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Argentina: urge no entrar en el juego kirchnerista

Cristina Fernández debe pagar por todas sus fechorías como lo haría cualquier otro ciudadano.

Cristina Kirchner / Cordon Press.

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Los Gobiernos kirchneristas se han caracterizado por la inflación, la generación de pobreza, la corrupción, el odio, la mentira y la inmoralidad. No son clichés de una persona enojada, no. La actual vicepresidente, Cristina Kirchner, es experta en cada uno de esos ámbitos. Lo hizo con destacado profesionalismo cuando le tocó presidir el país y lo hace ahora que lo preside a través de su títere, el indigno, arrastrado y mentiroso Alberto Fernández.

Durante su mandato como presidente, Cristina distorsionaba los datos de inflación y de pobreza a través del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) y dijo que su enorme fortuna, amasada gracias a la corrupción política, la logró porque fue una “abogada exitosa”. También se ha encargado de remover jueces y fiscales que se atrevían a investigarla, como fue el caso del fiscal Alberto Nisman, que vaya si fue removido: apareció muerto en su apartamento un día y medio antes de presentar ante el Congreso la causa contra ella por encubrimiento del atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), perpetrado en 1994 y que dejó un saldo de 85 muertos. Tras el asesinato de Nisman, Cristina expresó que se había tratado de un asesinato y luego que en realidad el fiscal se había suicidado, teoría que hoy siguen manteniendo su entorno y los medios adictos al kirchnerismo. Luego el kirchnerismo lanzó una campaña de desprestigio contra Nisman, quien ya no se podía defender, al que acusaban de “putañero”, “corrupto” y demás tonterías, como si eso librara a la entonces presidente de las graves acusaciones en su contra luego de que su Gobierno firmara un pacto de amigos con la dictadura iraní para quitarle la responsabilidad del atentado que, según el fiscal, Teherán había planeado. Vale recordar que en aquel momento un funcionario kirchnerista dijo que a Nisman lo mató un amante homosexual despechado. Por lo tanto, según el kirchnerismo, el fiscal se suicidó, lo mataron, era putañero y lo asesinó un amante homosexual. La mentira y la inmoralidad con la que se manejaron en ese caso es habitual en el kirchnerismo.

Las diatribas de odio contra opositores y periodistas también fueron y son moneda común. Fanáticos kirchneristas agredieron físicamente a reporteros, atacaron con cócteles molotov las oficinas del grupo mediático Clarín, la AFIP (el ente recaudador de impuestos) persiguió a periodistas… y la lista sigue.

También podemos recordar a sindicalistas y militantes corruptos cercanos al kirchnerismo pedir que se fusilase o colgase a sus enemigos durante el mandato de Mauricio Macri, cuya pequeña hija fue amenazada de muerte, así como las hijas de la entonces gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.

El amor kirchnerista continuó luego de los alegatos del fiscal Luciani, quien, con una valentía similar a la del fiscal Nisman, se animó a acusar a Cristina en la causa Vialidad, tal vez la más probada de todas las que tiene la expresidente. Luciani explicó con lujo de detalle cómo hicieron la vice y su marido, el difunto Néstor Kirchner (presidente del país de 2003 a 2007) para enriquecerse ilícitamente. La maniobra consistió en convertir de un día para el otro a un empleado bancario, Lázaro Báez, en empresario, poco antes de que Néstor asumiera el poder. Luego le entregaron la gran mayoría de los trabajos a sus empresas, especialmente a Austral Construcciones. Las obras otorgadas a este afortunado empresario no se terminaban o recibían más dinero del necesario. La plata sobrante era devuelta a la familia Kirchner mediante el alquiler de habitaciones en los hoteles de la familia Kirchner para el descanso de los empleados de Lázaro. Sin embargo, los hoteles solían estar vacíos. Extraño. El exitoso nuevo empresario, que pudo comprar terrenos por un tamaño superior en más de 20 veces al de la ciudad de Buenos Aires, también adquirió diez propiedades de la poderosa familia en transacciones, digamos, polémicas. En 2015, cuando Macri ganó las elecciones, las empresas desaparecieron mágicamente. Llamativo, ¿verdad?

Todo lo mencionado anteriormente es solo un par de gotas en el profundo océano de la burda corrupción kirchnerista.

Ella es capaz de cualquier cosa por el poder y, más allá de si se ha tratado de una operación o de un loco suelto, nadie puede levantar el dedo acusador contra quien descree de esa señora. Nos acostumbraron a la mentira, a la humillación, a la violencia, a la división, a la hipocresía, a la injusticia y a la corrupción. Estas son las consecuencias.

Luciani pidió una condena contra Cristina de 12 años de prisión e inhabilitación permanente para ejercer cargos públicos. ¿Cómo respondió el kirchnerismo? Con amor, por supuesto. Su entorno lanzó todo tipo de amenazas abiertas a jueces y fiscales, se escucharon cánticos de los fanáticos advirtiendo de que se llevarían a cabo actos de violencia en las calles “si la tocan a Cristina” y el presidente Fernández incluso llegó a decir, con un claro tono intimidante, que espera que Luciani no se suicidase como Nisman. La vice, por su parte, acusó de todo a Macri, habló de lawfare y demás tonterías, pero no pudo refutar ninguna de las acusaciones en su contra.

Durante días, los fanáticos kirchneristas se apostaron frente al apartamento de la vice en el coqueto barrio de Recoleta, en la ciudad de Buenos Aires. Cortaban la calle bloqueando el tránsito vehicular, bebían, hacían ruido permanentemente, impidiendo el descanso de los vecinos, y provocaban a la Policía, que se vio obligada a actuar para restaurar parcialmente el orden. El kirchnerismo, que es inigualable a la hora de usar cualquier acontecimiento políticamente, acusó al opositor Gobierno de la ciudad de ser “dictatorial” y “represor”.

Cristina había logrado su cometido, colocar una espesa cortina de humo para tapar la terrible situación a la que nos llevaron y para cubrir el ajuste que está llevando a cabo el nuevo ministro de Economía, Sergio Massa, debido a que el dinero se acabó y la bomba que suele dejar el gasto populista les estaba explotando al kirchnerismo y a sus aliados en la cara. La situación con Macri no era tan desastrosa como ahora, pero todos fuimos testigos de los graves hechos de violencia durante su mandato. Es que para los fanáticos y los obsecuentes del kirchnerismo, cuando gobierna la reina, la deuda no es deuda; la inflación es culpa de los formadores de precios; los pobres son culpa de Macri y los demonios neoliberales y el ajuste…¿qué ajuste? ¡Aguante, Cristina!

Lo tragicómico del asunto es que los kirchneristas siguen llenándose la boca con la batalla del “amor contra el odio” y siguen diciendo que cualquier crítica es, en realidad, un “discurso de odio”. Populismo tercermundista de manual.

Tras todas estas tensiones, ocurrió un llamativo episodio en el que, mientras Cristina firmaba autógrafos y saludaba a sus seguidores, un hombre brasileño armado con una pistola gatilló al lado de su cabeza, pero la bala no salió. Como era de esperar, los políticos kirchneristas, los propagandistas del oficialismo -mal llamados periodistas-, los sindicalistas aliados y los fanáticos enceguecidos comenzaron a culpar a los opositores por su “discurso de odio”, que, según ellos, empujó al atacante a intentar asesinar a Cristina. El presidente Fernández realizó una cadena nacional cerca de la medianoche y decretó un feriado nacional para el día siguiente, a pesar de que ese día comenzaba 2 o 3 minutos después de su discurso. ¿Con qué fin, se preguntará usted? “Para reflexionar”, dijo la marioneta. Sin embargo, resulta que la reflexión la hicieron los kirchneristas con una gran manifestación en la que se escucharon cánticos y expresiones contra opositores y medios de comunicación. Mucho amor, ya sabe.

Estuvo acertado el diputado liberal Javier Milei al recordar que nunca se decretó un feriado por los muertos por la inseguridad, por los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA o por la Tragedia de Once (un accidente ferroviario que acabó con la vida de 52 personas), y también estuvo acertado en señalar que la casta política se cree superior al resto de los ciudadanos.

Del otro lado, como era de esperar, se afirma que se trata de una operación más para seguir desviando la atención de la gente, profundizar la victimización, presionar a la Justicia y a la oposición y recuperar parte del enorme apoyo perdido de cara a las elecciones presidenciales de 2023. Claro que las redes sociales estuvieron plagadas de información falsa; eso es inevitable, pero ¿quién puede culpar a la gente por las dudas después de todas las mentiras, los actos de violencia, la muerte de Nisman, la corrupción y el comportamiento mafioso de la jefa de una banda de delincuentes? Ella es capaz de cualquier cosa por el poder y, más allá de si se ha tratado de una operación o de un loco suelto, nadie puede levantar el dedo acusador contra quien descree de esa señora. Nos acostumbraron a la mentira, a la humillación, a la violencia, a la división, a la hipocresía, a la injusticia y a la corrupción. Estas son las consecuencias.

Si realmente se trató de un intento de ataque, es bueno que la bala no haya salido. Eso sí, ahora debe pagar por todas sus fechorías como lo haría cualquier otro ciudadano y como lo indica la ley del mismo país que ella gobierna.

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