La violencia que se ejerce a través del adoctrinamiento desde las empresas woke como Google es digna de ser llamada racismo antiblanco, sin muchas más vueltas.

El pasado jueves la, literalmente ubicua y multi presente en nuestra vida, firma Google protagonizó uno de los episodios de ridiculez empresarial más grandes de la historia. Pero tal vez este papelón sirva para entender cómo la izquierda locamente radicalizada se ha hecho con el control de nuestras sociedades. Resulta que el 8 de febrero se lanzó al mercado Gemini, el chatbot de Google que compite con otros programas de inteligencia artificial generativa como ChatGPT de OpenAI. Gemini genera imágenes al igual que lo hacen también Midjourney y DALL-E. Pero a horas de su lanzamiento los usuarios empezaron a notar que Gemini creaba imágenes falsas cuando no ridículas y el escándalo se hizo viral.

Ocurría que Gemini era incapaz de plasmar eventos históricos o representaciones de la vida cotidiana sin obligar a los personajes relevantes a ser no blancos. Según Gemini el papa es negro, los antiguos romanos son negros, los Padres Fundadores eran negros, los vikingos fueron negros, y así sucesivamente. "Es vergonzosamente difícil conseguir que Google Gemini reconozca que existen los blancos", publicó un usuario. El pobre bot parecía un adolescente sobreideologizado con nula resistencia a la frustración y todo lo que escupía movía a risa. Aparentemente el sistema tomaba la instrucción o prompt del usuario para generar una imagen, pero secretamente le insertaba términos de diversidad racial y de género, como "sudasiático" o "no binario", antes de que se generara la imagen. Resultado: salía cualquier cosa, y de ahí devino el papelón que obligó a Google a pedir disculpas y a suspender la actividad del pobre bot enfermo de progresismo hasta solucionar el problema.

Hasta acá la noticia, los programadores de Google deben tener inflamadas las huellas digitales de tanto golpear sus teclados tratando de arreglar lo que parece imposible, porque el problema de Google no es técnico sino político y en gran medida también psicológico. Refleja una lucha en la que los creadores de IA se encuentran atrapados. Los pobres necesitan satisfacer las demandas de las políticas de inclusión de la delirante agenda DEI y para eso necesitan generar una realidad que no existe. Dura tarea si además quieren que el programa brinde imágenes realistas. Están entre la espada y la pared.

Para sostener este delirio que produce imágenes que intentan borrar la existencia de la gente 'no negra' de la historia de la humanidad, hay que mirar lo que propone la Teoría Crítica de la Raza.

El problema reside en el proceso de capacitación de Gemini, que consiste en un aprendizaje reforzado a partir de la retroalimentación humana (RLHF). En efecto, las máquinas aún no pueden reemplazar a los humanos y Gemini necesita que alguien le diga qué es lo bueno y qué es lo malo. En consecuencia, dependerá de qué personas trabajen en Google la moral y la cosmovisión del pobre robotito. Google no ha publicado los parámetros que rigen el comportamiento de Gemini, claro, pero las ridículas imágenes que genera exponen la infantilizada y sesgada cultura corporativa de Google. El bot, bajo la presión de instrucciones que desafían su ideología, simplemente rechaza algunas tareas de generación de imágenes. Un auténtico producto de la generación de cristal.

En las redes sociales se ha señalado a un programador jerárquico de Google como responsable de que el chatbot Gemini sea "absurdamente woke" (como si existiera alguna forma de ser woke que no fuera absurda). El chivo expiatorio se llama Jack Krawczyk, y es el director de producto de "Experiencias Gemini", él mismo confirmó que el chatbot ofrecía inexactitudes y que diseñó a Gemini para abordar específicamente estos problemas: "Diseñamos nuestras capacidades de generación de imágenes para reflejar nuestra base global de usuarios, y nos tomamos en serio la representación y el sesgo".

Ocurre que a raíz del escándalo aparecieron antiguos supuestos posteos de Krawczyk con sentencias del tipo: "el privilegio de los blancos es jodidamente real" o "Estados Unidos está plagado de un racismo atroz". Parecería evidente que Gemini había incorporado los  prejuicios de su padre, sobre todo los concernientes a una de las estrellas de la cosmogonía del progresismo woke: el famoso privilegio blanco. Para sostener este delirio que afecta a Krawczyk, a Gemini, a Google y que produce esas imágenes que intentan borrar la existencia de la gente no negra de la historia de la humanidad, hay que mirar lo que propone la Teoría Crítica de la Raza (TCR).

Esta teoría sostiene que las instituciones de EEUU son inherente y estructuralmente racistas y que su objetivo es generar y preservar la desigualdad social, política y económica entre blancos y negros. La Teoría Crítica de la Raza cobra volumen académico hacia mediados del siglo pasado y se afinca como un artefacto colectivista que busca instituir culpas comunitarias ya que considera que la discriminación no es una conducta que ejerza un individuo, sino que es una actitud de orden social general aunque no se vea reflejada en las leyes.

Es tan aberrante creer que una característica física puede determinar que un colectivo sea menos inteligente o más violento, como creer que una característica física puede determinar que un colectivo sea más explotador o racista.

El éxito académico de la TCR hacia fines del siglo pasado ha conseguido que sus directrices se convirtieran en dogma. Los defensores de la TCR sostienen que la Ley de Derechos Civiles eliminó el racismo de las leyes pero preservó el racismo de facto y por tanto el sistema actual está totalmente envenenado. En esta teoría se basa en la idea de que aún cuando todos sean iguales ante la ley existe un privilegio blanco que debe ser combatido con "discriminación positiva" y "reparaciones". Esta es la idea que envenena la mente de Jack Krawczyk y de los políticos que hacen normas de "acción afirmativa" y de los guionistas de cine y TV y de Oprah o Woopy. La TCR es el huevo de la serpiente.

Claro que en las democracias liberales, donde se habían abolido los privilegios y todos éramos iguales ante la ley sin importar sexo, credo, fortuna o ascendencia étnica; para volver al perimido concepto de "raza" había que crear una dialéctica acorde. En ese sentido, la Ivy League puso su enorme grano de arena justamente con el engrudo dogmático que combina la Teoría Crítica de la Raza con los estudios de descolonización y la febril y flamante ideología woke.

Acá surgen una serie de contradicciones, paradojas y anomalías propias del wokismo interseccional. Estas paradojas son las que hacen que las feministas y las asociaciones gays apoyen a los movimientos yihadistas, o que las ONGs de defensa de los DDHH apoyen autocracias latinoamericanas. La demencia que hemos visto en el pobre bot Gemini no es exclusiva de la AI, justo es decirlo. Por ejemplo: la TCR plantea que la noción de "raza" es un constructo social opresivo que no tiene fundamento biológico sino que es un racismo inconsciente que responde a relaciones de poder establecidas. Sin embargo, se apoya en ese constructo para establecer las reglas de discriminación positiva tendientes a equilibrar las posiciones sociales entre dos grupos cuyas características distintivas en realidad niegan.

La lógica, como se ve, no tiene importancia. Lo que aporta la Teoría Crítica de la Raza es la abolición de la meritocracia. Es tan aberrante creer que una característica física puede determinar que un colectivo sea menos inteligente o más violento, como creer que una característica física puede determinar que un colectivo sea más explotador o racista. Por definición, el racismo es la creencia de que el color adherido a la piel supera la capacidad de las personas para actuar de una u otra manera, es un atributo inmutable. Este razonamiento es tan ridículo como insostenible respecto de la asombrosa variedad y cantidad de tonos de piel y características físicas que los humanos tenemos a lo largo del mundo. Sin embargo, es esta la noción con la que la TCR infecta la producción de material cultural y académico con el que se nutre a las inteligencias artificiales para que generen contenidos.

La TCR ha arruinado a la AI y ahora todos serán juzgados por el color de su piel, una aberración distópica.

Cuando pensábamos que nuestra evolución civilizatoria había superado la nefasta categorización racial y habíamos logrado el sueño de Martin Luther King de que "nadie será nunca más juzgado por el color de su piel" gracias a la realización meritocrática de cada persona, el relato progresista nos vuelve a un mundo donde la raza es un determinante político y social. La TCR ha arruinado a la AI y ahora todos serán juzgados por el color de su piel, una aberración distópica. Para colmo, la interseccionalidad, vale decir el mecanismo woke a través del cual las distintas variedades de opresión no son independientes sino que se refuerzan entre sí, consigue dar nuevos bríos a la Teoría Crítica de la Raza.

Por ejemplo, a los usuarios de Gemini les ha resultado imposible hacer que el bot de Google les genere imágenes de la masacre de la Plaza de Tiananmen de 1989 o de las protestas pro democráticas de Hong Kong porque, según Gemini, era un material cuya naturaleza histórica era "sensible y compleja". Gemini tampoco puede generar una imagen de los "males del comunismo", porque "representar una ideología compleja como el comunismo únicamente a través de su 'mal' corre el riesgo de sesgo inherente y simplificación excesiva", sostiene el sesgado robotito.

Decía George Orwell que "quien controlar el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro", pero en la era de la inteligencia artificial podemos decir que "quien controla la AI controla el pasado, por ende controlará el futuro". La violencia que se ejerce a través del adoctrinamiento desde las empresas woke como Google es digna de ser llamada racismo anti blanco, sin muchas más vueltas. Así, quienes dicen combatir el privilegio blanco buscan que personas que no han cometido ningún delito admitan una culpabilidad hereditaria transmitida a través de generaciones que niega el libre albedrío.

Si un blanco disimula su supremacía, es necesario deconstruirlo, obligarlo a reconocer su racismo hereditario y hacer que pida perdón.

Alguien debería avisarle a los directivos de Google que esa aberración ya existió, se llamó Sippenhaftung y fue un principio jurídico establecido en el Tercer Reich según el cual una persona extendía automáticamente su responsabilidad penal hacia sus parientes, de modo que los familiares del acusado eran considerados igualmente culpables y condenados por el delito que cometió su pariente acusado. Este retorno a la concepción de la culpabilidad colectiva heredada de los nazis es la base ideológica de la TCR que perpetúa a unos como víctimas y a otros como beneficiarios de un privilegio inmanente. A partir de esto puede entenderse cómo una radicalización del wokismo afirma que "el racismo sólo puede ser blanco", porque asocia al racismo con una población definida por el color de la piel, lo que no deja de ser un enfoque típicamente racista.

Ser woke significa despertar y tomar conciencia del carácter sistémico de la condición de opresor y obrar en consecuencia. Si un blanco disimula su supremacía, es necesario deconstruirlo, obligarlo a reconocer su racismo hereditario y hacer que pida perdón. Durante  los disturbios promovidos por el movimiento Black Lives Matter, se hizo famoso el gesto de hincar la rodilla en tierra: un signo de sumisión que adoptaron deportistas, artistas, políticos y gente de a pie como forma de reconocer su pecado original, su privilegio blanco. La ideología woke, suma sacerdotisa de la izquierda identitaria, ha creado estos monstruos, un auténtico ejército de Krawczyks (porque si Jack se va vendrá una réplica idéntica), narcisistas que buscan la gratificación en su pretendida superioridad moral, casi un delirio místico. Este es el acervo ideológico que insufla el alma de Jack Krawczyk y de los cientos de miles de bienpensantes que, convencidos de su cruzada reparatoria, llenan del racismo más abyecto las arterias de la inteligencia artificial que consumimos cada día.

La pretendida diversidad de estas corporaciones es una farsa, como nos muestra con infantil ingenuidad el pobre Gemini, al evidenciar que para Google existen demasiados blancos y que es necesario equilibrar la cosa. Por eso está educado para reescribir el pasado y negar su existencia histórica, cultural, religiosa y política.