¿Por qué impulsa Biden un acuerdo inmoral sobre los rehenes secuestrados por Hamás?
La presión del presidente a Israel para que acepte pagar un rescate exorbitante, que además le otorgaría la victoria al grupo terrorista, no sólo esconde motivaciones electoralistas. También es una traición a los intereses estadounidenses.
Un programa de humor nocturno no es el lugar al que se suele acudir para obtener información sobre las perspectivas de estabilidad en Oriente Próximo. Pero la aparición esta semana del presidente Joe Biden en el programa Late Night with Seth Meyers nos dio algo más que otro ejemplo de las contribuciones diarias de la cadena NBC a los demócratas y su campaña de reelección.
La aduladora entrevista sirvió softballs al presidente de 81 años, con la clara intención de socavar las preocupaciones sobre su edad y el declive de sus capacidades. Sirvió, asimismo, para delinear su política internacional. Dejando de lado la vaga retórica del presidente al identificarse como sionista, sus declaraciones sobre su plan para Oriente Próximo mostraron que tiene por prioridad ganarse el favor de la izquierda interseccional de su partido, que desprecia al sionismo y que está bien representada en Hollywood. Trabajar para que los terroristas dejen de suponer una amenaza para los israelíes o los estadounidenses no figura, parece, en su lista de tareas.
Aquello quedó patente en sus comentarios sobre la necesidad imperiosa de un alto al fuego -como parte de un acuerdo para liberar a los rehenes israelíes-, de que Israel detenga su campaña para erradicar los últimos bastiones de Hamás en Gaza y de que los combates se detengan antes del comienzo del Ramadán. También se encuentra embebido en su intención, varias veces repetida, de recompensar la masacre del 7 de octubre con un proceso diplomático que conducirá a la creación de un Estado que los palestinos no desean, pero que pueden utilizar para continuar su campaña genocida contra el único Estado judío del planeta.
Un acuerdo inmoral
Durante casi cinco meses, la comunidad judía ha estado pidiendo la liberación de los rehenes tomados por Hamás durante la masacre del 7 de octubre. De todos ellos. De hecho, la libertad de los secuestrados es uno de los dos principales objetivos de guerra de Israel, junto con la eliminación de Hamás. Pero mientras continúan las negociaciones para la liberación de los más de cien israelíes que siguen cautivos, con una intensa actividad diplomática que involucra a Estados Unidos y Qatar, aliado de Hamás, hay algo que falta en el debate sobre las condiciones propuestas para dicho acuerdo. Falta una brújula moral.
Intercambiar las vidas de civiles israelíes inocentes -secuestrados de sus hogares en medio de una orgía de matanzas, violaciones y torturas masivas- por la de palestinos que han sido condenados por actos de violencia contra judíos, incluido el asesinato, es un concepto extraño e inmoral que ya se ha normalizado. El propio Gobierno de Israel es quien más ha hecho para normalizar esta aberración, debido a su historial de desembolsos exorbitantes para liberar a israelíes retenidos por terroristas. El más reciente fue en 2011, cuando Jerusalén intercambió 1.027 prisioneros -cientos de ellos con las manos manchadas de sangre judía- para conseguir la liberación de Gilad Shalit, un joven soldado que había sido secuestrado por Hamás en 2006. Esa decisión del primer ministro Benjamín Netanyahu pesa ahora sobre las negociaciones actuales no sólo como un terrible precedente, sino como un punto de referencia que Hamás cree que puede superar, hacer parecer una ganga.
El pacto permitirá que Hamás se reagrupe, reabastezca y prepare para continuar su guerra contra los judíos.
Aquello se debe a que Israel parece estar dispuesto a intercambiar un número elevado de terroristas por cada israelí. Las liberaciones se prolongarán durante semanas, como parte de un proceso que permitirá a los yihadistas atormentar a los familiares de los rehenes mientras siguen rezando por la liberación de los suyos -pidiendo, primero, que se encuentren entre los vivos: se cree que docenas han muerto en manos de los terroristas-. Hamás no quiere incluir soldados cautivos -soldadas, sobre todo- en las primeras etapas del posible pacto, prefiriendolo guardarlos como moneda de cambio a tasa más elevada. Además, quiere que una vez liberados, muchos de sus adeptos regresen a la Franja para bañarse en más sangre judía.
Además de los correspondientes terroristas liberados, cada rehén puesto en libertad valdrá para Hamás un día de pausa en la lucha encarnizada y un influjo de suministros, que entrarán como ayuda humanitaria en partes de Gaza controladas por el grupo. Por lo tanto, la libertad de los israelíes no sólo garantizará la impunidad a palestinos responsables de actos de violencia, sino que dejará como principal beneficiario del acuerdo al grupo terrorista -comprometido con la destrucción de Israel y el genocidio de su pueblo-. El pacto le permitirá reagruparse, reabastecerse y prepararse para continuar su guerra contra los judíos.
Con la promesa de Biden de tratar cualquier pausa en el combate como una excusa para trabajar por un alto al fuego permanente, el principal resultado del próximo acuerdo sobre rehenes (e inevitablemente habrá otro) no será tanto un atroz acto de extorsión como una victoria política de Hamás, que consolidará su control sobre Gaza y su lugar como voz del pueblo palestino.
Presión sobre Netanyahu
Sabemos que, en lo que respecta a las familias de los rehenes, ningún precio es demasiado alto. Están en su pleno derecho de abogar por un acuerdo a cualquier precio, nadie debería culparles por hacerlo. ¿Quién no cambiaría el mundo entero por salvar a sus hijos o a otros parientes? Es cierto que la campaña dentro de Israel para forzar a Netanyahu a acceder a las condiciones de Hamás está inextricablemente ligada a la política interna. Al escuchar los discursos en las concentraciones semanales de los sábados por la noche en la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv, como hice recientemente, se podría pensar que es Netanyahu y no Hamás el secuestrador. Que él mismo los retiene en su sótano, en vez de estar emprendiendo desesperadas campañas militares y diplomáticas para recuperarlos.
Pero por sensible que sea el primer ministro a ese tipo de presiones políticas, el aspecto más preocupante de este esfuerzo no procede de las entrañas del Estado judío, sino de su aliado más próximo. Si las condiciones de un acuerdo sobre los rehenes -cuyas perspectivas parecen cambiar cada día, si no cada hora- son ciertas, se trata de un hecho sorprendente, que debería hacer reflexionar a todo el mundo civilizado.
Los rehenes son importantes. Sin embargo, los encargados de mantener el mundo a salvo del terrorismo y de combatir a las fuerzas que amenazan la estabilidad de Oriente Medio no deberían limitarse a la indignación por las condiciones de un posible acuerdo. Deberían usar toda su influencia política, militar, económica y diplomática para garantizar que no ocurra. Una victoria de Hamás en la guerra, sellada por un pacto sobre los rehenes, no sería simplemente una derrota para Israel, sino un golpe devastador para los intereses de Estados Unidos con implicaciones que van mucho más allá del conflicto con los palestinos.
Intereses estadounidenses en juego
Sin embargo, es exactamente el resultado que el presidente de Estados Unidos parece interesado en conseguir. Normalmente, la influencia de Hamás sólo dependería del número de rehenes que tiene en su poder. Pero en estas negociaciones cuenta con otras bazas: tiene un movimiento internacional de simpatizantes -conscientes e inconscientes- y un gobierno estadounidense que está más deseoso de poner fin a la guerra que de eliminar al grupo que la inició con las atrocidades indescriptibles del 7 de octubre.
Biden se ha esforzado por complacer a los votantes que apoyan a Hamás. Los resultados de las primarias demócratas en Michigan, en las que el 13,2% de los votantes votaron "uncommitted", no harán sino aumentar la presión sobre él para que haga más por apaciguar a quienes consideran imperativa la supervivencia del grupo terrorista.
En un acto de ironía involuntaria, Biden afirmó durante su aparición nocturna que su probable oponente en noviembre -el expresidente Donald Trump- era el candidato de las desacreditadas "viejas ideas". Sin embargo, la postura de Biden sobre Oriente Próximo y su insistencia en que Israel debe, tarde o temprano por el bien de su "supervivencia", aceptar una solución de dos Estados es la proposición política más antigua y desacreditada que se pueda imaginar. A estas alturas, no sólo es algo que se ha intentado sin éxito varias veces. Los palestinos han dejado claro que no tienen ningún interés en un Estado propio si significa vivir en paz junto a uno judío.
Se trata de un acuerdo que no sólo otorgará una victoria a los autores del mayor asesinato masivo de judíos desde el Holocausto; significará que Hamás existirá como principal fuerza en la política palestina en un futuro previsible.
Ya es bastante malo que el demócrata siga pretendiendo, a pesar de todas los sondeos existentes, que Hamás no es ampliamente popular entre los palestinos. Aún más atroz se torna por sus comentarios a Myers, en los que pidió el derrocamiento del Gobierno democráticamente elegido de Netanyahu porque es "increíblemente conservador".
También es absurdo que Biden simule que el mundo entero apoya a Israel, pero que ese respaldo se esfumará si no detiene su campaña contra Hamás, debido a bajas palestinas falsamente calificadas de "genocidio". Bajas lamentables, pero que sólo continúan porque los terroristas se niegan a rendirse. Se parece en mucho todo esto a lo que hicieron los nazis -cuya ideología hace eco en los objetivos de Hamás- en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, ya que preferían ver a Alemania destruida y a su pueblo masacrado antes que ceder ante lo inevitable. Su discurso sobre la necesidad de una pausa durante el Ramadán está igualmente fuera de lugar: nadie en la comunidad internacional parece pensar que estuviera mal que Hamás iniciara una guerra en la fiesta judía de Simjat Torá.
Los israelíes tienen sus propias razones para opinar de una forma u otra sobre un acuerdo. Algunos lo apoyarán porque simpatizan con los rehenes y sus familias, o porque creen que perjudicará a Netanyahu. Otros se opondrán porque probablemente significa más derramamiento de sangre judía en el futuro. Pero también están en juego los intereses estadounidenses.
Se trata de un acuerdo que no sólo otorgará una victoria a los autores del mayor asesinato masivo de judíos desde el Holocausto; significará que Hamás existirá como la principal fuerza en la política palestina, con consecuencias incognoscibles para la estabilidad regional. Será un regalo a sus patrones iraníes y a sus otros aliados, como los hutíes, que logran poner en vilo a la economía mundial debido a la insensata política de aplacamiento de Biden con Irán.
En un mundo en el que Estados Unidos sigue desempeñando un papel insustituible como defensor de los valores y la seguridad occidentales, el afán con el que Biden persigue este acuerdo amoral es una medida de hasta qué punto ha caído la política exterior estadounidense bajo su mandato.
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