones; perderá su razón de existir, repitiendo los errores del siglo pasado y olvidando que “nunca más” significa realmente “nunca más”.

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