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La Fatwa de Rushdie, más vigente que nunca: la yihad global contra el Occidente libre

Es notable el esfuerzo que nuestra civilización ha puesto en disimular u olvidar los patrones y móviles comunes que hilan los ataques como los que padece el escritor desde 1988.

Salman RushdieTobias Schwarz / AFP

El 2 de noviembre de 2004, Mohammed Bouyeri persiguió con su bicicleta, interceptó y decapitó al cineasta Theo Van Gogh, en Ámsterdam. El pecado del artista fue haber filmado a la somalí disidente del islam Ayaan Hirsi Ali. Bouyeri tuvo tiempo de dejar, en el cuerpo de Theo, un mensaje con amenazas de muerte contra Ayaan clavadas con el cuchillo homicida.

Años después, el 7 de enero de 2015, minutos antes del mediodía, los hermanos Cherif y Saïd Kouachi, entraron a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo, que había publicado ilustraciones sobre Mahoma, y dispararon al portero Frédéric Boisseau. Acto seguido obligaron a la dibujante Corinne Rey a darles el código de seguridad de la sala de redacción y, al llegar, dispararon al policía Franck Brinsolaro, asignado para proteger al editor Stéphane Charbonnier

Los atacantes buscaban matar específicamente a Charbonnier y a los dibujantes Jean Cabut, Georges Wolinski, Bernard Verlhac y Philippe Honoré. También mataron a los columnistas Bernard Maris y Elsa Cayat, al corrector Mustapha Ourrad y al periodista Michel Renaud, que era un invitado. Los hermanos Kouachi lograron escapar con tanto éxito que se hicieron tiempo para matar al policía Ahmed Merabet, que hacía tareas de custodia. Recién el 9 de enero la policía logró cercarlos y en el tiroteo en el que se enfrentaron murieron ambos hermanos convencidos de la justicia de sus actos. 

En tanto que las autoridades perseguían a los Kouachi, en contacto con estos estaba Amedy Coulibaly, que ese 8 de enero mató a la policía Clarissa Jean-Philippe y tomó a 15 rehenes tratando de negociar la libertad de los hermanos Kouachi. De los 15 cautivos mató a cuatro, antes de enfrentarse con la policía y caer muerto también.

Tiempo después, el 16 de octubre de 2020, Abdullakh Anzorov esperó en la puerta del College du Bois d'Aulne, a unos 30 km de París, que terminara el horario de clases y pidió a los niños que le señalaran al profesor Samuel Paty. Con un cuchillo de 30 cm lo decapitó y publicó en las redes la imagen de la cabeza de Paty. El joven y muy querido profesor Samuel moriría por el pecado de haber dado, unos días antes, una clase sobre la libertad de expresión, y en dicha ocasión haber hablado sobre los hechos ocurridos durante la masacre de Charlie Hebdo.

Ejecuciones como estas, avaladas por el fanatismo islamita, que se cuentan por centenas desde hace mucho, ya se han naturalizado. Hace más de tres décadas, el líder iraní Ruhollah Khomeini emitió un decreto instando al asesinato del escritor Salman Rushdie por escribir una obra llamada Los versos satánicos, que también se refería a Mahoma. 

Luego de esta condena, conocida como fetua o fatwa, se ofreció una recompensa multimillonaria a quien ejecutara la sentencia. Esto significó que Rushdie viviera desde entonces bajo la amenaza de asesinato. El viernes 12 de agosto de 2022, Hadi Matar se subió resueltamente a un escenario donde hablaba Rushdie y lo apuñaló todas las veces que pudo hasta que los que estaban en el evento lo detuvieron. Rushdie ha sobrevivido al ataque, de modo tal que sigue vigente su condena.

No es ni la primera ni la última vez que la yihad global amenaza la vida y la libertad de quienes no se someten a su fanatismo. Pero lo notable es el esfuerzo que nuestra civilización ha puesto en disimular u olvidar los patrones y móviles comunes que hilan estos ataques. 

El libro Los versos satánicos se publicó en 1988, rápidamente comenzaron los atentados y las quemas de ejemplares en todas partes del mundo. Acto seguido comenzaron las prohibiciones gubernamentales. La fetua de Khomeini se hizo pública desde una radio iraní el 14 de febrero de 1989: “Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de Los versos satánicos, un texto escrito, editado y publicado contra el islam, el profeta del islam y el Corán, junto con todos los editores conscientes de su contenido , están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo. Y quien muera por esta causa será un mártir, si Alá quiere. Mientras tanto, si alguien tiene acceso al autor del libro pero es incapaz de llevar a cabo la ejecución, debe informar a la gente para que (Rushdie) sea castigado por sus acciones”. 

Las consecuencias fueron inmediatas y se concatenaron las masacres: el hombre que tradujo el libro al japonés fue asesinado, el que lo tradujo al italiano fue apuñalado y el que lo tradujo al turco sufrió un atentado que consistió en incendiar el lugar en el que 37 personas murieron. El fanatismo asesino nunca se detuvo, aunque la diplomacia y el relativismo cultural insistan en subestimarlo o, en otros casos, justificarlo. 

En 2021, un hombre fue encontrado con un rifle de asalto apuntando a la casa de Masih Alinejad una periodista iraní que lanzó la página My Stealthy Freedom en contra del uso obligatorio del hiyab en la que invita a mujeres iraníes a publicar fotografías con el cabello a la vista. En Irán, después de la Revolución de 1979, las mujeres están obligadas a cubrirse el cabello. 

Las autoridades iraníes ordenaron diez años de cárcel para toda persona que envíe su foto a Alinejad, que denuncia también el silencio cómplice de Occidente para con esas leyes que la quieren muerta por el delito de adornarse el pelo con una flor y que todos puedan verlo. Masih tuvo que salir de Irán para salvar la vida y desde entonces vive en peligro. Un tribunal de Nueva York acusó a los iraníes de ordenar su secuestro por lo que detuvo a Alireza Shavaroghi Farahani, Mahmoud Khazein, Kiya Sadeghi y Omid Noori, denunciados por la Justicia de Estados Unidos como agentes del servicio de inteligencia de Teherán. 

El infierno de estos condenados y asesinados se debe al pecado de escribir, enseñar, sacar fotos, dibujar, hacer películas. 

Casi toda la obra de George Orwell, emblemático denunciante de los totalitarismos, estuvo prohibida en algún lugar en algún momento. Y por cuestiones religiosas, sexuales o ideológicas también se prohibieron obras como Lolita de Nabokov, El guardián entre el centeno de Salinger, El amante de Lady Chatterley de Lawrence o Trópico de Cáncer de Henry Miller. La historia de la censura es infinita y demuestra que, a la larga, no sólo la censura fracasa sino que potencia, mayormente, aquello que se quiere acallar. 

Pero en el corto plazo el daño es brutal. La fetua de Khomeini mostró la impunidad global de los chacales, y la forma en la que saldan sus cuentas con la libertad de expresión, así como la capacidad para inspirar a los monstruos de todo el mundo. Toda esta larga lista de asesinos fanáticos son personas que gozaban de las mieles de la libertad y la tolerancia, sin embargo se radicalizaron tanto como para querer acabar con el sistema que les dio cobijo. No hay justificación victimista que valga ni forma de metabolizar esta paradoja.

En el corto plazo, en la carne de las civilizaciones libres y tolerantes, la fetua es lacerantemente exitosa: el dibujante Rénald Luzier, de la revista Charlie Hebdo juró hoy que no volvería a dibujar a Mahoma. Como si hubieran aprendido la lección, la publicación de la revista ya no repetirá la hazaña de dibujar lo que quieran a su antojo, según declaró Laurent Sourisseau, editor en jefe de la revista. Tiene sentido, no es vida vivir con una condena a muerte a ser ejecutada por fanáticos a la vuelta de cualquier esquina. 

La propia vida de Rushdie se volvió un drama de ocultamiento y violencia. En un evento de literatura en la India se desbarató un plan para asesinarlo en Mumbai que hizo que el evento se convirtiera en un espacio de pánico repleto de fuerzas de seguridad. Rushdie decidió no someter a los asistentes al peligro inminente y no asistió. Donde quiera que fuera había personal armado y autos blindados para su transporte personal. Así ha vivido a cotidiano. 

En un reportaje hecho hace un tiempo, Rushdie dijo: “Tengo la sensación de que, si los ataques contra Los versos satánicos hubieran ocurrido hoy, estas personas (quienes lo apoyaron hace treinta años) no me habrían defendido y habrían usado los mismos argumentos en mi contra, acusándome de insultar a una minoría étnica y cultural”.

Tenía razón Rushdie, no sólo la libertad de expresión ha retrocedido en las últimas décadas, sino que ha crecido el apoyo a la causa del terrorismo antioccidental, permitiendo que esa locura asesina tenga un lugar preponderante en las sociedades libres. 

Esta semana, el anciano escritor debió contar el martirio de su apuñalamiento en el juicio que se desarrolla contra su atacante. Durante su alegato mostró la cuenca vacía del ojo que el terrorista destrozó para satisfacer a las leyes criminales que toleramos en nombre de la diversidad. El cuerpo y la vida rotos de Salman Rushdie son la mejor metáfora de lo que la yihad global le ha hecho al mundo desde que el mundo se rindió y decidió no combatirla. 

Es difícil apelar a la esperanza viendo cómo la barbarie permanece impune y se reproduce. Los atentados se multiplican y su efecto adoctrinador es potente. Todo lo que nos hace lo que somos o defendemos, esa tolerancia con la que abrazamos la diversidad está amenazada de muerte como Rushdie, como Alinejad. Esa capacidad de expresar, que es la condición básica de una vida digna, está siendo decapitada como decapitaron a Paty o a Van Gogh. Estas no son exageraciones, así viven millones de personas en el mundo y cada vez en más lugares, con más violencia y más impunidad. 

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