Los intentos del presidente de aplacar a los demócratas antiisraelíes lo han llevado a adoptar posturas contra el Estado judío. Mientras siga fluyendo la ayuda militar, estos giros retóricos no serán suficientes para que Hamás se salve.

¿Exactamente, cuál es la política de la Administración Biden hacia Israel? ¿Es una que desaprueba su guerra justa contra la organización terrorista Hamás? ¿Se centra erróneamente en el “bombardeo indiscriminado” de civiles palestinos e insiste en que debería acabarse pronto? ¿O es un respaldo ardiente al sionismo, un fuerte apoyo al combate contra los islamistas que terminará cuando Jerusalén, y no Washington, decida concluirlo? La respuesta puede depender del día en que uno se haga la pregunta. Pero por más inquietante que pueda ser la evidencia de la disonancia cognitiva de Biden sobre Medio Oriente, es posible que no afecte el resultado de la guerra.

Las posturas tremendamente contradictorias del mandatario demócrata y su equipo de política exterior representan un problema real para Israel. También pueden estar alimentando el aumento del antisemitismo arraigado en mentiras antiisraelíes, en lugar de ayudando a combatirlo. Pero mientras las armas estadounidenses sigan fluyendo hacia las manos de los soldados israelíes y el presidente o sus asesores no lleguen a dar un ultimátum claro a Jerusalén para que detenga la ofensiva contra Hamás, la guerra podrá continuar hasta un final exitoso.

Sería preferible que la Administración hablara de una manera clara y coherente que brindara pleno apoyo a la guerra justa de Israel, además de que tildara como falsas las acusaciones sobre la conducta de las Fuerzas de Defensa de Israel durante el conflicto. Sin embargo, el Estado Judío puede vivir con la situación actual, incluso si eso implica un postureo y unos ataques constantes por parte de Washington. Siempre y cuando no se le impida a las FDI lograr su objetivo: eliminar a Hamás.

Es por eso que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, continúa actuando como si la relación entre Estados Unidos e Israel fuera sólida como una roca a pesar de la evidencia diaria de que Biden está sintiendo la presión de sus críticos de izquierda que quieren que arremeta contra el Estado judío. Mientras, entre otros, la vicepresidenta Kamala Harris lo insta a ser más comprensivo con los palestinos, incluso si eso ayuda a Hamás, la guerra civil dentro del Gobierno por la postura frente al conflicto sigue causando estragos.

Demócratas divididos

En un Partido Demócrata profundamente dividido respecto a Israel, la tendencia no corre a su favor. Una generación de demócratas jóvenes ha sido adoctrinada con la Teoría Critica de la Raza y los mitos interseccionales, haciéndole pensar que Israel es un Estado opresor colonial y blanco. Esa preocupación, sin embargo, debe quedar para otro día. A pesar de que Biden parece querer contentar al ala suave con el antisemitismo dentro de su formación política, para Netanyahu será suficiente, por ahora, con que no adopte ninguna medida que impida una victoria israelí sobre Hamás.

Decir que la Administración está desorientada sobre Israel y la guerra es quedarse corto.

El presidente habló de sí mismo como "sionista" esta semana en la fiesta de Janucá de la Casa Blanca y, en los dos meses transcurridos desde las atrocidades del 7 de octubre, a menudo ha expresado su sincero apoyo a Israel. El veto que Estados Unidos emitió en el Consejo de Seguridad de la ONU la semana pasada que anuló una resolución que exigía un alto el fuego inmediato y completo en Gaza envió la señal al mundo de que Estados Unidos sigue respaldando a Israel.

Pero el presidente también ha criticado amargamente al Gobierno israelí, como cuando le exigió cambios en un discurso ante un grupo de donantes demócratas esta semana. En aquel, denunció a Netanyahu y a sus colegas de gabinete en los términos más críticos, acusándolos falsamente de realizar “bombardeos indiscriminados” en Gaza, además de causar alboroto sobre lo que sucederá una vez que cesen los combates.

El discurso sobre la 'solución de dos Estados', desacreditada hace mucho tiempo, muestra cuán desconectado está el presidente de la realidad de Medio Oriente.

Los principales adjuntos de Biden arrastran las mismas contradicciones.

El fin de semana pasado, el secretario de Estado, Antony Blinken, negó que Estados Unidos estuviera tratando de dictar cómo conducir la guerra a Israel o exigiendo su fin. Declaró sin rodeos que si bien Estados Unidos ha discutido estos temas con Jerusalén, “éstas son decisiones que debe tomar Israel”. Sin embargo, Blinken también ha tenido un gesto con los críticos del Estado judío al afirmar que existe una “brecha” entre el deseo israelí de no dañar a los civiles y los hechos sobre el terreno.

El asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, contradijo la promesa de Blinken de dejar que Israel tomara sus propias decisiones cuando en apariencia anunció una especie de calendario para sus operaciones en Gaza. Sullivan dijo esta semana que el país necesitaba "hacer la transición a la siguiente fase de menor intensidad en cuestión de semanas, no de meses", una señal de que la Administración quiere poner fin al esfuerzo por derrotar a Hamás y eliminarlo completamente de la Franja, sin importar si se ha cumplido el objetivo.

Reforzando una narrativa falsa

Estas declaraciones, en conjunto, despejan todo tipo de duda sobre la existencia de una distancia cada vez mayor entre las dos naciones en cuanto a la conducción de la guerra y la posguerra, con Estados Unidos promoviendo el callejón sin salida de la 'solución de dos Estados'. Propuesta que Israel descarta de plano.

Los ataques retóricos de Washington a Jerusalén no son preocupantes, como así tampoco que la Administración valide la falsa narrativa -postulada por Hamás y sus apologistas occidentales- de que Israel lleva a cabo una campaña contra civiles palestinos. Aunque sí alientan a los enemigos de Israel y socavan la oposición retórica de Biden al aumento del antisemitismo en Estados Unidos, ya que los partidarios del grupo terrorista justifican sus pedidos de destruir a Israel diciendo que se encuentra librando una guerra genocida.

Algunos dentro de la burbuja de Biden han sido bastante consistentes. Por ejemplo, el almirante John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, ha sido, en ocasiones, elocuente al defender a Israel y denunciar a Hamás. Esas declaraciones enfurecen a los pasantes de la Casa Blanca y a una gran cantidad de empleados y funcionarios de nivel inferior, así como a activistas del partido. Las críticas a Israel han minado la claridad moral demostrada por Biden en los días posteriores al 7 de octubre. Es justo argumentar que los ataques de miembros de la Administración a Israel no sólo socavan la alianza, sino que también podrían costarle la vida a soldados israelíes que se han tenido que poner innecesariamente en peligro por la presión para que se lleve a cabo la guerra de un modo que le otorgue una ventaja táctica a Hamás.

Esta es una Administración que ya se dedicó a promover el catecismo de diversidad, equidad e inclusión (DEI) que otorga permiso al antisemitismo.

Es igualmente cierto que, pensando en la posguerra, Biden se está preparando para una confrontación con Netanyahu o quienquiera que gobierne Israel en el futuro. El discurso sobre la 'solución de dos Estados', desacreditada hace mucho tiempo, muestra cuán desconectado está el presidente de la realidad de Medio Oriente, así como su falta de voluntad para sacar conclusiones sobre lo que ocurrió cuando se creó un Estado palestino en todo menos en nombre en 2007 en Gaza. Su oposición al control de seguridad israelí en Gaza –la única medida que podría impedir que Hamás se reconstituya y se repitan las atrocidades del 7 de octubre– es igualmente poco realista.

Pero ahora mismo, lo único en lo que deberían centrarse Israel y sus partidarios es en ganar la guerra contra Hamás. Eso no requiere que Biden actúe como fiel aliado de Israel en términos de su retórica, aunque sea, por supuesto, preferible. Que él, Blinken y Sullivan desempeñen de vez en vez el papel de críticos que constantemente se involucran, mal informados, en cuestionamientos inútiles sobre las estrategias militares de Jerusalén es nada más que un aspecto desafortunado.

Lo que Israel necesita para ganar

Sin embargo, lo mínimo que Israel necesita de Washington es que no interrumpa el flujo de reabastecimiento de armas mientras la guerra continúa. Y eso, como han señalado los que odian a Israel dentro de la Administración y de las bases demócratas, es más importante que si el presidente emplea una retórica que busca apaciguar a quienes se oponen a la entrega de armamento.

Que Biden tenga un doble discurso es problemático. Este es un equipo de gobierno que ya se dedicó a promover el catecismo de la diversidad, equidad e inclusión (DEI), que concede pase libre al antisemitismo. Entonces, cuando no se opone plenamente a las grandes mentiras sobre el genocidio perpetrado por los israelíes o cuando complace a los defensores de un alto el fuego que esencialmente permitiría a Hamás salirse con la suya con asesinatos en masa, se convierte en parte del problema, no en una solución a la ola de odio a los judíos que emana de la izquierda. También es cierto que la retórica de Biden hará más difícil reactivar los Acuerdos de Abraham y continuar el proceso mediante el cual Israel normalizaría las relaciones con el mundo árabe.

Sin embargo, por muy malo que sea todo aquello, si Biden no detiene el envío de armamentos estadounidenses, Israel está preparado para vivir con las fallas del demócrata. Eso no significa que no se deba criticar a Biden por permitir tanta luz del día entre los dos aliados, al estilo del expresidente Barack Obama. Pero nada es más importante en este momento que derrotar a Hamás y lograr una conclusión de los combates que deje a Israel en control total de cada centímetro del enclave costero.

Sin embargo, a pesar de todos los errores políticos y las fallas oratorias de Biden, sin mencionar las preocupantes consecuencias de sus esfuerzos por complacer al ala interseccional de su partido, aún no ha tomado el tipo de medidas para forzar abiertamente el fin de la guerra que muchos temían.

Desde el comienzo de la guerra, los amigos del Estado judío han observado cómo Biden vacilaba sobre si dar mano libre a las FDI para que acaben con Hamás. Y, así, garantizar que los israelíes puedan regresar a sus hogares en el sur de Israel con la seguridad de saber que los terroristas fueron derrotados. Además de que los esfuerzos de Biden por apaciguar a Irán -patrocinador de Hamás- han puesto en marcha la sucesión de acontecimientos que condujeron al 7 de octubre, el presidente puede haber sido el responsable, en gran medida, del largo retraso en el inicio de la ofensiva terrestre en Gaza. La presión estadounidense también puede haber favorecido a Hamás en las negociaciones sobre los rehenes. Sin embargo, a pesar de todos los errores políticos y las fallas oratorias de Biden, sin mencionar las preocupantes consecuencias de sus esfuerzos por complacer al ala interseccional de su partido, aún no ha tomado el tipo de medidas para forzar abiertamente el fin de la guerra que muchos temían.

Quizás Biden sepa que, a pesar de su debilidad política, Netanyahu no tendrá más remedio que responder que no a un dictado estadounidense de poner fin prematuramente a la guerra. El presidente puede estar preocupado porque su debilidad quede al descubierto tras una discusión con Jerusalén que demuestre que no tiene poder real sobre la conducción de la guerra. También es posible que quiera que Israel venza a Hamás, pero que les tenga demasiado miedo a sus críticos internos -y a su capacidad para comprometer su reelección- como para adherirse a una política más consistente y coherente.

La comunidad proisraelí tendrá mucho trabajo por delante una vez que cesen los disparos. En particular, no está de ninguna manera claro si algunos de los grupos judíos tradicionales, como la Anti-Defamation League (Liga Antidifamación), que han apoyado a Israel desde el 7 de octubre, respaldarán los planes de Biden de presionar para que se regrese a políticas fallidas que socavarán la seguridad del Estado judío una vez acabada la guerra.

Lo único que hay que observar por ahora es si, en materia de ayuda a Israel, Biden toma medidas que salven a Hamás de una derrota total. Si al menos evita hacer eso, los israelíes se preocuparán por futuras batallas diplomáticas cuando ocurran, una vez que hayan eliminado al régimen islamista criminal responsable del 7 de octubre.

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