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Estado de la guerra global contra el terrorismo

Podemos estar entrando en una fase de vulnerabilidad nunca vista desde el 11 de septiembre de 2001.

(Lance Cpl. Karis Mattingly / U.S. Marine Corps)

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Cuando nos acercamos al 21º aniversario de los atentados del 11-S, un año después de la desastrosa y letal retirada de Afganistán de Joe Biden y poco después de un ataque con aviones no tripulados que mató al líder de la organización terrorista de Al Qaeda, Aymán al Zawahiri, tiene sentido preguntarse: ¿en qué estado se encuentra la guerra global contra el terrorismo que comenzó inmediatamente después de los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono? ¿Ha terminado esa supuesta guerra, y está Estados Unidos a salvo?

Somos muchos los que nunca hemos sido fans del concepto de guerra contra el terrorismo: es difícil articular una guerra contra una táctica. Ahora bien, se ha convertido en un comodín para aludir a las acciones militares y de inteligencia contra movimientos yihadistas radicales de todo el mundo. Abarca desde los ataques contra militantes de Al Qaeda en Afganistán en los días posteriores al 11-S y la intervención militar en ese país por parte de Estados Unidos y sus aliados en la OTAN para derrocar a los talibanes, hasta la guerra en Irak por parte de la coalición liderada por EEUU. La Guerra Contra el Terrorismo también incluye múltiples campañas antiterroristas de menor envergadura en países de Oriente Medio, África y Asia.

Aunque los militantes radicales yihadistas han tenido éxito en la ejecución de innumerables atentados desde el 11-S, ninguna organización ha conseguido replicar con éxito un ataque como aquel. La instauración de un califato por parte del ISIS desde junio de 2014 hasta diciembre de 2017 representa la cúspide del éxito yihadista radical posterior al 11-S. En su ápice, el califato del ISIS controlaba aproximadamente 1/3 de Siria y más del 40% de Irak. Para finales de octubre de 2019, cuando el entonces presidente Donald Trump anunció la muerte de su líder, Abu Bakr al Bagdadi, el ISIS ya no controlaba un territorio significativo ni en Siria ni en Irak, debido a las exitosas operaciones militares de EEUU y sus socios regionales.

El terrorismo siguió siendo una amenaza mundial real y constante en 2021. Las estadísticas del Índice Global del Terrorismo (GTI) muestran que, desde la derrota del ISIS en Siria e Irak, el epicentro del terrorismo se ha desplazado al Sahel: Gambia, Mauritania, Malí, Burkina Faso y Senegal. Las luchas y la inestabilidad convierten esa región africana en un vivero para las organizaciones terroristas. El ISIS y sus afiliados siguen siendo las más mortíferas y peligrosas, según el análisis del Institute of Economics and Peace, que también elabora el GTI.

Estados Unidos tiene un historial desigual en la lucha contra la amenaza terrorista global. El exitoso ataque quirúrgico que mató a Zawahiri, sucesor de Osama ben Laden al frente de Al Qaeda, mientras se encontraba en el balcón de su casa de Kabul, así como el ataque con drones y la operación militar que acabaron con dos líderes del ISIS demostraron la determinación de la Administración Biden de mantener el foco en los grupos terroristas. Y, lo que es más importante, demostró la capacidad permanente del Ejército y la comunidad de inteligencia de Estados Unidos para atacar a los terroristas y llevar a cabo estas operaciones extremadamente complicadas, que envían un poderoso mensaje a las organizaciones terroristas, a sus partidarios y a nuestros aliados: Estados Unidos sigue considerando una prioridad la lucha contra esta amenaza.

En la otra cara de la moneda está el creciente temor a que la retirada de EEUU haya convertido de nuevo a Afganistán en un refugio seguro para que grupos terroristas radicales se entrenen y planifiquen ataques contra EEUU y Occidente. Por un lado, hay pocas dudas de que Zawahiri se encontraba en Kabul con el pleno conocimiento y respaldo de los dirigentes talibanes. Además, numerosos miembros del Congreso, el director del FBI (Christopher Wray) y otros militares y profesionales de la inteligencia estadounidense han expresado su preocupación por el hecho de que Afganistán se haya convertido un refugio seguro. Aunque algunos confían en que EEUU siga teniendo capacidades de largo alcance para mantenerse a salvo, la retirada de Afganistán ha comprometido significativamente nuestra capacidad para vigilar y neutralizar posibles amenazas. La pérdida de presencia en el terreno y el hecho de que los talibanes conviertan Afganistán en un campo de entrenamiento para grupos terroristas es un gran paso atrás para la seguridad de EEUU.

Hay indicios alentadores de que EEUU sigue comprometido en la lucha contra el terrorismo, pero los retos señalados anteriormente muestran que podemos estar entrando en una fase de vulnerabilidad nunca vista desde el 11 de septiembre de 2001. Lo cual debería alarmar a todo el mundo en vísperas del 21º aniversario de aquel trágico día.

Otra de las principales preocupaciones a la hora de evaluar la guerra contra el terrorismo es nuestra porosa frontera sur. A finales de mayo se informó de que el FBI había descubierto un complot del ISIS para asesinar al ex presidente George W. Bush utilizando un escuadrón de ataque que había entrado en EEUU a través de su frontera con México. También se ha informado de que al menos 42 personas incluidas en la lista de vigilancia del terrorismo del FBI -que conozcamos, aparte de los que puedan estar entre los 800.000 fugados- han cruzado la frontera, y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) tardó dos semanas en volver a detener a uno de ellos.

En The Heritage Foundation, Erin Dwinell y Hannah Davis dicen que la Patrulla Fronteriza y el ICE han advertido de que mantener las fronteras abiertas es como dar la bienvenida a los terroristas. Estamos jugando con la vida de los estadounidenses al permitir la entrada de extranjeros poco o nada investigados; la crisis de las fronteras abiertas es una amenaza para la seguridad nacional que se puede prevenir. Está claro que la frontera seguirá siendo una ruta de acceso viable para los terroristas mientras la Administración Biden no se tome este asunto en serio.

La apertura de la frontera ha sido una bendición para los cárteles que controlan el tráfico de personas, que a menudo han incrementado el no reconocido tráfico de esclavos hacia Estados Unidos, así como para la importación de drogas letales, que sólo en 2021 mataron a más de 100.000 personas. Los informes estiman que los cárteles ingresan entre 5.000 y 19.000 millones de dólares al año.

Por último, las maniobras de distracción se han convertido en un problema importante en la lucha contra las amenazas terroristas en el extranjero. En lugar de dar prioridad a los grupos yihadistas que quieren matarnos, el Gobierno Biden ha convertido la amenaza de unos supuestos "terroristas domésticos" en una prioridad. Se ha presionado a las fuerzas federales del orden para que consideren prioritarios a los grupos de derecha y los delitos de odio. En junio de 2021, el fiscal general, Merrick Garland, dio cuenta de la primera Estrategia Nacional para Contrarrestar el Terrorismo Doméstico, documento elaborado gracias a la coordinación de múltiples departamentos, entre ellos los de Defensa, Seguridad Nacional y Estado. Para muchos, eso señaló la reorientación de los limitados recursos hacia una amenaza mal definida, en una maniobra que olía más a política que a un auténtico análisis de riesgos.

Como hemos visto con la acogida de los talibanes a Zawahiri, con los complots contra nuestros antiguos presidentes, con los individuos vinculados al terrorismo que cruzan nuestra frontera sur y los múltiples intentos iraníes de atacar a gente en territorio estadounidense, la amenaza procedente de organizaciones terroristas internacionales podría estar creciendo. Ahora no es el momento de desviar la atención.

Éxitos recientes como la caza de Zawahiri son una señal alentadora para el mantenimiento de la política antiterrorista. Sin embargo, los acontecimientos en Afganistán y en la frontera sur, así como la reorientación de la labor de las fuerzas del orden hacia el combate de supuestas amenazas internas, deberían ser motivo de gran preocupación. Como presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, y más tarde como embajador, se me advirtió en repetidas ocasiones de que a lo que aspiran las organizaciones terroristas transnacionales es a perpetrar un gran ataque en EEUU. Sigo creyendo que este es el verdadero objetivo de los que odian a Estados Unidos. Hay indicios alentadores de que EEUU sigue comprometido en la lucha contra el terrorismo, pero los retos señalados anteriormente muestran que podemos estar entrando en una fase de vulnerabilidad nunca vista desde el 11 de septiembre de 2001. Lo cual debería alarmar a todo el mundo en vísperas del 21º aniversario de aquel trágico día.

© Gatestone Institute

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