El dedo de Cristina Kirchner: una forma de hacer política que llegó a su fin

Ha arrancado una nueva era, esperanzadora, en Argentina; por lo que, a su vez, concluye otra, ojalá para siempre, y lo hace de una forma tremendamente elocuente.

Este domingo, justo antes de entrar a la sala donde juramentaría a Javier Milei como nuevo presidente, la vicepresidente saliente, y otrora una de las mujeres más poderosas, pero temibles, de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, blandió un gesto diciente de su carácter y su legado: le sacó el dedo del medio a la prensa y a los argentinos que, en celebración, aupaban al nuevo presidente.

El dedo del medio, un gran vete a la mierda, a la Argentina decente, que repudió todo lo que representa Cristina Kirchner.

Desde principios del siglo, con excepción del hiato del Gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), Argentina ha sido regida por las ideas nocivas de Cristina Fernández de Kirchner. Primero, con su esposo, Néstor Kirchner, del 2003 al 2007; luego ella, hasta el 2015, cuando le sucedió Macri, de centroderecha, para luego volver al poder, ahora como vicepresidente, bajo el deplorable y olvidable Gobierno de Alberto Fernández.

Esta vez su candidato, Sergio Massa, perdió, no contra un político de amplia trayectoria, sino contra un peculiar académico libertario que apenas lleva dos años inmerso en el corrosivo mundo de la política. Y no fue cualquier derrota. Fue un fracaso humillante y rotundo. Una importantísima mayoría argentina, con contundencia, repudió el modelo kirchnerista.

¿Y por qué? Pues porque este siglo Argentina pasó de ser uno de los países más prósperos del hemisferio Occidental, mas cerca del primer mundo que del tercero, a convertirse en un miserable país latinoamericano, carcomido por la inflación, la agresiva devaluación de su moneda, el crimen organizado y la pobreza, de mano de los Gobiernos kirchneristas, que pretendieron importar a una nación tan rica, tan culta y tan soberbia, el ponzoñoso modelo castrista y chavista del Socialismo del Siglo XXI.

Subsidios, control de precios, expropiaciones, impunidad, corrupción, violencia. El legado del kirchnerismo pesa tanto sobre Argentina que este domingo, cuando asumió Javier Milei, su discurso no fue en lo absoluto alentador. Lo contrario. Aunque entusiasmó, no lo hizo por dadivoso sino por realista. La Argentina está hecha trizas y salir del hueco no solo no será fácil sino que será traumático, duro e insoportable. Pero habrá que hacer lo que nadie quiere hacer porque, como asomó el nuevo presidente, hay una luz al final del túnel.

Y ese legado, tan familiar para los latinoamericanos de otros países donde también ha gobernado el mismo castrismo y chavismo, quedó encarnado en el insolente, pero honesto gesto de Cristina Fernández de Kirchner.

Fue lo que hicieron por tantos años que gobernaron. Un gran fuck you a cada argentino. No podía ser de otra manera. Son los ademanes de la casta, como diría el ahora presidente. Pueril, ordinaria y grosera. Así funcionaron y hasta aquí llegaron. Se les acabó su tiempo, porque en las últimas elecciones, el 19 de noviembre, quien dijo “¡vete a la mierda!” fueron los argentinos al kirchnerismo. ¡Y se fueron!