Ronald Reagan y un discurso que marcó un cambio de época en Estados Unidos: “El Gobierno es el problema”
El republicano prestó un juramento el 20 de enero de 1981 que revitalizó al país en medio de la Guerra Fría.
Cada cuatro u ocho años, es muy común que un hombre de traje pose su mano sobre una biblia en Washington D. C. y recite las siguientes palabras: “Juro solemnemente que ejerceré fielmente el cargo de presidente de los Estados Unidos y que, en la medida de mis posibilidades, preservaré, protegeré y defenderé a la Constitución de los Estados Unidos. Que Dios me ayude”. Esta tradición se remonta a 1789 y comenzó de la mano de George Washington, el primer “líder del mundo libre”. Sin embargo, lo que no es muy común en estos casos, es que, luego de prestar dicho juramento, el hombre en cuestión brinde uno de los mejores discursos que se han escuchado desde el podio del Capitolio.
El 20 de enero de 1981, fue Ronald Reagan quien llegó a D. C. de la mano de su esposa Nancy, luciendo un elegante traje negro que eligió acompañar con una corbata y un chaleco gris, a lo que sumó también un pañuelo blanco en el bolsillo izquierdo.
Tras derrotar con holgura a Jimmy Carter, estaba listo para convertirse en el nuevo presidente de los Estados Unidos. Finalizados los aplausos y la clásica canción presidencial, subió al podio y se dirigió por primera vez a los ciudadanos como mandatario. Sin saberlo, daría uno de los discursos presidenciales más consecuentes de la historia.
Por supuesto que comenzó con las formalidades y agradecimientos, entre los que se destacó el propio expresidente Carter, a quien Reagan felicitó por su rol en el traspaso de mando, protocolo que el nuevo mandatario definió como “un milagro”. Acto seguido, como el más resumido y preciso de los doctores, identificó la causa de la enfermedad de turno.
“En esta crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema”, exclamó frente al aplauso general, en uno de los momentos más recordados del speech.
“Así que, al empezar, hagamos inventario. Somos una nación que tiene un gobierno, no al revés. Y esto nos hace especiales entre las naciones de la Tierra. Nuestro gobierno no tiene poder, salvo el que le otorga el pueblo. Es hora de frenar y revertir el crecimiento del gobierno, que muestra signos de haber crecido más allá del consentimiento de los gobernados”, continuó el presidente número 40, quien meses después sufriría un intento de asesinato que casi termina con su vida.
El precio de la libertad y un aviso a sus rivales
Una vez completado el diagnóstico, Reagan le dedicó muchos minutos a una palabra que él mismo definió años después como “el derecho a decir no”: la libertad. En efecto, a ella le atribuyó el éxito histórico de Estados Unidos.
“Si buscamos la respuesta a por qué durante tantos años hemos conseguido tanto, hemos prosperado como ningún otro pueblo de la Tierra, es porque aquí, en esta tierra, liberamos la energía y el genio individual del hombre en mayor medida que en cualquier otro lugar. La libertad y la dignidad del individuo han estado más disponibles y aseguradas aquí que en ningún otro lugar de la Tierra. El precio por esta libertad a veces ha sido alto, pero nunca hemos estado dispuestos a pagar ese precio”, indicó.
“En cuanto a los enemigos de la libertad, aquellos que son adversarios potenciales, se les recordará que la paz es la máxima aspiración del pueblo americano. Negociaremos por ella, nos sacrificaremos por ella; no nos rendiremos por ella, ni ahora ni nunca”, añadió en un claro mensaje a su homólogo soviético del momento, Leonidas Breznev.
Los verdaderos héroes de su tiempo
Reagan tampoco estaba conforme con esa visión pesimista que adelantaba a la Unión Soviética por sobre Estados Unidos en la Guerra Fría. Por lo tanto, invitó a sus conciudadanos a entrar en una etapa de “renovación nacional”, donde la fe y la esperanza se vieran revitalizadas.
Para ejemplificar su punto, se burló de quienes afirmaban que no había héroes en su tiempo, invitándoles a poner el ojo en los emprendedores, a los trabajadores de fábricas, a quienes crean trabajo y oportunidades. En definitiva, catalogó como héroes a quienes sacan el país adelante.
“Son individuos y familias cuyos impuestos sostienen al gobierno y cuyas donaciones voluntarias apoyan a la iglesia, la caridad, la cultura, el arte y la educación. Su patriotismo es silencioso, pero profundo. Sus valores sostienen nuestra vida nacional”, sumó.
El arma no tan secreta de Estados Unidos
A la hora compararse con sus adversarios de la época, remarcó, casi con precisión de cirujano, lo que diferenciaba a los americanos de los soviéticos. Esta herramienta era simplemente algo que ellos no tenían, no en el plano físico, sino espiritual.
“Por encima de todo, debemos darnos cuenta de que ningún arsenal ni ninguna arma de los arsenales del mundo es tan formidable como la voluntad y el valor moral de los hombres y mujeres libres. Es un arma que nuestros adversarios en el mundo de hoy no tienen. Es un arma que nosotros, como americanos, sí tenemos”, reflexionó el exgobernador de California.
Plegaria de un soldado, la carta que emocionó a Reagan en vivo
Esta parte del discurso no es a prueba de lágrimas. Ni el propio Reagan pudo contener la emoción. Los profesores de radio dicen que nada se puede esconder en la voz y al nuevo presidente se le quebró un par de veces al leer el diario íntimo de Martin Treptow, un joven soldado que falleció en la Primera Guerra Mundial.
“Se nos dice que en su cuerpo se encontró un diario. En la portada, bajo el título ‘Mi compromiso’… había escrito estas palabras: ‘Estados Unidos debe ganar esta guerra. Por lo tanto, trabajaré, salvaré. sacrificaré, aguantaré, lucharé alegremente y haré todo lo posible, como si la cuestión de toda la lucha dependiera solo de mí'”, citó el presidente, visiblemente emocionado.
Para cerrar con broche de oro, el flamante mandatario arengó a los americanos para “creer en nosotros mismos y en nuestra capacidad de realizar grandes de realizar grandes obras, de creer que juntos, con la ayuda de Dios, podemos resolver y resolveremos los problemas a los que ahora nos enfrentamos, que se nos plantean. Y después de todo, ¿por qué no habríamos de creerlo? Somos americanos”, finalizó.