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Agotada la indignación: ¿cuál es la respuesta de Estados Unidos?

A pesar del creciente número de estadounidenses que considera a China como un enemigo de Estados Unidos más que como un "competidor" estratégico, la preocupación de la opinión pública y la de dirigentes políticos o empresariales parece -preocupantemente- escasa.

(Cordon Press)

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Después de años observando cómo los dos principales partidos políticos de Estados Unidos fomentan la indignación pública para avanzar en sus objetivos políticos, alguien comentó recientemente que tenía "agotada la indignación". Más allá de ella.

Las encuestas de Pew Research muestran que puede que no sea el único. Casi el 40% de los estadounidenses afirma que desearía tener más partidos políticos entre los que elegir, cifra que aumenta hasta casi el 50% entre los más jóvenes. Las opiniones favorables de los dos partidos se sitúan aproximadamente en un mísero 40%.

Parte del problema parece radicar en las grandilocuentes alegaciones de ambos partidos, que avivan la ira partidista pero no consiguen los resultados esperados. Considere simplemente las afirmaciones que han hecho políticos, y otros, desde las elecciones presidenciales de 2016:

Después de años de afirmar la colusión entre el presidente Donald Trump y Rusia, tanto el Informe Durham como la investigación de Mueller encontraron que la colusión rusa había sido un engaño. No sólo eso, sino que las personas que crearon el engaño habían sabido todo el tiempo que los cargos eran falsos. Más recientemente, desde la derecha, no han sido corroboradas, al menos de momento, las explosivas afirmaciones del presidente del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, James Comer, y del senador Chuck Grassley, según las cuales un informante afirma que existen grabaciones en las que se ve al entonces vicepresidente Joe Biden siendo sobornado por empresarios ucranianos.

Considere también la falsa aserción de 51 ex oficiales de inteligencia de EEUU de que el portátil de Hunter Biden "tenía todas las características" de la desinformación rusa, así como las repetidas afirmaciones de que COVID-19 se originó en un mercado chino y no en el Instituto de Virología de Wuhan, a pesar de los reportes tempranos de manipulación genética frente a la teoría de origen natural. Considere todo esto, y uno puede ver por qué los estadounidenses están hartos de afirmaciones cuestionables en todo el espectro político y por qué hay una enorme pérdida de confianza en nuestras instituciones y políticos.

Se trata de un problema considerable para nuestra nación: cuando los estadounidenses más necesitarían encontrar la indignación, puede que no sean capaces de reunirla. Ese reto es especialmente agudo cuando se trata de nuestra política exterior y de seguridad nacional.

Aunque una abrumadora mayoría de estadounidenses tiene una opinión negativa de China, la respuesta de Estados Unidos a la pandemia del covid y a otras acciones del Partido Comunista Chino (PCC) contra intereses vitales de Estados Unidos ha sido, en el mejor de los casos, tibia. Los demócratas se unieron a los republicanos en la Cámara de Representantes para condenar el globo espía chino. Con dos tercios de los estadounidenses, sobre una base bipartidista, creyendo que el COVID se filtró efectivamente de un laboratorio chino, uno esperaría ver un grito de guerra desde la izquierda y la derecha para unir facciones frente al régimen del PCCh y forzar un cambio en su comportamiento maligno.

Sin embargo, ha habido poco movimiento más allá de los competidores proyectos de ley presentados por los senadores Tom Cotton y Josh Hawley para revocar el voto que concedió a China el estatus de Relación Comercial Permanente Normal en 2000 (Aclaración: como miembro del Congreso, voté en contra del PNTR). La expectativa política mayoritaria en aquel momento era que el PCCh se vería presionado por su apertura al comercio mundial a ser más libre y democrático y alinearse con el orden internacional basado en normas. En lugar de parecerse más a Estados Unidos y Occidente, es obvio que China se movió en la dirección exactamente opuesta.

No hay más que ver una vez al covid y a la respuesta del PCCh a la pandemia. Los últimos análisis siguen reforzando la idea de que el virus probablemente se escapó del laboratorio de Wuhan. A pesar de que el Instituto de Virología de Wuhan era teóricamente civil y recibía fondos de los contribuyentes estadounidenses procedentes de los Institutos Nacionales de Salud, en realidad el laboratorio de Wuhan estaba bajo control del ejército chino.

El gobierno comunista de China llevó a cabo, desde el principio, un esfuerzo masivo para ocultar la gravedad de la amenaza del virus. El PCCh mintió sobre su transmisibilidad persona-persona, e incluso sobre que China fuera el origen del virus. Mientras mentía al mundo sobre el COVID, el gobierno chino aprovechó el encubrimiento para almacenar recursos sanitarios en China y cerrar los viajes internos, "aunque impulsó los viajes al extranjero." Cuando otros países se opusieron, China les acusó de racismo.

A pesar de que la pandemia mató a más de 1,13 millones de estadounidenses a mediados de junio de 2023 y se estima que costaría $14 billones -sí, trillion- hasta finales de 2023, ¿dónde está la indignación común de los ciudadanos estadounidenses por el papel del PCCh en la pandemia? Además de las muertes y la carnicería económica, la pandemia desatada por China también ha tenido un enorme impacto psicológico en millones de estadounidenses y en la educación de nuestros hijos.

Por desgracia, el historial del país asiático en materia de derechos humanos es igual de atroz. El PCCh sigue persiguiendo brutalmente a la minoría uigur de China. A los uigures se les prohíbe practicar libremente su religión: se ha establecido un sistema masivo en el que se calcula que hay más de un millón de uigures detenidos a la fuerza. En estos campos, los uigures se enfrentan a adoctrinamiento, esterilización y trabajos forzados; afuera, mientras tanto, el pueblo uigur se encuentra sometido a una vigilancia masiva. La situación es tan espantosa que tanto la Administración Trump como la Administración Biden la han calificado de genocidio.

Luego está el robo descarado que el PCCh hace de la propiedad intelectual (PI) estadounidense. La Cámara de Representantes de Estados Unidos identificó múltiples ejemplos de infracción de la propiedad intelectual que afectaban a empresas como Dupont, Micron y Akhan Semiconductor. El FBI calcula que cada año se roban en Estados Unidos entre 225.000 y 600.000 millones de dólares en PI, y no es de extrañar que esto tenga consecuencias a largo plazo para la economía y los trabajadores estadounidenses. A menudo, da lugar a que las empresas chinas ocupen posiciones de liderazgo en industrias y tecnologías que se originaron aquí o que, de otro modo, estarían radicadas en suelo norteamericano si los chinos no utilizaran mano de obra forzada para suministrar bienes y servicios. No es de extrañar que la economía china siga creciendo más deprisa que la estadounidense: China reduce sus costes de investigación y desarrollo robando propiedad intelectual y recurriendo a la esclavitud aprobada por el Estado.

Considere, asimismo, los agresivos esfuerzos militares y de espionaje del PCCh contra EE.UU. en los últimos seis meses. Algunos de nuestros emplazamientos militares y nucleares más sensibles fueron sobrevolados por un globo espía chino y se reveló que China tiene una base de espionaje en Cuba y que está planeando, con el país insular, un centro conjunto de entrenamiento militar situado a 160 km de la costa estadounidense.

El Departamento de Justicia anunció en abril la detención de dos chinos por gestionar una comisaría ilegal en la ciudad de Nueva York. Aunque se ha ordenado su cierre, en el momento de redactar este informe hay "al menos seis más" en Estados Unidos. Del mismo modo, el PCCh no ha cerrado sus Institutos Confucio, como se le había pedido, sino que simplemente les ha cambiado el nombre.

Por último, el gobierno de Xi Jinping también ha estado enviando grupos de hombres solteros en edad militar a través de nuestra frontera sur, con el aparente objetivo de sabotear las instalaciones estadounidenses si Estados Unidos intenta contrarrestar una ofensiva china sobre Taiwán.

Teniendo en cuenta todas estas revelaciones y actividades amenazantes, parece haber muy poca preocupación por parte de la opinión pública y los dirigentes políticos y empresariales (aquí, aquí, aquí y aquí); a pesar, también, del creciente número de americanos que ve a China como un enemigo de Estados Unidos más que como un "competidor".

Es probable que esta falta de indignación fuese la razón por la que los altos funcionarios de la Administración Biden se sintieron libres para discutir abiertamente quién debía ser el primero en ir a China después de que se cancelara la visita inicial del Secretario de Estado Antony Blinken. También es probable que, en su reciente visita a China, Blinken sólo se refiriera de pasada al historial del PCCh en materia de derechos humanos, a su papel en el encubrimiento de la pandemia del covid, a su continuo robo de propiedad intelectual estadounidense y a su agresiva postura militar y de inteligencia contra Estados Unidos. En cambio, la Administración se ha centrado en acercarse y organizar futuras conversaciones, y las empresas estadounidenses han promovido las llamadas cuestiones "medioambientales, sociales y de gobernanza", pero han ignorado -y a menudo permitido- el historial genocida de China en materia de derechos humanos.

También es muy cuestionable que todas las visitas de la Administración hasta ahora hayan sido "partidos de local" para el Partido Comunista Chino: los funcionarios estadounidenses viajan allá para rendir homenaje, pero los funcionarios chinos no tienen que "molestarse" en venir a Estados Unidos.

¿Se han cansado tanto los estadounidenses del "escándalo de la semana", endilgado por nuestras élites políticas y los medios de comunicación, que hemos derivado en un sistema político disfuncional en el cual los estadounidenses, confundidos, no pueden distinguir entre las amenazas reales -como la Armada china superando a la de EEUU, mientras que el 37% de nuestros submarinos de ataque están fuera de servicio- y amenazas menores, como los pronombres?

Como han afirmado algunos analistas, el presidente chino Xi Jinping y otros dirigentes del PCCh "añoran un mundo en el que China era dominante y otros estados se relacionaban con ella como suplicantes ante un superior, como vasallos que acudían a Pekín a rendir tributo."

Volver a esa posición de dominio es el objetivo a largo plazo de Xi y el PCCh. Esta es la amenaza real que debería unir a los estadounidenses para afrontar este desafío y mantener la posición de liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Posición que garantizará el respeto de los derechos humanos, la libertad y seguridad económica, y donde Norteamérica servirá como faro del gobierno representativo, las libertades individuales, los derechos de propiedad, la igualdad ante la ley (un poco ladeada en la actualidad) y, sobre todo, el derecho a la libertad de expresión.

© Gatestone Institute

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