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Ascenso y caída de la estafa llamada Biden

Los últimos días del Presidente se convirtieron en una mezcla de funeral y montaña rusa, pero no porque el Rey se hubiera quedado desnudo, sino porque fue su entorno el que quedó despojado de todo ropaje.

El presidente Biden anunció su renuncia a la campaña este domingo 21 de julio. Chris DELMASAFP

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Finalmente Joe Biden se ha rendido ante lo inevitable y ahora la carrera presidencial se transformó en algo interesante. Queda evaluar, para el Partido Demócrata y para sus votantes, el sentido de haber llegado a último momento con una nominación basada en el engaño. Ahora quedan unos pocos días para designar un nuevo candidato, generar a su alrededor una estrategia, encontrar el dinero para su campaña, buscarle un compañero adecuado y, sobre todas las cosas, disculparse ante el pueblo noerteamericano y ante el mundo por la farsa de los últimos cuatro años. Después de todo, la concatenación de presiones políticas, periodísticas y faranduleras que cayeron sobre el presidente Biden, luego del fallido debate, han sido la confesión de parte más descarada de la forma en la que el establishment ha mentido sincronizadamente sobre quién manejaba (y maneja) las riendas políticas del país más poderoso del mundo.

Si es cierto que Biden sólo estaba “disponible” unas pocas horas por la mañana, entonces, ¿quién estaba a cargo el resto del día, quién tomó decisiones en la Casa Blanca todo este tiempo? ¿Quién guiaba la firma del presidente, acaso el mismo que le hizo firmar la carta de despedida? Los últimos días, la campaña de Biden se convirtió en una mezcla de funeral y montaña rusa, pero no porque el Rey se hubiera quedado desnudo, sino porque fue su entorno el que quedó despojado de todo ropaje, expuesto en su estulticia luego de la fatídica noche en la que Biden mostró ante el mundo su demencia. Todo lo que pasó después fue aún más vergonzoso y apremiante, sus “amigos”, sus donantes, su inefable esposa, sus actos y la cereza del postre: un COVID sacado de debajo de la manga de alguno de sus titiriteros, del que nadie se fió, no hacía falta. Todos esperaban la caída.

Al presidente no se le otorgó ni siquiera la gracia de despedirse en persona. Apenas una controlada declaración escrita, publicada en la red social más odiada por los demócratas, más demonizada por Biden. Minutos después de que se anunciara el renunciamiento a la carrera presidencial, el discurso “oficial” fue que se trataba de un acto heróico de un titán del bien común. Los diarios hablaban de su humildad, Hollywood elogiaba su integridad y las loas fluían hacia la decisión de no competir por la reelección. Pero aquello que lo alejaba de la carrera, eso que no se puede nombrar, le permitirá seguir siendo presidente? La obstinación de permanecer, que todos sus compañeros criticaron la semana pasada, no es idéntica a la de aferrarse a un trabajo incluso cuando ya ha confesado que no está en condiciones de hacerlo? Es posible que de nuevo el staff demócrata vuelva a negar lo que todos estamos viendo y vuelva a acusar de “desinformadores” a quienes vuelvan a decir que el Rey y toda la administración están desnudos? Una vez que flaqueó la narrativa de "no hay nada que ver aquí", podrán volver a imponerla?

La sensación que flota pesadamente en el aire es que el presidente ha sido retirado por los mandamases demócratas, una especie de víctima de un golpe del que quizás Biden ni siquiera tenga conciencia, ejecutado por quienes se dieron cuenta de que ya no podían sostener la mentira. Un motín del establishment narrado con épica por el corifeo sumiso de los medios progresistas y del resto de sus aplaudidores. Lo que resulta evidente es que la renuncia publicada es la forma que encontraron no de sincerar el descalabro, sino de mantenerlo apenas implementando una válvula de escape. Acaso no ha sido esta la constante del Partido Demócrata desde que subió al ring a un candidato perdedor, inconsistente y oscuro en la carrera del 2020, en primer lugar? Es el mismo elenco de entonces, los mismos periodistas, los mismos actores. Los que juraban que Biden era el hombre de paz que venía a unir al país son los que nos han estado diciendo durante cuatro años que estaba en condiciones de gobernar y que cualquiera que dijera lo contrario era "un peligro para la democracia".

Y hablando de democracia, si la caída en desgracia de Biden habla de la hipocresía de la élite partidaria, la virtual nominación de Kamala Harris como candidata sustituta habla de su poco apego a las normas democráticas y a la institucionalidad. La mayoría ya la ha ungido y son pocos los que reclaman una primaria express. Pero la realidad es que la favorita a quedarse con la candidatura no ganó ni un solo voto. ¿Los votantes demócratas tendrán algo para decir acerca de quién los va a representar?

Lo cierto es que no sólo los votantes demócratas sino todo Estados Unidos está pagando el precio de la estafa llamada Biden. La decisión de poner a un hombre enfermo e incapacitado mentalmente en un cargo estresante y terriblemente exigente fue el primer paso de un proceso de decadencia en el que se sumió a todo un país para salvar los descalabros internos de una partido inacapaz de producir cuadros políticos medianamente potables. Hace 4 años eran claras las preocupaciones sobre el candidato demócrata, pero el Partido se esmeró para presentar esas preocupaciones como teorías de la conspiración. La polarización, que divide a EEUU en dos, hizo el resto. Durante todo su mandato abundaron los ejemplos de su desvarío, con vídeos lacerantes y vergonzosos que fueron ocultados o ridículamente desmentidos.

Pero Kamala Harris, la que quedó en pie, tiene videos y apariciones tan ridículas y delirantes como las de Biden, y no hay excusa médica para su performance. Ha demostrado hablar sin sentido ni rumbo, pudiendo ser tremendamente ofensiva en el camino. Una candidatura de Harris es la señal escalofriante de en lo que se ha convertido el Partido Demócrata. Es un tipo de política de doble fondo, manejada por la élite titiritera que pone como pantalla a personajes manejables, ridículos, con arreglo a la interseccionalidad que tanto preocupa a su sector más radicalizado. Fue elegida para ser vicepresidente porque, como se dijo en 2019, les servía una mujer o alguien “de color” y Harris, de una manera muy forzada, servía a esos propósitos. Pocas voces demócratas están reclamando contra la selección arbitraria de Harris, prefieren ensalzarla, por las dudas, hablando de su sexo o color de piel. Es la política de la identidad y la complacencia de la élite lo que ha elevado a esta mujer de razonamiento circular y risa perturbante a los niveles políticos más altos.

Kamala es tan responsable como Biden de su política fronteriza, de la estafa de las energías alternativas que encarecierón la vivienda, la movilidad y los alimentos. Y es cómplice de Biden en su accionar traidor contra Israel y complaciente con Irán. Ella ocultó durante cuatro años la decadencia mental de Biden, su mala praxis no es contra su partido, es contra todos los estadounidenses y contra sus valores. Claro que es mejor que Biden, al menos cuando habla se dirige a personas reales y puede caminar a paso firme. Pero le mintió al pueblo que aspira a gobernar, cuando como vicepresidente, veía regularmente como Biden permanecía en un cargo para el que no estaba capacitado. Si sabía fue tramposa, si no se dió cuenta fue tan incapaz como el presidente.

El momento y la forma de la caída de Biden es una denuncia sobre la crisis de EEUU y sobre la forma en la que la burocracia, el pantano, el deep state, el establishment o como lo queramos llamar, está llevando las riendas del poder. La caída también habla de la forma en la que ese establishment actúa cuando entra en pánico, cuando le fallan los planes o cuando no puede retorcer la realidad por más coludidos que se encuentren con los medios o con el aparato hollywoodense. Y también muestra que están dispuestos a hacer cualquier cosa para permanecer en el poder. Cualquier cosa es cualquier cosa, o sea mentir, torturar y aprovecharse de un hombre senil, traicionarlo y descartarlo sin siquiera permitirle despedirse, poner a dedo un reemplazo y evitar dar explicaciones por sus errores pasados y eludir toda responsabilidad democrática…en nombre de la democracia. Dios se apiade de EEUU si es esta la gente que "salvará la democracia". La historia de un imperio en peligro se está escribiendo en tiempo real. 

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