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Israel no debe 'ayudar' a Biden y Harris a complacer a Irán

La Administración está enfadada: el contraataque israelí a Irán y sus satélites le hace parecer débil. Pero es su propia culpa, nada tiene que ver con Netanyahu.

Joe Biden y Benjamin Netanyahu durante una reunión.AFP

¿Quiénes han sido los principales perjudicados por la reciente serie de brillantes operaciones israelíes? Encabezan la lista los terroristas y sus patrocinadores. Al matar al líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán, al comandante militar de Hamás, Mohammed Deif, en Gaza y al jefe del Estado Mayor de Hezbolá, Fuad Shukr, en Beirut, el Estado judío se vengó de los ríos de sangre judía que este trío derramó a lo largo de los años. Pero no sólo, también asestó golpes contundentes a la capacidad de actuación de las organizaciones terroristas y, sobre todo, minó el poder y la imagen de su principal instigador: el régimen islamista de Irán.

Su malestar debería ser motivo de regocijo entre los amigos y aliados de Israel, así como entre los gobiernos y pueblos de Occidente, contra los que estos asesinos islamistas también libran batalla. Pero no lo es. O al menos esa no es la reacción de la Administración Biden-Harris y sus principales animadores en la prensa. Por el contrario, Washington está actuando como si fuera la principal víctima del asesinato de terroristas que, al menos en teoría, estaban entre los designados por el Gobierno estadounidense como criminales buscados.

Su malestar va más allá de los temores expresados inicialmente tras los ataques israelíes de que se desencadenara una guerra total entre Israel e Irán y sus proxies. Al escuchar y leer las declaraciones procedentes de la Administración, queda claro que su angustia tiene que ver con algo más que la comprensible preocupación sobre lo que podría ocurrir a continuación.

El subtexto de todos sus comentarios se centra en dos preocupaciones claras.

Avergonzar a los inquilinos de la Casa Blanca

Una es que las acciones de Israel están interfiriendo con el deseo de Washington de poner fin, lo antes posible y en términos que no incomoden excesivamente a Irán, a los actuales conflictos con Hamás y Hezbolá. Cuando se le pidió que comentara los asesinatos de estos terroristas, todo lo que el presidente Biden pudo formular como respuesta fue decir, en un raro comentario en directo, que no fue útil ("no ha ayudado") a sus esfuerzos para lograr un alto al fuego que permita la supervivencia de Hamás.

La otra es que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, está avergonzando a los estadounidenses. Su determinación pone de manifiesto la debilidad internacional de la Administración. Pone de relieve el hecho de que Estados Unidos está comandado por un presidente con una aptitud física y mental más que cuestionada, que lleva tanto a amigos como enemigos a preguntarse quién, si es que alguien, está realmente al mando de Washington.

Aquello es motivo de consternación entre la clase dirigente de la política exterior. Sus principales dirigentes, como el comentarista del New York Times Thomas Friedman, lamentan que Netanyahu no esté dando prioridad a los intereses de la Administración. Pero incluso Friedman, en su última andanada contra Netanyahu, reconoció que Estados Unidos se ve obligado a elegir qué hacer con un Irán que, gracias a las políticas de apaciguamiento de Biden y del expresidente Barack Obama, está al borde de convertirse en una potencia nuclear y es ya una "potencia imperial" en Oriente Próximo, que domina la región e impulsa conflictos con Israel de los que la mayoría de los árabes no quieren saber nada.

Esto va más allá de la "luz del día" que buscaba Obama entre Israel y Estados Unidos, y que también ha sido un elemento clave de la relación entre los dos países bajo Biden. En pocas palabras, aunque Biden y la vicepresidenta Kamala Harris no se cansan de decir que apoyan el derecho de Israel a defenderse, lo que realmente quieren expresar es que Jerusalén debe hacer sólo lo mínimo indispensable para que su pueblo no sea masacrado por sus enemigos

"Hablar de un vacío de poder en Washington no es metáfora".

Una política israelí encaminada a derrotar decisivamente a Hamás en Gaza, a obligar a Hezbolá a dejar de disparar contra el norte de Israel y, sobre todo, a dejar claro a Irán que no puede costear el precio de su guerra para eliminar al Estado judío, parecería alinearse completamente con los intereses estadounidenses. Pero no con los de Biden y Harris.

Lo que quieren de Netanyahu es paz y tranquilidad. Y el fin de la guerra contra Hamás en prácticamente cualquier condición -y las que Harris esbozó la semana pasada, que exigen una retirada israelí de Gaza, darían esencialmente una victoria al grupo que cometió el asesinato en masa de 1.200 personas el 7 de Octubre- sofocaría en gran medida las quejas del ala izquierdista del Partido Demócrata sobre su insuficiente hostilidad hacia Israel. Eso, así como la (dudosa) afirmación de que sería un triunfo para la diplomacia estadounidense, les ayudaría a derrotar al expresidente Donald Trump en noviembre.

Un vacío de poder

Cuando Biden habló de que Israel no es útil, no se refería tanto a la afirmación de que una rendición israelí a sus exigencias liberaría a los más de 100 rehenes que aún están en manos de Hamás. Se refería, más bien, a los continuos esfuerzos de la Administración por presumir de actor decisivo en la escena mundial cuando, en realidad, es cualquier cosa menos eso.

De acuerdo con la nueva sabiduría convencional, Netanyahu está desempeñando el papel de un enemigo que intenta aprovecharse del caos en la Casa Blanca. Considerando el incierto estado de Biden tras el golpe de Estado que dieron los dirigentes de su partido, incluyendo Obama y Harris, con la ayuda de unos medios de comunicación masivos obedientes, que ahora buscan transformar un fracaso colosal de vicepresidente en una gran líder, hablar de vacío de poder en Washington no es metáfora.

Por eso ahora se cita en el Times a críticos acérrimos de Israel como el profesor Vali Nasr, que afirma que Netanyahu es el equivalente moral de "Vladimir Putin o Xi Jinping o Kim Jong-un" por tener la temeridad de matar terroristas. En el mismo artículo, Daniel Levy, cofundador de J Street, argumenta que Israel estaba "humillando" a Irán de una manera que suponía "otro cruce de múltiples líneas rojas" y que, por tanto, estaba perjudicando los esfuerzos de Biden y Harris por mejorar la relación con Teherán.

Su argumento central es que actuando de tal forma, el premier israelí hace parecer que, en palabras de Nasr, "Estados Unidos no tiene el control". Pero esa formulación es incorrecta, está de revés. El sentido de las políticas para Medio Oriente de Obama, Biden, Antony Blinken y Harris es que Irán tenga el control, no Estados Unidos.

Es cierto que ahora mismo abundan las dudas sobre el liderazgo estadounidense. Pero eso no tiene nada que ver con lo que haga o deje de hacer Netanyahu. Con un presidente tan débil que se vio obligado a poner fin a su campaña de reelección semanas antes de que su partido lo volviera a nominar y un sustituto igualmente falto de voluntad, no es de extrañar que la comunidad internacional no confíe en que Estados Unidos desempeñará un papel coherente y, mucho menos, decisivo en el escenario mundial.

No empezó con el evidente declive de Biden en el último año. Desde el momento en que asumió el cargo en enero de 2021, su política exterior inspiró desprecio entre los enemigos de Estados Unidos y preocupación entre sus aliados. Su insensata búsqueda de otra ronda de apaciguamiento a Irán y la desastrosa retirada de Afganistán marcaron su presidencia con un sello de derrota y desgracia que luego condujo, directamente, a la invasión rusa de Ucrania y al asalto de Hamás a Israel el 7 de Octubre.

"Cuanto más teman por sus vidas los enemigos islamistas de Occidente e Israel, más probable será que se vean disuadidos de cometer nuevos atropellos".

Desde entonces, la política estadounidense ha consistido en ralentizar la ayuda a Israel de tal manera que entorpezca su justa misión de eliminar a Hamás en Gaza. Aunque la Administración está dispuesta a ayudar a defender a Israel contra los ataques de Irán, a cambio le exige que haga poco o nada para prevenir futuros ataques

Facilitaría las cosas a Washington que Netanyahu aceptara las humillantes condiciones del alto al fuego esbozado por Harris y pusiese fin a todos los esfuerzos por dañar sustancialmente a los grupos terroristas matando a los criminales que los dirigen. Sin duda también ayudaría a la campaña electoral de la demócrata. Pero perjudicaría considerablemente la seguridad del país y asistiría a Irán en su búsqueda de la hegemonía regional. Aquello sin siquiera tener en cuenta que, para consternación de Jerusalén, la Administración dio a entender que permitirá a Teherán satisfacer sus ambiciones nucleares, lo que constituye una amenaza existencial para Israel así como un terrible golpe para los intereses estadounidenses y occidentales.

Hacer el trabajo sucio de Estados Unidos

Existe una incertidumbre genuina sobre lo que ocurrirá durante los próximos días, semanas y meses hasta noviembre, aun hasta enero, cuando tome posesión un nuevo presidente estadounidense. Aún así, es igualmente errónea la afirmación de que son perjudiciales para la seguridad del mundo tanto una demostración del músculo israelí como de la incapacidad iraní para proteger a sus secuaces terroristas. 

Cuanto más teman por sus vidas los enemigos islamistas de Occidente e Israel, más probable será que se vean disuadidos de cometer nuevos atropellos. Más seguros estarán los israelíes y los estadounidenses. Al matar a Fukr, Deif y Haniyeh -y dar a los mulás de Teherán motivos para preocuparse por su propia seguridad-, Israel estaba defendiendo a su pueblo de los asesinos islamistas y haciendo un trabajo que los estadounidenses necesitaban hecho, independientemente de que sirviera o no a los intereses políticos de Biden o Harris.

Aunque los líderes israelíes deben tratar siempre de mantenerse lo más cerca posible de sus homólogos estadounidenses, esa es una tarea imposible para Netanyahu en estos momentos. Hacerlo podría corroer la seguridad de Israel. Mientras la política americana se dedique a buscar fórmulas para contentar a los mulás de Teherán y a apuntalar a sus aliados terroristas, y haya un vacío de liderazgo en Washington, Israel no puede dedicarse a observar inerme cómo sus enemigos acopian fuerzas y audacia en sus atentados contra judíos.

No es tarea de Netanyahu reforzar a una Administración estadounidense decidida a proyectar debilidad. Si Estados Unidos parece frágil o impotente, la culpa es de Biden, Harris y su séquito en Washington. En vez de atacar al primer ministro israelí por hacer su trabajo, los americanos que se preocupan por la seguridad de su nación deberían vitorear a Israel por animarse a hacer lo que no quiere o puede un Gobierno fracasado.

© JNS

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