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El Nobel de la Paz se dignifica con María Corina Machado

María Corina ya ha hecho historia. Este es un reconocimiento a la convicción de que una Venezuela libre, aún por la fuerza, es realmente un triunfo de la paz. De que la paz no va necesariamente de la mano de diálogos inertes, sino de la determinación inflexible a que ocurra, realmente (no ficticiamente), y a que prevalezca la libertad

María Corina Machado durante protestas en Caracas en agosto del 2024.

María Corina Machado durante protestas en Caracas en agosto del 2024.AFP

Conozco a María Corina desde hace una década. Su trayectoria ha estado determinada por su lucha contra un sistema opresivo y despiadado. Ella no tenía la necesidad. Pudo haberse ido fuera de Venezuela, cuando las cosas se pusieron feas, a vivir cómodamente en Madrid o Nueva York. Pero ella optó por continuar.

Su compromiso le ha salido caro. Como a quien enfrenta no es un simple régimen sino a un cártel del narcotráfico —dirigido por Maduro, ha perdido mucho. Por ejemplo, su familia perdió gran parte de su patrimonio, expropiado por el chavismo. El régimen le prohíbe salir del país; entonces, perdió el abrazo con sus hijos, porque ya no los ve. Perdió a su familia cerca, que tuvo que huir de Venezuela, acosada por la tiranía —incluso su madre, octogenaria, fue acosada y tuvo que salir clandestinamente del país. 

Hay cosas que la gente no sabe de lo dolorosa que ha sido esta lucha para ella. Y, seguro, hay miles de cosas que yo tampoco sé. Es decir, ha perdido mucho más de lo que todos nos imaginamos.

Hoy lleva más de un año en la clandestinidad. Como ella misma lo cuenta: "Sin ver siquiera a alguien a los ojos". Es paradójico, porque justo antes de resguardarse hizo una campaña por varios meses, contra todos los obstáculos que le impuso el régimen, que le permitió el abrazo de cientos de miles de venezolanos, incluso en el pueblo más remoto y amenazado por el chavismo.

Venezuela salió a abrazarla luego de años de apatía. Porque María Corina también logró eso: sacar al venezolano de la apatía y hacerle creer en que sí era posible la liberación de Venezuela. Que valía la pena esperanzarse. Y esa esperanza, ahora, sobre todo gracias al apoyo de la Administración Trump, está dando frutos.

Hoy el Comité del Nobel decidió otorgarle el Premio Nobel de la Paz. Al anunciarlo, dijeron que se lo dan a "una valiente y comprometida defensora de la paz: a una mujer que mantiene encendida la llama de la democracia en medio de una oscuridad creciente".

Es muy emocionante. Muchos hemos atestiguado su lucha y es verdaderamente conmovedor que, tras años duros e implacables, se reconozca su labor y la legitimidad de la causa que lidera. Porque al final es eso: este es un reconocimiento a la convicción de que una Venezuela libre, aún por la fuerza, es realmente un triunfo de la paz.

De que la paz no va necesariamente de la mano de diálogos inertes, sino de la determinación inflexible de que ocurra realmente (no ficticiamente), y de que prevalezca la libertad. Es un reconocimiento a las causas justas, pero también a las guerras justas. Un reconocimiento de la severidad moral y la resistencia a transar principios. Es un reconocimiento al sacrificio, a la aspiración de trascendencia, que debería determinar la vida de todo hombre.

María Corina Machado ya ha hecho historia. Al momento de la llamada, cuando se lo notifican, dice que este premio no es de ella sino de todo un movimiento y que todavía falta lograrlo. No. El premio es de ella. Es un reconocimiento a ella, porque —aunque todavía falta lograrlo—, se puede lograr. Y si se puede lograr, es por ella.

El Nobel, que no siempre ha acertado en sus decisiones, hoy se dignifica. Ha vuelto la razón. El Comité ha hecho lo correcto. Para nosotros, los venezolanos, es un orgullo. Es difícil contener la emoción. Seguramente, hoy millones en Venezuela querrán salir a festejar. Al menos querrán expresarse en las redes sociales. La gente debe saber que no podrán. Corren el riesgo de la represión. Pueden ser desaparecidos. Precisamente, por esa realidad, es que hoy en Noruega han hecho lo correcto.

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