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Venezuela: cuando la realidad se impone

La última ola de represión del chavismo nos recuerda la naturaleza del sistema y obliga a repensar las estrategias.

Venezuelan opposition leader, Maria Corina Machado, speaks to supporters during a demonstration on the anniversary of the 1958 uprising that overthrew a military dictatorship, at the Altamira square in Caracas on January 23, 2024. - Venezuelan opposition leader Maria Corina Machado, who aspires to participate in this year's presidential elections despite being politically disqualified, denounced this Tuesday that her party headquarters appeared with graffiti alluding to a recent ""anti-terrorist"" slogan by President Nicolas Maduro. (Photo by Gabriela Oraa / AFP)

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Las exitosísimas primarias de la oposición venezolana del pasado 22 de octubre nos dejaron en un estado de embriaguez en muchos sentidos. Que más de dos millones de venezolanos salieran a votar, en lo que en realidad fue una aclamación, por un nuevo líder opositor, superó cualquier expectativa. El triunfo abrumador de María Corina Machado, con más del 92% de los votos, dejaba claro que en el país había surgido un nuevo fenómeno político, legítimo y popular.

El escenario parecía agitado. Como Deus ex machina irrumpía en la política un actor, capaz de tensar la cuerda e imponer su agenda. El choque de trenes era inevitable y el estado de conflicto deseable, eventual. Pero el ánimo se vio hostigado por la insoportable realidad.

No habían pasado dos meses de la primaria cuando el régimen le impuso una orden de captura a tres miembros claves del equipo de María Corina Machado. Bajo esa presión, que se convirtió en chantaje, Maduro pudo nuevamente encarrilar lo que lucía como un fenómeno indómito. Estados Unidos, desafortunadamente, se prestó al juego de la extorsión y, a cambio de relajar la reciente ola de represión, le devolvió a Maduro una de sus joyas más preciadas: al gran testaferro chavista Alex Saab, preso hasta el 20 de diciembre del 2023 en una cárcel gringa.

El maquiavélico juego de canje y timo nos recordó la pesada realidad: todo aquel que vive en Venezuela, e incluso algunos fuera de Venezuela, son rehenes del régimen de Nicolás Maduro. Es libre quien Maduro desea que sea libre y hasta que Maduro desea que sea libre. Entonces, nadie es libre. Y como nadie es libre, qué esperanza hay.

Me desdigo: sí hay esperanza. Pero, cuando la realidad golpea, toca repensar. Y una de las aproximaciones que corresponde hacer es la de diseñar cualquier estrategia a partir de la admisión del estado de las cosas: somos rehenes y Venezuela no puede ser vista sino bajo la concepción de un secuestro o un cautiverio.

Jugar bajo las reglas del sistema, como hoy está planteando cuando se insiste en la ruta electoral incondicionalmente, implica un riesgo enorme. El sistema, que no es precoz, lleva más de 25 años perfeccionándose para lograr la supresión sistemática de cada gesto de disenso. Es la óptima maquinaria chavista de aniquilación. Y la aniquilación, vale decir, no necesariamente es física. También te aniquila el chavismo cuando te corrompe. Cuando te compromete con el negocio radioactivo de la mafia. Esa ha sido la gran táctica de los últimos años.

Ahora, ¿quién podría sugerir que la lucha por la libertad de Venezuela se haría sin riesgo alguno? Habría que ser muy ingenuo. No hay en el horizonte escenarios infalibles. Hay realidades, más bien, que toca asumir. Y la gran realidad, que hoy pesa como un yunque, es que las alternativas se limitan a tener que jugar dentro del sistema.

Ni está contemplada una asistencia militar internacional, como alguna vez estuvo sobre la mesa, cuando Trump habitaba la Casa Blanca, ni hay ánimo de subversión en Venezuela ni capacidad de arrebatarle al chavismo el monopolio de la violencia. Lo único que hay, muestra de ello lo que ocurrió el 22 de octubre cuando las primarias, es una voluntad enérgica y decidida de expresión sin que eso implique un mayor riesgo físico. La silent majority diría Richard Nixon, como también me lo sugirió recientemente el politólogo Enderson Sequera.

No quiere decir esto que ese incipiente ánimo de cambio, muy reservado y precavido, no pueda convertirse en un motín, que es lo que realmente agitaría el gran calabozo que es Venezuela. De hecho, si se considera el caso venezolano como un escenario de secuestro, dado que no existe la fuerza externa dispuesta a resolver la encrucijada, solo queda el motín.

Pero las rebeliones no son tan espontáneas como nos han hecho creer. Toda revuelta tuvo uno o varios detonantes. Años de exceso absolutista y precariedades llevaron a la Toma de la Bastilla. Nuestra misma historia nos lo ratifica. El cierre arbitrario de un canal de televisión produjo la ola de manifestaciones del 2007; el robo a las elecciones de Capriles, las del 2013; el asesinato de un par de estudiantes, las del 2014; y en el 2017 la supresión de la Asamblea Nacional opositora produjo la etapa más cruenta de manifestaciones de nuestra historia reciente. Si en cada episodio la oposición no ha logrado el objetivo de liberar a Venezuela tiene que ver, mucho, con la poca altura de nuestro liderazgo.

María Corina Machado intenta navegar aguas tormentosas. Debe jugar con lo poco que tiene a disposición, que no es para nada alentador, pero al mismo tiempo eso debe pavimentar el ánimo para un motín. El asunto es difícil de conjugar: ¿cómo construyes el espíritu y mantienes intacta la esperanza a partir de una estrategia que luce inviable?

Esto pasa, pienso, por reconocer la realidad, que se impuso cuando Maduro ordenó la captura de tres miembros del equipo de Machado y cuando ayer, 23 de enero, tres coordinadores de su campaña fueron desaparecidos luego de que unos encapuchados los secuestraran.

Reconocer la realidad no implica un trabajo introspectivo, a menos en este caso. Sería insultante sugerir que Machado o su equipo desconocen la naturaleza del régimen. Precisamente Machado ha hecho carrera de diagnosticar acertadamente a su adversario.

En este caso, reconocer la realidad pasa por lo retórico y lo táctico. El problema de insistir con la ruta electoral como única estrategia —precisamente porque las alternativas no existen—, es que esto se tropieza inevitablemente con la realidad. El diseño de una campaña o la producción de jingles confronta con la desaparición de gente. Lo dijo justamente Machado en una rueda de prensa: "¿Cómo podemos hacer campaña en un país en el que me secuestran a mi equipo?".

Machado, encuadrada en la lucha electoral, debe buscar convertir la ruta en un movimiento de desafío y desobediencia. Cada muestra de docilidad, por más justificada o inevitable que sea, provocará la sensación de derrota inconveniente para armar el ánimo del motín. Sabemos que hay mucho detrás de los hechos, que hay negociaciones en curso o que cada acción, por más incomprensible, tiene un contexto. Pero eso no incide en la percepción. Y la percepción es, al final, el relato, que es lo que se lleva la gente al acostarse.

En gran parte María Corina Machado es hoy un fenómeno político porque la percepción que hay sobre ella es que disiente de las formas y los vicios de la política tradicional, tan corroída, de la oposición venezolana. Entonces, cualquier gesto que la haga lucir similar a lo que la mayoría rechazamos, va a ser letal para su imagen —es decir, para la continuación de su fenómeno y la construcción del espíritu de sublevación.

Allí reside, realmente, en su caso particular, el riesgo de jugar dentro del sistema. Por ello, la prioridad de su equipo debe ser la de mantener intacta la percepción —que no quiere decir la realidad— de su naturaleza impoluta, incorruptible y, mucho más importante, distinta.

Esa apreciación de los venezolanos sobre ella es la que le permitirá persuadir a millones de que, aún bajo las peores condiciones, en un terreno fangoso y a partir de unas tácticas que lucen inviables, vale la pena confiar, apostar y arriesgar.

El 4 de junio de 1940, ante la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico, el entonces primer ministro Winston Churchill pronunció su famoso discurso We shall fight on the beaches. En él, Churchill habló de la inminencia de la invasión nazi sobre Reino Unido, planteó el escenario más oscuro posible y dijo que no queda de otra sino luchar hasta la muerte. El discurso de Churchill, extremadamente realista, ofreció a los británicos una muestra descarnada de honestidad de su líder: sí, el horizonte es desolador; sí, la derrota parece inminente; pero sí, no queda alternativa sino pelear. Con Churchill liderando valía la pena.

Tras los reflectores, Churchill se desgastó en buscar asistencia, porque sabía que no podía solo. Como le había dicho a los británicos, la invasión era inminente. No obstante, su responsabilidad era hacer posible lo impensable. Y por la percepción, a partir de una muestra cruda de dignidad y franqueza, la gente lo acompañó. Él inspiró a millones.

Machado tiene un desafío enorme, trascendental, y hasta ahora ha demostrado su altura, a diferencia del resto de los liderazgos que fracasaron en el pasado. Pero parte de la estrategia debe ser la fabricación prolija de un mensaje brutalmente honesto, que se sobreponga a los clamores de autoayuda, e inspire a la sociedad. Si la percepción se mantiene conveniente, millones acatarán el llamado. El motín estaría a la vuelta de la esquina.

La realidad se impuso. Y, ciertamente, no hay espacio para apreciaciones convencionales de la política. Lo que tenemos al frente es la batalla de nuestras vidas. Todos somos necesarios, pero hay que trabajar sobre los hechos.

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