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Por qué la izquierda debe mentir sobre las violaciones sexuales de Hamás

Los periodistas e influencers niegan las atrocidades del 7 de octubre por su compromiso con la antisemita y falsa narrativa de que Israel es un Estado 'colonial'.

Marcha en defensa de Israel

(Cordon Press)

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No es necesario leer publicaciones izquierdistas como The Intercept o The Nation o mirar el programa Democracy Now -disponible en NPR y Pacifica- para toparse con la negación de las atrocidades del 7 de octubre. Es frecuente en redes sociales y difícil de evitar, a menos que se habite una pequeña burbuja proisraelí. Este negacionismo, tanto de la magnitud de las crueldades como de su importancia en los planes de Hamás, no emana de un escepticismo genuino.

Lejos de ser un esfuerzo honesto por llegar a la verdad, las burlas con que suelen responder los internautas al relato de los israelíes violados casi siempre va acompañada de una retórica que va más allá de los hechos del 7 de octubre y los pogromos palestinos que arrasaron las comunidades en el sur de Israel. Su reacción se convierte en indignación, en cambio, ante la idea de que alguien pueda sentir simpatía hacia las víctimas o enojo con los atacantes.

Los negacionistas no discuten, realmente, si los testimonios personales u otro tipo de evidencia que atestigua los horrendos crímenes terroristas del Sábado Negro es suficiente para demostrar que la violación fue un factor constante. Al contrario, replican una letanía de puntos de conversación del manual de ideología woke: los palestinos que moran la Gaza "ocupada" -que en realidad es un Estado palestino independiente en todo menos en nombre- emprendieron actos legítimos de resistencia contra colonos opresores blancos.

Quienes niegan las violaciones no están tan interesados en borrar el sufrimiento de las mujeres violadas como en negar que los judíos tengan algún derecho a vivir en su antigua patria y que, por tanto, todo asesinato o secuestro, toda violación o tortura, no es más que una respuesta justa.

Guerra civil en el 'Times'

Aquel es el contexto de la bizarra discusión sobre las violaciones de Hamás que estalló entre periodistas de izquierda durante las últimas semanas.

El foco de la controversia fue un artículo del New York Times que reconoció, aunque tarde, la horrorosa realidad del 7 de octubre. Se publicó el 28 de diciembre, casi tres meses después de los crímenes. (Algo similar ocurrió con tantos grupos que suelen pronunciarse con presteza ante otras denuncias de delitos sexuales).

Pero el artículo del Times, titulado 'Screams Without Words': How Hamas Weaponized Sexual Violence on Oct. 7 ('Gritos sin palabras': cómo Hamás convirtió la violencia sexual en un arma el 7 de octubre), cubre con diligencia y sin tapujos la "violación, mutilación y brutalidad extrema" de los palestinos el 7 de octubre. Al igual que las grabaciones de aquel día -la mayoría de cámaras corporales de los terroristas, orgullosos de sus crímenes-, resulta difícil de tragar.

De hecho, como señalan muchos comentarios en la web del periódico, tras leerlo es difícil imaginar cómo una persona con una pizca de decencia puede apoyar a Hamás u oponerse a los esfuerzos de Israel por erradicarlo. El mero hecho de que reportara las atrocidades fue intolerable para algunos progresistas (los mismos que ni esperaron la respuesta israelí para apoyar a Hamás), sin importar que la publicación se tomara su tiempo para hacerlo, a pesar de que dispone de recursos sin igual.

Muchos periodistas que engrosan las filas de algunas de las publicaciones más prestigiosas entienden su profesión como una manera de promover puntos de vista partidistas más que como una búsqueda de la verdad objetiva.

No es sorprendente que The Intercept -una publicación que se inclina incluso más a la izquierda que el Times- publicara no uno, sino dos artículos para intentar desacreditar la pieza. Aprovecharon, para esto, ciertas disputas entre las víctimas israelíes y algunas publicaciones en las redes sociales de una periodista independiente israelí que trabajó en la historia, en las que expresaba públicamente su enojo con Hamás y los palestinos por lo ocurrido el 7 de octubre. Estas críticas son una forma de hipocresía con esteroides, considerando que provienen de periodistas de izquierda que ni se esfuerzan por ocultar su parcialidad. Aún así, nada de lo publicado por The Intercept socavó la verdad básica de los informes del Times o la evidencia sobre los crímenes sexuales de Hamás como parte integral de la ofensiva.

Como pronto se reveló, muchos miembros del personal del Times tampoco estaban contentos con Gritos sin palabras. Se suponía que la historia iba servir como base para un episodio de The Daily, el popular podcast del periódico. Pero el personal del podcast estaba aparentemente tan indignado porque su publicación había documentado crímenes de guerra (otros miembros de la sala de redacción compartían su furia), que estaban dispuestos a hacer agujeros en el reportaje y tratar a sus autores como propagandistas de Israel, en lo que sólo puede describirse como una reproducción de las publicaciones pro-Hamás que niegan las violaciones en redes sociales.

Esto tampoco es sorprendente. Los empleados del medio habían demostrado que actúan como una mafia de izquierda cuando, hace más de tres años, se volvieron contra algunos de sus compañeros de la sección de opinión que había publicado un artículo crítico con los disturbios de Black Lives Matter, firmado por el senador Tom Cotton (republicano por Arkansas). La posterior purga del personal también llevó a Bari Weiss a renunciar al periódico porque, según dijo, se había convertido en un ambiente "antiliberal" donde el activismo importaba más que el periodismo.

Las controversias alrededor de las violaciones cometidas por Hamás el 7 de octubre indican hasta qué punto la influencia tóxica de los estudios críticos ha distorsionado tanto al periodismo como al discurso público.

El siguiente giro en la historia se produjo cuando los altos cargos del periódico neoyorquino, disgustados con las críticas de The Intercept, se dieron cuenta de que el ataque a su sólido artículo se construyó sobre filtraciones de sus subordinados. Según un informe de NPR, aquello llevó a una investigación interna para destapar a los responsables del escandaloso ataque a la credibilidad del medio. Aquello, a su vez, despertó la indignación de parte del personal que aseguraba que la indagación tuvo por blanco a periodistas de "ascendencia de Oriente Medio y del Norte de África" , lo que, decían, era evidencia de discriminación. El Times calificó la acusación de "absurda". A pesar de esto, lo obligó a estar a la defensiva.

Cabe destacar también que a pesar de la reciente -y tardía- confirmación de las Naciones Unidas de los crímenes sexuales cometidos el 7 de octubre, The Daily aún no ha tocado la historia, a pesar de haber hecho ya una serie de episodios sobre la situación de los palestinos durante la guerra.

Activistas disfrazados de periodistas

Mucho dice todo esto sobre la cultura del periodismo estadounidense. Ya estaba más que claro que varios de quienes engrosan las filas de algunas de las publicaciones más prestigiosas -sobre todo quienes fueron reclutados en la última década y quienes se dedican al periodismo no tradicional, como medios digitales o videos- entienden su profesión como una manera de promover puntos de vista partidistas más que como una búsqueda de la verdad objetiva.

Sus actitudes frente a la guerra contra Hamás, además de sus ideas sobre el privilegio blanco, testimonian cómo la Teoría Crítica de la Raza y la interseccionalidad han contaminado su comprensión de Oriente Medio. Después de todo, se trata en gran medida del mismo grupo que considera al movimiento #MeToo como un episodio crucial en la sociedad y la cultura de Estados Unidos, y que promovió con entusiasmo la idea de que creer a toda las mujeres era la única manera de abordar las controversias alrededor del acoso sexual, incluso si los casos presentaban dudas razonables.

Pero así como había dobles raseros en lo que respecta a las acusaciones de conducta sexual inapropiada -mientras que las acusaciones contra republicanos como el juez Brett Kavanaugh fueron aceptadas sin chistar, no pasó lo mismo con otras que también carecían de sustento sólido, como la de la mujer que denunció al presidente Joe Biden, quien fue rápidamente descripta como una loca poco fiable-, los hay también (y claramente) en la respuesta a las acusaciones de que Hamás recurrió al abuso sexual como arma de guerra. Respuesta que depende de qué siente uno por Israel. Más que evidencia de la hipocresía de quienes odian a Israel, esta reacción es una función de la ideología: si como tantos estadounidenses de izquierda (en particular aquellos que han sido adoctrinados en la mitología woke) estás dispuesto a creer que Israel está equivocado y que los palestinos son víctimas sin importar lo que hagan, simplemente estás haciendo lo que dictan las enseñanzas de la interseccionalidad. Cuando se enfrentan a acusaciones contra personas que consideran opresoras, los woke creen a todas las mujeres. Cuando detrás de los crímenes están quienes el diccionario woke describe como víctimas impotentes, exigen pruebas y desestiman hechos.

Como deberíamos haber aprendido de discusiones pasadas sobre la negación del Holocausto, nadie debería engañarse sobre las intenciones que esconden las preguntas sobre la veracidad de los informes de masacres y maltratos contra los judíos.

Las controversias alrededor de las violaciones cometidas por Hamás el 7 de octubre, junto con las guerras que se libran dentro de publicaciones como el Times, son una indicación de hasta qué punto la influencia tóxica de los estudios críticos ha distorsionado tanto el periodismo como el discurso público. También de la deshonestidad de los grupos feministas y los organismos internacionales que guardaron silencio cuando deberían haber abierto la boca.

Por encima de todo, demuestran de manera concluyente la conexión entre la forma más cruda de odio a los judíos y las nuevas ortodoxias ideológicas de izquierda que dominan la academia y la cultura popular. Las turbas que claman en las calles a favor del terrorismo contra los judíos, que piden por la destrucción de Israel, no son diferentes a las que anidan en las redacciones liberales: están igualmente desinteresadas en la verdad. Su prioridad es ayudar en la guerra contra el pueblo judío y su único Estado. Si eso significa involucrarse en lo que sólo puede describirse como la versión contemporánea del negacionismo del Holocausto, que así sea. Pero como deberíamos haber aprendido de discusiones pasadas sobre la negación de aquel aberrante episodio histórico, nadie debería engañarse sobre las intenciones detrás de las preguntas sobre la veracidad de los informes de masacres y maltratos contra los judíos. Ese tipo de discurso es siempre un indicador fiable de antisemitismo.

© JNS

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