La libertad y sus enemigos: se viene la distopía alimentaria
Si aquellos que han puesto a nuestra alimentación en la lista de los más buscados consiguen aunque sea un mínimo porcentaje de éxito, la Humanidad estará condenada al hambre.
De todos los asuntos en que los ingenieros sociales corporativos desean intervenir y regular, posiblemente el de la alimentación sea el más escandaloso. Ocurre que, cuando se meten con la comida, los desastres son más notorios y convulsionados. En Sri Lanka aún están pagando con una hambruna descomunal la imposición de unas políticas agrícolas sustentables e inclusivas recomendadas por foros y organismos internacionales que, entre otras cosas, destrozaron el país e hicieron caer el Gobierno. Los pobres granjeros holandeses siguen luchando por defender sus propiedades de las garras del totalitarismo ecológico, que no duda en lanzar a enormes sectores de la población a la miseria también siguiendo las directrices de los sacerdotes del buenismo supranacional. Estas son postales poco auspiciosas para quienes quieren promover reseteos y agendas de un mundo feliz, y es por eso que los esfuerzos para rediseñar la narrativa del nuevo paradigma alimentario mundial se han redoblado. Por eso, desde hace muchas décadas se lanzan campañas alarmistas muy efectivas para aterrorizar a las personas.
Según los políticos y expertos de los años setenta, la amenaza climática era la llegada de una nueva glaciación; provocada, naturalmente, por el hombre. Y, más concretamente, por la quema de combustibles fósiles, ¡esos que ahora provocan el calentamiento! En 1971 el Washington Post recogió las opiniones de varios expertos y científicos sobre la caída de seis grados en la temperatura media del planeta, lo que provocaría una glaciación que podría poner fin a la existencia humana. Según la moda de entonces, millones de personas morirían de hambre y frío, y otras deberían usar máscaras de gas para poder respirar.
Con el paso del tiempo fueron llegando nuevos expertos y nuevos augurios. El más famoso fue Al Gore, con su documental Una verdad incómoda. No se ha cumplido ninguna de las previsiones de Gore: las islas y ciudades costeras que ya tendrían que llevar años sumergidas bajo las aguas siguen intactas; el hielo del Polo Norte, cuya desaparición anunció Gore para 2013, sigue en su sitio. Nada de esto ha sucedido, lo que no ha impedido que numerosas personas e instituciones alarmistas de todo el mundo sigan teniendo influencia y fondos para evitar el apocalipsis, cuya llegada anuncian una y otra vez sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Y esos alarmistas siguen promoviendo medidas de todo tipo en base a sus erradas predicciones. Una de las medidas estrella es la progresiva eliminación del consumo de carne. No se trata de una conspiración secreta, sino de una planificación centralizada y coordinada, que se expone al alcance de cualquier persona con internet. De hecho, existen cientos de documentos que muestran las propuestas de ONU para conseguir la "agricultura sostenible", uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que conforman su Agenda 2030, para los que es necesario modificar la producción agrícola –demonizando la agricultura moderna–, reducir la ganadería y el consumo de carne, promover el consumo de sustitutos "sostenibles" cultivados en laboratorio y normalizar el consumo de insectos. De estos objetivos surgen una catarata de acciones de comunicación, leyes y normas cuyo fin es cambiar la forma en la que comemos y hacerlo, además, de manera vertiginosa.
No es casual que de pronto se llenen la televisión y las redes de cocineros haciendo recetas con grillos, influencers mostrando en redes sus fotos comiendo hormigas u otros insectos; que haya informes alarmistas en las noticias sobre los peligros de comer carne, una intervención política simultánea a nivel mundial en los envases de los alimentos, festivales de veganismo auspiciados por los Gobiernos y un sinfín de acciones de adoctrinamiento más. Esta completa difuminación de la frontera entre lo público y lo corporativo para la imposición de una agenda totalitaria, bizarra, oscura y ridícula ya la hemos visto en muchas ocasiones: ahora es el turno de la distopía alimentaria.
La acelerada transformación de la industria alimentaria para evitar el “cambio climático”, que implicará la adopción de nuevas tecnologías en el proceso de elaboración y creación de productos alimenticios alternativos para el consumo, se ha convertido en una prioridad para muchas organizaciones e instituciones internacionales, incluido el Foro Económico Mundial (FEM), las Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods, que incluyen el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Si bien el papel del FEM en la Gran Transformación Alimentaria ha atraído más atención en los últimos meses, el del FMI, el BM y la OMC ha pasado relativamente inadvertido. Según el FMI, “reducir las emisiones ganaderas” es una de las acciones clave necesarias para alcanzar el “objetivo de neutralidad climática [también conocido como emisiones netas cero] para 2050”. Con respecto a la agricultura, el FMI aconseja “diversificar la producción de carne vacuna” mediante “la aplicación de mejores prácticas de gestión agrícola y nuevas tecnologías ”. De hecho, el FMI publicó un artículo en 2019 instando a cambios radicales en el lado de la oferta de la producción de alimentos para disminuir las “emisiones en la agricultura”. En concreto, ese artículo afirmaba:
Posteriormente, en 2020, el FMI destacó la importancia de aumentar los precios de los “alimentos que requieren mucha tierra (por ejemplo, la carne de vacuno)”. Esto ayudaría a reducir el consumo de productos animales al alejar las “preferencias del consumidor” de productos como la carne, la leche y los huevos.
Según el Banco Mundial, el cultivo de insectos puede “ ahorrar dinero a los agricultores y divisas a los Gobiernos, al disminuir las importaciones y compras de alimentos, piensos y fertilizantes. Se pueden establecer operaciones a pequeña escala a bajo costo, abriendo oportunidades para empleos resilientes al clima ”. Teniendo esto en cuenta, es probable que el Banco Mundial apoye cada vez más la creación de fondos que se utilizarán para financiar inversiones en proyectos agrícolas destinados a “combatir el cambio climático” centrándose en la introducción y promoción de nuevos productos alimenticios, así como en la reducción de productos animales.
La Humanidad produce hoy más comida de la que se necesita, a pesar del crecimiento poblacional; entonces, esta búsqueda irracional de una transformación alimentaria no obedece a ninguna finalidad buenista: obedece sencillamente a la búsqueda de control.
La estrategia de la UE De la Granja a la Mesa es una de las iniciativas clave del Pacto Verde Europeo para lograr una cosa difícil de explicar a la que llaman “la neutralidad climática”, que planean conseguir en 2050. Sí, los mismos que no pudieron prever la crisis energética dos meses antes están planeando ahora el clima mundial para el 2050. La estrategia de marras tiene por objetivo “evolucionar el sistema alimentario actual de la UE hacia un modelo sostenible”, y para eso van a “garantizar suficientes alimentos, y que sean asequibles y nutritivos, sin superar los límites del planeta(?)”, “reducir a la mitad el uso de plaguicidas y fertilizantes y aumentar la cantidad de tierra dedicada a la agricultura ecológica”, “promover dietas saludables más sostenibles”, “luchar contra el fraude alimentario” y “mejorar el bienestar de los animales”. Este brindis al sol plagado de contradicciones e infantilismos no es inocuo, ya que de aquí salen leyes y regulaciones que rompen sistemas de producción y cadenas de suministro, desastres que ponen de rodillas a millones de personas en todo el mundo.
El omnipresente FEM, fanático promotor de todo tipo de reseteos, por supuesto que tiene entre sus anhelos “definir la agenda de la industria agrícola mundial” y se ha abocado a promover “alimentos imposibles, justos y más allá de la carne con productos que intentan imitar el perfil sensorial de la carne”. Lo de “imposibles” no es un error de tipeo, se trata de uno de los emprendimientos de otro de los gladiadores del reseteo universal, el especialista en vacunas, meteorología, geopolítica, neurología, química, periodismo y gastronomía: Bill Gates. Impossible Foods es uno de sus emprendimientos y se dedica a desarrollar productos que imitan a la carne. La empresa obtuvo en 2018 el premio Campeones de la Tierra de ONU y ha recibido profusa difusión y financiación de todo el andamiaje ecologista que ha logrado instalarla como el futuro de la alimentación humana. Luego varias investigaciones dieron cuenta de que tenían niveles de glifosato superiores y que emitían más CO2 que la carne real, pero eso no es problema, porque cuando se trata de ingeniería social lo que vale es el relato y no los hechos.
En la misma línea, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) también destaca los beneficios de una alimentación basada en bichitos:
La organización más influyente dedicada a "transformar nuestro sistema alimentario mundial” es la Comisión EAT-Lancet, que responde a la fundación EAT, un aquelarre público-privado basado en los objetivos 2050 conocido como “el Davos de la comida”. Fue apoyada por la OMS hasta que recientemente surgieron graves denuncias por la promoción de “una dieta estándar” que excluía todos los alimentos de origen animal y que ignoraba la edad, el sexo, la salud y los hábitos alimentarios de las comunidades, sin justificación científica alguna. Sin embargo, la EAT sigue adelante acumulando apoyo financiero y político. Ha desarrollado la "dieta de la salud planetaria", que el FEM defiende como la "solución dietética sostenible del futuro" y cuyo objetivo es “reducir la ingesta de carne y lácteos de la población mundial hasta en un 90% en algunos casos y reemplazarla con alimentos, cereales y aceite elaborados en laboratorio”.
En una reunión de 2019, el FEM pidió coordinar esfuerzos entre el sector público y el privado y un compromiso intergubernamental para desarrollar y hacer propia una “narrativa global sobre la transición proteica con el fin de superar las barreras culturales y emocionales críticas que pueden interponerse en el camino de una transformación holística”. Aparentemente, los genios de Davos se han dado cuenta de que no es fácil convencer a la gente de comer bichos criados en basura, quién lo hubiera dicho.
Si aquellos que han puesto a nuestra alimentación en la lista de los más buscados consiguen aunque sea un mínimo porcentaje de éxito, la Humanidad estará condenada, como siglos atrás, al hambre. Y es importante recordar que el hambre es una estrategia de guerra muy conocida y practicada. La cuestión de la alimentación, el incremento de la producción de comida, es la constatación empírica de que todos los pronósticos catastrofistas en relación a la demografía estaban equivocados. La Humanidad produce hoy más comida de la que se necesita, a pesar del crecimiento poblacional; entonces, esta búsqueda irracional de una transformación alimentaria no obedece a ninguna finalidad buenista: obedece sencillamente a la búsqueda de control.
Sumado a la escasez que provocará, implicará además una intervención política sin precedentes en prácticas culturales y tradicionales distintivas de grupos sociales, comunidades y tradiciones. La diversidad que tanto promueven los políticos de la boca para afuera se verá aplastada por una “dieta sostenible mundial” que imponga alternativas humillantes y desagradables. La comida es un aspecto vital del patrimonio cultural que incluye celebraciones, rituales, fiestas familiares y comunitarias: no es posible ser ingenuo en lo que implica la imposición de un sistema alimentario global pensado por un enjambre de expertos a sueldo de la corrupción multilateral.
La abundancia y el bienestar siempre fueron enemigos del totalitarismo, nadie debería hacerse la ilusión de que detrás de las medidas propuestas por el FMI, el Banco Mundial y la OMC hay fines nobles. En esencia, quieren eliminar el orden espontáneo en favor de una sociedad artificialmente ordenada en la que se espera que masas aisladas y sin tierra ni propiedades soporten una vida de servidumbre bajo la férula de la gobernanza global.
Resulta ridículo y procaz que, justo en el momento en que nuestro desarrollo como especie consigue el hito de poder producir todo el alimento necesario para los miles de millones que somos, un puñado de obsesos nos quiera convencer de que renunciemos a eso para comer gusanos y cucarachas. El turno de la distopía alimentaria es eso, un intento ridículo y procaz, uno más para controlar tantos aspectos de nuestra vida como sea posible, desde nuestros datos de salud, pasando por nuestros ahorros y compras, siguiendo por nuestra movilidad, nuestra privacidad hasta llegar a la comida que comemos.