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Netanyahu sigue al mando. ¿Puede Biden decir lo mismo?

El presidente es culpable de hacer exactamente lo que afirma que ocurre en Israel.

Joe Biden.

(Cordon Press)

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En una entrevista concedida el pasado fin de semana a Fareed Zakaria, de CNN, el presidente Joe Biden pintó un panorama desolador de uno de los aliados más estrechos de Estados Unidos. En línea con declaraciones anteriores en las que condenaba a los gobernantes de Israel, Biden afirmó que el Estado judío está dirigido por "uno de los Gobiernos más extremistas" que jamás haya visto. A continuación, añadió que el Gabinete israelí es una coalición con "problemas" en la que el primer ministro, Benjamín Bibi Netanyahu, lucha por mantener el control "moviéndose hacia la moderación".

Era una respuesta a una pregunta sobre por qué Biden no ha invitado aún a Washington al primer ministro israelí, mientras que, irónicamente, el Gobierno chino –el principal enemigo geoestratégico de Estados Unidos– le ha pedido que visite Pekín. Biden respondió comentando simplemente que el presidente de Israel, Isaac Herzog, acudirá pronto a la capital de EEUU. Todo eso está muy bien, pero Herzog, a pesar de sus periódicos intentos de intervenir en política, tiene un papel puramente simbólico en la gobernanza de Israel. Negar a Netanyahu la cortesía de una visita es mera cuestión de enfoque; lo que importa es que Biden lleva todo 2023 haciendo lo que está en su mano por socavar a Netanyahu y ayudar a quienes pretenden echar abajo su Gobierno.

El mismo día en que se emitía la entrevista de Biden en la CNN, Netanyahu dio una clara muestra de que en su Gobierno quien manda es él, no Itamar ben Gvir [ministro de Seguridad Nacional], el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, o los partidos haredim.

Ante una Autoridad Palestina (AP) tambaleante y al borde del colapso debido a su corrupción, su incompetencia y su negativa a asumir la responsabilidad de prevenir el terrorismo (principalmente, luchando contra el empeño de Hamás y la Yihad Islámica Palestina [YIP] de convertir Judea y Samaria en una nueva Gaza), el Gabinete de Seguridad decidió intervenir. Así, votó 8-1 a favor de tomar medidas de emergencia para ayudar a salvar la AP. El único voto negativo fue el de Ben Gvir.

La discusión sobre lo que debe hacer Israel respecto a la AP es complicada. El presidente de ésta, Mahmud Abás (87 años), es gran parte del problema, y lo mismo puede decirse del resto de la cleptocracia del partido Fatah que dirige Abás. La AP trabaja contra la paz en los foros internacionales. Fomenta la violencia y el odio contra Israel y los judíos en sus medios de comunicación y en las escuelas públicas. Subvenciona el terror con un programa de pagar por asesinar que recompensa a quienes hieren y asesinan a judíos e israelíes. Y su pura ineficacia ha convertido las zonas bajo su control en un auténtico caos.

Pero la alternativa a la desaparición de la AP es que Israel asuma el control directo sobre toda Judea y Samaria, algo que pocos desean en el propio Israel. En esencia, significaría reanudar una ocupación real de toda la Margen Occidental, que terminó hace décadas, tras la firma de los Acuerdos de Oslo, aunque a la comunidad internacional y a los críticos y enemigos de Israel les gusta fingir que no.

Sin embargo, Netanyahu está dispuesto a ofrecerle ayuda financiera para mantener a flote el régimen corrupto de Abás. Abás rechazó formalmente la oferta israelí, pero, como ha ocurrido a menudo en el pasado, es probable que los dirigentes palestinos acepten discretamente la ayuda que rechazaron públicamente.

La conclusión que se extrae de todo esto es que, aunque sus socios de derechas y religiosos no están contentos con la ayuda propuesta, Netanyahu la impulsó sin mayores problemas. Aunque Washington habla de su Gobierno como si el primer ministro fuera rehén de sus aliados, lo cierto es más bien lo contrario. Necesitan a Netanyahu si quieren permanecer en posiciones de influencia o seguir haciéndolo en el futuro. Él también los necesita, pero, en asuntos de importancia, Netanyahu se sale con la suya, por mucho que bramen.

La información sobre la actual coalición difundida por unos medios de comunicación israelíes e internacionales hostiles a la misma se ha centrado en cada fisura (o indicio de ella), y andan siempre diciendo que está al borde del colapso. Lo mismo podría decirse de prácticamente todas las coaliciones parlamentarias que ha tenido Israel en toda su historia.

Es porque Netanyahu sigue siendo un líder fuerte que está totalmente al mando por lo que Biden lo quiere fuera. Lo mismo cabe decir de los izquierdistas israelíes que temen que la reforma judicial acabe con la juristocracia que impide de hecho gobernar a la derecha, gane quien gane las elecciones. Están decididos a destruir a Netanyahu por las buenas o por las malas.

Hay diferencias sobre cuestiones de seguridad como la que se acaba de votar, así como sobre la rapidez o la dureza de la reforma judicial. Sin embargo, debido a la ausencia de un partido que discrepe fundamentalmente de los demás en las cuestiones más importantes, este Gobierno está en realidad más unido que la mayoría de los que le han precedido, incluidos todos los encabezados previamente por el propio Netanyahu.

Además, a pesar de los argumentos de Biden en sentido contrario, el apoyo del Gobierno de Israel al derecho de los judíos a vivir y construir en toda Judea y Samaria no lo convierte en extremista. Sus puntos de vista sobre las cuestiones territoriales y el conflicto [con los palestinos] son mucho más mayoritarios que los de los partidos de izquierda que Biden preferiría que estuvieran en el poder.

La obsesión de Biden con una solución de dos Estados para el conflicto de Israel con los palestinos y su afirmación de que la falta de entusiasmo israelí por la idea es "un riesgo para la seguridad" está completamente alejada de la realidad. Incluso él sabe que los palestinos no tienen ningún interés en la paz, razón por la cual su Administración se distingue –a diferencia de todas las que le precedieron– por no haber presentado su propio plan de paz.

Biden defiende de cara a la galería el derecho de Israel a defenderse del terrorismo, pero su creencia de que el aumento del terrorismo palestino es una reacción a la política interna israelí es absurda. Hamás y la YIP pretenden replicar su base terrorista de Gaza en el territorio de Abás. Y Al Fatah teme tanto a sus rivales que prácticamente ha abandonado partes de la Margen, lo que ha hecho necesaria la reciente operación antiterrorista israelí en Yenín.

Atacar a Israel y a Netanyahu no solucionará nada. Pero es que Biden no está realmente interesado en la paz. Es posible que quiera un Gobierno israelí que, al igual que la coalición cualquiera-menos-Bibi que dirigió el país de junio de 2021 a diciembre de 2022, descuide la situación de seguridad en los territorios. Lo que de verdad quiere es un Gobierno que asienta ante los esfuerzos estadounidenses por apaciguar a Irán y sus ambiciones nucleares. Y eso es algo que Netanyahu jamás hará.

Es porque Netanyahu sigue siendo un líder fuerte que está totalmente al mando por lo que Biden lo quiere fuera. Lo mismo cabe decir de los izquierdistas israelíes que temen que la reforma judicial acabe con la juristocracia que impide de hecho gobernar a la derecha, gane quien gane las elecciones. Están decididos a destruir a Netanyahu por las buenas o por las malas.

También cabe señalar que Biden es culpable de hacer exactamente lo que afirma que está haciendo el Gobierno de Israel.

Aunque fue elegido como un moderado que devolvería la normalidad a Estados Unidos después de Trump, Biden ha gobernado como si estuviera esclavizado por el ala ultraizquierdista de su partido. Desde la imposición del catecismo woke de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en el Gobierno federal, pasando por un Departamento de Justicia que trata a los padres que protestan contra el sistema educativo como "terroristas domésticos", hasta la adopción del ecologismo extremo y la creación de una frontera prácticamente abierta con México, Biden actúa como si fuera rehén de los progresistas. Lo cual sólo se ve acentuado por su declive físico, que plantea serias dudas sobre su capacidad para continuar en el cargo aunque se presente a un segundo mandato.

La guerra de Biden contra el Gobierno de Netanyahu no promueve la paz ni refuerza los intereses de Estados Unidos en Oriente Medio. Al librar una batalla perdida con el objetivo de derrocar a un Gobierno elegido democráticamente, está llamando la atención sobre sus propias debilidades.

© JNS

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