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Los instintos suicidas de Europa

Europa podía haber elegido alinearse con los movimientos del regreso a la sensatez y apoyarse en la nueva Administración Trump, pero eso habría supuesto negar el rumbo que esta 'EU Titanic' se ha marcado.

JD Vance dialoga con Ursula von der Leyen

JD Vance dialoga con Ursula von der LeyenIan Langsdon/AFP.

Europa es un Titanic gigante. Pero a diferencia del tristemente famoso buque, que ni vio el peligro mortal en su camino, los líderes de la Unión Europea han elegido voluntariamente poner rumbo de colisión hacia su peculiar iceberg, el presidente americano Donald Trump. Sin embargo, a diferencia del capitán Smith, que se hundió con su barco desde su puente de mando, Von der Leyen y compañía actúan más bien como la orquestina dispuesta a entretener a unos pobres pasajeros sin futuro alguno.

Europa fue secuestrada en algún momento de la segunda mitad del siglo pasado por la Unión Europea. Fue un crimen fácil de ejecutar habida cuenta de que todavía el continente europeo se encontraba dividido -con su centro y este ocupados por el comunismo y a merced de Moscú- y de que la Europa occidental se sentía a gusto bajo el consenso socialdemócrata: bienestar para todos, creciente libertad y seguridad pagada por los Estados Unidos. 

"La disidencia no es algo que se permita ya en la Europa de Bruselas".

Todo bien regado, además de por buenos vinos, con la conciencia de ser la cuna de la Ley y del respeto a los derechos humanos. Es más, Europa se arropaba en la bandera de la superioridad moral y se veía como el faro universal con el que iluminar el progreso de la humanidad y también con el que medir la aceptabilidad del presente de líderes, regímenes y naciones.

Europa, ni qué decir tiene, no sólo actuaba con una fuerte dosis de amnesia, negando sus momentos más brutales y oscuros para presentarse como una Arcadia idílica de prosperidad y libertad, sino con una buena ración de cinismo al negar sus contradicciones internas, como la existencia de dictaduras en su flanco sur y la callada, pero implacable, hegemonía franco-alemana. Es más, aferrándose a la comunidad transatlántica, la Europa de la UE se permitía el lujo de vivir en la abundancia porque, como bien sabemos, la factura de su defensa venía cubierta por otros.

Delirios, paradojas y problemas reales

La caída del comunismo y la desaparición de la URSS podrían haber cambiado en gran medida el panorama de la UE, pero la realidad es que la disparidad entre la Europa occidental y la central y del este sólo condujo a una política de tutela de estos últimos y a ahondar el poder de la verdadera sala de máquinas y timón de la UE: Alemania. Sólo 40 años después, en la actualidad, las naciones del centro y este del continente comienzan a poder expresarse con independencia y libertad, promoviendo su propia visión que no siempre coincide con la de Bruselas.

El problema es que para los dirigentes de la UE la discrepancia de países como Hungría o Polonia se entiende como desviaciones que no se pueden tolerar porque cuestionan el rumbo que el bloque se ha dado desde los años 80 del siglo pasado: construir un superestado federal, basado en la uniformidad y en el credo progresista. A saber, laicismo radical, inmigración indiscriminada, antitradicionalismo, multiculturalidad, pacifismo extremo y ansia de poder. La disidencia no es algo que se permita ya en la Europa de Bruselas.

Hay una paradoja que debería llevar a más de uno a arquear las cejas con suspicacia: que precisamente la capital de la UE, Bruselas, sea la capital de un país tan dividido culturalmente que puede que no exista en realidad, tan islamizada por la asfixiante inmigración musulmana que amenaza con cambiar las estrellas de la bandera de la UE con medias lunas, y tan ajena a los vaivenes del mundo, cual burbuja de burócratas y tecnócratas que se creen los amos del mundo.

El vicepresidente norteamericano Vance dejó a todos los asistentes a la histórica conferencia de seguridad de Múnich atónitos cuando avisó a los europeos del peligroso rumbo liberticida en el que andaba embarcada la UE, renegando así de los principios fundacionales de Europa. Pero, aunque no le faltaba razón, los líderes allí reunidos se disgustaron porque un americano profundo, un patán en su concepción, se atreviese a darles lecciones de libertad. ¿Cómo va Europa a escuchar y aprender de un bárbaro que defiende el derecho a portar armas? ¿Cómo un americano va a entender el sofisticado maquiavelismo de las elites europeas?

Pero la realidad y la verdad son tozudas. Y ahí están las pruebas: desde obligar a repetir votaciones y referéndums hasta lograr la aprobación de la mal llamada constitución europea en los 90, a las presiones para cambios de Gobiernos en Italia hace una década, a las sanciones a Hungría y el ostracismo a Austria y Polonia cuando sus dirigentes no son los suficientemente proeuropeos.

Por no hablar de la censura política y mediática que se ejerce contra todas aquellas opciones que, constitucionales y legales en sus países, se quieren presentar como populistas y de extrema derecha simplemente porque no comulgan con las diatribas globalistas, antifamilia y profronteras abiertas de la dirección actual de la UE. Lo hemos vivido recientemente con las elecciones en Rumanía y lo acabamos de ver esta semana con las elecciones presidenciales polacas.

Lo verdaderamente sorprendente es que la élite que rige la UE no se quiera dar cuenta de que su contrato social se basaba en dar a los ciudadanos prosperidad y seguridad. Y que ambas cosas se han ido evaporando progresivamente como producto de crisis encadenadas, cierto, pero también de sus políticas. No es baladí que la mayoría de los delitos contra la libertad sexual sean cometidos por personas de origen no europeo, por ejemplo. La realidad es que Europa no crece pero que la criminalidad sí lo hace a un ritmo exponencial.

Pero a pesar de todo, lo que parece más importante para Bruselas siguen siendo sus delirios de descarbonización y antinucleares a favor de unas energías renovables cuya eficacia ya han visto y sufrido los españoles y portugueses hace menos de un mes, con un apagón generalizado durante horas.

Europa tiene un grave problema de seguridad, con un Putin agresivo en el Este; un problema existencial a causa de la inmigración desbocada y unas minorías islamistas expansivas; y también un grave problema de valores, primero secuestrados y luego invertidos por una educación socialista y progre, que ha alimentado unas generaciones de jóvenes poco dispuestos al esfuerzo y el sacrificio, ignorantes de su propia Historia y mayoritariamente desinteresados del bien común y de todo lo que no sea la satisfacción inmediata.

La esperanza: Trump

Europa podía haber elegido alinearse con los movimientos del regreso a la sensatez y el sentido común y apoyarse en la nueva Administración Trump para hacer frente a los retos existenciales que la amenazan. Pero eso hubiera supuesto negar el rumbo que esta EU Titanic se ha marcado y aceptar que sus planteamientos estaban equivocados. Algo, desgraciadamente, impensable.

Así que ha elegido precisamente todo lo contrario: echar un pulso a América. Sólo que sin preparación física ni músculo tras décadas de molicie. Con todo lo que se critica de las tarifas al comercio defendidas por Trump, no parece que sus males estén afectando a la economía ni al bolsillo de los americanos y sí a los negocios de los europeos. La augurada debilidad del dólar, así como la pérdida de confianza en esa moneda, tampoco están llevando a que el euro se consolide como moneda de cambio internacional, al contrario. Y por mucho que prometan en el terreno del gasto militar, nunca pagarán lo suficiente y, lo que es más importante, nunca lo gastarán en capacidades necesarias, sino en las grandes plataformas que fabrican nuestras industrias. Plataformas que, como se ha podido ver con la operación Spiderweb, son más vulnerables que nunca.

A los europeos, sin duda, les gusta vivir bien, disfrutar del champagne y la cerveza, descansar en las playas del sur y trabajar las menos horas posibles. Pero por experiencia sabemos que los pueblos se adaptan a la miseria con relativa facilidad. Máxime cuando los gobernantes pierden su naturaleza democrática y pasan a ser los autócratas de una dictadura blanda. O dura. Eso habrá que verlo con el tiempo. Pero la evolución política y social del bloque no será otra. Sólo Trump puede actuar como salvavidas de unos pocos. No creo que puedan hacerlo Macron, quien prefiere enviar soldados a Groenlandia antes que Estados Unidos la anexione, o Sánchez, el dirigente español de extrema izquierda que ve en Trump a un diablo al frente de una internacional de ultraderecha.

Y todo porque Bruselas, esa plétora de funcionarios no elegidos por nadie, y sus dirigentes, designados por los Gobiernos de turno, no quieren cambiar de rumbo. Estamos en el Titanic con unos suicidas al timón. Ni más, ni menos.

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