El mundo universitario ha perfeccionado una de las formas más perversas y difundidas de odio contra los judíos: el antisemitismo woke.

Las máximas autoridades de tres de las más emblemáticas universidades de Estados Unidos, Harvard, Massachusetts Institute of Technology (MIT) y Universidad de Pennsylvania (Penn), fueron citadas a una audiencia en el Comité de Educación de la Cámara de Representantes. La causa era la preocupacion del Comité por el aumento del antisemitismo en los campus. En el marco del encuentro una de las legisladoras, Elise Stefanik, preguntó si las manifestaciones judeófobas, que llamaban a intifadas globales, pedían genocidios y glorificaban los actos de Hamas en los campus; violaban las reglas de esas casas de estudio sobre intimidación y acoso. Lo que siguió fue una muestra extraordinaria de miseria y cinismo.

Sally Kornbluth, presidente del MIT, dijo que esas manifestaciones podrían "investigarse como acoso" sólo si fueran "severas". Claudine Gay, presidente de Harvard, dijo que su universidad tomaría medidas si ese discurso "se convirtiera en conducta" (tal vez debería saber que para eso existe la justicia penal, pero bueno, es sólo la presidente de Harvard). Y, finalmente, Liz Magill, presidente de Penn, dijo que todo depende "del contexto". Stefanik ofreció a las tres académicas presentes una oportunidad más. Les volvió a preguntar si glorificar torturas, violaciones, mutilaciones, secuestros y el deguello de bebés, y, además, llamar a nuevos genocidios de judíos iba contra los códigos de conducta de tan prestigiosas casas de estudio. ¿Una amonestación? ¿Un pedido de explicaciones? ¿Una evaluación psicológica del alumno? No, nada, no hubo caso, las señoras no lograron ver en los llamamientos a masacrar judíos ninguna señal peligrosa o de inconducta.

En esa burbuja ultra woke que envuelve a las universidades de EEUU, cuna de la interseccionalidad, donde se organiza a los alumnos según su grado de opresión y donde se generan espacios seguros para aquellos veinteañeros que son incapaces de soportar la lectura de Matar a un ruiseñor, resulta que no hay cobertura para los estudiantes judíos que conviven con quienes les cantan a los gritos que desean que se gasee a su familia. Y en esa misma burbuja que sanciona a alguien si no acierta exactamente a un pronombre autopercibido, no hay reprobación moral para quien haga llamamientos a matanzas masivas. Bueno, va quedando claro de qué se trataba el famoso woke.

El totalitarismo y el racismo de la progresía y la corrupción moral de sus normas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) han quedado expuestas en los últimos dos meses. Fue ese dirigismo moral aplicado con descaro lo que instaló la estupidez palmaria de las microagresiones, que condenan a un alumno por sentarse con las piernas abiertas pero no son capaces de condenar a una turba que en las aulas llama al exterminio de todos los judíos sobre la Tierra. La diversidad y la inclusión eran una farsa que adoctrinó a los estudiantes durante toda su carrera. Las normas DEI reinstitucionalizaron el antisemitismo, desde hace años, bajo el pretexto los derechos humanos.

El antisemitismo se presenta en muchas formas y el mundo universitario ha perfeccionado una de las formas más perversas y difundidas, el antisemitismo woke.

Hace unos años, los investigadores de la Fundación Heritage Jay P. Greene y James D. Paul advertían en un artículo que: "El antisemitismo es un problema creciente entre los administradores de diversidad universitaria". Según los autores, las universidades estadounidenses se estaban convirtiendo en focos de antisemitismo gracias a la antipatía de las autoridades hacia Israel y al creciente poder de las oficinas de la DEI que fomentaban la hostilidad hacia los judíos. Para medir el alcance de su afirmación midieron las publicaciones en las redes sociales de cientos de empleados de las normas DEI. Identificaron cuentas en las redes de 800 administradores de esta área y buscaron posteos y likes que mencionan a Israel en comparación con China. El estudio revela que los empleados de DEI son más críticos con el Estado de Israel que con China. De 633 posteos sobre Israel, 605, el 96%, fueron críticos. De 216 tuits relacionados con China, 133, el 62% fueron favorables. Esta proporción se agiganta si consideramos que China aparece mucho más seguido en las noticias y con datos que demuestran el carácter represivo y totalitario del régimen. Las personas interesadas en la preservación de los derechos humanos deberían haber estado atentas a estas cuestiones, pero no fue así.

Los autores sostenían que las manifestaciones antisemitas en las redes del personal de DEI eran consecuentes con actividades antisemitas en los campus. Por ejemplo, Yale contrató a un formador de DEI que dijo que "no existía el antisemitismo contra los blancos" y que las estadísticas sobre crímenes antisemitas estaban infladas por "una agenda". En la Universidad de Stanford se encontraron grafitis antisemitas y los empleados del Comité DEI afirmaron que se debía a que "los judíos, a diferencia de otros grupos minoritarios, poseen privilegios y poder, los judíos y las víctimas del odio a los judíos no merecen ni necesitan la atención del comité DEI". En la canadiense Universidad McGill, el grupo Solidaridad por los Derechos Humanos Palestinos publicó elogios a los "héroes de Hamas". La Red Canadiense Anti-Odio (CAHN) ha obtenido millones de dólares de financiación pública para promover una "fuerte cultura prodemocracia, antifascista y antiodio", pero jamás publicó ni una palabra sobre los ataques del 7 de octubre, la explicación llegó un mes después de la masacre, su presidente explicó que su grupo sólo denunciaba actos de odio que surgían de "la extrema derecha". Simplemente, los judíos no eran víctimas a ser consideradas.

Esta tendencia expuesta por Greene y Paul se viene acrecentando con los años. La sociedad, los donantes y los políticos escondieron la cabeza como el avestruz durante tanto tiempo que el antisemitismo universitario descarado, que estalló el 7 de octubre, ya no es disimulable y ahora fingen una sorpresa mal actuada. ¿Cómo es posible que en nuestro solidario y educado occidente los estudios superiores estén en manos de semejantes monstruos? El antisemitismo se presenta en muchas formas y el mundo universitario ha perfeccionado una de las formas más perversas y difundidas, el antisemitismo woke. Para la progresía universitaria los judíos son dobles opresores. Por un lado porque en su cosmogonía todos los judíos son blancos y porque, también en su particular reescritura de la historia, todos los judíos son o bien usurpadores de tierras o bien potenciales usurpadores de tierras.

Las universidades de todo el mundo, sobre todo las de los países más poderosos y particularmente las de EEUU han sido las promotoras de este magma antisemita que viene corriendo subterráneo por textos, cursos, por la contratación de profesores que literalmente expulsan a alumnos judíos de las aulas porque molestan al resto.

Resulta que ahora, los mismos sacerdotes de la moral DEI, los que se vanagloriaban con la inclusión y la diversidad nos piden que contextualicemos interseccionalmente antes de juzgar si es una falta de conducta celebrar que a una niña la violen con tal violencia que logren quebrarle la pelvis. Los mismos que le decían nazi a cualquiera que disintiera con la hegemonía cultural progresista, son incapaces de decirle nazi a los que queman a un bebé vivo en un horno por el hecho de ser un bebé judío. ¿Pueden los judíos sentirse seguros en Occidente si las más altas esferas educativas fomentan y encubren esta epidemia de antisemitismo? Es interesante ver cómo los grupos privilegiados por las normas DEI y por la interseccionalidad se decantan por el apoyo a una cultura que, sin la menor duda, los exterminaría. Odian más a los judíos de lo que aman su propia seguridad.

Horas después de dejar en claro su subterránea catadura moral, Liz Magill se disculpó por negarse a denunciar las manifestaciones que pedían un genocidio contra los judíos, dijo: "En ese momento, me centré en las políticas de larga data de la universidad, alineadas con la Constitución de los Estados Unidos, que dicen que la expresión por sí sola no es punible". Las defensas a la libertad de expresión son un debate profundo y válido, pero no en boca de los frívolos artífices de la cultura de la cancelación.  Al verse descubierta, Magill sacó de la galera la defensa de derechos que jamás protegió. No, Liz, no te creemos la moralina.

Las universidades de todo el mundo, sobre todo las de los países más poderosos y particularmente las de EEUU han sido las promotoras de este magma antisemita que viene corriendo subterráneo por textos, cursos, por la contratación de profesores que literalmente expulsan a alumnos judíos de las aulas porque molestan al resto. Han hecho un infierno de la vida de jóvenes judíos, y también lo están haciendo con grupos a los que consideran del mismo modo privilegiados, colonizadores, opresores, poseedores de una culpa hereditaria que se transmite a través de los siglos. Esas ideas se transforman en acción, eso es lo que se desató luego del 7 de octubre en occidente, los que fueron educados por la élite antisemita y resentida de las altas casas de estudio ya no son capaces de distinguir entre el bien y el mal. Tampoco son capaces las autoridades, todos están podridos por dentro. Es evidente que si llegaron a no poder distinguir qué es una mujer, tampoco son capaces de distinguir un pogromo.