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Qatar, un mal innecesario

La estrategia de Qatar es clara: generar problemas y desestabilización, y luego ofrecerse como la solución para el caos y la muerte que él mismo provoca. Doha no sólo es un mal innecesario, es un mal absolutamente destructivo.

Tamim bin Hamad al-Thani, emir de Qatar

Tamim bin Hamad al-Thani, emir de QatarGavriil Grigorov / AFP

Qatar se ha posicionado como un actor clave en el tablero geopolítico de Oriente Medio, presentándose como un puente entre Occidente y los actores más controvertidos de la región. Sin embargo, la percepción de que este pequeño emirato es un mal necesario para la diplomacia internacional es extremadamente problemática. 

Lejos de ser un mediador neutral, Qatar juega un doble juego: cultiva relaciones con potencias occidentales mientras financia y protege a grupos que desestabilizan la región, manipulando conflictos para luego presentarse como su salvador. 

Como todo manipulador, Qatar tiene un objetivo claro: desestabilizar Occidente a largo plazo, socavando sus valores y estructuras democráticas con una estrategia paciente y calculada. Esta ambición, combinada con su historial, pone en entredicho la idea de que depender de Doha es inevitable.

Por un lado, Qatar mantiene lazos estratégicos con Occidente. Alberga la base militar estadounidense de Al Udeid, una de las más importantes en la región, y ha firmado acuerdos comerciales y de defensa con países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Esta relación le otorga una fachada de aliado confiable, un socio que ofrece estabilidad en un Oriente Medio volátil. 

Incluso recientemente Qatar ha ofrecido al Gobierno de Estados Unidos un avión de lujo. El presidente Trump negó que se tratara de un regalo personal, sino de una donación para el Departamento de Defensa del país norteamericano. Como sea, se trata de un intento de influir en Washington. 

El financiamiento de Qatar a grupos terroristas

Qatar ha sido acusado durante años de financiar a grupos terroristas, incluyendo a Al-Qaeda, ISIS, Frente Al Nusra, Hamás y los Hermanos Musulmanes, una organización islamista radical con influencia en varios países árabes. 

Además, su apoyo financiero y logístico a Hamás no es ningún secreto. Doha no sólo ha ofrecido y ofrece refugio a líderes de esa organización terrorista, sino que ha canalizado millones de dólares al grupo, supuestamente para ayuda humanitaria en Gaza, pero que en la práctica han fortalecido su capacidad militar.

El caso de Edan Alexander, un rehén con doble nacionalidad estadounidense e israelí liberado recientemente tras una serie de negociaciones en las que Qatar participó como mediador, ilustra perfectamente esta hipocresía. Doha se ha mostrado como un facilitador de su liberación y de la paz. Pero esta narrativa ignora un hecho crucial: el secuestro de Alexander por Hamás fue posible, en parte, gracias al respaldo financiero y político de Qatar al grupo. Es como si un pirómano exigiera gratitud por apagar parcialmente el incendio que él mismo provocó. 

Qatar no es un mediador desinteresado; es un actor que contribuye a crear los conflictos en los que luego interviene para ganar influencia y evitar ser blanco de Occidente.

La estrategia de Qatar es clara: generar problemas y luego ofrecerse como la solución. Su apoyo a los Hermanos Musulmanes y a Hamás ha alimentado inestabilidad en Egipto, Libia, Siria y Gaza, donde estos grupos han desatado violencia y polarización. 

La financiación de Qatar en las universidades de EEUU

Más allá de Oriente Medio, Qatar ha sido señalado por financiar protestas pro-Hamás y una narrativa antiisraelí en universidades de Estados Unidos.

Estas manifestaciones antisemitas, en las que incluso se ha acosado y agredido a estudiantes judíos, han recibido un respaldo económico y logístico de redes vinculadas a Doha, camufladas de donaciones, con el objetivo de amplificar narrativas antiisraelíes y antioccidentales

Este financiamiento encubierto es parte de una estrategia más amplia para desestabilizar Occidente, no mediante una confrontación directa, sino a través de una erosión lenta y deliberada de sus instituciones y valores. Qatar se toma su tiempo, operando con paciencia para maximizar su influencia mientras minimiza las represalias.

El mal innecesario

Este juego manipulador le permite mantenerse en el centro del escenario geopolítico, evadiendo consecuencias por su papel en el financiamiento del terrorismo. La comunidad internacional, especialmente Occidente, cae en esta trampa al tratar a Qatar como un mal necesario, un aliado imperfecto pero útil en una región caótica.

La realidad es que depender de Qatar perpetúa un ciclo de violencia e inestabilidad. Los fondos que Doha destina a grupos como Hamás y a movimientos que fomentan el terrorismo y buscan desestabilizar, no sólo prolongan conflictos, sino que causan sufrimiento y muerte a miles de personas.

En lugar de aceptar a Qatar como un mal necesario, la comunidad internacional debería presionar para que rinda cuentas por su doble juego. Esto implicaría sanciones más estrictas, un escrutinio riguroso de sus flujos financieros y una reevaluación de su rol como mediador. 

Qatar no debería ser recompensado por apagar a medias los incendios que ayuda a encender. Su estrategia de manipulación, disfrazada de diplomacia, no sólo es inmoral, sino que socava cualquier posibilidad de una paz duradera en Oriente Medio y amenaza la estabilidad de Occidente. Es hora de dejar de ver a Doha como un mal necesario y empezar a tratarlo como lo que es: un actor que prospera en el caos que él mismo fomenta, con el objetivo último de debilitar al mundo libre desde las sombras.

Occidente debe presionar a Qatar para que se una a los Acuerdos de Abraham para normalizar sus relaciones con Israel, ponga fin a su financiación y apoyo al terrorismo o enfrentar las duras consecuencias que hoy enfrenta Irán.

Actualmente, Qatar no sólo es un mal innecesario, es un mal absolutamente destructivo.

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