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La “diplomacia de rehenes”, un juego que no sabemos jugar y no podemos ganar

Secuestrar a una persona y usarla de escudo para doblegar a un contrincante es un tipo de acción que ha existido desde que existe la guerra. En todos los casos, lleva la ventaja quien valore menos la vida de propios y ajenos.

Terroristas de Hamás en GazaMahmud Hams / AFP.

La llamada “diplomacia de rehenes” ha sido un recurso explotado magistralmente por Irán desde que el régimen de los ayatolas se apoderara del país en 1979. Desde entonces no ha dejado de implementarlo y de exportarlo como doctrina de guerra para sus aliados, sean estos autocracias o grupos terroristas. En estos días, el caso de la periodista italiana Cecilia Sala, detenida arbitrariamente en Irán para ser intercambiada con el agente iraní Mohammad Abedini; es muestra cabal de la supremacía absoluta que, en este juego, tienen los personajes más nefastos de la geopolítica mundial.

Reconocer esta supremacía diabólica y generar tácticas y estrategias para combatir esta debilidad debió haber sido una premisa fundamental de las democracias liberales en su lucha por preservar su sistema de valores y modelo de vida, frente a sus enemigos. Pero Occidente está en retroceso a la par del avance de los modelos más atroces, y su deseo de ganar se convirtió en realidad en una voluntad de apaciguamiento, de statu quo, de tolerancia a todas las culturas de la muerte. Occidente dejó de hacer su trabajo mientras sus enemigos avanzaban y ahora la diplomacia de rehenes, además de representar un problema de derechos humanos es un gigantesco problema de seguridad.

Secuestrar a una persona, mantenerla cautiva, dañarla dosificadamente para mantenerla viva y usarla de escudo para doblegar a un contrincante es un tipo de acción que ha existido desde que existe la guerra. En todos los casos, lleva la ventaja quien valore menos la vida de propios y ajenos. En una cultura basada en el respeto a los derechos humanos, tal caso de las democracias liberales, la desventaja frente a quienes usan incluso las cunas de sus propios hijos como cuartel de guerra, es abismal.

Pero en las últimas décadas y particularmente en este siglo, la diplomacia de rehenes ha pasado a ser un sistema bélico muy aceitado por las autocracias y el yihadismo mundial. Desde masacres seguidas de secuestros como los que ocurren a cotidiano perpetradas por los grupos islamistas en diversas zonas de África o el ejemplo cabal del ataque del 7 de octubre a Israel; hasta incidentes de detención injusta que las dictaduras organizan instrumentalizando su justicia penal amañada para tomar rehenes bajo la apariencia de la ley; se trata de un mecanismo creciente que ha dado significativos logros a los enemigos de Occidente. Algunos intercambios son de uno a uno, mientras que el islamismo suele obtener un conjunto más amplio de concesiones como parte de acuerdos de apaciguamiento geopolítico.

Las víctimas de la diplomacia de rehenes son amplísimas, se secuestran diplomáticos, periodistas, ciudadanos con doble nacionalidad, trabajadores humanitarios, familias, artistas, mayormente se trata de civiles que deberían estar fuera de las acciones de guerra.

Demás está decir que hacer que los rehenes vuelvan a casa es de vital importancia para los países democráticos. Sólo ponerse en lugar tanto de las víctimas como de sus familias quita la respiración, hablamos de un dolor insoportable, y de una herida social que no sana. Se trata también de un tema que se instala en la conversación pública, mucho más que cualquier otra acción de guerra convencional. Por eso, frecuentemente se pierde de vista el hecho de que esta es una acción de guerra. Por cierto una de las preferidas de quienes no rinden cuentas al Estado de Derecho internacional.

Por ejemplo, recientemente Rusia intercambió a un grupo de rehenes detenidos arbitrariamente, sin debido proceso y arrumbados en prisiones sin la menor humanidad. A cambio se trajo de vuelta a sus espías y asesinos. El acuerdo salió bien para Putin, que sabe moverse impunemente en el terreno de los hechos consumados de la geopolítica. Esta política expone a un riesgo real a todas aquellas personas que pisen suelo bajo la injerencia rusa y que puedan ser instrumentalizadas por Moscú.

Nicolás Maduro tiene cautivas a personas de Estados Unidos, Ecuador, Argentina y varias otras naciones que viene utilizando para intercambiar por delincuentes del régimen como los narcosobrinos, engañando hábilmente a Gobiernos como el de Estados Unidos. Incluso tiene sitiada cruentamente, como si se tratara de un asedio medieval, a la embajada argentina en Caracas, donde se encuentran refugiados líderes opositores sometidos a privaciones inhumanas.

Que un Gobierno de criminales ágrafos como el venezolano pueda burlar a las diplomacias de otras naciones en donde rige el Estado de Derecho, deja en evidencia las profundas debilidades de una doctrina bélica que se resiste a enfrentar un diagnóstico serio sobre el futuro inmediato de la guerra en el mundo.

Así las cosas, se abre un abismo para Occidente en lo referido a la diplomacia de rehenes, porque sus enemigos usan en su contra su propia escala de valores. Mientras la diplomacia de rehenes avanza, Occidente apenas atina a hacer control de daños y gestos de grandilocuente impotencia.

El caso del último acuerdo entre Israel y Hamas, patrocinado por Estados Unidos y Qatar; se inscribe en esta lógica. Israel es un país militarmente superior, que ha realizado una proeza bélica en simultáneo en varios frentes, soportando además la presión de sus propios aliados para impedir una victoria absoluta, y resulta que es obligado a sentarse a negociar con un enemigo descabezado, casi fulminado y que además no está sujeto ni al escrutinio ni a las reglas de los códigos de guerra internacionales.

Para dimensionar el despropósito, es necesario imaginar a los aliados siendo obligados a sentarse a negociar en igualdad de condiciones con un Hitler derrotado que no puede sacar la nariz de su búnker. Impensable, ¿verdad? Algo demencial ha pasado con occidente que ya no se atreve a ganar guerras. Sin esta autoinfligida debilidad sería incomprensible el avance de la diplomacia de rehenes.

Al momento de escribir estas líneas, el acuerdo ha pasado ya por varias idas y venidas, se lo ha dado por cerrado, luego caído y luego vuelto al ruedo, de modo tal que resulta imposible saber cómo puede terminar dada su complejidad y fragilidad. Pero saliendo de la vertiginosa coyuntura de estas horas, a largo plazo lo que hay que analizar es que estemos hablando de un “acuerdo” con un enemigo derrotado que impone condiciones; todo gracias a la diplomacia de rehenes.

En principio, lo que ha trascendido del acuerdo cuya letra chica sigue en penumbras, resulta tan injusto, desigual e incoherente que quienes lo defienden desde el lado de Israel y Estados Unidos, lo hacen bajo la presunción de que hay “algo más que no sabemos”, una especie de plus que lograría empatar el tablero inclinado. Para colmo, está estructurado en tres fases interdependientes cuyo cumplimiento no es claro, como tampoco lo es el fin de la guerra o incluso la duración del alto el fuego.

Pero desde su anuncio, las divisiones dentro de la sociedad israelí se profundizaron, en cambio los festejos dentro de la sociedad gazatí se hicieron evidentes. Miles de “civiles” palestinos salieron a las calles a mostrar su algarabía; mientras que en Israel las marchas en Jerusalén contra el acuerdo se contrastaban con las de Tel Aviv a favor del mismo.

Las tiranteces políticas surgidas de este acuerdo han vuelto a poner en evidencia la endeble situación de la coalición gobernante israelí, dentro de la que muchos dirigentes señalan lo evidente: Sinwar, el cerebro del 7 de octubre, fue liberado en un intercambio de rehenes anterior. Cada intercambio de rehenes predice el secuestro y la masacre de israelíes en el futuro.

La otra verdad incómoda resulta de la constatación de que los objetivos de la guerra en Gaza eran una entelequia. No se podía arrasar con Hamas y a la vez garantizar la vida de todos los rehenes. Esto Sinwar lo planificó desde el comienzo, por eso sus órdenes fueron llevarse rehenes a como diera lugar, por eso se vio a soldados palestinos bien pertrechados hacerlo, pero también a desarrapados freelancers de rapiña haciendo su faena, hasta esas hienas descerebradas comprendieron cuáles eran las reglas del juego.

Hamas necesitaba a los rehenes para su supervivencia y ni siquiera con la destrucción sufrida en estos meses estuvo dispuesto a entregarlos; mientras que los israelíes se enfrentaron no sólo a las divisiones ideológicas sino al desgarrador dilema de seguir perdiendo a cientos de sus hijos en la guerra o dejar a los rehenes en manos de un enemigo atroz. Las sabias palabras de Golda Meir sobre que los enemigos de Israel odian más a los israelíes de lo que aman a sus hijos, cobra en este dilema, particular sentido.

La agitada coyuntura política estadounidense del año que pasó fue también determinante en la guerra de Oriente Próximo. Discursivamente, Biden y Trump estuvieron enfrentados en lo que se refiere a las formas de “apoyar” a Israel. A pocos días de la toma de poder de Donald Trump, el acuerdo parece destinado a brindar al presidente electo una ventaja inicial que lo posicione estratégicamente en la región, y a Israel del mismo modo como su aliada.

Mucho se ha hablado de reeditar un escenario reaganiano, en alusión al 20 de enero de 1981, cuando en su toma de poder, Ronald Reagan logró una victoria contundente en la guerra contra el islamismo.

Cuando el ayatolá Jomeini derrocó al Sha de Irán a comienzos de 1979, instauró un régimen islamista con el objetivo de aplicar la sharía. A fines de 1979, sus seguidores tomaron la embajada de Estados Unidos en Teherán, pidiendo como moneda de cambio la entrega del sha Mohammed Reza Pahlavi. Este hecho alentó atentados islamistas contra norteamericanos en África, Oriente Próximo y Asia. Carter, que estaba de salida, adoptó estrategias de apaciguamiento y las eternas sanciones económicas, en cambio Ronald Reagan, como presidente electo, adoptó una postura amenazadora. Su política sin concesiones logró que ese día la flamante dictadura de la República Islámica de Irán liberara a los rehenes estadounidenses luego de más de 400 días en los que fueron cautivos.

Pero la historia de Reagan no será repetible en base a este acuerdo, ya que la mayoría de los rehenes permanecerá en manos de Hamas cuando Trump asuma el 20 de enero. No obstante, según los detalles que se conocen, Israel habrá cumplido con ese escenario deseado por Donald Trump, posiblemente a cambio de un posicionamiento mejor respecto de otras cuestiones regionales, como la mejora en el flujo de armas y fondos, la destrucción del programa nuclear de Irán, el apoyo para un área de amortiguamiento tanto en Siria como en el Líbano, el avance en los Acuerdos de Abraham o un cambio de dirección y política en ONU o la CPI.

Sin embargo, es crucial enfrentar los hechos que el acuerdo traerá aparejados: decenas de rehenes, vivos y muertos, permanecerán en Gaza. Los israelíes seguirán enviando a sus soldados a la guerra sin saber para qué sirvieron todos sus sacrificios. No es claro hasta dónde se mantendrá el control sobre el Corredor Filadelfia, pero la retirada de las tropas garantizará que Hamás sobreviva, sobre todo si se abandona el Corredor Netzarim. La liberación de terroristas no sólo es una amenaza a la seguridad, sino también la propaganda que Hamás necesita para obtener mano de obra, legitimidad y lealtad.

La toma de rehenes se habrá transformado en el mejor método de “resistencia” palestina. Las marchas en Occidente a favor de “la causa palestina” ya han mostrado que esta narrativa tiene el apoyo de la izquierda mundial.

El acuerdo aumenta la ayuda humanitaria, diariamente entrarán en Gaza 600 camiones con suministros que serán de nuevo apropiados por Hamas para ampliar su poder de sometimiento y reclutamiento. Hamás, aún menguado, quedará en el poder, y la Autoridad Palestina no podrá volver a gobernar el territorio que la organización terrorista le arrebató. O sea que, ante los ojos palestinos, en Judea y Samaria Hamas seguirá aumentando su prestigio. Qatar, Estado patrocinador del terrorismo, financista del yihadismo global en universidades y medios occidentales, valedor y protector de Hamás, ganará influencia en EEUU y en Oriente Próximo, aún cuando decaiga la influencia de Irán.

En una contienda de egos, el presidente electo y el saliente se han adjudicado el “éxito” del acuerdo que con todas las incertidumbres, sin dudas ofrece esperanzas a las familias de los rehenes. Se sostiene que Hamas cedió en tres de sus cuatro demandas clave, sin tener en cuenta la lógica de negociación propia de un shuk (mercado árabe) en la que se exageran los términos del intercambio para no perder durante la negociación. Que la organización terrorista esté imponiendo aunque sea una sola condición es un triunfo de su parte. Después de más de un año de guerra, la capacidad de Hamas para dictar las condiciones es lógico que se vea reducida, pero para su propia reconstrucción sólo necesitan vender el acuerdo como una victoria. Con esto y el dinero que ya empezó a fluir a las organizaciones palestinas de parte de la Unión Europea y organismos internacionales, la reconstrucción comenzará.

La imagen de los soldados de Hamás festejando en Gaza, después de disimular vestidos de civil pone de relieve la amenaza que representan, Hamás ha sufrido pérdidas que celebra como martirios, no va a llorar a sus muertos, lo va a instrumentalizar como lo hizo siempre, su capacidad para reagruparse sigue existiendo.

En este sentido, este acuerdo refuerza el hecho de que la diplomacia de rehenes produce beneficios tangibles, por eso la diplomacia de rehenes, a escala global, ha ido en aumento; tanto de parte de las autocracias como de parte de grupos terroristas y abre el camino para que se convierta también en un rentable negocio geopolítico que pueda ser tercerizado. Es así como se verá la guerra en los próximos años, y el mundo libre debe plantearse seria y urgentemente una doctrina bélica realista. Caso contrario, vendrán más 7 de octubre, y no ocurrirán sólo en Israel.

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