El mundo posterior al 7 de octubre fue causado por la irresponsable ineptitud de Washington. Su represalia por la muerte de tres soldados difícilmente logre disuadir futuros atentados terroristas.

Después de que un dron pilotado por un grupo iraquí, aliado a Irán, matara a tres soldados estadounidenses en un puesto remoto en Jordania, Biden ordenó tres días de ataques contra objetivos iraníes. La represalia, sin embargo, tardó cinco días. Un largo proceso de toma de decisiones que dejó claro que Washington quería telegrafiar sus golpes. Irán estaba a salvo. Aunque fueron atacadas bases del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica en países vecinos, tanto se anunció la ofensiva aérea que los terroristas tuvieron tiempo de huir. No queda claro, por tanto, si envió el firme mensaje que reclamaba la situación.

Parece que la Administración Biden no superó por completo su fijación con evitar una confrontación con el régimen Iraní -que la ve como un monigote-, incluso después de que haya derramado sangre estadounidense y perjudicado intereses estadounidenses -como la libertad de navegación en las rutas marítimas por donde se envía petróleo a todo el mundo-.

La idea de que las opciones de Estados Unidos con Irán se limitan a la guerra o a un intento de hacer la paz no es cierta, como demostró el expresidente Donald Trump.

Aquello es un problema no sólo por el peligro que representa para las tropas y activos estadounidenses. O la amenaza a las rutas marítimas. Tanto el estímulo económico que Estados Unidos dio a Irán como la debilidad que irradia fueron en gran medida responsables por el ataque del 7 de octubre y el riesgo de que el conflicto se extienda. Si bien esta última amenaza no debe desdeñarse, el cómo evitar que se inicie una conflagración mayor no tiene por simple respuesta evitar antagonizar a Teherán incluso cuando sus líderes atizan el caos.

Quienes defienden al presidente acusan a sus críticos de querer una guerra. Desde que el expresidente Barack Obama comenzó a alejarse de los aliados tradicionales de Estados Unidos, como Israel y Arabia Saudita, en busca de un acercamiento con Irán, los defensores de un enfoque suave ante esta amenaza regional intentan enmarcar el tema como una elección binaria: guerra o paz con la República Islámica. Así lo hizo, palabras más, palabras menos, el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, cuando aseguró que el objetivo de la Administración era evitar una "guerra regional más amplia" en vez de limitar las hostilidades a aquellas entre Israel y Hamás.

Descartando las lecciones de Trump

La idea de que las opciones de Estados Unidos con Irán son tan limitadas simplemente no es cierta, como demostró el expresidente Donald Trump.

El republicano siempre mostró ambivalencia sobre el grado de participación estadounidense en Medio Oriente, una postura que resultó de las desastrosas guerras de Irak y Afganistán y de su mentalidad neo-aislacionista -que siempre ha asustado a muchos amigos de Israel y al establishment de la política exterior-. Sin embargo, esa política tuvo tres excepciones importantes. Una fue su constante apoyo a Israel. La segunda, su compromiso de destruir a los terroristas del ISIS que se habían apoderado de gran parte de Irak y Siria después de la decisión de Obama de abandonar el territorio iraquí. La tercera fue su reconocimiento de que Irán era un enemigo al que había que disuadir de su anhelo de hegemonía regional.

El apoyo histórico de Trump a Israel y el aplastamiento de ISIS pertenecen a los anales de la historia, no están abiertos a debate. La controversia por su postura frente Irán, sin embargo, sigue al rojo vivo y está en el núcleo del debate actual sobre las políticas de Biden: el expresidente republicano se retiró en 2018 del catastrófico  acuerdo nuclear de Obama y asestó duros golpes al propio Irán, no a sus proxies.

La imprevisibilidad de Trump y su voluntad de golpear duramente a los enemigos de Estados Unidos sin llegar a una guerra resultaron en una receta para un mundo más seguro y pacífico.

Los demócratas afirman que la retirada de Trump del pacto de Obama descartó una herramienta útil, en cuya ausencia Teherán estuvo más cerca de conseguir un arma nuclear. No es cierto. En contra de lo que afirma el exmandatario demócrata, el acuerdo con Irán no hizo más que patear el problema hacia adelante y garantizar que el régimen islamista buscaría construir un arma nuclear, ya que las débiles disposiciones negociadas expiraban en esta década.

Trump entendió correctamente que, tarde o temprano, lo firmado tendría que ser desechado por algún presidente estadounidense, que también debería reimponer sanciones y obligar a los iraníes a elegir entre la destrucción de su economía y poner fin a sus ambiciones nuclearesSi hubiera sido reelegido (o si demócratas como el secretario de Estado de Obama y el actual zar climático de Biden, John Kerry, no hubieran confabulado vergonzosamente con los iraníes), su campaña de máxima presión podría haber tenido éxito.

Igual de importante es que Trump no temió eliminar a terroristas iraníes, como en enero de 2020 al comandante del IRGC Qassem Soleimani. Si bien los críticos del entonces presidente temían que el ataque condujera a una guerra, ocurrió lo contrario: Irán fanfarroneó, pero se retractó. La voluntad de Trump de golpear duramente a los enemigos de Estados Unidos sin llegar a una guerra al estilo de George W. Bush, sumada a su imprevisibilidad, resultó en una receta para un mundo más seguro y pacífico. Esto es algo que han hecho aún más evidente las guerras lanzadas contra Ucrania e Israel durante la presidencia de Biden, independientemente de lo que se piense del nuevamente candidato republicano.

La debilidad de Biden

La elección de Joe Biden significó un retorno a la política de apaciguamiento de Obama. A cargo de la cartera de Irán, el apologista de Teherán Robert Malley llenó la Administración de compañeros de viaje, aunque desde entonces perdió su autorización de seguridad debido a lo que pudo haber sido el intercambio de secretos estadounidenses con sus socios islamistas.

Aún así, las consecuencias de intentar acercarse de nuevo a Irán fueron más graves que la falta de seriedad ante la amenaza nuclear o el abandono del pueblo iraní que buscaba derrocar a sus tiránicos señores islamistas. El acuerdo nuclear de Obama enriqueció y fortaleció a Irán hasta que se sintió fuerte como para perseguir la hegemonía regional, incluso respaldando a los terroristas hutíes en Yemen contra el Gobierno de ese país y Arabia Saudita.

Uno de los primeros actos de Biden fue revertir la política de su antecesor de apoyar la guerra saudí contra los hutíes. Liberados de esa presión, los hutíes no sólo representan una amenaza mayor que hace varios años, sino que ahora pueden disparar misiles iraníes contra objetivos israelíes, además de contra barcos que atraviesan el Cuerno de África hacia el Mar Rojo.

Apaciguar a Irán sólo conduce a más derramamiento de sangre.

Mientras que las sanciones de Trump llevaron a Irán a recortar la financiación del terrorismo, como incluso The New York Times se vio obligado a admitir en 2019, su posterior relajación durante el mandato de Biden fue un regalo para Hamás, Hezbolá, los hutíes y varias fuerzas iraquíes aliadas con Teherán. Los iraníes y sus aliados también estaban claramente convencidos de que la irresponsable búsqueda de un acuerdo nuclear nuevo y aún más débil, así como la vergonzosa derrota de los estadounidenses durante la huida de Afganistán, era el mejor indicador de la fuerza y ​​la voluntad de Estados Unidos. No es exagerado concluir que las atrocidades indescriptibles del 7 de octubre fueron posibles gracias a ciertas suposiciones en Teherán y Gaza sobre Estados Unidos: un ataque contra Israel, debieron haber creído, era una estrategia más plausible bajo un presidente estadounidense débil.

Esperemos que Biden y su equipo de política exterior hayan sacado las conclusiones correctas de los desastres que han presidido en el extranjero, que hayan comprendido que apaciguar a Irán sólo conduce a más derramamiento de sangre. Parecen haberse arrepentido, al menos en parte, de su animosidad hacia los saudíes aunque sólo fuera porque la guerra en Ucrania volvió más importante el petróleo de Medio Oriente.

La supervivencia de Hamás, una victoria para Irán

Unos pocos ataques aéreos que no destruyan activos iraníes importantes no restaurarán la disuasión lograda por Trump y estúpidamente descartada por Biden. Más concretamente, los iraníes comprenden las implicaciones de los esfuerzos actuales de la Administración Biden para reducir la ofensiva israelí y presionar a Jerusalén para que acepte el alto al fuego que permitirían salir del conflicto sin ser completamente derrotado al aliado de Irán. Si se alcanza un acuerdo semejante, mediado en gran medida por el aliado iraní Qatar, los rehenes israelíes podrían recuperar la libertad, pero a cambio Teherán obtendría una importante victoria estratégica.

Con Hezbollah amenazando a Israel desde el norte y los hutíes desenfrenados en Yemen, Irán tiene otras cartas para mejorar su control en la región, destruir a Israel y humillar a Estados Unidos. Una Administración que entendiese la importancia de detener al régimen iraní comprendería también que la erradicación de Hamás sería un golpe devastador para el estatus de Irán en la región. Su poder en Medio Oriente se ha erigido a partir de la idea de que, como dice acertadamente Lee Smith, es el "caballo fuerte" entre sus pares, destinado a derrotar a los estadounidenses y en torno al cual los musulmanes deberían unirse para no quedar en el bando perdedor.

La única manera de convencer a la región de que se una contra Irán es que Occidente comience a actuar como si quisiera derrotar a los tiranos islamistas. Esa fue la impresión que dieron las acciones de Trump y la misma que darían las de Biden si dejara de intentar paralizar la campaña de Israel para eliminar a Hamás. Sin embargo, si el mandatario está decidido a detener la guerra antes y a contentarse con gestos sin vacíos alrededor de Irán, quedará claro incluso para los Estados árabes que detestan a Teherán que mientras Biden esté en la Casa Blanca, los ayatolás son ese caballo fuerte al que hay que temer y obedecer.

Hay que dar mérito a Biden por sus fuertes declaraciones de apoyo a Israel y su compromiso de permitir que las armas le sigan llegando después del 7 de octubre, pero eso no borra el hecho de que sus políticas hicieron posible esta crisis. Si su deseo de apelar a la base interseccional de la izquierda demócrata conduce a políticas (por mucho que se las venda como arraigadas en la simpatía por los civiles palestinos que sufren o en el deseo de liberar a los rehenes israelíes) que dejen a Hamás en pie cuando cesen los disparos, estará entregándole un regalo a Irán que eclipsará incluso al acuerdo nuclear de Obama.

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