Un vuelco en la enorme y cada vez más pujante comunidad hispana sería un auténtico 'game changer' que revolucionaría el panorama electoral.

Permítanme darles cuenta de varios artículos que me han llamado la atención esta semana.

California, KO-lifornia

 Michael Shellenberger, progresista asaltado por la realidad, autor del imprescindible No hay apocalipsis y del sobrecogedor San Fransicko, ha publicado en City Journal un ensayo demoledor sobre California, que ya no es lo que era, la más rutilante materialización del Sueño Americano, sino que se ha convertido en todo lo contrario, una distopía woke con tremendos problemas de energía, drogas, violencia, vivienda, desorden social, de donde huye quien puede. 

Gavin Newsom, gobernador de California. Foto: Gage Skidmore

Si el Estado Dorado (¿quién lo llamaría así ahora?) fuera una isla, cabría vaticinar lo que Cataneo a Cuba tras el advenimiento del infame Fidel Castro: “Sólo se salvarán los que sepan nadar”. Shellenberger no es tan pesimista y llama, urge al establecimiento de una vasta coalición que, en nombre de un Progreso no socialista, no nihilista, no progresista, reaccione contra esta deriva que ha hecho de California KO-lifornia:

En el corazón de la nueva alianza antiwoke que se ofrezca a los votantes californianos [ha de estar] la memoria de lo que llegó a ser California, y la furia ante quienes prevengan su restauración. Las ciudades californianas deberían ser seguras; sus escuelas, las mejores; y su gente, la más sana. Pero no lo son, y con demasiada frecuencia el dinero de los contribuyentes empeora las cosas. Presos de un pesimismo ecológico y [antropológico], los dirigentes del estado están sacando adelante una agenda antihumana. 

(Milagros del progresismo: la tercermundización de California. No dejen de leer también este artículo de Matthew Crawford, californiano de nacimiento que, tras abandonarlo en los años 90 del siglo pasado, regresó a su estado en 2019 para encontrarse con que, en California, para sobrevivir a la asfixiante tiranía burocrática implantada por el Partido Demócrata tienes que recurrir a personajes propios de repúblicas bananeras: los conseguidores)

La Manzana se pudre: nos vemos en la Florida

También Nueva York es un bastión demócrata y también se desangra demográficamente: también cuando pueden, los neoyorquinos votan con los pies y abandonan el Empire State, tan azul, para instalarse preferentemente en el Sunshine State, cada vez más rojo por obra y gracia de Ron DeSantis, auténtica bestia negra del progresismo realmente existente, ese que genera los tremendos problemas de energía, drogas, violencia, vivienda, desorden social que están acabando con California.

Florida
(Flickr)

Los neoyorquinos llegan al soleado estado sureño y se encuentran un panorama de bajos impuestos, baja criminalidad; una atmósfera pro business, antiwoke; unas autoridades menos autoritarias, como se demostró en los ominosos tiempos de la pandemia. Y, claro, se quieren quedar. Para sorpresa de nadie, salvo algún estrambótico columnista del NY Post y la inenarrable gobernadora de Nueva York, esa Kathy Hochul que el año pasado, en pleno debate electoral, tuvo el cuajo de decirle a su oponente, el republicano Lee Zeldin, a quien intentaron apuñalar en un acto de campaña y cuyas hijas vivieron angustiadas en septiembre un tiroteo a las puertas de la residencia familiar –en el que resultaron heridos otros dos adolescentes–: “No sé por qué [la criminalidad] es tan importante para usted”.

Mientras la solipsista Hochul asegura que Florida está sobrevalorada”, los neoyorquinos no hacen más que cambiar sus permisos de conducir neoyorquinos por los floridanos: 61.728 lo hicieron en 2021 y 64.577 en 2022. ¿Les parecen cifras elevadas? Lo son. Pero más lo es esta: 67.321. Es la de personas sin techo que durmieron en albergues de NYC en la primera semana del pasado enero. De ellas, más de 22.000 eran menores de edad.

De todo esto y mucho más hablan Judith Miller y Paul du Quenoy en su “See You Soon, Alligator”, también publicado en el sobresaliente City Journal, medio de obligada consulta diaria.

Desembarco indio en el Partido Republicano

En estos momentos, el GOP tiene tres aspirantes a hacerse con la candidatura del partido para las presidenciales de 2024. Pues bien, dos de ellos –Nikki Haley y Vivek Ramaswamy– son de origen indio (de la India), lo que no deja de resultar chocante, ya que proceden de una comunidad a la que pertenece sólo el 1,3% de la población norteamericana y que vota abrumadoramente demócrata: nada menos que un 72% en las elecciones de 2020.

Vivek Ramaswamy anuncia su candidatura por el Partido Republicano a la presidencia en 2024.
Vivek Ramaswamy (Gage Skidmore /Flickr)

En The Wall Street Journal, el igualmente indio-americano Sadanand Dhume sostiene que, con independencia de si se hacen o no con la nominación republicana, Haley y Ramaswamy habrán conseguido algo muy importante –de hecho, habla de “victoria”– si logran que los demócratas no den por seguro el voto de los inmigrantes

Las probabilidades de que Nikki Haley, exgobernadora de Carolina del Sur, o Vivek Ramaswamy, hombre de negocios y gurú antiwoke, logren la nominación parecen mínimas. Sin embargo, sus candidaturas tienen un gran valor simbólico. Destruyen el mito corrosivo de que Estados Unidos es una nación racista constantemente amenazada por el fantasma de la supremacía blanca. Y subrayan por qué las esforzadas comunidades de inmigrantes procedentes de todas las partes del mundo necesitan una alternativa al Partido Demócrata, cuya obsesión por las políticas de identidad socava los principios de mérito y juego limpio que hacen grande a América.

Un vuelco en el voto de la pequeña pero muy próspera comunidad indio-americana sería todo un acontecimiento. Un vuelco en la enorme y cada vez más pujante comunidad hispana también lo sería, pero de una magnitud muy superior. Un auténtico game changer.