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El largo, tortuoso y virtuoso camino de Kevin McCarthy

Obligar a los políticos a negociar es una gran idea.

Kevin McCarthy y Jim Jordan / Cordon Press.

Kevin McCarthy y Jim Jordan / Cordon Press.

Quince votaciones ha necesitado Kevin McCarthy para convertirse en el Speaker de la Cámara de Representantes, en el 118 Congreso. No ha alcanzado la cota de los 218 votos, umbral que supone la conquista de más de la mitad de la Cámara, pero los 216 síes, con las abstenciones necesarias, han sido suficientes.

Kevin McCarthy ha llegado hasta aquí negándose a negociar. Ha querido imponer su plataforma, con sus apoyos y su plan de acción. La primera votación, en la que sólo tuvo el apoyo de 203 congresistas, le mostró que así no iba a llegar muy lejos. Tenía en frente a un grupo con la disposición y las agallas suficientes para hacerle tragar su orgullo, pero McCarthy también es un duro negociador. Se mantuvo en su posición hasta que el número de votaciones alcanzó la decena.

Puede que esta votación le huela a McCarthy como aquella colina anegada de napalm para el teniente coronel Kilgore, pero ha sido una victoria bregada, trémula y frágil. Todos los medios destacan que el liderazgo de la Cámara tiene escaso contenido, y que el control se le escapa de las manos.

Ha tenido que ceder en tres grandes aspectos. El primero de ellos es el control del gasto. Joe Biden está batiendo todos los récord de gasto. Sólo hasta octubre, la espectacular carrera de gasto había supuesto para cada americano un endeudamiento de más de 36.000 dólares. Y eso que no había podido aprobar la ley omnibus por valor de 1,7 billones de dólares. La primera lucha que va a tener que librar McCarthy, con los congresistas republicanos como un solo hombre, es el nuevo techo de deuda. El Freedom Caucus, que ha organizado la oposición y ahora mantiene el control de la presidencia de McCarthy de la Cámara de Representantes, le ha exigido que el nivel de gasto se mantenga este año como en 2022. El ogro federal sólo sabe crecer, a no ser que haya políticos dispuestos a impedirlo, y a McCarthy le ha tocado jugar ese papel.

El segundo es el reparto de cargos en los comités. Los representantes en torno al Freedom Caucus (son 52) tendrán un tercio de los puestos. Lo que es más importante es que controlarán el Comité de Normas, y desde allí decidirán qué ley se somete a enmiendas, quiénes pueden presentarlas, y cuándo. Manejarán la agenda legislativa, lo que les otorga poder de negociación. Y pondrán fin a las leyes omnibus, una burla del proceso legislativo.

El tercero es el del propio puesto de McCarthy. Con las nuevas normas, cualquier miembro podrá solicitar su cese. Es la norma con la que los representantes más conservadores tenían aherrojado a John Boehner.

Nancy Pelosi cambió las normas para hacer más difícil poner su puesto en juego, pero la cultura política de los demócratas es distinta a la de los republicanos. Los demócratas apoyarán a su líder con una mayor disposición, mientras que la cultura política republicana está más imbuida de desconfianza hacia el poder, y es más individualista.

No sólo no tenemos que lamentar todo este largo y tortuoso camino que ha conducido a la votación final, sino que es la misma esencia de en qué consiste el sistema político americano. Uno de los mayores críticos de McCarthy, Chip Roy, lo ha expresado así a Jack Tapper en CNN:

Recordemos que un poco de conflicto temporal es necesario en esta ciudad para evitar que esta ciudad arrolle al pueblo estadounidense. (...) Esto no es sólo un camisas-y-pieles, rojo y azul, ya sabes, cosa de dos equipos. Esto es historia... el atrincheramiento bipartidista ha hecho que no tengamos un buen ida y vuelta para sentarnos a la mesa y tratar de lograr cosas

Algo parecido ha dicho Tucker Carlson:

Si quieres ser el segundo en la línea de sucesión a la presidencia en América, tienes que trabajar para ello. Y Kevin McCarthy ciertamente ha trabajado para ello esta semana, pienses lo que pienses de él. Tienes la sensación de que McCarthy se arrastraría desnudo por una alcantarilla para conseguir este puesto. Y eso no es necesariamente un insulto, por cierto. 

El gobierno dividido, heredero del viejo ideal de una constitución mixta, obliga a los poderes a negociar entre sí. A ello hay que sumar que la elección de los legisladores se hace en circunscripciones uninominales. Un estadounidense que no conozca profundamente la política europea no puede hacerse a la idea de hasta qué punto cuando el votante no puede elegir a su representado, sino a una lista impuesta por un partido, las organizaciones políticas acaparan gran parte del poder que debería estar en las manos del votante.

La negociación hace que se tengan que conciliar posturas e intereses contrapuestos. Eso hace que se refuercen las instituciones y los valores de convivencia. Cuando un partido acapara el poder y no necesita a otro para llevar a cabo su programa, no le importa violentar el respeto al adversario, e incluso el respeto a las instituciones. Pero cuando no hay resolución sin un acuerdo entre distintos, ocurre lo contrario: las partes vigilan que las normas que les protegen a ellos cuando están en minoría se mantienen.

Negociación privada y debate público no son lo mismo, pero cuando las instituciones favorecen la primera, el segundo es difícil de evitar. Todas las partes se ven en la necesidad de explicar a la opinión pública las razones que les asisten. Ganamos todos.

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