Desde el 7 de octubre, la ideología woke reunió a una coalición diversa de activistas deseosos de detener la guerra contra Hamás. El Partido Demócrata nunca volverá a ser el mismo.

La política estadounidense protagonizó un suceso curioso durante los últimos meses. Grupos de activistas progresistas avocados a temas tan dispares como la organización sindical, la escasez de vivienda, el antirracismo, el cambio climático o el apoyo a los inmigrantes ilegales han adoptado, de repente, una misma voz para gritar sobre un tema del todo ajeno a sus propósitos primarios.

Exigen el fin inmediato de la guerra contra Hamás, que Israel ha estado librando en la Franja de Gaza desde que el grupo terrorista palestino lanzó un ataque bárbaro contra el sur de Israel el 7 de octubre. No han hecho ni un mínimo esfuerzo, ni en su retórica ni en sus tácticas de presión, por esconder su intensa hostilidad hacia el Estado judío o su deseo de castigarlo por intentar erradicar a la organización que perpetró la mayor masacre masiva de judíos desde el Holocausto.

No se puede negar el considerable impacto político de este movimiento. Tampoco su potencial para, en última instancia, destruir la alianza entre Estados Unidos e Israel. Aunque aún sea temprano para determinar todas las consecuencias de esta unión extraordinaria, es crucial entender cómo se produjo y qué significa para el discurso público estadounidense y para el futuro de la comunidad judía en el país.

La fusión de la izquierda estadounidense en el "movimiento pro-Palestino", como lo llama The New York Times en un importante artículo explicativo, es un giro notable de los acontecimientos por varios motivos. Llama la atención no sólo porque la coalición haya adoptado algunas de las posiciones más extremas del conflicto, ni tampoco porque responda con ira a la respuesta de una nación democrática contra quienes le perpetraron un ataque no provocado, que incluyó asesinatos, violaciones, torturas, secuestros y destrucción sin sentido.

El origen woke del movimiento

Lo más sorprendente es que el objeto de la simpatía de estos activistas progresistas es un grupo islamista radical que profesa valores que le son antitéticos. Ocurre incluso con aquellas convicciones que más valoran, como la defensa de los derechos de las mujeres y la causa LGBT.

Las pancartas que proclaman "Queers por Palestina" pueden provocar carcajadas y comentarios irónicos entre los partidarios de Israel, que señalan que esas personas serían rápida y cruelmente asesinadas por Hamás con el mismo fervor sanguinario con que ataca a los judíos, pero esa yuxtaposición de opuestos no debe ser minimizada: pasó de ser un fenómeno marginal a la posición mayoritaria en la sociedad estadounidense.

La capacidad de los grupos radicales antiisraelíes de conseguir el apoyo de toda la izquierda política es, como explicó el Times, resultado de múltiples causas. Los simpatizantes de Hamás son manipuladores expertos de la opinión pública y buenos organizadores, es cierto. Igual de verdadero, e importante, es que reciben el respaldo económico de financistas progresistas, que realmente tienen otros asuntos por prioridad. No se debe subestimar, tampoco, la importancia de que ciertos medios masivos se hayan convertido en taquígrafos de Hamás al replicar sus estadísticas falsas de víctimas y cambiar casi de inmediato la narrativa de la guerra, pasando de hablar de una reacción necesaria frente a atrocidades terroristas indescriptibles a un relato sustentado en el victimismo palestino.

Detrás de la voluntad de la izquierda de unirse en torno a la causa que busca prevenir el sufrimiento de Hamás se encuentra lo que, a falta de un término mejor, llamamos ideología woke. Nada de esto hubiera pasado sin una generación de jóvenes progresistas adoctrinados en las ideas tóxicas de la Teoría Crítica de la Raza y la interseccionalidad, que identifican falsamente a los judíos e Israel como opresores blancos y comparan la guerra palestina para destruir el Estado judío con el movimiento estadounidense por los derechos civiles.

Intimidar a Biden

Sabemos ya que este movimiento sacudió la política estadounidense. Provocó, incluso, que el presidente Joe Biden abandone su postura inicial de respaldo a Israel y acuerdo en la importancia de eliminar a Hamás. Las amenazas del demócrata de recortar la ayuda y de dejar que las Naciones Unidas conviertan a Israel en un Estado paria bien pueden haber causado la actual pausa en la guerra.

Biden se ha sentido claramente intimidado por el enorme rechazo demostrado por activistas demócratas tanto dentro como fuera de su Administración, incluido su personal de campaña. Le ha preocupado especialmente por el riesgo de perder en Michigan, de numerosa población árabe-estadounidense y musulmana.

Este es el resultado de una revuelta general contra el respaldo que Biden dio a Israel tras las atrocidades del 7 de octubre. Como señaló el Times, la indignación de la izquierda contra el apoyo de Estados Unidos a Israel no fue una reacción posterior a las mentiras sobre el “genocidio” israelí en Gaza, ya que comenzó inmediatamente después de los ataques terroristas y mucho antes de que las Fuerzas de Defensa de Israel comenzaran su contraofensiva.

Tampoco deberíamos aceptar la excusa de que el fervor antiisraelí es un aborrecimiento justificado por una campaña militar israelí fuera de control o un número asombrosamente alto de víctimas como no se había visto en una guerra reciente. Por el contrario, la guerra entre Israel y Hamás queda eclipsada por otros conflictos recientes que tuvieron lugar en Siria o Sudán. Y el número de víctimas no puede compararse con genocidios reales como los que se están produciendo en el Congo o la campaña china contra los musulmanes uigures, en la que se estima que más de un millón de personas han sido enviadas a campos de concentración. Las pérdidas y la devastación tampoco son comparables a la matanza que se está produciendo en la guerra entre Rusia y Ucrania.

George Soros ha financiado grupos antiisraelíes, incluidos aquellos que practican abiertamente el antisemitismo.

Lo que hace que este conflicto sea tan especial no es la escala de la guerra ni la situación especialmente terrible de sus víctimas. Es el hecho de que el único Estado judío del planeta es uno de los combatientes. Ninguna guerra que involucre a un antagonista europeo, árabe, musulmán, africano o asiático sin un participante estadounidense directo ha provocado tal respuesta por parte de la izquierda estadounidense, incluidas aquellas en las que Estados Unidos respaldaba a una de las partes, como suele ser el caso.

Por eso está claro que la razón por la que tantos estadounidenses que se identifican con la izquierda política han adoptado la causa palestina (y han obligado a Biden a abandonar Israel) tiene que ver con algo más que los hechos objetivos del conflicto. Sólo situando la guerra entre Israel y Hamas en el contexto de la ideología interseccional y la mentalidad de la teoría crítica de la raza, en la que el mundo está dividido en dos campos perpetuamente en guerra de opresores racistas “blancos” y “gente de color” que son sus víctimas, esto tiene sentido. Es por eso que prácticamente todos los grupos de interés de izquierda pueden encontrarse ahora detrás del esfuerzo por salvar a Hamás.

Las raíces marxistas del wokeismo también ayudan a explicar por qué los izquierdistas que afirman estar en contra de cualquier tipo concebible de prejuicio no sólo se han alineado con un grupo de odio vicioso y tiránico como Hamás, sino que también se muestran indiferentes o incluso apoyan el aumento del antisemitismo que ha asolado la vida estadounidense en los últimos seis meses. A pesar de la persistente atracción de la izquierda judía por el socialismo, la dialéctica marxista ha visto, desde sus orígenes, al judaísmo y a los judíos con recelo y hostilidad. La obstinada negativa de los judíos a plegarse a la voluntad de los demás o simplemente a desaparecer contradice la creencia marxista de que la homogeneización de la humanidad forma parte de la consecución de los dudosos objetivos de su ideología.

Y es el atractivo de la interseccionalidad —la falsa creencia de que todos los pueblos supuestamente oprimidos son parte de la misma lucha— lo que ha creado el ridículo meme de “Queers por Palestina”.

El dinero de Soros detrás de esto

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