Los estadounidenses pro-Israel deben dejar de acobardarse y empezar a protestar
Tras meses de cobertura informativa sesgada y abierto antisemitismo, los amigos del Estado judío tienen que recuperar las calles y exigir la atención de Biden.
El debate en Estados Unidos sobre la guerra de Israel contra Hamás dio un nuevo e inquietante giro la semana pasada. En la discusión, sin embargo, faltó algo. Los enemigos del Estado judío hablan con frecuencia del mítico poder del lobby israelí y de su supuesta nefasta influencia sobre Washington -evidencia en sí mismo del antisemitismo de su discurso-. Pero lo cierto es que las calles y los campus han sido tomados por los antiisraelíes, y que quienes abogan por un alto al fuego que permita salir impunes a los autores de la masacre del 7 de octubre parecen tener una influencia enorme, incluso decisiva, en el Gobierno de Biden.
Escasean los indicios de que las organizaciones judías tradicionales, que dicen hablar en nombre de los judíos estadounidenses, estén dispuestas a utilizar su cacareada influencia para detener el impulso de quienes trabajan para destruir la alianza entre Washington y Jerusalén. Tampoco abundan los indicios de que los organizadores que ayudaron a reunir a 300.000 personas para una "Marcha por Israel" en noviembre hayan contemplado seriamente lo que significa para los judíos y otros estadounidenses pro-Israel conceder las calles y los campus a los extremistas antisemitas, como ha ocurrido en gran medida en los últimos meses.
Tras meses de alejarse lentamente de su posición inicial de firme apoyo a su aliado en Medio Oriente, la Administración Biden dio un crucial paso para complacer a sus críticos de izquierda. Los llamados progresistas han estado pidiendo al presidente Biden que apriete las tuercas al Estado judío para obligarle a detener la ofensiva. Como resultado, el mandatario demócrata ha abandonado sus posiciones anteriores sobre Hamás y ahora está claramente más preocupado por no perder votantes de izquierda en su campaña para la reelección -especialmente en Michigan, que tiene la mayor población árabe del país- que por eliminar a los autores de las masacres del 7 de octubre o por hacerle frente a la influencia iraní.
¿A quién teme Biden?
No se trata sólo de que sea esclavo de un movimiento de protesta antiisraelí ideológicamente woke, que cuenta con el apoyo de la mayor parte del ala activista del Partido Demócrata y de los medios de comunicación masivos. Biden también parece pensar que no pagará ningún precio político por abandonar a Israel.
Ese fue el contexto de la conversación telefónica del presidente con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Aunque supuestamente era una respuesta al asesinato accidental de siete cooperantes en Gaza, las amenazas y exigencias de Biden parecían dejar claro que estaba preparado para hacer lo que le pidieran sus aliados izquierdistas.
Eso significa que si Israel sigue con su necesaria campaña militar, avanzando sobre los últimos bastiones terroristas en Rafah, y se niega a hacer concesiones en las negociaciones por los rehenes, Biden parece dispuesto a castigarlo con un corte de la ayuda militar. Si Netanyahu, acosado por las críticas nacionales e internacionales y preocupado por si su nación puede mantenerse en pie por sí sola, se pliega a estas exigencias, estará concediendo la victoria a los terroristas que perpetraron la mayor masacre de judíos desde el Holocausto. Y estará sembrando más horrores en el futuro de Israel.
Los judíos y sus aliados en la comunidad cristiana deben volver a las calles.
Es difícil imaginar que un Gobierno israelí, independientemente de quién lo dirija, esté dispuesto a dejar que Hamás gane de esta manera. Los israelíes eligieron a Netanyahu en noviembre de 2022, pero están profundamente divididos sobre su permanencia en el poder. No obstante, apoyan abrumadoramente la guerra contra Hamás y quieren que sus líderes acaben con los terroristas en Gaza, para luego neutralizar la amenaza de Hezbolá en el Líbano, al norte, por uno u otro medio. Es absurdo pensar que no serían nefastas las consecuencias de que Estados Unidos se uniera al creciente movimiento para aislar al Estado judío.
Esta parece ser la señal para que la comunidad pro-Israel vuelva a encontrar su voz. Sin embargo, aparte de los pocos protagonistas habituales, como la Zionist Organization of America, los líderes judíos han preferido guardar silencio. Se puede contar con que las principales entidades judías denuncien el antisemitismo, como deben hacer porque es su trabajo, pero sus líderes y donantes políticamente progresistas están demasiado comprometidos con la campaña de reelección demócrata como para denunciar el giro de la Administración.
Muchos progresistas judíos -siempre inclinados a ser críticos, o directamente hostiles, tanto con Israel como con Netanyahu- han guardado silencio ante el diluvio de cobertura sesgada de la guerra por parte de los medios de comunicación masivos. O bien se creen las afirmaciones que presentan falsamente los esfuerzos bélicos de Israel como un "genocidio", aceptando las falsas afirmaciones de Hamás sobre las víctimas civiles y la difícil situación de los habitantes de Gaza, o bien tienen demasiado miedo de ir en contra de la moda política del momento. O tienen miedo de enfrentarse a grupos de manifestantes cada vez más violentos.
Otros, como el periódico de izquierdas Forward, se han unido a quienes exigen que se detenga la guerra, aunque eso signifique la victoria terrorista y la continuación del tormento de los más de 100 rehenes israelíes.
Dadas las circunstancias, parece improbable, sino imposible, que se repita la asistencia masiva a otra concentración en Washington. En el momento de la demostración del 14 de noviembre -seis semanas después de la masacre en el sur de Israel-, gran parte de los medios de comunicación ya habían cambiado la narrativa sobre el conflicto de una enfocada en los pogromos del 7 de octubre a otra sobre una respuesta israelí "desproporcionada". Pero la situación ha empeorado aún más, con medios como The New York Times, The Washington Post y MSNBC como principales defensores de la destrucción de Israel y gran parte de la cultura popular abrazando la idea de que las únicas víctimas reales de la guerra son los mismos palestinos que vitorearon los crímenes del 7 de octubre (y aún apoyan a Hamás).
La necesidad de que los partidarios de Israel no se limiten a alzar la voz, sino que lo hagan de la forma más ruidosa y pública posible, es ahora mucho mayor. Los judíos y sus aliados en la comunidad cristiana deben volver a las calles.
Miedo a los enfrentamientos
Es comprensible que las organizaciones judías quieran evitar enfrentamientos con sus oponentes por miedo a la violencia y por creer que sus esfuerzos están mejor invertidos en los pasillos del poder. Pero al ceder la plaza pública a los antisemitas, la comunidad judía no sólo ha alentado a sus agresores, sino que también ha creado un ambiente en el que parece sólo hay un bando en la discusión sobre la validez de una guerra contra un grupo terrorista genocida. Aparente debate de un sólo bando que ha sido creído por la Administración.
Si a Biden se le hiciera ver que hay un caudal importante de votos que perder en el centro ideológico que apoya a Israel, entonces podría llegar a entender que doblegarse a los antisemitas le saldrá caro.
Esto quedó meridianamente claro recién iniciadas las primarias demócratas, cuando Biden demostró que estaba mucho más interesado en contentar a los votantes pro-Hamás de Dearborn, Michigan, que a los que abogan por Israel. En los dos últimos meses, incluso después de asegurarse la nominación presidencial demócrata, Biden ha continuado haciendo todo lo posible por evitar enemistarse con quienes odian a Israel.
Biden quizás tenga razón: puede que a los demócratas judíos les disguste demasiado Donald Trump como para plantearse desertar el partido azul, o puede que están más preocupados por el aborto que por defender al Estado judío. Pero en un momento en que el antisemitismo -y la demonización de Israel y de quienes lo apoyan- va en aumento, quizá sea hora de que incluso quienes tienen la intención de votar al presidente empiecen a aparecer en sus mítines y hablar claro acerca del abandono de la Administración a Israel. Que empiecen a decir que lo que esperan de él es apoyo a Israel más que amenazas.
Si a Biden se le hiciera ver que hay un caudal importante de votos que perder en el centro ideológico que apoya a Israel, entonces podría llegar a entender que doblegarse a los antisemitas le saldrá caro. Más allá de eso, los grupos judíos de todo el país tienen que entender que su misión debe incluir esfuerzos para reclamar las calles.
Teaneck muestra el camino
Un ejemplo notable de una comunidad que entendió lo que está en juego se vio la semana en Teaneck, N.J. Hace un mes, una feria inmobiliaria israelí en una sinagoga de ese suburbio de Nueva York fue amenazada por una turba antisemita, azuzada por mentiras en internet sobre el acto. Pero cuando otro evento proisraelí en una sinagoga -esta vez en honor de los voluntarios de la organización ZAKA que se encargan de la espantosa tarea de manipular los cadáveres de los pogromos de Hamás- fue amenazado de forma similar, los judíos no se limitaron a depender de las fuerzas del orden para que les protegieran. Tampoco, como ocurre a veces en otros lugares, cancelaron el acto por temores justificados de violencia. En lugar de ello, organizaron una contraprotesta que superó en número a quienes fueron enviados en autobús a aquella ciudad para desahogar su odio antijudío.
El esfuerzo reflejó un consenso en esa comunidad, en palabras de un portavoz del Consejo Rabínico del Condado de Bergen: "Estos ataques a nuestras sinagogas tienen que terminar. Y punto". Este ejemplo debe emularse en todas partes. Sinagogas y otras instituciones judías han sido blanco de vandalismo y protestas antisemitas de quienes pretenden erradicar Israel "del río al mar", acusándolo falsamente de "genocidio" mientras ignoran o incluso niegan los crímenes de Hamás. Sin embargo, siempre temerosos de lo que podría provocar una confrontación, los grupos judíos no salen a la calle. Eso tiene que cambiar.
Acosados por dudas sobre su lugar en una sociedad que ha abrazado los mitos interseccionales y amedrentados hasta el punto de pensar que la causa israelí es demasiado controvertida como para ser compatible con una vida estadounidense cómoda, demasiados líderes se han callado en un tiempo en que necesitan hablar alto, claro, sin dejarse intimidar ni desdeñar por políticos como Biden. Deben comprender que aunque el apoyo a Israel pueda parecer una postura solitaria y pasada de moda, la mayoría de los estadounidenses la comparten.
Los judíos deben dejar de acobardarse y empezar a protestar. Si no lo hacen, pronto verán cómo los antisemitas se vuelven más audaces en sus afrentas y cómo sus líderes los dan por sentado.
© JNS