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Trump debería confiar en sus instintos e ignorar a los 'expertos' en Siria

El derrumbe de Bashar Asad no es una oportunidad para que Washington vuelva a disfrazarse de arquitecto de naciones o para necias intervenciones en una guerra sin buenos.

: Un hombre quema una foto del ex presidente sirio Bashar Asad cerca de la frontera de Siria con Líbano

Un sirio quema una imagen del expresidente Bashar AsadZUMAPRESS.com/Cordon Press.

No pasó mucho tiempo después de la rápida caída del régimen de Assad en Siria para que los miembros del establishment de la política exterior estadounidense pronunciaran su posición por defecto en casi todos los conflictos internacionales: el respaldo a diversos tipos de intervención y un generoso suministro de ayudas para corregir los males del mundo. Junto con ese reflejo de inmiscuirse en disputas lejanas, complejas y confusas, los supuestos cerebros se apresuraron a expresar su desdén por la respuesta igual de predecible del presidente electo Donald Trump.

Su reacción inmediata fue escribir en su plataforma Truth Social, entre otras cosas, cómo debía ser la respuesta estadounidense: "NO DEBEMOS TENER NADA QUE VER CON ESTO. NO ES NUESTRA LUCHA. DEJEMOS QUE SE DESARROLLE. NO DEBEMOS INVOLUCRARNOS". 

Entonces, ¿en quién va a confiar? ¿En las diplomadas élites que se han pasado la vida estudiando y soltando opiniones sobre Oriente Próximo y guiando a Estados Unidos desastre tras desastre o en un magnate inmobiliario/estrella de la telerrealidad convertido en político populista?

A pesar del supuesto bagaje de la clase experta y de todos los defectos de Trump, el presidente entrante es quien lleva la razón. Aunque sería imposible que Estados Unidos estuviera totalmente desconectado de los acontecimientos en Siria, sus instintos aquí son sabios y se basan en una mejor comprensión de los acontecimientos del último cuarto de siglo de historia que la mayoría de los que han estado asesorando a los líderes estadounidenses en el pasado.

Cómo cayó Assad

El sorprendente colapso del brutal gobierno autoritario de Siria es resultado directo de la derrota del principal aliado del clan Assad, Irán, a manos de Israel. Teherán pensaba que la guerra de siete frentes lanzada contra el Estado judío por sus peones terroristas el 7 de Octubre alteraría fundamentalmente el equilibrio de poder en la región. Pero los reveses asestados por las tropas israelíes a Hamás en Gaza -y luego a Hezbolá en Líbano- cambiaron el tablero de un forma distinta a la que esperaban. 

Bashar Asad y su régimen alauita minoritario sobrevivieron a 13 años de guerra civil porque sus aliados iraníes y rusos podían utilizar su considerable poder militar para derrotar a sus oponentes árabes suníes y masacrar a un gran número de civiles. La guerra que libraron costó la vida a más de 500.000 personas y desplazó a la mitad de la población del país, con unos 6,7 millones de refugiados obligados a huir de sus hogares.

Pero con Rusia distraída por su guerra en Ucrania y Hezbolá debilitado por Israel hasta el punto de perder su capacidad para defender los intereses iraníes, los rebeldes sirios fueron capaces de cambiar el rumbo de un conflicto que la mayor parte del mundo pensaba había terminado hace años. Con lo que bien podría haber sido una ayuda considerable del gobierno islamista de Turquía, que lleva años inmiscuyéndose en Siria, las fuerzas yihadistas que se oponían a Assad lanzaron una ofensiva que el ejército del exdictador no pudo detener. Irán amortiguó sus pérdidas al retirarse de Siria. El resultado es que una coalición de rebeldes está ahora al mando en Damasco.

"La reacción de Irán ante un nuevo escenario en el que ha perdido la hegemonía regional debería preocupar al mundo entero".

Se trata de una clara derrota tanto para Irán como para Rusia, y eso es algo que los estadounidenses deben aplaudir. Pero lo que sigue no está claro. El principal grupo rebelde, Hayat Tahrir al Sham, o HTS, está formado en gran parte por antiguos terroristas asociados en el pasado con ISIS y Al Qaeda. En un intento por obtener ayuda extranjera, durante los últimos años han intentado convencer a los países occidentales de que han pasado página y ya no son extremistas islamistas. Aquello es muy dudoso. Tampoco son claras sus intenciones hacia las fuerzas kurdas en el norte de Siria. Los kurdos fueron aliados de Occidente durante la lucha contra ISIS y una pequeña fuerza de tropas estadounidenses todavía tiene su base allí.

Israel ocupó territorio sirio en torno a los Altos de Golán (incluida la cima del monte Hermón) para prevenir cualquier esfuerzo de los yihadistas sirios por atacar al Estado judío. Y si se tiene en cuenta que los intereses contrapuestos de Turquía, Irán y las fuerzas rusas que aún permanecen en el país siguen en juego, el estancamiento actual crea una situación volátil y potencialmente peligrosa. En particular, debería preocupar al mundo entero la reacción de Teherán ante una nueva realidad en la que se han frustrado sus planes de hegemonía regional. Podría acelerar su programa para declararse potencia nuclear en un esfuerzo por salvar las apariencias tras las debacles de Líbano y Siria, así como para disuadir de cualquier intento de derrocar a la tiranía islamista que gobierna desde 1979.

La élite política exige una intervención

En teoría, podríamos estar ante una oportunidad para que Siria se librara no sólo de una dictadura minoritaria, sino que se convirtiera en un país menos represivo en el que la gente ya no temiera por su vida. De hecho, la comprensible alegría por la caída de Assad ha llevado a algunos, como el especialista del Washington Post Josh Rogin a proclamar: "Siria es libre. Ahora toca ayudar". El consejo editorial del Post dobló esa posición con un artículo en el que explicaba "por qué Estados Unidos tiene que ayudar a construir una nueva Siria."

Ambas posturas fueron un claro reproche a Trump y su mentalidad de América Primero. También lo fue la respuesta del columnista del New York Times, autoproclamado durante mucho tiempo experto en Oriente Medio, Thomas Friedman. El acérrimo crítico de Israel despreció la postura de Trump. Según Friedman, el republicano está obligado a impedir un Irán nuclear intentando un acercamiento con su Gobierno y apaciguándolo de manera muy similar a Barack Obama con su peligroso acuerdo nuclear de 2015.

Los medios progresistas no fueron los únicos en ir a por el 47º presidente. En su sitio The Editors, Ira Stoll escribió: "Trump estropea su primera crisis exterior como presidente electo". Citó al Sen. Lindsey Graham (republicano de Carolina del Sur) argumentando que Estados Unidos estaba obligado a permanecer en Siria para luchar contra ISIS, para asegurar que las armas químicas de Assad no caigan en las manos equivocadas y para respaldar a los kurdos contra cualquier posible ataque contra ellos por parte de un régimen de HTS en Damasco.

"Mantenerse fuera de Siria no es aislacionismo. Es sentido común".

Suponiendo que Trump pretendiera seguir la política de la Administración Biden de dejar que los aliados terroristas hutíes de Irán intercepten la navegación internacional en el Mar Rojo y el Cuerno de África, así como impedir que Israel defienda sus intereses en la región, Stoll parece creer que la nueva Administración será totalmente aislacionista.

Para vergüenza de Trump, incluso citó la promesa de John F. Kennedy durante su discurso inaugural sobre la postura de Estados Unidos en la Guerra Fría: "Que cada nación sepa, nos desee el bien o el mal, que pagaremos cualquier precio, soportaremos cualquier carga, afrontaremos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo, nos opondremos a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad."

El problema con estas posturas no es sólo que caracterizan erróneamente las intenciones de Trump y su probable curso de acción. También reflejan una estúpida incapacidad para aprender una lección básica de las desventuras en Afganistán e Irak -por no mencionar los errores de la Guerra Fría como Vietnam que respondieron al juramento de JFK de "soportar cualquier carga"- que el presidente electo ha asimilado, pero que las supuestas lumbreras que lo critican parecen incapaces de comprender.

Cualquiera que piense que Trump dejará que los islamistas de Siria hagan estragos en la región como han hecho los aliados de Irán en el pasado no prestó atención durante su primer mandato. Mientras que Obama estaba demasiado interesado en apaciguar a Irán como para impedir que el ISIS estableciera su "califato" en gran parte de Siria e Irak, fue Trump quien desató al ejército estadounidense contra los terroristas y logró derrotarlos con relativa rapidez. Del mismo modo, respaldó los esfuerzos de Israel por defenderse (incluido el reconocimiento de su anexión del Golán) y apretó las tuercas a Irán con duras sanciones y atacando a sus terroristas.

Los errores de Bush, Obama y Biden

Mantenerse al margen de Siria no significa ignorarla, y Trump está claramente dispuesto y es capaz de defender los intereses estadounidenses y a sus aliados cuando se ven amenazados de un modo que no lo hizo la irresponsable Administración de Biden.

Sin embargo, a diferencia del establishment de la política exterior, incluyendo tanto su ala progresista como a los republicanos del ancien regime que siguen anclados en la mentalidad de la fracasada Administración de George W. Bush, Trump no se hace ilusiones de que la Damasco gobernada por yihadistas sea ahora "libre" o del surgimiento de una "nueva" Siria que se convierta en un socio para el Occidente democrático.

Estados Unidos no puede arreglar Siria ni rehacerla a su imagen y semejanza más de lo que hubiese podido con Afganistán o Irak. Ni una fuerza expedicionaria militar estadounidense ni un ejército de trabajadores sociales y profesores pueden transformarla en una democracia jeffersoniana o en algo distinto a otro Estado árabe/musulmán con valores y objetivos muy distantes a los de Occidente. Lo mejor que se puede esperar es un régimen autoritario que no se dedique a la guerra contra Israel y sus aliados occidentales o que tenga como objetivo propagar el virus yihadista a otras naciones de la región, especialmente a aquellas con gobiernos relativamente moderados que temen a Irán y desean la paz.

Es muy poco probable que Washington pueda sobornar a HTS para que se comporte; aun así, Estados Unidos puede contenerlo y, como siempre ocurre con Trump, estar dispuesto a amenazar a sus líderes para que confinen sus actividades a sus propias fronteras. Eso no significa necesariamente que la nueva Casa Blanca se muestre indiferente si los kurdos se ven amenazados. Pero es igualmente errónea la idea de que Estados Unidos está obligado a enviar más tropas o a unirse a una nueva ronda de conflicto civil que probablemente se presente al público como una misión de rescate.

El problema de las anteriores políticas estadounidenses en Siria no fue la falta de intervención en la guerra civil. Fue que Obama no articuló los intereses estadounidenses de forma que pudieran contenerla y retener la avalancha de refugiados del conflicto, muchos de los cuales se dirigieron a Europa (creando nuevos problemas en ese continente). Al declarar que el uso de armas químicas por parte de Assad contra su propio pueblo cruzaba una "línea roja" y luego negarse a actuar cuando la el límite fue sorteado, el demócrata marcó la pauta de la humillación estadounidense en la región. Humillación agravada aún más por su indiferencia ante las intervenciones rusas e iraníes.

Son errores que Trump no piensa repetir. La idea de que puede resolver los problemas de la región con una nueva ronda de apaciguamiento de Irán o presionando a Israel para que haga concesiones a los palestinos o a cualquiera de sus otros enemigos también va a ser un fracaso en una administración repleta de amigos del Estado judío. La administración Trump 2.0 también entiende que involucrar a Estados Unidos en un nuevo atolladero en Oriente Medio como el que fue autor George W. Bush también está fuera de lugar.

Mantenerse fuera de Siria no es aislacionismo. Es sentido común. Lo mismo puede decirse de la reticencia a embarcarse en vanos intentos de construir una nación en un lugar donde las facciones dirigentes -y la mayoría de la población- no comparten los valores occidentales. Trump ha demostrado comprender que la política exterior debe mezclar la fuerza y la voluntad de golpear a los enemigos con el miedo racional a verse arrastrado a conflictos imposibles de ganar y a proyectos de asistencia condenados al fracaso.

Como demostró cuando ignoró a los expertos que le advirtieron que no trasladara la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, Trump debería guiarse por su alergia a los consejos de figuras del establishment que llevan una generación equivocándose en todo. En lugar de burlar o criticar su postura sobre Siria, los observadores sensatos deberían aplaudirla.

Jonathan S. Tobin es editor de JNS (Jewish News Syndicate).

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