Kamala Harris piensa que los antisemitas universitarios son excelentes personas
Más allá de que la vicepresidenta se convierta o no en la candidata demócrata, sus elogios a las turbas pro-Hamás socavan cualquier intento de presentarla como amiga de los judíos o Israel.
Uno de los inevitables resultados del desastroso desempeño del presidente Joe Biden en el debate, y su posterior negativa a abandonar la carrera presidencial, es el creciente foco en su compañera de fórmula. Desde que asumió la vicepresidencia, Kamala Harris ha sido una suerte de broma. Pero ahora que tanto expertos como gran parte de los cargos demócratas caen en la cuenta de que es poco probable que el presidente obtenga la reelección, ella se está convirtiendo, por un conjunto de razones de peso, en el sustituto más verosímil.
Aunque Harris no se haya lucido durante su mandato, los mismos medios de comunicación que durante años ocultaron el deterioro en la agudeza mental de Biden están, en este mismo momento, maquinando para convencer al país de que es errónea la opinión, ampliamente difundida, de que es una política con más ambición que talento.
Uno de los frentes en la batalla por reintroducir a Harris en el debate público es su postura sobre la guerra de Israel contra Hamás. Su marido, Doug Emhoff, ha sido el mascarón de proa de la desdentada Estrategia Nacional de Estados Unidos para Contrarrestar el Antisemitismo. La vice, por su parte, está intentado recordar a las bases progresistas de la formación demócrata -a las que espera liderar, este año o los venideros- que aquel es el único tema por el que ha estado dispuesta a mostrar públicamente su desacuerdo con su jefe.
En una entrevista con la revista izquierdista The Nation, Harris alabó a las turbas que claman por la supervivencia de los terroristas, además de respaldar sus llamados a la destrucción de Israel y el terrorismo contra los judíos. Lanzó algunas palabras vacías para distanciarse de quienes, profesando a viva voz su antiisraelismo, tomaron campus, calles y puentes, y se manifestaron frente a sinagogas y negocios judíos.
Los demócratas, incluido Biden, acusan falsamente a Trump de haber dicho que los neonazis en Charlottesville, Virginia, en 2017, eran excelentes personas. Lo mismo puede decirse, aunque con razón, sobre la opinión que tiene Harris de los antisemitas que corean "del río al mar".
Simpatía por los antisemitas
"Están mostrando exactamente cuál debería ser la respuesta emocional, humana, a Gaza", dijo Harris sobre manifestantes que, en algunos casos, han sido pagados por Amnistía Internacional o Irán. "Hay cosas que dicen algunos de los activistas que yo rechazo absolutamente, no pretendo respaldar totalmente sus puntos de vista. Pero tenemos que saber conducir la situación. Entiendo los sentimientos de fondo".
No hay nada nuevo en que Harris abrace a quienes difaman a Israel. En septiembre de 2021, durante una comparecencia en la Universidad George Mason de Virginia, un estudiante, cuando se le dio la oportunidad de formular una pregunta a la vicepresidenta, lanzó una diatriba en la que no faltó la afirmación de que la existencia de Israel es un acto de "genocidio étnico" y la condena a la financiación estadounidense del sistema antimisiles Cúpula de Hierro -que impide que el pueblo israelí sea masacrado por cohetes terroristas palestinos-. En su réplica, lejos de cuestionar estos libelos antisemitas, la demócrata resaltó la importancia del pluralismo y del activismo: "Tu voz, tu perspectiva, tu experiencia, tu verdad no pueden ser suprimidas y deben ser escuchadas".
Fantasea quien piensa que Harris podría ser obviada de la nominación demócrata si Biden da un paso al costado.
Cuando se le preguntó a Emhoff por las tres presidentas universitarias que se negaron a declarar que abogar por el genocidio de los judíos iba contra las normas de sus centros, respondió que al trío "le faltaba claridad moral". Lo mismo podría decirse de su esposa, que parece pensar que un movimiento que propagó y normalizó el antisemitismo debe ser juzgado sólo por sus supuestas buenas intenciones.
Aquel puede ser el tipo de respuesta deseado por el ala interseccional del Partido Demócrata, que odia a Israel. Aún así, plantea una situación difícil para los demócratas judíos que se aferran a la dudosa noción de que Harris y su marido judío son aliados de la comunidad judía y de que son, cuestión más dudosa aún, amigos del Estado judío.
Nunca creí que Biden abandonaría la carrera voluntariamente. Tampoco que algún oscuro grupo de selectos líderes demócratas podría obligarle a ceder la candidatura, así se lo he señalado a quienes profesan esta idea. En el transcurso de los últimos 60 años, los partidos políticos estadounidenses han sido vaciados en nombre de la democracia, y no hay jefes ni maquinaciones que puedan decidir las nominaciones presidenciales. No hay un "ellos" que pueda obligar a Biden a ir contra su voluntad; ni los líderes del Congreso, ni los demócratas de Hollywood, como George Clooney, ni el consejo de redacción de The New York Times.
Todo lo que sabemos sobre la arrogancia, el desprecio por los críticos y la ambición de poder tanto del presidente como de la primera dama indica que no dará un paso al costado ni será persuadido. A menos que la Divina Providencia intervenga de algún modo en las elecciones (como dijo el presidente a George Stephanopoulos, que "el Señor Todopoderoso" le diga personalmente que abandone), Biden será el candidato demócrata.
La única alternativa plausible
Fantasea quien piensa que, si Biden abandona, Harris podría ser obviada de la nominación demócrata. Sólo ella puede acceder al dinero que se ha recaudado para la campaña de Biden. También es cierto que el Partido Demócrata no puede descartar a una mujer negra: su obsesión con la política identitaria y el catecismo woke de la diversidad, la equidad y la inclusión (DEI) puede entenderse como un mandamiento que llevó a Biden a elegir a Harris en 2020. Y eso sin mencionar el hecho de que las afroamericanas son las votantes más leales de los demócratas.
Si Biden, desafiando a encuestadoras y la opinión mayoritaria, logra derrotar al expresidente republicano en noviembre, son pocas las probabilidades de que alcance a cumplir un segundo mandato. Muchos, por tanto, asumen que Harris, quien ya está a un latido de la presidencia, lo reemplazaría en algún momento en los próximos cuatro años.
Por ende, es imperativo que la vicepresidenta sea sometida a un escrutinio mayor al que ha recibido de momento.
Para ser justos con ella, son pocos los vicepresidentes que han prosperado en el puesto. Como dijo John Adams, el primer vicepresidente: "Es el cargo más insignificante ideado por el hombre o concebido por su imaginación". Casi todos los vices antes del último medio siglo fueron dejados al margen, e incluso ignorados, al menos hasta que -y sólo si- la muerte del presidente los elevara a la jefatura de Estado.
En el clásico musical de Broadway Of Thee I Sing de George Gershwin (1931), el vicepresidente sólo puede entrar en la Casa Blanca pagando una visita guiada como un turista cualquiera. La oficina fue, además, blanco de un viejo chiste protagonizado por dos hermanos: uno se hizo a la mar, el otro se convirtió en vicepresidente y nunca más se supo de ninguno de los dos.
Esto cambió en las últimas décadas, cuando a vicepresidentes como Walter Mondale, George H.W. Bush, Al Gore y -sobre todo- Dick Cheney recibieron responsabilidades serias. Pero no todos han estado a la altura. Además, los equipos del presidente y el vicepresidente han chocado a menudo. Esto último fue ciertamente palpable cuando Biden, quien entonces ocupaba la Vicepresidencia, fue apartado antes de las elecciones de 2016 en favor de Hillary Clinton, volviendo más creíbles los informes de que el círculo íntimo de Obama se burlaba de él.
El mismo patrón se repitió desde enero de 2021.
Una vice problemática
Es cierto que el mandatario encargó a Harris una de los problemas más acuciantes: el aumento masivo de la inmigración ilegal en la frontera sur. Para evitar ofender a las bases izquierdistas de su partido, no hizo nada para detener lo que sólo puede describirse como la invasión de varios millones de inmigrantes ilegales. De hecho, tras ser nombrada zarina de la frontera, tardó meses en visitar la frontera y sólo lo hizo brevemente.
Desde entonces, la Casa Blanca ha dejado claro que el presidente no confía en ella. Por eso le ha asignado el menor trabajo posible. El personal de Biden, además, no tiene mucho cuidado en ocultar su desprecio. Como resultado, se la conoce sobre todo por sus discursos, ensaladas de palabras incomprensibles que le han merecido burlas, y por su característica risa, que más bien podría describirse como una carcajada.
Las malas perspectivas electorales de Harris, peores aún que las del presidente, fueron uno de los argumentos detrás de la campaña de reelección de Biden. Aunque tras la exposición de debilidad en el debate presidencial, algunas encuestas muestran al mandatario con menos intención de voto que su segunda al mando (aunque la media de RealClearPolitics de todas las encuestas la sitúa por detrás de Trump por un margen mayor que el de Biden).
Tanto si tiene la oportunidad de presentarse este año como si sucede a Biden en algún momento de los próximos cuatro años, lo único que se puede decir de Harris es que está claramente interesada en apelar al ala izquierdista antiisraelí de los demócratas. Ha tenido cuidado de mezclar algunos comentarios pro forma sobre el apoyo al derecho del Estado judío a existir y a defenderse, así como de acoger en la Casa Blanca la proyección de una película sobre el uso de la violación como arma de guerra contra los judíos. Sin embargo, también se ha labrado la reputación de ser el integrante del Gobierno que más se opone a Israel. De hecho, mientras que está dispuesta a hablar largo y tendido con The Nation sobre su preocupación por si las mujeres palestinas tienen un suministro fiable de productos de higiene femenina, rara vez menciona a los rehenes israelíes y ha hecho todo lo posible por apoyar falsas afirmaciones sobre las bajas palestinas y una hambruna mítica en Gaza.
Una figura de transición
Así pues, aunque no se opone frontalmente a Israel como sus amigos antisemitas del 'Squad', Harris puede considerarse una figura de transición a medida que los demócratas completan su viaje de partido pro a anti-Israel.
No sólo carece de antecedentes, sino también de instinto para, como ha hecho Biden, fingir ser partidaria del sionismo. También hace un mayor esfuerzo que el presidente por demostrar a las nuevas generaciones de demócratas que está de su lado -formadas por jóvenes que ha sido adoctrinadas con ideas tóxicas como la Teoría Crítica de la Raza y la interseccionalidad que etiquetan a Israel y los judíos como opresores blancos-.
Nadie debería, asimismo, dar crédito a Emhoff como voz creíble sobre el antisemitismo e Israel. El primer hombre en ostentar el título de segundo caballero demostró cero cero interés por el judaísmo o Israel a lo largo de su vida, hasta que hacerlo se volvió políticamente importante para la carrera de su esposa. Representa así a un amplio segmento cuyos vínculos con la vida judía son en gran medida culturales y, por tanto, efímeros. Su hija, Ella, modelo, no sólo desdeña el título de influencer judía, sino que recolectó dinero para la agencia antiisraelí UNRWA. Se engañan quienes confían en Emhoff como portavoz contra el antisemitismo.
Al lado de un presidente con un evidente declive físico y mental, Harris -sana y vigorosa, de 59 años- parece una alternativa creíble, así como una opción amigable al catecismo DEI que podría mantener unida a la coalición demócrata. Sin embargo, quien se preocupe por Israel o por la marea woke que alimenta el antisemitismo en el país y el mundo debería mirar con preocupación su posible ascenso a la presidencia.
A pesar de los orígenes de su marido y de cualquier gesto complaciente hacia la comunidad, si Harris acaba liderando a los demócratas, la idea del partido como hogar para los votantes judíos será aún más difícil de defender.
© JNS