El pogromo de Ámsterdam, consecuencia de la tolerancia global del antisemitismo
Los ataques no fueron incitados por los hinchas israelíes. Resultaron de una siniestra alianza europea antisionista entre islamistas y progresistas.
De forma semejante al 7 de Octubre, cuando Hamás masacró a 1.200 israelíes, algunos medios y la progresía antiisraelí no tardaron en dar vuelta la narrativa sobre lo ocurrido en Ámsterdam la noche del 7 de noviembre. Muchos en la prensa internacional sugirieron que el incidente fue provocado por los israelíes, incluso cuando tanto el primer ministro como el rey de los Países Bajos se disculparon por el fracaso de la policía holandesa a la hora de proteger a los hinchas visitantes, víctimas de un ataque planeado y coordinado.
Según The New York Times y el Associated Press, israelíes que se encontraban en el país para asistir a un partido entre su club, Maccabi Tel Aviv, y el holandés Ajax supuestamente arrancaron una bandera y corearon consignas antipalestinas. En lugar de víctimas inocentes de una turba aparentemente compuesta por inmigrantes árabes y musulmanes decididos a cazar y herir judíos, el líder de un partido político holandés de izquierdas se refirió a los turistas como "matones" que proferían consignas "genocidas" y "racistas".
No queriendo ser menos que el establishment periodístico en su sesgo antiisraelí, el progresista Forward también afirmó que las víctimas eran "gamberros violentos". Aseguró, asimismo, que se sentían atrapados los judíos holandeses que temían el antisemitismo pero no deseaban ser asociados con Israel y sus esfuerzos bélicos contra los terroristas islamistas. Según el periódico, les preocupa que los atentados de Ámsterdam fuesen "instrumentalizados" por los sionistas o por políticos de derechas no judíos como Geert Wilders, líder del partido más grande del parlamento. Wilders habla en nombre de muchos holandeses y europeos que resienten la manera en que la afluencia masiva de inmigrantes musulmanes de Oriente Próximo y el norte de África está empeorando el carácter de sus naciones, así como avivando el antisemitismo. Sin embargo, para muchos progresistas, plantear siquiera estas cuestiones es, por definición, racista.
De este modo, incluso el espectáculo de un pogromo antijudío en Europa Occidental se está utilizando como una excusa más para criticar a los israelíes acusándolos de racistas y xenófobos y para victimizar a sus atacantes. El hecho de que los indignantes ataques fueran documentados por videos ampliamente difundidos en plataformas de medios sociales y se cometieran en vísperas del 86º aniversario del pogromo nazi de la Kristallnacht contra los judíos alemanes no ha disuadido a los antisemitas que siempre señalan hacia el mismo culpable.
Incluso si algunos israelíes no se comportaron como turistas ejemplares, la noción de que la violencia contra los judíos es una reacción justificada, en la misma ciudad donde Anne Frank se escondió de los nazis, ilustra hasta qué punto se ha normalizado el auge global del antisemitismo.
El pogromo de Ámsterdam -el término específico aplica, ya que las agresiones antisemitas de la muchedumbre fueron claramente planeadas y coordinadas de antemano en WhatsApp y Telegram- importa no tanto por coincidir con el aniversario de la Kristallnacht o por situarse en un país que lucra de la masa de turismo que visita el anexo secreto donde la familia Frank trató de sobrevivir el Holocausto. Importa, aún más, por el hecho de que, aunque la imagen de cacerías de judíos es aterradora, es sólo un ítem más en una creciente lista de ataques indignantes contra judíos en la supuestamente ilustrada Europa y en todo el mundo. Lejos de ser un caso excepcional, forma parte de un patrón que resulta de factores que envalentonaron a quienes odian a los judíos.
"La gran mayoría de los estadounidenses apoya a Israel y se opone al antisemitismo".
Antisemitas en Estados Unidos
Aunque la actual variante europea de esta plaga de prejuicios es distinta a la que infecta Estados Unidos desde el 7 de Octubre, está, sin embargo, estrechamente relacionada con las turbas en las calles y los campus universitarios que corean las mismas consignas que los pogromistas de Ámsterdam. El terror en la ciudad holandesa es una demostración de lo que ocurre cuando las turbas pretenden "globalizar la intifada".
En Holanda y muchos otros países europeos occidentales, los inmigrantes musulmanes del norte de África y Oriente Medio, especialmente el torrente de refugiados de la guerra civil siria, fueron recibidos con los brazos abiertos. Creyendo que así seguían las lecciones aprendidas del turbulento pasado de su continente, los gobernantes se pensaron obligados a acoger a quienes buscaban una vida mejor que en sus países de origen.
Sin embargo, aquel deseo de ayudar a los necesitados se transformó, rápidamente, en voluntad de hacer la vista gorda ante la transformación de sus propias identidades y culturas nacionales. En lugar de intentar adaptarse, los recién llegados llevaron a cabo lo que podría describirse como una colonización inversa a la que había tenido lugar durante el pasado imperialista de Europa. Las comunidades musulmanas, cada vez más agresivas, no sólo trajeron consigo una cultura de misoginia y antisemitismo, sino que su presencia y su número normalizaron comportamientos y odios supuestamente desterrados del continente tras el Holocausto.
La alianza rojiverde
Igual de preocupante fue la forma en que los activistas políticos islamistas se aliaron con los progresistas europeos. Aunque sus creencias eran antitéticas a las de los europeos laicos, tenían algo muy importante en común: el odio a Israel y los prejuicios contra los judíos.
De este modo, una extraña alianza rojo-verde de socios dispares unidos por una agenda antisionista se convirtió en un elemento básico de la política europea occidental. Y, como hemos visto en países como Francia, Suecia y ahora Holanda, esto crea una atmósfera en la que las críticas a Israel se transforman rápidamente en apoyo a la destrucción del Estado judío, así como en tolerancia hacia la agitación antisemita dirigida a intimidar y silenciar a los judíos. Como señaló Douglas Murray en su clarividente The Strange Death of Europe: Immigration, Identity, Islam, la introducción en el continente de una gran población musulmana cuyos valores eran incompatibles con los de la Europa laica condujo a una dinámica en la que los liberales se vieron incapaces de reunir la voluntad necesaria para defender sus creencias, no fuera que se les tachara de racistas.
Aunque los dirigentes europeos occidentales siempre están dispuestos a denunciar actos violentos como la cacería de judíos de Ámsterdam cuando resultan demasiado atroces como para ser ignorados o minimizados, son en gran medida responsables de haber puesto en marcha estos acontecimientos. Lo hicieron, en parte, al abrir irreflexivamente sus naciones a una avalancha de personas que no tenían ningún deseo de abandonar las actitudes que Europa supuestamente había dejado atrás durante la Ilustración. También se debió a su voluntad de normalizar la intolerancia islamista, poniéndola al nivel de los principales partidos políticos europeos.
En esencia, toda universidad con un campamento antiisraelí o donde los judíos proisraelíes se encuentran condenados al ostracismo, blanco de la aversión de profesores y estudiantes, es un vivo ejemplo de cómo pogromos como el de la semana pasada son posibles.
El control de la educación estadounidense por quienes defienden mitos marxistas tóxicos como la Teoría Crítica de la Raza y la interseccionalidad, que falsamente etiquetan a los judíos y a Israel como opresores "blancos" que siempre están equivocados y merecen todo acto de violencia, ha llevado al adoctrinamiento de una generación que ve las bárbaras atrocidades del Sábado Negro como un acto legítimo de "resistencia".
De este modo, la clase progresista acomodada de Estados Unidos, al igual que las europeos, normalizó el antisemitismo bajo el disfraz del antisionismo y el criticismo válido de Israel. No fue ninguna sorpresa que tres rectoras de universidades de élite estuvieran dispuestos a decir al Congreso el pasado diciembre que dependía del "contexto" si la defensa del genocidio de los judíos infringía las normas de sus instituciones. Si temían a las turbas universitarias más que a ser tachadas de blandas frente al antisemitismo era porque la moda intelectual había normalizado el odio a los judíos e Israel.
De esa posición a otra en la que la violencia contra los judíos no sólo es imaginable, sino inevitable, hay un salto muy corto.
Existe una diferencia entre Estados Unidos y Europa Occidental. El tipo de antisemitismo oficial respaldado por el Gobierno que antaño era habitual en el continente europeo no ha arraigado en Norteamérica. Es más, la gran mayoría de los estadounidenses apoya a Israel y se opone al antisemitismo. Como demuestran las elecciones presidenciales, los votantes también rechazaron la ideología woke y eligieron a un hombre que se comprometió a luchar contra su propagación.
"Un Estado judío es imprescindible en un mundo donde los pogromos siguen siendo una lamentable realidad".
Una advertencia a los estadounidenses
Aun así, el pogromo de Ámsterdam es una advertencia para los estadounidenses sobre lo que ocurre cuando la tolerancia del antisemitismo se generaliza. La lección vale tanto si el auge del odio antijudío resulta de la afluencia de antisemitas del extranjero como de la propagación de mitos antirracistas tóxicos y progresistas que pretenden dividir al país y alimentar el antisemitismo. La guerra contra Israel puede ser sólo un frente de una amplia ofensiva de la izquierda contra la civilización occidental. Pero el peligro que corren los judíos en Europa y más allá indica que lo que está ocurriendo en Ámsterdam podría repetirse fácilmente en otras coordenadas.
La decisión de Israel de enviar aviones a Holanda para evacuar a los israelíes que se escondían en sus hoteles de la capital para no ser hallados por la turba, en lo que sólo puede describirse como una actualización del siglo XXI de la historia de Ana Frank, conlleva otra lección importante. En la época anterior a la fundación del actual Estado judío en 1948, no había ejército judío ni fuerza aérea para proteger o evacuar a los judíos necesitados. Quienes hoy desprecian la existencia de un Estado judío alegando los peligros del nacionalismo ignoran que el pogromo de Ámsterdam volvió a ilustrar la necesidad de un Israel fuerte.
Aunque algunos progresistas, incluido un sector de la población judía, piensen que el problema es Israel y su negativa a dejarse destruir por terroristas islamistas genocidas, los recientes acontecimientos demuestran que un Estado judío es imprescindible en un mundo donde los pogromos siguen siendo una desafortunada realidad. Quienes se empeñan en eliminarlo sea como sea no están -al contrario que muchos en el Partido Demócrata- articulando una crítica moral de Israel. Por el contrario, están legitimando el genocidio judío en Oriente Medio y en todas partes. Cuando se toleran, excusan y racionalizan ideas tan peligrosas, el mundo queda a un paso de una época en la que pogromos como el de la Noche de los Cristales o el de Ámsterdam son la norma y no en la excepción.
© JNS