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¿Aprendimos la lección de la Noche de los Cristales Rotos?

Por más lacerante y escandaloso que resulte, lo que ocurrió en la Noche de los Cristales Rotos no es un hito por lo que pasó, sino por lo que comenzó a pasar. Fue el aval y preludio del Holocausto, la evidencia más contundente de cómo la barbarie avanza a sus anchas.

Noche de los Cristales RotosJean-Pierre Dalbéra / Wikimedia Commons

Apenas 86 años nos separan de la Noche de los Cristales Rotos, el evento clave que le permitió a Hitler entender que el mundo estaba preparado para tolerarle absolutamente cualquier aberración. En estos días se cumple el aniversario de los hechos ocurridos entre el 7 y el 12 de noviembre de 1938 que signaron el destino de 6 millones de judíos.

El 28 de octubre de 1938 más de 17.000 judíos polacos residentes en Alemania fueron detenidos y expulsados hacia Polonia con lo puesto. Pero poco antes Polonia había despojado a los judíos polacos de su ciudanía y en consecuencia, imposibilitados de regresar, se encontraron sin hogar y sin medios de subsistencia. Quedaron entonces varados en un limbo entre Alemania y Polonia en las inmediaciones de la ciudad de Zbaszyn donde se improvisó un campamento de hambre y miseria para los indeseados. Entre ellos estaba la familia de Herschel Grynszpan, un adolescente de 17 años que había ido a buscar trabajo a París. No hablamos de un pequeño grupo, sino de miles de almas sin comida, ni casa, ni derecho a moverse a ningún sitio. Toda Europa supo de la situación, también Herschel que se desesperó. 

El 7 de noviembre de 1938 Herschel Grynszpan se dirigió a la sede diplomática alemana en París con la idea de amenazar al embajador Johannes von Welczeck, pero este no lo atendió. En cambio fue recibido por su secretario, Vom Rath a quien Herschel, presa de ira le disparó a quemarropa, sirviendo a Joseph Goebbels en bandeja la excusa que llevaba tiempo esperando: “Esto es un ataque de los judíos hacia los alemanes”, dictaminó el ministro de propaganda nazi.

Vom Rath no murió de inmediato. A lo largo del 8 de noviembre Goebbels instruyó a la prensa oficialista para distribuir incesantemente la noticia del "intento de asesinato judío en París" que debía presentarse como un indiscutido ataque de los judíos contra Alemania. Cuenta la leyenda que Hitler envió a un médico de confianza para preocuparse por la salud del secretario que desmejoró luego de la visita del enviado… 

Al día siguiente, como todos los 9 de noviembre, la cúpula nazi conmemoraba el fallido golpe de Estado de 1923, el Putsch de la Cervecería. Hitler y los altos cargos del Partido se reunieron en Múnich para una cena de gala. En el transcurso de la cena recibieron la noticia del fallecimiento de Vom Rath. Goebbels, como si casualmente lo hubiera tenido preparado, pronunció un encendido discurso en el que acusaba a la "comunidad judía internacional" del asesinato del funcionario alemán y dijo que no le sorprendería que los alemanes tomen la ley por sus manos ante el asesinato de un compatriota por un judío, quemando sinagogas y destruyendo negocios. 

Existen sobradas y documentadas pruebas de que la comunidad internacional sabía lo que pasaba y que la tardía reacción no fue ignorancia sino cobardía o conveniencia.

Mientras tenía lugar el discurso, ya se producían ataques y saqueos que, según Goebbels, eran espontáneos pero "no debían ser obstaculizados". El mensaje había sido claro: el Partido no aparecería públicamente como organizador, pero los jerarcas habían llamado a sus cuarteles para cursar las instrucciones pertinentes. La orden que Hitler había transmitido a Goebbels era llevar a cabo un ataque coordinado y masivo sin que las fuerzas usaran uniformes ni insignias. A las pocas horas la advertencia del ministro se hizo realidad y derivó en un pogromo: un linchamiento multitudinario que asesinó, violó, torturó, saqueó e incendió a todo lo que se considerara judío.

El pogromo fue dirigido contra los judíos y sus propiedades, así como contra las sinagogas en todo el país. Los ataques dejaron las calles cubiertas de vidrios rotos de las vidrieras de los comercios y de las ventanas de las casas de judíos. Cientos de judíos fueron asesinados y torturados; y decenas de miles detenidos y llevados a los campos de concentración de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau. Más de 1000 sinagogas fueron quemadas y los judíos fueron obligados a limpiar los destrozos y a pagar las reparaciones, ya que las indemnizaciones de las compañías de seguros fueron confiscadas por Hitler. Además, la comunidad judía fue condenada al pago de una multa colectiva como indemnización por el asesinato de Vom Rath.

El 12 de noviembre Göring hizo el balance del pogromo y adoptó nuevas medidas que privaban a los judíos alemanes de los pocos derechos que conservaban: se les privó de todo tipo de comercio, se les prohibió asistir a espectáculos, se les obligó a colocar sus ahorros y joyas en poder del Estado, se prohibieron las publicaciones judías. La única salida que les quedaba era la emigración. Pero para eso, también, les pusieron trabas además de haberles dejado sin medios económicos y con toques de queda que les impedían salir la mayor parte del día. Para esa época, los que no habían huido ya, se dieron cuenta de que estaban atrapados.

Para llegar a este nivel de impunidad y barbarie Hitler dio muchos pasos anteriores, ante el escandaloso silencio de la sociedad e institucionalidad alemanas, y del mundo en general. Las críticas a sus políticas no duraban mucho tiempo ni provocaban grandes cambios en las actitudes políticas o diplomáticas. Entre 1933 y 1939 se dictaron más de 400 normas contra los judíos llamadas las Leyes de Núremberg

Las primeras medidas antisemitas se tomaron en abril de 1933, dos meses después del ascenso de los nazis al poder. El primer día Hitler organizó un boicot a todos los comercios judíos. A los pocos días se prohibió a los judíos ocupar cargos públicos. En mayo de 1933 se realizaron hogueras públicas con libros de autores judíos en las principales ciudades universitarias. En julio se quitó la ciudadanía alemana a los judíos nacionalizados después del fin de la Primera Guerra. A partir de 1935, se colocaron en todo el país carteles que prohibían la entrada de judíos a negocios, clubes y hasta a pueblos completos.

Uno de esos pueblos era Núremberg, lugar de reunión del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, conocido como Partido Nazi. Allí, el 15 de septiembre de 1935, durante la reunión anual, Hitler estableció dos leyes que eran claves para sentenciar a los judíos: la Ley de ciudadanía del Reich y la Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes.

La Ley de Ciudadanía del Reich determinaba que “ningún judío podía ser miembro de la raza, y por ende, ser ciudadano alemán”. Con esta medida los alemanes judíos, incluidos los veteranos de guerra, que se consideraban un límite infranqueable en el avance de la locura, perdieron su nacionalidad y derechos. Finalmente la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes prohibía el matrimonio y las relaciones sexuales entre arios y judíos. Además establecía quiénes eran judíos en función de cantidad de abuelos y otras reglamentaciones que cercenaban la posibilidad de socializar con judíos.

Pero la Noche de los Cristales Rotos fue el primer ataque físico de esa envergadura. La masividad y abierta coordinación, el tamaño de la devastación y la nula oposición nacional e internacional constituyeron un éxito para Hitler. La ausencia de críticas le dio la pauta de que ya no necesitaba disimular su política de eliminación de judíos y el camino a la Shoá se le había despejado. Antes de que se cumpliera el año comenzaba la Segunda Guerra Mundial.

El aparato de propaganda goebbeliano está de nuevo en marcha y sus promotores anidan en todas y cada una de las formas en las que el antisemitismo se travistió en buenismo progresista.

Existen sobradas y documentadas pruebas de que la comunidad internacional sabía lo que pasaba y que la tardía reacción no fue ignorancia sino cobardía o conveniencia. La Oficina Central de Inmigración Judía, dirigida por Adolf Eichmann, solicitaba asilo para judíos europeos en función de la persecución a la que eran sometidos. 

Luego de la Noche de los Cristales Rotos, Eichmann solicitó al Gobierno cubano que acepte a un grupo de judíos alemanes, el 13 de mayo de 1939, 937 judíos de todos los rincones de Alemania salieron del puerto de Hamburgo en el buque St. Louis con destino al puerto de La Habana. Llegaron el 27 de mayo de 1939 pero se les negó el asilo en Cuba y dos días después se lo negaron en Miami. Distintos barcos con refugiados judíos fueron rechazados en muchos países aún cuando las Leyes de Núremberg estaban vigentes y los ataques, deportaciones y encierros eran cada vez más frecuentes. En 1941, antes de que Estados Unidos entrara a la guerra ya circulaban las noticias sobre las matanzas masivas con gas. La humanidad eligió callar.

La Noche de los Cristales Rotos sirvió como detonante para sistematizar la reclusión de la población judía en guetos, la expropiación de sus bienes y la deportación masiva a campos de exterminio. De ahí en más Hitler no detuvo ni un segundo la aniquilación de judíos, ni siquiera cuando las derrotas en las batallas requerían de su concentración. Quedaba claro que la contienda mundial no lo distraería de su misión principal. La cuestión judía era sin dudas el más importante frente de guerra. 

Por más lacerante y escandaloso que resulte, lo que ocurrió en la Noche de los Cristales Rotos no es un hito por lo que pasó, sino por lo que comenzó a pasar. Fue el aval y preludio del Holocausto, la evidencia más contundente de cómo la barbarie avanza a sus anchas cuando los cobardes y complacientes del mundo permanecen a la expectativa pensando que el mal se retira solo y que peores cosas no pueden pasar. 

La comunidad judía y el pueblo de Israel vienen recibiendo ataques y bloqueos cada vez más feroces desde la masacre del 7 de Octubre. Ni un siglo pasó de la Shoá. El aparato de propaganda goebbeliano está de nuevo en marcha y sus promotores anidan en todas y cada una de las formas en las que el antisemitismo se travistió en buenismo progresista. Existen diáfanas señales, son claros los indicios. La humanidad está, de nuevo, dopada.


"Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada".
Edmund Burke

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