Coronavirus: lo 'natural' es pensar que fue una fuga (de laboratorio)
Si usted es de los que piensan mal sobre el origen del coronavirus SARS-2, tiene toda la pinta de que va a acertar.
Si usted es de los que piensan mal sobre el origen del coronavirus SARS-2, tiene toda la pinta de que va a acertar.
El periodista especializado Nicholas Wade (Nature, Science, New York Times) se ha puesto a seguir las pistas, las ha escrudriñado, desmenuzado, contrastado, y finalmente ha llegado a la conclusión de que "la teoría del surgimiento natural tiene que hacer frente a una miríada de inverosimilitudes (implausibilities)" y de que, en cambio, hay fundadísimas razones para sostener que su origen no está en una oscura cueva de murciélagos del sur de China sino en un laboratorio de la lejana ciudad de Wuhan.
La investigación de Wade es clara, exhaustiva, ejemplar. Todo lo contrario de la pergeñada por China y patrocinada por la OMS, de la que ya dijimos que no aclaraba nada pero que descartaba que el SARS-2 fuera un virus de diseño. Pero luego lees a Mr. Wade y dices: cómo que no. De hecho lo más probable es que el SARS-2 sea un virus de diseño. Diseñado por el equipo de la doctora Shi Zhengli, también conocida como Bat Woman –no es broma–, en un laboratorio del Instituto Virológico de Wuhan (IVW).
No hay pruebas directas porque China ha decretado silencio total y no hay manera de acceder a los registros y archivos del IVW, pero los indicios apuntan con mira telescópica a que Bat Woman y su equipo jugaron con fuego, se quemaron y acabaron incendiando el mundo con la complicidad omisora del régimen comunista chino y de la mafia viróloga, que intoxicaron a modo a unos medios de comunicación ávidos de dejarse intoxicar –¡abajo con Trump!
¿Trató la batidoctora Shi de dar con una vacuna universal contra todos los coronavirus y se puso manos a la obra en un laboratorio que no reunía las mínimas condiciones de seguridad para experimentos de ese tipo? Bueno, es que de hecho la doctora Shi trabaja desde hace años con coronavirus, de hecho la doctora Shi ha creado coronavirus con anterioridad (al menos el quimérico SHC014-CoV, en 2015) y de hecho la doctora Shi ha recibido financiación para llevar adelante sus investigaciones… ¡incluso del mismísimo Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (INAEI) de Estados Unidos! La doctora Shi, por cierto, recibió los fondos useños por mediación del presidente de EcoHealth Alliance, doctor Peter Daszak, que tan tarde como diciembre de 2019 presumía de lo que se estaba haciendo en el IVW con coronavirus dopados capaces de infectar ratones humanizados.
Este mismo Daszak que el 9 de diciembre de 2019 sabía que su financiada Bat Woman estaba jugando con el fuego más peligroso y que, lejos de dar la voz de alerta, presumía de ello en entrevistas aún visibles fue quien, solo dos meses después, con la pandemia a punto de estragar el planeta, publicó con un hatajo de semejantes una carta en la revista Lancet, biblia de la divulgación científica, que más bien era una excusatio non petita, porque arremetía contra las "teorías conspiratorias que sugieren que el covid-19 no tiene un origen natural", cuando nadie hablaba de conspiraciones sino de los muy comunes accidentes de laboratorio.
"Uno sólo puede imaginar la reacción del doctor Daszak cuando oyó hablar de un brote epidémico en Wuhan sólo unos días después" de su entrevista decembrina, escribe Wade. "Él conocía mejor que nadie el objetivo del Instituto de Wuhan de conseguir coronavirus de murciélagos infecciosos para los humanos, y de la debilidad de las defensas del instituto ante la tesitura de que sus propios investigadores se infectaran".
Los trabajos de la doctora Shi subcontratada por el doctor Daszak eran tan peligrosos que sobre ellos pesaba una moratoria que habría impedido su financiación con dinero del contribuyente norteamericano… si no se les hubiera querido librar de ella a toda costa y esgrimiendo nada menos que razones de "salud pública o seguridad nacional". ¿Dejó hacer el director del INAEI para seguir teniendo acceso al IVW, que se supone está ligado al Ejército chino y desarrolla investigaciones relacionadas con la guerra biológica? Es una pregunta que se hace Wade y que no parece fuera de lugar.
Por cierto, el director del INAEI era... el doctor Anthony Fauci, "el rostro más popular de EEUU", "la voz que no se puede silenciar", el gurú que "se atreve a contradecir a Trump: ‘es peligroso, pero es mi estilo’".
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El SARS-2 es un beta-coronavirus, como sus presuntos hermanos causantes del SARS y del MERS. Pero, a diferencia de estos, no ha dejado trazas que permitan rastrear su origen natural. El SARS nos llevó (en sólo cuatro meses) de los murciélagos a las civetas y el MERS (en apenas nueve) de los murciélagos a los camellos. Del SARS-2, pasado todo este tiempo y con todo el mundo en vilo y volcado, ya no es que no sepamos nada del animal intermedio (pese a que China ha examinado más de 80.000): es que tampoco tenemos la menor idea de cuál fue la baticueva de Yunnan de la que podría haber salido… para viajar sin contagiar a nadie 1.500 kilómetros hasta la ciudad de Wuhan, sede de institutos virológicos como el IVW, con conocidos problemas de seguridad (el Departamento de Estado emitió una alerta al respecto en enero de 2018) y que en otoño de 2019 vio a varios de sus trabajadores caer enfermos de un extraño mal (¿podría ser este el primer clúster de víctimas del covid-19? Eso piensa el exconsultor del Departamento de Estado David Asher).
Aunque para extraño el SARS-2, ese coronavirus de murciélago que no ataca gran cosa a los murciélagos pero que, sin haber experimentado las variaciones masivas de otros virus migrantes y con una estructura de una uniformidad fenomenal, causa estragos entre los humanos.
De nuevo cito a Wade, pero ahora desde el original para que no se me acuse de malinterpretar:
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La hipótesis de la fuga de laboratorio es tan contundente que el infatigable Wade se pregunta cómo es que no se habla de ella muchísimo más. Y al punto, no es ningún ingenuo, se responde: porque gente como la doctora Shi y el doctor Daszak tienen todos los motivos del mundo para callar (cómo calló Daszak, a la hora de publicar en Lancet, su escandaloso conflicto de intereses; bueno, más que callar, mintió al asegurar que no tenía ninguno), así como la endogámica casta viróloga en general, receptora de estratosféricas cantidades de fondos para investigación, escalofriantemente acostumbrada a manejarse con impune temeridad; y para qué hablar de países como la China comunista, tremendamente responsable de lo ocurrido, y los propios Estados Unidos de América, que comete la inenarrable estupidez suicida de financiar estudios virológicos desarrollados con letal opacidad en laboratorios ¡de los que no se fía! y ¡pertenecientes a su enemigo geoestratégico número uno!
(Una más sobre el doctor Daszak: ¿recuerdan al equipo que envió la OMS a fantochear por Wuhan a principios de año? ¡Pues ahí estaba él! Lo de la OMS es de no creer).
En cuanto a los medios, callan porque no han estado a la altura. Su actitud fiscalizadora deviene mero servilismo cuando tienen que vérselas no con políticos sino con científicos, a los que por candidez o ignorancia son incapaces de atribuir intereses oscuros o espurios como a los primeros. Eso, por un lado. Y por el otro pero imponiéndose a todo, el Trump Derangement Syndrome, la trumpofobia de la vergüenza, que les ha llevado a hacer lo que sea con tal de bajarse a la bestia: ¡Never Trump y que arda Troya o una pandemia diezme el planeta! Colosal.
En fin, pongamos ya el punto final. Así es como acaba Nicholas Wade su investigación, que debería difundirse urbi et orbi, traducirse a todas las lenguas y estudiarse en las facultades de Periodismo de todo el planeta:
NOTA de la Redacción: el diario español Libertad Digital publicó una primera versión de este artículo el 9 de mayo de 2021.