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 EL TIEMPO QUE LLEVA KAMALA HARRIS SIN COMPARECER EN UNA CONFERENCIA DE PRENSA

La historia y legado James Baker III: "El hombre que dirigió Washington"

Aunque desde pequeño le advirtieron que no entrara en política, de alguna forma terminó manejando cuatro campañas presidenciales y sirviendo como jefe de gabinete, secretario del Tesoro y secretario de Estado.

James Baker III/Wikimedia Commons

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Hace unos cuantos años en el lago Como, tuvo lugar una conferencia política que reunió a funcionarios y exfuncionarios políticos de muchos países diferentes. Entre los asistentes figuraba Bob Shrum, histórico estratega demócrata que recientemente había ayudado a Bhud Barak a llegar al poder en Israel. En un momento dado, se le preguntó que podía hacer Barak para llevar adelante el proceso de paz. Shrum se detuvo un momento, se volteó hacia un hombre, lo señaló y respondió lo siguiente: "Esa pregunta debería hacérsela a James Baker, porque yo sólo hago campañas. Él hace campañas y gobierna".

Algo similar dijo Frank Donatelli, director de Asuntos Políticos e Intergubernamentales de la Casa Blanca entre 1987 y 1989, quien trabajó con Baker durante su tiempo como jefe de gabinete. En diálogo con Voz Media, aseguró que él "era el último de una estirpe que participaba tanto en el gobierno como en la campaña. Como tal, fue un puente importante para asegurarse de que candidatos como Ronald Reagan y George Bush conectaran su retórica de campaña con sus acciones presidenciales". Tras esta doble introducción tercerizada, la pregunta surge sola.

¿Quién es James Baker?

James Addison Baker III nació un 28 de abril de 1930 en la ciudad de Houston, Texas. Miembro de una importante familia de abogados y banqueros de la zona, recibió desde pequeño un consejo que no podría cumplir: "Trabaja duro, estudia y mantente fuera de la política". Esa era la máxima de su abuelo, el capitán James Addison Baker I. Aunque incapaz de seguir esa máxima, tituló su autobiografía con esa frase.

Su ingreso a la política llegó realmente por casualidad, dado que, hasta los 30 años, no había mostrado ningún tipo de interés en la materia. Todo comenzó en 1959, cuando una nueva pareja se mudó junto a sus cinco hijos y su negocio a Houston. Baker rápidamente formó una amistad con el padre de familia, un tal George Herbert Walker Bush. La relación en base al tenis, “mucho tenis”, según Barbara Bush.

Si bien disfrutaban jugar singles, resultaron grandes compañeros de dobles. Aunque el saque no era precisamente la virtud de ninguno de ellos, la volea de Bush se complementaba muy bien con el juego de fondo de Baker. Cuando la primera esposa de este último, Mary Stuart McHenry, falleció en 1970, su amigo intentó ayudarlo a distraerse al convocarlo para trabajar en su campaña al Senado. A pesar de que Bush fue derrotado ampliamente por el entonces titular Lloyd Bensten, le dio de probar a su amigo la primera cucharada de política de su vida. Evidentemente le gustó.

"¿Alguna vez te han dicho que te pareces a James Baker?"

Gracias a Bush, a quien apodó cariñosamente como El Jefe, consiguió trabajo en la Administración de Gerald Ford como subsecretario de Comercio. Atrás había quedado la abogacía a tiempo completo. Su ascenso fue muy repentino y antes de acordarse donde estaba terminó manejando la campaña presidencial de 1976 para el presidente. La primera batalla no fue contra Jimmy Carter, eventual nominado demócrata, sino contra Ronald Reagan, quien buscaba quedarse con la nominación republicana.

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El carisma y la oratoria del actor pusieron a la campaña contra las cuerdas. Reagan se las arregló para llevarse una buena cantidad de estados, incluido Texas. Según Baker, el hecho de que Ford intentara comer un tamal sin desenvolverlo quizás tuvo algo que ver con la derrota. Las negociaciones con los delegados fueron interminables incluso en la Convención Nacional Republicana. El recuento final decretó como ganador al presidente, a quien no le duró mucho la alegría, puesto que caería derrotado en las generales frente a Carter. Viendo el vaso medio lleno, lo cerrado de la elección le daría a Baker muy buena fama en Washington DC.

Ya un poco más encantado con la política, se animó a buscar una oficina electa por primera y única vez en su vida, la de fiscal general de Texas. Ya en modo candidato, se acercó una tarde a un grupo de personas que estaban reunidas en la calle, con la simple intención de entregarles unos folletos. Antes de que pudiera presentarse, un hombre de le dijo, "¿alguna vez te han dicho que te pareces a James Baker?". "Seguido", respondió el candidato, todavía en modo incógnito. "¿No te molesta?", replicó el hombre, haciéndole entender que la carrera estaba perdida en un estado todavía demócrata.

La vida no le dio tiempo para digerir la derrota. Apenas días después de que se conocieran los resultados, una voz conocida lo reclutó para que se encargue de su campaña para presidente en 1980. Bush presumía de un currículum repleto de experiencia en el gobierno y su único obstáculo hacia la nominación no era otro que Ronald Reagan. Era la segunda vez que Baker armaba una campaña contra el exgobernador de California.

Visiblemente con pocas chances de remontar las primarias, Baker tenía un plan para que su amigo llegara a ser considerado para compañero de fórmula. Días antes la elección en California, estado natal de su rival, anunció públicamente que se habían quedado sin dinero, con la clara intención de competir y de dejar una linda sensación en el búnker rival. Bush se enteró de la noticia al mismo tiempo que el público, por los diarios.

El día de la convención, el filtro de Reagan para elegir su compañero de fórmula no era muy complicado: cualquiera menos Bush. La esperanza estaba perdida. Sin embargo, ninguno de los candidatos parecía encajar adecuadamente con el perfil que estaban buscando, alguien que balanceara la fórmula.

Cuando Ed Meese, jefe de gabinete de la campaña del californiano, se encontró con Baker en el pasillo ya con equipaje en mano, le sugirió que espere un poco antes de irse. Sólo Baker, Bush y su esposa Bárbara estaban en la habitación cuando sonó el teléfono. Era el mismo Reagan, que quería hablar un momento con quien fuera su archienemigo hasta hace unos minutos. Antes de pasar el teléfono, Baker susurró, "di que si".

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La fórmula arroyaría a la de Carter-Mondale en noviembre y dejaría a Baker sin nada claro en el horizonte. Un día después de la elección, nuevamente haciendo las maletas pero esta vez en el Hotel Century Plaza, el teléfono volvió a sonar. "Quiero hablar contigo antes de que vuelvas a Texas", escuchó directamente del presidente electo. Lo que quería era algo poco usual. Le propuso al hombre que intentó derrotarlo dos veces (una lo logró) ser su jefe de gabinete en la Casa Blanca.

Llegada a la Casa Blanca

A pesar de llanto de su nuevo esposa, Susan Garrett, Baker aceptó el trabajo en el que aplicó una máxima que utilizada su padre. Titulada "las 5 P", se traduce en "preparación previa previene una pobre performance". El nuevo funcionario fue eje central de "La Troika", el equipo que formó junto al propio Meese y a Mike Deaver. Sus negociaciones con el Congreso fueron vitales para los logros legislativos de la administración Reagan, como el Presupuesto Gramm-Latta, la Ley Fiscal de Recuperación Económica de 1981, las enmiendas de Seguridad Social de 1983 y Ley de reforma fiscal de 1986, ya en calidad de secretario del Tesoro.

En estos últimos dos proyectos la estrategia fue la misma, "convocar a un pequeño número de líderes de ambos partidos con expertos de las agencias para redactar un proyecto de ley con el que todos puedan vivir". En Capitol Hill sacó a relucir su fama de metódico y ajedrecista político. Según sus propios adversarios, supo utilizar muy bien el poder y la influencia de la oficina presidencial para conseguir los votos.

En sus memorias, confesó que su mayor responsabilidad como jefe de gabinete era "proteger al presidente", incluso de pedidos de cargos para familiares debajo del inocente "por cierto, señor presidente, tengo un hermano que sería excelente para...". Además, durante este tiempo aprendió que la "proximidad es poder" y que el trabajo del personal debe ser priorizar el tiempo del jefe de estado.

En cuanto a los mencionados éxitos legislativos de la Administración Reagan, aseguró que el "pragmatismo sin principios es cinismo, pero los principios sin pragmatismo suelen ser impotentes. Para convertir las ideas en políticas, un líder debe estar preparado para luchar duro -sí-, pero también para aceptar la victoria en términos en que puedan ganarse aunque estén lejos de la perfección. Esa es la realidad de la política".

El puesto que más disfrutó en su carrera

Ronald Reagan aceptó a regañadientes la renuncia de Baker en 1988, cuando no, para liderar otra campaña presidencial, la segunda de George Bush. Una vez consumado el triunfo frente Michael Dukkakis, El Jefe le ofreció ser secretario de Estado, cargo que le traería muchas alegrías.

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Con la caída de la Unión Soviética en proceso, el desafío era enorme. "Desde el principio comprendimos que tendríamos dos responsabilidades históricas. La primera era ejercer el liderazgo para que la Guerra Fría terminara pacíficamente. La otra, igualmente importante, era establecer un nuevo rumbo para la era posterior a la Guerra Fría", afirmó en su autobiografía.

Baker fue el arquitecto de la austera respuesta de Bush a la Caída del Muro de Berlín, para posteriormente encarar las negociaciones con Mikhail Gorbachev sobre el destino de Alemania. En concreto, la preocupación estaba en que el país europeo pudiera unirse a la OTAN, algo que finalmente consiguieron tras la visita del líder soviético a Washington, D.C.

Fin de la Guerra Fría

Esa visita diplomática contó con uno de los momentos favoritos de la carrera de Baker. En aquel momento, los funcionarios soviéticos no podían alejarse a más de 40 kilómetros de Nueva York o Washington. A pesar de esto, el entonces secretario de estado llevó a Eduard Shevardnadze, ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, a un pueblo en Wyoming. A lo largo de tres días y nueve reuniones en una cabaña, conversaron sobre "armas químicas, control de armamentos y otras cuestiones Este-Oeste. Entre sesión y sesión, hablábamos informalmente de las crecientes tensiones dentro de la Unión Soviética y de otros temas delicados".

Sin embargo, su sorpresa más grande llegó a la hora de las formalidades. "Al final, le regalé un par de botas vaqueras (símbolo del lugar) para conmemorar las conversaciones, y él me regaló un esmalte con la imagen de Jesucristo. 'Ya ve, incluso nosotros, los comunistas, estamos cambiando nuestra visión del mundo'", recordó Baker.

Muchos historiadores están de acuerdo en que la Guerra Fría finalizó con la caída del muro. Baker tiene otra postura. "La caída del Muro de Berlín fue muy simbólica, pero en mi opinión la Guerra Fría terminó nueve meses después. Conmigo a su lado en un aeropuerto de Moscú el 3 de agosto de 1990, Shevardnadze anunció que la Unión Soviética se uniría a Estados Unidos para condenar la invasión e imponer un embargo de armas a Iraq. 'Esta agresión es incompatible con los principios del nuevo pensamiento político y, de hecho, con las relaciones civilizadas entre naciones'. Fue un momento memorable", revivió en sus memorias.

Donatelli celebró este hito al destacar que "dirigió el juego final que vio el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, todo ello sin que se disparara ningún tiro".

James Baker cumplió 93 años este 28 de abril. Aparentemente destinado a ser un "hombre de estado", dirigió cuatro campañas presidenciales, fue fundamental para la elección del hijo de su gran amigo en el 2000 y sirvió a su país como subsecretario de Comercio, jefe de gabinete, secretario del Tesoro y secretario de Estado. Según Donatelli, "era el jugador franquicia del Partido Republicano, el hombre indispensable que estableció un legado en campaña y gobierno". Citando una histórica frase del antiguo jefe de ambos, Ronald Reagan, definió la carrera de Baker de la siguiente manera: "No está mal. No está nada mal".

Podría decirse, parafraseando a The Gipper, nada mal para alguien a quien desde temprana edad le dijeron que se aleje de la política. No está nada mal.

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