La falsa indignación del falso socio: Biden contra el Estado judío

El presidente estadounidense es el madero flotando del que Hamás está agarrado para no hundirse porque necesita los votos de los musulmanes y la izquierda antisemita.

El presidente de Estados Unidos Joe Biden dijo recientemente en una entrevista con Univisión que Israel debía declarar un alto el fuego unilateral de más de un mes y que estaba en desacuerdo con cómo el Gobierno israelí llevaba la guerra. Pocos días le duró a Biden la solidaridad con Israel luego de que el gobierno de Gaza, a cargo de la organización Hamás, invadiera su territorio hace seis meses. El mayor ataque al pueblo judío luego del Holocausto le tocó justo en medio de su campaña reeleccionaria y desde entonces él, su administración y su inefable secretario de Estado Antony Blinken han simulado una equidistancia entre las partes, es decir entre Israel y Hamás. La equidistancia es de por sí insultante si se considera que el Gobierno de Gaza es una dictadura salvaje que oprime a su pueblo y es, además, una mortífera organización terrorista. Se agrava aún más la equidistancia si se considera que constitucional y estatutariamente el propósito de Hamás es la desaparición de Israel y de los judíos allí y en cualquier otra parte. Y se agrava todavía más si se tiene en cuenta que el grupo terrorista odia al Estado judío tanto como odia a EEUU, a su presidente (sea quien fuere) y a todo lo que el país norteamericano representa. El rumbo que ha tomado el Gobierno de Biden, abiertamente contrario a la victoria de Israel en la guerra, es actualmente el más agresivo del mundo.

Ocurre que Biden necesita los votos de una parte muy importante de su base electoral que quiere que él salve a Hamás de la extinción. Es posible que el actual presidente tenga históricamente poca simpatía por Israel, las anécdotas certifican este sentimiento, pero la posibilidad de que los políticos demócratas demuestren ese desprecio hacia la alianza que unió a ambos países durante tantos años sí es algo novedoso. La Administración norteamericana ni siquiera puede ensayar un disimulo, la polarización que afecta al país radicaliza posiciones y atrae a los peores socios. Las manifestaciones propalestinas, permitidas y avaladas dentro de la estructura administrativa, cultural y académica de EEUU ni siquiera se detienen ante el hecho de que es el islamismo que reivindica Hamás el que ha cometido los atentados terroristas más terribles en su propio suelo. Tampoco se detienen ante el hecho de que ese grupo islamista cazó como animales a estadounidenses, los tomó como rehenes violándolos y torturándolos en cautiverio. Sólo eso debería haber despertado un instinto de supervivencia. Pero la polarización que mueve los hilos de Biden alcanza también a sus votantes.

El presidente Biden quiere que estos votantes sepan que él se siente como ellos, no importa cuánto desprecio expresen hacia su propio país, a su tradición y a su cultura. El mandatario no les reprocha el odio hacia su propia historia, necesita que lo consideren parte del grupo. Por eso financia al país que financia al terrorismo. Biden no puede, y tal vez no quiera, decepcionar a los exacerbados personajes de la izquierda radicalizada de su partido que son los que sostienen la delirante narrativa woke, profundamente antisemita. Esta narrativa se cultivó durante décadas entre sus votantes del área educativa, entre administradores y profesores de colegios y universidades, en los medios de comunicación y las ONG. Existe un importante grupo de odiadores de Israel que habitan cómodamente en el Partido Demócrata.

Conclusión: Biden no tiene incentivos para apoyar a Israel. Los ataques del 7 de octubre sólo lo han llevado a acelerar su esfuerzo por establecer un Estado palestino que proporcione una base institucional a los chacales. Ha sido generoso financiando a Irán, principal factor de inestabilidad de Medio Oriente, pero con esto no le es suficiente, también quiere que Israel deje la guerra como está y se retire para que Hamás sobreviva. La retórica de Biden es aquello que al grupo terrorista palestino le permite rechazar todas las propuestas de alto al fuego y ni siquiera rendir cuentas por los rehenes que cumplen medio año de tortura ininterrumpida. Porque para los rehenes Biden no pide que cese el fuego.

En cambio, la Administración norteamericana convierte en prioridad el suministro a Gaza de "ayuda humanitaria" que es sistemáticamente apropiada y gerenciada por Hamás a la vista de todo el mundo. Los camiones de ayuda que llegan a la Franja son ayuda para los terroristas que la roban, la venden o la usan para someter aún más a los habitantes de la zona. Pero en lugar de condenar a Hamás por la crisis que esto provoca, Biden culpa a Israel por la “inseguridad alimentaria aguda”. La hambruna fue la que produjo aquella estampida mortal de la que se culpó al ejército israelí hasta que las imágenes aéreas corroboraron que Hamás era el culpable de disparar contra los palestinos. Pero nada de esto importa, la Administración Biden y sus socios formales e informales son inmunes a los datos.

El Departamento de Estado ante la duda y por default acusa a Israel. Las campañas de comunicación que sostienen acusaciones de genocidio, hambruna, matanza de bebés y abuso sexual, basadas en información que suministra Hamás, fueron ejecutadas para justificar varias traiciones como la del Consejo de Seguridad. Biden ha adoptado la versión de la izquierda sobre Israel dando crédito a la acusación de que el Estado judío es el culpable del desastre en Gaza a pesar de la trayectoria criminal de quienes, aún hoy, dominan ese territorio. Es la batuta de Biden la que somete a Israel a una doble vara permanente. En el curso de sus múltiples guerras Estados Unidos ha matado accidentalmente a un gran número de civiles, pero es un error del ejército israelí lo que produce escándalo entre los demócratas.

Por ejemplo, durante la reciente criminal retirada de Biden de Afganistán, un ataque estadounidense mató a un trabajador humanitario y nueve miembros de su familia, incluidos siete niños, uno de ellos de sólo dos años. En 2011 al menos 13 trabajadores de ambulancias murieron en un ataque aéreo de “fuego amigo” de la OTAN en Libia. La fuerza aérea de Dinamarca mató a 14 civiles en 2011 en la campaña de bombardeos de la alianza militar, y se llegó a la conclusión en privado en 2012 pero el reconocimiento no se hizo público, lo que impidió a las familias de los asesinados solicitar compensación. Otro ataque de la OTAN sobre Surman, Libia, en 2011, mató a 12 civiles, entre ellos cinco niños y seis miembros de una familia. Y el atentado con bomba en Sirte, también en territorio libio, mató a un hombre y una mujer embarazada de cinco meses. En una boda en Irak, 11 mujeres y 14 niños murieron por fuego estadounidense. Ni que hablar que en las invasiones efectuadas por EEUU no se dio aviso ni tiempo a los civiles para evacuar las ciudades. Ni Biden, ni Cameron, ni la OTAN tienen autoridad moral para juzgar a Israel.

La doble vara para ponderar el accionar del ejército israelí y los propios es descarada. Según la ONU, el promedio de muertes entre combatientes y civiles en guerras en todo el mundo es de 1 a 9, sin embargo en Gaza, Israel lo ha reducido llegando a entre 1 a 1,5. Las críticas cínicas de Biden y de sus socios formales e informales son adrede para ocultar este estándar histórico que Israel ha establecido, implementando más precauciones para evitar daños a civiles que cualquier ejército en la historia. Según el director de estudios del Modern War Institute (MWI) en West Point, John Spencer, “las FDI han telegrafiado casi todos los movimientos con antelación para que los civiles puedan reubicarse, cediendo casi siempre el elemento sorpresa. Esto ha permitido a Hamás reposicionar a sus altos dirigentes (y a los rehenes de Israel) según sea necesario a través del denso terreno urbano de Gaza y los kilómetros de túneles subterráneos que ha construido”, y agrega: “Los combatientes de Hamás, que a diferencia de las FDI no usan uniformes, también han aprovechado la oportunidad para mezclarse con la población civil mientras evacuan. El efecto neto es que Hamás tiene éxito en su estrategia de crear sufrimiento palestino e imágenes de destrucción para generar presión internacional sobre Israel para que detenga sus operaciones, asegurando así la supervivencia de Hamás.”

El doble rasero no es ingenuo; Biden necesita avalar las narrativas de la izquierda. Por eso compra toda la propaganda de Hamás cuyos incomprobables números no distinguen entre víctimas de combatientes y civiles, ni entre civiles muertos por su propia violencia, por ser escudos humanos o por los cohetes fallidos que caen sobre terreno propio. Cualquiera que observe la cobertura mainstream de la guerra en Gaza debería pensar que están muriendo sólo civiles y ningún terrorista. Históricamente y como ocurre con cualquier dictadura, Hamás ha falseado los datos y poco eco han tenido los estudios estadísticos que han evaluado las cifras de muertes que luego se demostraron falsas. La prensa criticó la exitosa operación en el hospital al-Shifa en la Franja de Gaza tomado como bunker por Hamás, operación en la que ningún civil salió herido. Pero no criticaron al grupo terrorista por el crimen de guerra de usar hospitales como centros de comando.

Pedir a Israel que reduzca las bajas civiles a cero, que deje a los rehenes israelíes en cautiverio para que sirvan como moneda de intercambio a cambio de otros terroristas presos y que permita a Hamás sobrevivir a la guerra es demandar la extinción de Israel. Biden, Blinken, la Administración demócrata y el magma antisemita que los rodea no desconocen este hecho. Sin embargo han boicoteado a Israel en su batalla existencial contra Hamás y Hezbolá, y en definitiva contra Irán a cambio de un puñado de votos. Todos ellos saben que no hay solución en la que ambas partes se queden satisfechas porque la felicidad de Hamás es que Israel desaparezca y la supervivencia de Israel depende de que Hamas desaparezca.

A medida que avanza la campaña, la postura de Biden se vuelve más y más traicionera para complacer a los votantes musulmanes y a la izquierda woke que los apoya. Bajo la presión de la elección demócrata, la Administración norteamericana completa se aboca a obligar a Israel a retirarse de una guerra en la que tiene riesgos existenciales. La elección presidencial todo lo vale. Hamás lo sabe y se sabe derrotada salvo que logre el milagro diplomático de que EEUU imponga que Israel se rinda, que todo regrese a la normalidad en la que ellos regresan al poder como en los últimos años, usufructuando la solidaridad de la ignorancia y el antisemitismo internacional y recibiendo dinero de ONU para reconstruir sus túneles y atacar a diario mientras preparan la próxima incursión. Porque van a volver a atacar, no es especulación, es lo que Hamás ha declarado. Van a atacar mientras existan y parece que su existencia genera muchos votos.

Biden es el madero flotando del que Hamás está agarrado para no hundirse. La equidistancia y la falsa indignación del presidente, de su administración y de sus socios formales e informales es una artimaña para obligar a Israel a claudicar bajo la presión del escándalo permanente (escándalo que no les produce ninguna otra guerra, ni las propias). Una falsa indignación manipulada para imponer la parálisis frente a la guerra contra el terrorismo. Parálisis que sirva como precedente para anular en todo Occidente la capacidad de defendernos.