Los antisemitas de hoy siguen el modelo de los manifestantes de los años sesenta, aunque los dos conflictos son muy diferentes. Sin embargo, la misma ideología tóxica ha influido en los radicales de ambas épocas.

Muchos estadounidenses se encuentran desconcertados por las turbas que corean a favor de la destrucción de Israel y el genocidio de su pueblo en los campus universitarios y en las calles de las principales ciudades de los Estados Unidos.

Sigue pareciéndoles alucinante que tantos de sus conciudadanos -independientemente de su edad, educación, ideología u origen- se pongan abiertamente del lado de Hamás, el grupo terrorista que inició una guerra el 7 de octubre con la mayor masacre masiva de judíos desde el Holocausto. También lo es el hecho de que los que se llaman a sí mismos progresistas estén ahora apoyando no sólo el cese del sufrimiento de los palestinos, sino la supervivencia de una organización terrorista islamista reaccionaria que desprecia sus propias creencias.

Tomemos, por ejemplo, a los queers por Palestina, que simpatizan con Hamás a pesar de que su estilo de vida les habría valido una brutal ejecución en la Gaza anterior del 7 de octubre, gobernada por Hamás. Lo mismo puede decirse de la mayoría de los que gritan el lema "del río al mar", cuya comprensión del conflicto es tan endeble que pocos pueden identificar una u otra masa de agua.

El problema va más allá de estos absurdos evidentes.

Incluso los tropos antisemitas que reviven con ostentosa ignorancia sirven poco para iluminar sus motivaciones. ¿Cómo puede alguien exigir que se permita a Hamás salir triunfante de una guerra iniciada con atroces crímenes contra la humanidad? ¿O que se permita a los islamistas, en última instancia, hacer realidad su fantasía de un mundo sin Israel y sus 7 millones de habitantes judíos?

Convencidos de su propio virtuosismo

La respuesta es sencilla. Creen que son los buenos y que sus oponentes son intrínsecamente malos. Por eso merece la pena considerar los intentos de publicaciones como The New York Times de comparar a los manifestantes antiisraelíes con los que se manifestaron contra la guerra de Vietnam hace más de medio siglo. Tales afirmaciones son tremendamente inexactas, ya que ambos conflictos no tienen nada que ver. Pero en cierto modo, esta evocación del pasado proporciona una reveladora visión de la psicología y las motivaciones de los antisemitas de izquierdas contemporáneos.

Lo primero que hay que entender sobre este debate es que la prensa está intentando legitimar, con desesperación, las protestas basadas en el odio a los judíos. El artículo del Times, al igual que otros similares -como un artículo del Washington Post que trata de generar simpatía por los "jóvenes musulmanes estadounidenses" que marchan por la extinción de Israel incluso en escenarios improbables como Huntsville, Alabama-, son un esfuerzo por tratar una campaña deplorable como una causa justa, asumida por valientes idealistas.

La idea de los israelíes simplemente deben sentarse y esperar el próximo ataque -ya prometido y despiadado- de Hamás se consideraría ridícula si se planteara sobre cualquier otra nación que no fuera el único Estado judío del planeta.

El sesgo antiisraelí de periódicos como el Times ya ni siquiera es discutible. El mismo día que publicó su artículo titulado "In Campus Protests Over Gaza, Echoes of Outcry Over Vietnam" (en español: "En las protestas universitarias por Gaza, ecos de la indignación por Vietnam"), también publicó en sus páginas de opinión un artículo de Yahya R. Sarraj, el operativo de Hamás que fue alcalde de la ciudad de Gaza. El texto, que menciona el 7 de octubre sólo de pasada, se centra en la destrucción que su organización llevó a Gaza al iniciar - con crímenes salvajes como violaciones, torturas, decapitaciones y el asesinato de familias enteras- una guerra.

Pero concluye con un pasaje que deja boquiabierto por su falta de sinceridad: "¿Por qué no se puede tratar a los palestinos con igualdad, como a los israelíes y a todos los demás pueblos del mundo? ¿Por qué no podemos vivir en paz y tener fronteras abiertas y libre comercio? Los palestinos merecen ser libres y tener autodeterminación".

La respuesta es tan obvia que incluso un editor del New York Times debería conocerla, lo que debería haberlo llevado a suprimir el pasaje incluso bajo los bajos estándares actuales del periódico. Los palestinos no pueden tener paz, fronteras abiertas y libre comercio porque están dirigidos, y apoyan mayoritariamente, a grupos como el Hamás de Sarraj, cuyo propósito declarado es destruir Israel y masacrar a su pueblo.

La idea de los israelíes simplemente deben sentarse y esperar el próximo ataque -ya prometido y despiadado- de Hamás se consideraría ridícula si se planteara sobre cualquier otra nación que no fuera el único Estado judío del planeta.

Nada que ver con Vietnam

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la guerra de Vietnam?

Como incluso el Times se vio obligado a admitir, no mucho. La participación de Estados Unidos en Vietnam comenzó bajo la Administración del presidente John F. Kennedy y se intensificó durante la de Lyndon Johnson, antes de que Richard Nixon pusiera fin a la intervención directa. No concluyó hasta 1975 con la conquista militar completa de Vietnam del Sur por parte del Gobierno comunista del norte. Pero cualquiera que sea la opinión que uno adopte sobre los aciertos y los errores durante ese conflicto, poco tienen en común con la centenaria guerra árabe contra el sionismo o los acontecimientos de los últimos tres meses.

La guerra de Vietnam se justificó como un intento de impedir la expansión del comunismo por el mundo. La victoria del norte resultó en la imposición de un régimen totalitario y brutal, con millones de personas internadas en campos de reeducación y muchos más obligados a huir como Boat People o gente de los botes. Esta derivación demostró que la causa a favor del combate armado era más noble de lo que sus críticos admitían, dispuestos a condenar la participación norteamericana al interpretarla como un caso opresión imperialista de los pueblos del Tercer Mundo.

Un núcleo radical del movimiento anti-Vietnam liderado por la extrema izquierda pudo haberlo entendido como parte de una guerra ideológica contra Occidente, en la que los opresores comunistas debían ser elogiados por su antimperialismo. Pero la mayoría de los estadounidenses que se opusieron a la guerra tenían una perspectiva diferente.

La idea de que el supuesto idealismo de los maravillosos años 60 revive en la multitud que grita “del río al mar” es pura tontería.

Las protestas lograron un apoyo generalizado porque muchos creían que no existían razones los suficientemente buenas como para que una generación de jóvenes estadounidenses muriera en una guerra civil en el sudeste asiático que, en última instancia, no afectaría el resultado de la Guerra Fría con la Unión Soviética. El movimiento masivo antibélico no fue en respuesta a la falta de encanto del Gobierno aliado en el sur. Tampoco se debió a la mala gestión de Johnson y de los designados por Kennedy, que LBJ mantuvo y dio carta blanca para que hundieran a la nación aún más en una guerra que no quería ni podía ganar.

El verdadero motivo de las protestas fue interés propio. Fue una respuesta al reclutamiento, debido al cual los jóvenes que no podían escaparlo a través de varias exenciones (principalmente en función de su situación económica) se vieron obligados a servir. El movimiento contra la guerra se evaporó tan pronto como Nixon dejó de enviar reclutas a Vietnam, para luego poner fin al reclutamiento por completo. Para cuando la guerra realmente terminó, a pocos estadounidenses les importaba, o les importó desde entonces, el destino del pueblo vietnamita.

Entonces, la idea de que el supuesto idealismo de los maravillosos años 60 está reviviendo en la multitud que grita “del río al mar” es pura tontería. Nadie está reclutando a jóvenes estadounidenses para luchar contra Hamás. Aquella obligación ha sido asumida por los jóvenes israelíes, voluntariamente, para defender sus hogares y sus familias. Y si los manifestantes estadounidenses realmente están tan preocupados por el impacto de la guerra en lugares del Tercer Mundo, hay muchas oportunidades para expresar sus preocupaciones sobre otros conflictos en todo el mundo en los que han muerto muchas más personas.

El regreso del marxismo con DEI

Aun así, no es del todo erróneo ver las raíces de las protestas antiisraelíes de nuestros tiempos en los radicales de antaño, que fueron los elementos más violentos de las protestas contra las administraciones de Johnson y Nixon. A diferencia de la mayoría de los estadounidenses, los marxistas de la mal llamada Students for a Democratic Society o Estudiantes por una Sociedad Democrática (cuyos veteranos aparecieron en el artículo del Timesquerían que ganaran los comunistas. Lo mismo anhelan quienes ahora componen las turbas que bloquean el tráfico, interrumpen las celebraciones navideñas e intimidan a los estudiantes judíos en los campus. Quieren que Hamás derrote a Israel.

A diferencia de la mayoría de los estadounidenses que se opusieron a la guerra en los años 1960 sin expresar odio hacia su propio país, las motivaciones del gran número de jóvenes y musulmanes que han engrosado el movimiento antiisraelí son de naturaleza ideológica. Son producto de una generación educada en los mitos de la interseccionalidad, que compara falsamente la guerra palestina contra Israel con la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Han sido adoctrinados en el catecismo tóxico de la diversidad, equidad e inclusión (DEI), así como en la Teoría Crítica de la Raza, que divide al mundo en dos grupos inmutables: opresores racistas y víctimas del racismo.

Esta dialéctica neomarxista no es ajena a las ideas de la llamada Nueva Izquierda que engendró a la SDS y al movimiento terrorista Weatherman, que intentó volar el Capitolio, el Pentágono, el Departamento de Estado y docenas de otros objetivos en lo que bien podría haberse denominado una verdadera insurrección.

Son insensibles a las verdades obvias de un conflicto complejo que no es racial y que siempre ha sido impulsado por la negativa árabe a compartir la tierra con los judíos.

Eso les impide ver que están dedicando su energía y pasión a apoyar una causa fundamentalmente malvada. El prisma ideológico a través del cual ven el mundo exige que el lado que la doctrina izquierdista designa como blanco y colonial (Israel) debe estar equivocado. El que etiquetado como defensor de la gente de color, y por tanto oprimida, (los palestinos) debe tener razón.

Son insensibles a las verdades obvias de un conflicto complejo que no es racial y que siempre ha sido impulsado por la negativa árabe a compartir la tierra con los judíos. Su aceptación de la idea de que los judíos, que son el pueblo indígena, son colonizadores en Israel al igual que se decía de los estadounidenses en Vietnam es tan atroz como falsa.

Pero eso no les importa a los manifestantes, porque consideran que los hechos son irrelevantes. Tampoco les importan los horrores perpetrados por Hamás el 7 de octubre o los que comete contra su propio pueblo, al que sacrifica perpetuamente en el altar de la guerra interminable contra los judíos.

Incorporación del antisemitismo

Es cierto que los idiotas útiles de Hamás están utilizando algunas de las mismas tácticas iniciadas por el movimiento anti-Vietnam. Pero lo que quienes buscan enaltecer a los manifestantes de hoy intentan ocultar, atribuyéndoles un supuesto idealismo humanitario, es el antisemitismo que difunden.  Los argumentos sobre Vietnam no se basaban en la horrible noción de que borrar del mapa al único Estado judío –objetivo que sólo podría lograrse mediante el genocidio de los judíos– es una causa justa. E incluso en el peor de los casos, las protestas no tenían como objetivo a los estudiantes judíos, ni a las empresas judías, ni buscaban expulsar a los judíos de la plaza pública.

No se puede negar que el núcleo ideológico que anima al movimiento para destruir a Israel está vinculado con la guerra contra Occidente y los principios defendidos por los marxistas de la Nueva Izquierda en los años 60.

Sin embargo, lo que resulta tan dañino de las manifestaciones actuales no es sólo su descarado antisemitismo. Es el hecho de que sus mentiras están siendo adoptadas no sólo por una minoría radical, sino por una amplia población de jóvenes estadounidenses que han sido educados para creer que un movimiento terrorista y genocida, que odia a los judíos, es el underdog que merece apoyo.

Aquella es la mayor tragedia del período posterior al 7 de octubre. Y, en última instancia, es algo que no sólo amenaza a Israel o a los judíos, sino también al futuro de Estados Unidos como país libre.

© JNS