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El dilema de Trump: el repliegue del gendarme y los peligros del vacío

El legado de Estados Unidos no es aislacionista, transaccional o identitario. Es un faro para todas las naciones libres.

Donald Trump criticó la 'herencia recibida' en un discurso a la nación

Donald Trump criticó la 'herencia recibida' en un discurso a la naciónAndrew Caballero-Reynolds/AFP.

El miércoles pasado, Donald Trump ofreció a la nación un discurso revelador, sorprendentemente breve, inusualmente rígido. No fue el Trump clásico, expansivo y desafiante que domina escenarios, sino un hombre encorsetado por las circunstancias. Trump es muy transparente en lo que respecta a sus sentimientos, y en esta aparición parecía frustrado.

Como todo político atrapado en la trampa de sus propias promesas, Trump echó mano de la consabida dura herencia recibida. Es el recurso retórico más predecible de cualquier arsenal presidencial, aunque en boca de Trump, sonó genuino: es cierto que Biden tuvo una pésima gestión, lo que permitió que la inflación se descontrolara, los precios de la energía se dispararan y un largo etcétera de desaciertos gravísimos.

Pero al diagnóstico certero, no le siguió un despliegue de principios de libre mercado que pudieran contrarrestar esos descalabros, sino la apropiación de la cosmovisión constructivista demócrata. La palabra que dominó el discurso fue "asequibilidad", término de moda en la narrativa socialdemócrata global, y muy usado en las últimas campañas electorales del partido demócrata en particular. Su discurso pareció querer arrebatarle a los opositores ese mensaje, prometió varias reducciones drásticas de precios por ejemplo en medicamentos o energía y se comprometió con agresivos planes de reforma de vivienda.

"El poder odia el vacío, cosa que deberían saber las corrientes que promueven un repliegue de EEUU al ámbito de sus fronteras".

Estas promesas dejan al descubierto que su Gobierno está reaccionando a la agenda opositora, perdiendo la ventaja en la iniciativa de hace apenas un año. Trump parece estar a la zaga de la tendencia demócrata en política económica, cuando en realidad las noticias económicas no son malas. La inflación se ha enfriado, el mercado bursátil parece recuperarse de la inestabilidad causada por los aranceles que fueron ajustados, retrocedidos, reimpuestos y rescindidos en un período tumultuoso que sacudió cimientos. Y la economía muestra crecimiento. Pero ciertos indicadores como el desempleo pueden ser usados en su contra, sobre todo si el presidente sigue reaccionando intempestivamente a las malas noticias.

Fue notable que el presidente norteamericano no sacara pecho por lo actuado en el extinto Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) que dirigió brevemente Elon Musk y que desarmó partes significativas de la burocracia federal. La iniciativa mostrada por el DOGE expuso la forma en que los contribuyentes estaban siendo estafados y cómo se usaron recursos del Estado para agendas políticas de la izquierda radical a lo largo del mundo. El miércoles Trump no estaba en control de la narrativa nacional, sino adoptando el lenguaje y las prioridades de sus adversarios políticos.

Horas antes del discurso, la Casa Blanca fue sacudida por un escándalo surgido de una entrevista de Vanity Fair donde Susie Wiles, jefa de gabinete y mano derecha de Trump, hizo comentarios explosivos contra los más altos funcionarios de la Administración, comenzando por JD Vance. La entrevista reveló una Casa Blanca importunada por sus guerras intestinas. Pero la respuesta de Trump a esta turbulencia fue actualizar el llamado Paseo de la Fama Presidencial que en septiembre había dado que hablar porque reemplazó el retrato de Joe Biden con la imagen del autopen y que esta semana tuvo un agregado poco feliz: la instalación de un nuevo conjunto de placas explicativas que, según la portavoz de la Casa Blanca, fueron escritas directamente por el propio presidente. Un ajuste de cuentas innecesario pero coherente con el patrón de comportamiento del presidente que, frente a los climas adversos, se refugia en la provocación.

Señalar los desaciertos

Quienes simpatizan con el proyecto político de Trump muchas veces sienten que deben defender cada una de estas acciones. Esto es sumamente peligroso a esta altura de la gestión, porque le quita al mandatario la posibilidad de registrar los errores y redireccionar sus políticas. Las defensas irreflexivas, en un país polarizado, tienden a repeler a los votantes que se sitúan en el punto medio. La fortaleza de la república estadounidense ha residido en la disposición de sus ciudadanos a cuestionar el poder, no a idolatrarlo.

Trump diagnostica correctamente muchos de los males que aquejan a la nación. Pero diagnosticar bien no necesariamente es planificar bien, y su frustración ante el asedio judicial y otras limitaciones al poder presidencial en este primer tramo del segundo gobierno muchas veces llevan al presidente a contradecir sus propios objetivos declarados hace poco menos de un año.

Por ejemplo, el diagnóstico geopolítico articulado en la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 (NSS 25) es en muchos aspectos acertado. La visión trumpiana del declive europeo es cruda pero real. Sin embargo, las formas de encarar el problema de parte del presidente Trump tal vez sean parte del problema. Lo más preocupante del NSS 25 es lo que calla. El documento casi no contiene críticas a Rusia. En lo que se refiere a China, anteriormente el principal blanco de las denuncias del presidente Trump, es tratada con curiosa cautela en la nueva estrategia. La importancia de un Taiwán independiente se minimiza y en cuanto a Oriente Medio, el documento afirma que está emergiendo como un lugar de colaboración, amistad e inversión.

La realpolitik es una constante que no debe ser ignorada, pero sin directrices que al menos enarbolen ciertos valores particulares de los países, se corre el riesgo de equiparar los Gobiernos y el accionar de todas las naciones. Y no son todas iguales. Trump ha sido transigente con ciertos autócratas y en muchas ocasiones esto pone en posiciones inestables a sus aliados, incluso hackeando su supervivencia. Considérese la reorientación hacia Qatar, al punto de comprometer la defensa norteamericana con la seguridad del proyecto político del emir que es socio y guardador del terrorismo más peligroso del mundo.

La decisión de elevar a Qatar como aliado responde a una visión del mundo que privilegia la multipolaridad, un concepto que priva a Estados Unidos de hegemonía y eleva a Rusia o China, permitiendo a cada uno tener un área de influencia. Esta lógica transaccional sustituye la de los principios morales y las alianzas estratégicas duraderas. Para su contendiente más poderoso, China, sólo referencias cautelosas. Por ejemplo, en la estrategia de seguridad, África recibió unas pocas líneas, también con una visión transaccional. Es curioso, tratándose de un continente que es el origen de gran parte de la inmigración que Trump coloca al tope de las causas del declive civilizatorio, y de que es además un patio de juego geopolítico chino.

La Tradición estadounidense: custodio de la libertad, baluarte moral

En el discurso del miércoles, Trump fue selectivo en su análisis de política exterior, concentrándose en lo que considera sus éxitos en Oriente Medio. "He restaurado la fuerza estadounidense, he resuelto ocho guerras en 10 meses, he destruido la amenaza nuclear de Irán y he puesto fin a la guerra en Gaza, trayendo la paz al Medio Oriente por primera vez en 3.000 años y he asegurado la liberación de los rehenes, tanto vivos como muertos", se jactó. La hipérbole es reveladora, porque disimula los pocos avances en el conflicto Ucrania-Rusia, por ejemplo.

Sin duda Trump ha salvado a Estados Unidos de la funesta deriva a la que estaba siendo llevado por el Partido Demócrata capturado desde hace tiempo por su ala de izquierda radical. Pero ciertas corrientes internas, muy funcionales, casi paralelas a esa izquierda radical, que promueven un aislacionismo utópico, están atacando su legado. Muchas voces dentro del Partido Republicano ponen en duda la necesidad del compromiso del país con sus aliados e incluso señalan a la democracia liberal como el problema, poniendo de manifiesto una incomprensible admiración por ciertas autocracias, mientras el neoimperialismo ruso revive de la mano de su sociedad con el Partido Comunista Chino y se arman para la confrontación.

Se puede dejar de ser el gendarme del mundo, pero no se puede al mismo tiempo seguir siendo el líder del mundo. El poder odia el vacío, cosa que deberían saber las corrientes que promueven un repliegue de EEUU al ámbito de sus fronteras, envalentonando a los enemigos y desligando al país del propósito moral que justifica su liderazgo. Si Estados Unidos sólo se debe lealtad a sí mismo, entonces toda su historia sería un error. Y eso no es real.

El legado de Estados Unidos no es aislacionista, transaccional o identitario. Es un faro para todas las naciones libres. Si Estados Unidos olvida la fuerza de sus valores se precipita a su propia irrelevancia, exactamente lo mismo que Trump, acertadamente, diagnostica que ocurre con Europa.

Trump es un fino analista que evalúa correctamente muchas de las enfermedades que aquejan a Occidente. Pero con recetas como el aislacionismo, la amistad con dictadores o el apocamiento de aliados, no se curarán esas dolencias. Porque lo que hizo a Estados Unidos el país más poderoso del mundo fue su propósito. La Casa Blanca sabe lo que está mal pero internamente tiene versiones encontradas acerca del rumbo para corregirlo. Aún así, quedan tres años de mandato. Tiempo suficiente para que Trump discipline a su tropa y recuerde que el diagnóstico acertado sólo vale si va seguido de políticas coherentes. Occidente necesita que lo haga.

Como Estados Unidos olvide esto, la batalla entre quienes creen que la libertad es un valor universal que debe defenderse y aquellos que la ven como un escollo que debe saltarse se habrá saldado en favor de los segundos. Ronald Reagan advirtió que la libertad es algo tan frágil que nunca está a más de una generación de su extinción. Trump debería recordarlo: lo que hizo grande a Estados Unidos fue precisamente su disposición a ser el gendarme del mundo, custodio de la libertad y baluarte moral. La defensa de los aliados nunca fue caridad, fue estrategia geopolítica vinculada a los principios como una forma de vida. La realpolitik puede ser también ética.

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