Que el 11 de septiembre nos recuerde que la amenaza del terrorismo islámico sigue latente

A Biden no le interesa recordarle a los americanos que los responsables del mayor atentado de la historia siguen campantes y caminan, hoy, por las calles de Estados Unidos.

No podemos olvidar. El 11 de septiembre quedó tatuado como un recordatorio de lo que el mal es capaz de hacer. Y que, si no se le enfrenta, si no se le precisa, golpea otra vez. Y otra vez. Y así, hasta acabarnos.

Porque, como aquella desgastada paradoja de la tolerancia de Popper, no se puede admitir a quien no admite. Porque la tolerancia con la intolerancia tiene consecuencias nefastas, verbigracia Paris, Manchester, Malmö, Marsella o toda ciudad ya tomada por el Islam.

Hoy Biden no visitó el Memorial de 9/11 en Nueva York. En una columna en Fox News, la valiente excongresista Tulsi Gabbard especula la razón de la ausencia del presidente de Estados Unidos: "Porque quiere que los americanos "dejemos atrás" y olvidemos este ataque, quien lo llevo a cabo y por qué. Él y su administración quieren que avancemos hacia guerras nuevas, más grandes y más lucrativas".

"El Gobierno de Biden y sus propagandistas en los principales medios restan importancia al hecho de que el ataque del 11 de septiembre contra nuestro país fue llevado a cabo por yihadistas que siguen llevando a cabo una cruzada por imponer califatos islámicos en todo el mundo, incluido Estados Unidos. Quieren ocultar a los americanos el hecho de que esos yihadistas son la mayor amenaza a largo plazo para Estados Unidos y el mundo", agregó la excongresista.

Gabbard tiene razón. El actual fundamentalismo doctrinario del Partido Demócrata, que considera el identitarismo como un dogma inamovible, sacrificaría lo que sea amén de la inclusión. Por más rayado que esté el término, es vigente: el peligro de la corrección política es que funciona como camisa de fuerza.

Los responsables del 11 de septiembre siguen campantes. Lo alertó entonces Oriana Fallaci. Se multiplican, hijos de Allah, encumbrados por la docilidad del mundo libre, que tiene miedo de ofender o siquiera preguntar.

Los responsables están en Saná, Bagdad, Teherán o Ramallah, pero también montan el metro en la Penn Station o en Lavapiés. Están en Miami, Londres y Berna. Listos, atentos a acribillar al próximo que se burle de Mahoma.

Y Biden, como jefe del país más importante del mundo libre, no le interesa el tema. Le incomoda. Porque abordarlo implicaría atender el drama de la crisis fronteriza, por donde a diario se cuelan decenas de potenciales fundamentalistas. Abordarlo obligaría a Biden a acabar con un posible acuerdo nuclear con Irán y a respaldar al decidido gobierno de Benjamin Netanyahu en Israel, que entiende como nadie las consecuencias de no enfrentar al mal.

No va a ocurrir. Como dice Tulsi Gabbard, a Biden le interesan otras guerras, más rentables, irracionales y distantes.