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La volátil imprevisibilidad de Trump: ¿un peligro para Israel?

¿Está Trump dispuesto a sacrificar la seguridad de Israel en aras de una victoria diplomática? ¿La presión por "cerrar el trato" podría estar impulsándolo a considerar concesiones por su ansiedad de dejar una marca imborrable en Medio Oriente?

Trump y Netanyahu

Trump y NetanyahuAFP/Saul Loeb.

La política exterior de Donald Trump durante su primer mandato se distinguió por un eje sólido: su firme respaldo a Israel. Los Acuerdos de Abraham representaron un éxito estratégico innegable, fortaleciendo alianzas regionales cruciales para contrarrestar la influencia de Irán y debilitando al régimen teocrático mediante una política de sanciones de "máxima presión" que lo dejó en una situación precaria. Trump demostró una clara visión al reconocer el acuerdo nuclear de Obama como un error grave, que no solo permitía el enriquecimiento de uranio, sino que también inyectaba recursos financieros a la Guardia Revolucionaria, facilitando el apoyo a sus proxies como Hamás y Hezbolá. La estrategia de "máxima presión" estuvo cerca de desestabilizar al régimen iraní.

Desgraciadamente, con Biden resurgió la ilusión de una "normalización" con Irán. Su Administración ha ejercido presión sobre Israel en medio de la guerra de Gaza, llegando incluso a oponerse a la entrada de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en Rafah. En consecuencia, el regreso de Trump generó expectativas de un renovado impulso a los Acuerdos de Abraham y una postura resuelta frente a Irán, especialmente tras los eventos del 7 de Octubre y el inédito ataque directo iraní contra el territorio israelí. Pero han pasado más de 100 días de su Gobierno, y sus acciones esbozan una línea preocupantemente errática tanto con respecto a Irán como a Israel, reminiscentes de lo que está ocurriendo con Ucrania.

Idas y vueltas de la Casa Blanca

El multipropósito y ubicuo enviado especial Steve Witkoff lidera las negociaciones con Irán, aunque por momentos parece no comprender que su misión es no permitir ningún enriquecimiento de uranio. La sugerencia de aceptar un límite del 3,67% reproduce el error central del acuerdo de 2015. Esto lo comprendió cabalmente el secretario de Estado, Marco Rubio, que sostuvo que no se debe permitir ningún enriquecimiento. El propio Trump se mostró categórico al afirmar que si Irán persiste en el desarrollo de un arma nuclear, la situación sería "muy triste" y que Estados Unidos no tendría otra opción más que impedirlo. Pero en otro momento y ante la consulta de si Irán podría mantener un programa de enriquecimiento civil, su respuesta fue ambigua al sostener que no tenía una decisión tomada al respecto.

Paralelamente, un evento hizo sonar todas las alarmas: el anuncio de la tregua con los hutíes, circunscrita únicamente a los intereses estadounidenses. Trump anunció un alto el fuego, argumentando que los hutíes no querían luchar, una capitulación improbable que habla a las claras de cierta ingenuidad, por lo menos, del presidente en la comprensión de estos actores. Por supuesto que los drones hutíes continúan activos, y el propio Departamento de Defensa ha expresado escepticismo en que el grupo abandone sus ataques. Además, los hutíes han recrudecido sus ataques contra Israel. Este cese de los ataques aéreos contra Yemen, anunciado sin siquiera informar a Israel, resulta alarmante.

Para mayor desconcierto, existen denuncias periodísticas que sugieren que Witkoff estaría manipulando a las familias de los rehenes para presionar al primer ministro Benjamin Netanyahu. Estas versiones sostienen también que son sólidas las negociaciones de Trump con Arabia Saudita para un programa nuclear civil sin exigir como condición un acuerdo de paz con Israel. Este giro representa un cambio radical que socava la posibilidad de normalización entre Jerusalén y Riad. Si bien un pacto de este tipo enfrentaría serias dificultades en el Senado, la presión sobre Netanyahu es real y creciente.

Las recientes acciones de la Administración Trump, como las negociaciones directas entre Adam Boehler y Hamás sobre la liberación de rehenes estadounidenses a espaldas del gobierno israelí, y la "invitación" de Trump a Netanyahu para anunciar junto a él el inicio de conversaciones entre Steve Witkoff y el canciller iraní, generan profunda preocupación en Jerusalén. Estos mensajes confusos desde Washington sugieren un presidente ansioso por alcanzar un acuerdo que evite una intervención militar directa en Irán, a cualquier costo.

Preocupación e incertidumbre en Israel

El inminente viaje de Trump a Arabia Saudita, en busca de acuerdos de armas, alianzas tecnológicas y promesas de inversión, excluyendo a Israel, blanco directo del odio teocrático iraní, es sintomático. Si bien se ha delegado una visita a Jerusalén al secretario de Defensa, Pete Hegseth, la ausencia de Israel en la gira principal es inquietante. La cumbre coincide con una nueva ronda de negociaciones con Irán, lo que dificulta mantener a este último fuera del foco.

El régimen iraní ha intensificado su disposición a negociar con la Administración Trump, intentando proyectar una imagen de intenciones genuinas o inofensivas. Sin embargo, nadie duda de que detrás de esta disposición se esconde la desesperación del régimen por sobrevivir y continuar su agenda de terror expansionista. Su objetivo primordial es el levantamiento de las sanciones y ganar tiempo para avanzar secretamente con su programa nuclear y esperar a que Trump o su sucesor tengan una agenda lo suficientemente aislacionista como para permitirle lograr sus objetivos en la región. Demasiado está en juego si se adoptan estas estrategias fallidas.

Es crucial recordar que la raíz del conflicto regional reside en Teherán. Pero desde su fundación en 1979, la República Islámica nunca ha estado tan debilitada como ahora. La acción militar israelí le ha infligido un daño significativo y atraviesa un momento de gran vulnerabilidad. A esto se suma el retroceso de sus aliados regionales, la disminución de los ingresos petroleros y una economía iraní al borde del colapso, con un costo de vida insostenible y un creciente descontento social que abre la posibilidad real de un levantamiento nacional. Para Teherán, un acuerdo con Occidente no es más que un salvavidas para aliviar la presión económica, contener el malestar interno, obtener legitimidad política internacional y asestar un golpe psicológico a quienes dentro y fuera del país consideran al régimen ilegítimo.

La República Islámica, que oprime a su pueblo desde el golpe de Estado que la impuso en el poder, encarna una estrategia que se basa en la búsqueda de obtener armas nucleares, una creciente carrera armamentística, el apadrinamiento de aliados proxies terroristas y milicias extranjeras. El accionar de la inteligencia iraní sobre su diáspora en occidente no hace más que confirmar el peligro que el régimen representa a escala global. En el corazón de Teherán, en la llamada Plaza Palestina, el reloj digital con la cuenta regresiva que señala cuántos días, horas y minutos faltan para la "destrucción de Israel", fijada por el régimen iraní para el año 2040, es una declaración de intenciones oficial, visible, pública y permanente. Un monumento al anhelo de aniquilación.

Ese reloj resume en números lo que la teocracia iraní grita con palabras y actos desde 1979: que Israel y Estados Unidos son enemigos existenciales, el "Pequeño Satán" y el "Gran Satán". Un odio cuidadosamente cultivado, sistemáticamente enseñado, y estratégicamente desplegado como herramienta de cohesión interna. Trump no debería perder de vista este detalle.

Si bien no se puede afirmar que Trump está abandonando a Israel, el confuso y errático manejo de su Administración genera preocupación e incertidumbre. En este contexto, resulta imperativo que Israel se concentre en concluir la guerra en Gaza por si el panorama cambia negativamente para la pequeña nación judía. Por ejemplo, la propuesta de establecer relaciones diplomáticas a cambio de "concesiones significativas" para los palestinos, parece invertir la lógica de la campaña y de los primeros días del Gobierno de Trump II, en las que prometía un infierno si no se devolvían los rehenes.

¿Está Trump dispuesto a sacrificar la seguridad de Israel en aras de una victoria diplomática? ¿Su necesidad de acumular logros internacionales lo está volviendo vulnerable a los espejismos de un Premio Nobel de la Paz? La presión por "cerrar el trato" podría estar impulsándolo a considerar concesiones por su ansiedad de dejar una marca imborrable en Medio Oriente.

Trump: recuerde lecciones del pasado

La ingenuidad que se vislumbra augura un desastre potencial. Ceder a la idea de un Estado palestino como precio por la normalización con Arabia Saudita implicaría abrir la puerta a una entidad fallida, naturalmente corrupta, otro santuario yihadista que niega el derecho a existir de Israel. Sería entregar a Irán, Hamás y sus aliados una ventaja geopolítica gratuita y otorgarles legitimidad.

Mientras Hamás continúa recibiendo el apoyo de Teherán, Israel enfrenta presiones para escalar o contener el conflicto. La cumbre en Riad se erige como un intento de proyectar poder y contener una potencial escalada bélica. Las tensiones se agravan, y Trump se enfrenta a un dilema crucial: cómo construir un nuevo orden regional sin que sus movimientos debiliten a Israel y fortalezcan al régimen iraní.

Trump debería recordar que su mayor logro exterior residió en comprender que la paz en Medio Oriente no se construye premiando el terrorismo. Pero su desesperación por obtener resultados podría llevarlo a escuchar con demasiada atención promesas ilusorias de estabilidad y reconocimiento, sin percatarse de que estos cantos de sirena lo conducen a una rendición estratégica disfrazada de astucia.

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