Contra la Marea: Por qué Trump volvió a ganarse el corazón de EEUU
La humillación a la que el Partido Demócrata sometió a los ciudadanos estadounidenses fue mucha. Las condiciones para una victoria de Trump se proclamaron mucho antes de que Biden se retirara de la carrera. Los votantes se hartaron.
Finalmente Trump regresó a la Casa Blanca. Una reedición de 2016 más decisiva porque ha obtenido de sobra los electores necesarios y además ha ganado el voto popular y las dos cámaras. El pueblo norteamericano ha decidido no correr riesgos esta vez y se ha volcado a votar masivamente por el hombre más odiado por el establishment de todo el mundo. ¿Cómo pudo el loco Trump ganar un segundo mandato? Siendo lo más cuerdo que los norteamericanos tenían para elegir.
Cuando Joe Biden llegó al poder en 2020, los exultantes comentaristas de CNN se congratulaban de que "los adultos habían vuelto a la sala". Pero al poco tiempo los estadounidenses se dieron cuenta de la estafa que significaban esos "adultos", y cuatro años después, sencillamente les dieron la espalda.
Las razones están a la vista: la gestión Biden-Harris generó una inflación que ha dejado los precios 25% más altos que en 2019. Muchos ciudadanos empobrecidos no podían permitirse el lujo de votar por Harris. Trump género la esperanza de prosperidad y la nostalgia por la economía prepandémica de su última presidencia, cuando el mercado de valores se disparó y el desempleo cayó a mínimos históricos. Con Joe Biden, los estadounidenses sufrieron.
"Biden se convirtió en el primer presidente woke del mundo, el más fanatizado e irracional".
Pero no es la economía el único factor determinante. En cuatro años de política exterior demócrata, el mundo se ha vuelto un volcán en permanente erupción. Los demócratas fueron indolentes, incompetentes y muchas veces cómplices en el desarrollo de los peores conflictos internacionales. Las guerras en Europa y Oriente Medio, los inminentes conflictos en Taiwán, el crecimiento de la alianza China-Rusia y la criminal salida de Afganistán son sólo un puñado de ejemplos. Hoy, las perspectivas de una Tercera Guerra Mundial son un tema de preocupación cotidiana.
El otro factor clave han sido los cruces fronterizos ilegales, que alcanzaron el nivel más alto registrado, beneficiando la propagación del crimen organizado de una manera que será muy difícil de combatir en el futuro. El Gobierno demócrata puso la alfombra roja para que se instalen las peores narcomafias en el país más rico del mundo. Pocas veces se vio una mala praxis más dañina.
El derrumbe del presidente woke
Una de las promesas que los demócratas emplearon en 2020 fue parecer normales, confiables y sólidos frente a un Trump voluble y asolado por la crisis pandémica. Joe Biden era retratado como alguien estable, que contaba con la tranquilidad de conocer y manejar las clavijas del Estado profundo. Pero la mascarada no tardó en revelarse, se trataba de un presidente senil, que no manejaba al Estado profundo sino que por el contrario, era su marioneta. Inmediatamente, Biden comenzó a gobernar como una parodia de sí mismo.
Y el Estado Profundo no tardó en imponer su agenda, la premura fue obscena. El primer día se mostró a Biden firmando una serie de órdenes ejecutivas para promover el dogma demencial de la ideología woke: regulaciones para institucionalizar los credos supremacistas de la teoría crítica de la raza y la ideología de género, que pronto dominaron la burocracia federal. No habían terminado de instalarse en la Casa Blanca y ya estaban asignando fondos para políticas contra el Covid en función de la raza y el género. Biden se convirtió en el primer presidente woke del mundo, el más fanatizado e irracional. Su Administración fue el bastión del giro histérico de las élites radicalizadas que asolaron al mundo en los últimos años.
Una de las cuestiones más explosivas para la izquierda en esta campaña fue el aumento del apoyo de las minorías a Trump, que creció en las preferencias del voto hispano y negro, lo que posiblemente haya impulsado su campaña a la victoria. Esto sacude los cimientos del Partido Demócrata y sus prejuicios sobre el "voto minoritario", así como la ideología identitaria progresista dominante. Aparentemente los colectivos victimizados gerenciados por la izquierda priorizan los mismos problemas que los votantes blancos que la izquierda tanto desprecia. Las premisas políticas del wokismo han comenzado a desmoronarse y nadie tiene ganas de verse como una víctima estructural que necesita una izquierda paternalista que lo proteja. El abuso de la condescendencia en esta campaña ha sido contraproducente.
Las preocupaciones de la gente común, no importa su color de piel, preferencia sexual, edad o credo, no encajan con las preocupaciones de las élites progresistas. En cambio, la gente común está preocupada por el incremento de los precios de los alimentos, la vivienda o la energía. La gente común se preocupa del aumento de la delincuencia, de la impunidad de los criminales para realizar cualquier cosa, desde ocupar casas, violar, matar, robar, y convertir el espacio publico en un inodoro y lupanar a cielo abierto. Bajo la Administración Biden-Harris el gobierno federal perdió el control de la frontera, no sólo los estados fronterizos. EEUU ha sido la tierra prometida para delincuentes y terroristas.
Sumado a este cóctel, el alucinante deterioro físico de Biden, sumió al país en una espiral de desconcierto e indignación. ¿Quién estaba al timón cuando era evidente que el presidente ya no era consciente de sus actos? La humillación a la que el Partido Demócrata sometió a los ciudadanos estadounidenses fue mucha. Las condiciones para una victoria de Trump se plasmaron mucho antes de que Biden se retirara de la carrera. Los votantes se hartaron.
"Sin saberlo, el progresismo mundial transformó a Trump en un héroe contemporáneo".
Cuando todo se desmoronó luego del debate Trump-Biden, el Partido Demócrata volvió a insultar, esta vez a sus votantes, instaurando a Kamala Harris como candidata. Harris ocupó el lugar de Biden con la arrogancia del ignorante. Intentó llegar a la Casa Blanca con buenas vibras, riendo por todo y de todo, y prometiendo todo a todos, por más contradictorio que esto fuera, con la insolvencia y la sensiblería perfectamente estampada en su famosa frase: "What can be, unburdened by what has been (lo que puede ser, sin la carga de lo que ha sido)".
Las élites costeras fingieron estar enamoradas de una candidata que se decía negra, que se autoproclamaba india y que se autopercibía una pobre víctima racializada por el sistema imperial. Nadie contrastaba las mentiras de la farsante millonaria y privilegiada que era una nulidad política incapaz de ganar un voto. Y los medios empeoraron las cosas al tratarla con algodones, siendo tan abrumadoramente parciales que tal vez hayan contribuido a su derrota.
Trump: resiliencia, nostalgia y esperanza
Trump llevó adelante una campaña más o menos disciplinada, considerando las circunstancias y los intentos de asesinato que matizaron la carrera. Tuvo sus habituales heridas autoinfligidas, parece que a esta edad ya no va a cambiar o tal vez nadie crea que conviene hacerlo. Los votantes han aprendido a distinguir entre sus bromas, sus hipérboles ofensivas, sus golpes de efecto y sus comentarios serios, entre lo que Trump dice sin filtro y lo que Trump puede llegar a hacer. La gente distingue el mito del hombre mucho mejor que la intelectualidad progresista.
El antiguo voto republicano ha evolucionado hasta convertirse en una coalición de clase media y baja, sin demasiadas distinciones identitarias, ajenos a las caricaturas racializadas y delirantes fabricadas por una izquierda enloquecida que no hizo más que dividir y enfrentar a la sociedad. El trumpismo tiene hoy una gran base.
Finalmente, el hombre con la peor prensa de la historia de la humanidad, que ha sido insultado de todas las formas posibles, demonizado hasta el hartazgo y juzgado en cuanto tribunal se haya prestado por las causas más inverosímiles ha conseguido sobrevivir a la ira de las élites. Sin saberlo, el progresismo mundial lo transformó en un héroe contemporáneo. Los intentos de aplastarlo por cualquier medio han agrandado su estatus de insurgente.
Al perseguir al Trump caído en 2020, los demócratas se volvieron caricaturescamente vengativos. Sus permanentes comparaciones con dictadores, las revelaciones del Rusiagate y el Huntergate, su cancelación permanente, los cargos penales en su contra, expusieron la resiliencia de Trump. Las afirmaciones de que Trump se volverá un dictador vengativo que utilizará el sistema judicial como arma contra sus oponentes parecen ridículas debido a que fueron los demócratas quienes pasaron los últimos años utilizando el sistema judicial como arma contra él.
Los demócratas que llegaban en 2020 para ser templados, racionales y normales fueron lo más inepto, delirante, vengativo, irracional e iliberal del mundo. Curiosamente, un senil como Biden, una intrascendente sin mérito como Kamala y un Partido Demócrata podrido hasta los huesos lograron que Trump se convietiera en la opción cuerda, sensata y normal; lo más apetecible para los votantes hartos de una clase dirigente perturbada, autoritaria, divorciada de la realidad y brutalmente contraria a la libertad.
Los votantes vieron a Trump con nostalgia y esperanza. Así que decidieron darle una nueva oportunidad.