Basta de fingir que quienes marchan para defender a Hamás o abogan por la destrucción de Israel están defendiendo los derechos humanos.

La semana pasada, las protestas antiisraelíes en los campus universitarios y en las calles de las principales ciudades continuaron y aumentaron en tamaño. En Europa, el número de quienes expresan “solidaridad con Palestina” es aún mayor: cientos de miles marcharon cuando Israel comenzó su ofensiva terrestre en la Franja de Gaza .

Se han publicado y difundido ampliamente las imágenes de unas multitudes que ondean banderas palestinas y gritan insultos contra Israel y los judíos. También los incidentes con judíos sometidos a intimidación o algo peor en lugares públicos cuando detractores agresivos de Israel, que afirman estar defendiendo al pueblo palestino, desahogan su rabia tratando de expulsar de los espacios públicos a quienes no están de acuerdo con ellos. .

Los actos de antisemitismo se están disparando en Estados Unidos y se están volviendo incluso más descarados y violentos en Europa, donde los judíos ya tenían buenas razones para temer ser identificados públicamente. Igual de aterrador es el modo en que las amenazas online contra los judíos no sólo han hecho metástasis, sino que están dando lugar a amenazas específicas contra comunidades e instituciones judías .

Sin embargo, los líderes de opinión y las personas influyentes en las redes sociales nos dicen que no creamos a nuestros ojos y oídos mentirosos ante las crecientes muestras de antisemitismo. Sacar conclusiones del comportamiento de la gente que grita que “Palestina será libre desde el río hasta el mar”, porta carteles donde se aboga por tirar a los judíos a la basura o rompe afiches con las caras de los israelíes secuestrados es un error. Se nos dice no están sino expresando las simpatías naturales que los ciudadanos con mentalidad humanitaria tienen por los palestinos oprimidos. Si usted cree que eso equivale a apoyar a Hamás, lo que revela es su latente islamofobia latente. Y si cree que esas personas deberían rendir cuentas, entonces está promoviendo la cultura de la cancelación y tratando de acabar con la libertad de expresión .

Apoyo a 'Palestina'

La compasión por los palestinos de Gaza, cuyas vidas se han visto perturbadas y puestas en peligro por la guerra que Hamás lanzó el 7 de octubre con sus bárbaros ataques terroristas transfronterizos contra comunidades del sur de Israel, es comprensible e incluso encomiable. Ahora bien, las bajas civiles son el resultado inevitable y previsto del terrorismo de Hamás. Incluso dejando de lado la cuestión de la popularidad de Hamás, los gazatíes no están muriendo por una “Palestina libre”. Sino por proteger a un grupo que gobierna el enclave costero como una tiranía islamista desde 2007, y cuyo objetivo declarado –y manifiesto en las atrocidades del 7 de octubre– es destruir el Estado de Israel y masacrar a su población judía. Las protestas tampoco son simplemente una expresión de simpatía por la difícil situación de aquellos que están, sin culpa alguna, atrapadas en una zona de guerra.

Como dejan muy claro las banderas, pancartas y discursos, lo crucial ahí no es denunciar que Israel está respondiendo “desproporcionadamente” a los ataques contra sus ciudadanos en su propio territorio, por más ridícula que pueda ser esa acusación. Más bien, su propósito es conseguir apoyo para “Palestina”.

Definir qué es exactamente Palestina sigue siendo una cuestión importante. Según los árabes palestinos, no se compone simplemente de la Gaza gobernada por Hamás y los territorios de Judea y Samaria (la “Margen Occidental”) cuya población árabe está gobernada de forma autónoma por la Autoridad Palestina liderada por Al Fatah; esa zona al oeste de Jordania ha sido considerada tierra en disputa desde la Guerra de los Seis Días de 1967. Más bien, consideran que Palestina se compone de esos territorios más Israel. Y cuando dicen que debe ser “libre” se refieren a la erradicación del Estado de Israel, algo que sólo podría ser posible mediante el genocidio de su población judía.

El apoyo a este concepto surge de una creencia respaldada por la teoría crítica de la raza y las enseñanzas interseccionales, que ven falsamente a Israel como una expresión del colonialismo y el imperialismo en la que unos opresores blancos han victimizado a gente de color. Estas ideas vinculan la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y contra el apartheid en Sudáfrica con el deseo de borrar del mapa al único Estado judío del planeta.

Como escribió la semana pasada nada menos que Karen Attiah, editora de opinión global del Washington Post , el apoyo a Hamás en la izquierda, y específicamente entre los afroamericanos, surge de la creencia de que Israel debe ser “descolonizado” como todos los demás. De que Israel es otro vestigio de la civilización occidental.

Arramblando con la mera idea de los derechos judíos, y con miles de años de historia y fe, Attiah insiste en que los judíos progresistas deben dejar de pensar que sus antiguos aliados entre las minorías los están abandonando. Si hay “solidaridad con Palestina” es porque la existencia misma de Israel es un crimen. Luego vuelve a hacer circular el libelo de sangre de que Israel ayudó a entrenar a la Policía en Ferguson, Missouri, para matar afroamericanos. También denuncia que es un error acusar de antisemitas a quienes quieren eliminar a Israel, aunque los judíos son el único pueblo al que los progresistas quieren privar de su patria y de su derecho a defenderse.

Del mismo modo, una carta firmada por numerosos profesores de la Universidad de Columbia defiende a los estudiantes que apoyan a Hamás y la destrucción de Israel, y se refiere a las atrocidades indescriptibles cometidas por Hamás el 7 de octubre como “una respuesta militar” [propia de] “un pueblo ocupado que ejerce su derecho a resistir la ocupación violenta e ilegal”.

Lo que está sucediendo en los campus universitarios y en las manifestaciones es la expresión abierta de un movimiento antisemita que busca el fin de Israel. Como nos siguen diciendo los manifestantes, si 1.400 hombres, mujeres y niños israelíes deben ser masacrados, las mujeres violadas y torturadas y los bebés secuestrados, que se fastidien semejantes "ocupantes".

Dejemos de fingir que las protestas por “Palestina” tienen que ver con los derechos humanos. Si lo fueran, protestarían contra el terrorismo de Hamás. Si expresar compasión por las víctimas judías y, digamos, exigir la liberación de los bebés y los abuelos mantenidos como rehenes es demasiado pedir, podrían criticar el uso de escudos humanos por parte de los terroristas. Pero no hacen nada de eso. En cambio, amenazan a los judíos, arrancan carteles de israelíes secuestrados y expresan su apoyo a la sustitución de Israel por “Palestina”.

Esto no tiene nada que ver con las supuestas fechorías israelíes. El argumento es que si se respetan los “derechos” palestinos, los derechos judíos pueden abrogarse y las vidas judías no importan. A diferencia de otros antisemitismos del pasado que no se molestaron en disimular su odio con el disfraz de la defensa de los derechos humanos, el odio a los judíos contemporáneo se ampara en los valores progresistas y es defendido en prestigiosos foros académicos y periodísticos por personas respetadas por la sociedad.

Si instituciones progresistas como el Post y Columbia no tienen escrúpulos en justificar el odio a los judíos, ¿por qué deberíamos sorprendernos que se encierre en el Cooper Union College se encierre a estudiantes judíos en la biblioteca o se los amenace en la Universidad de Cornell ? ¿Qué es tan impactante, entonces, cuando las turbas en las calles de Nueva York, Chicago, Londres y otras ciudades importantes claman sedientas de sangre judía? ¿Y si sus homólogos en lugares como Daguestán, en la Federación Rusa, se lanzan a la caza de presuntos judíos en un aeropuerto?

Así las cosas, dejemos de fingir que las protestas por “Palestina” tienen que ver con los derechos humanos. Si lo fueran, protestarían contra el terrorismo de Hamás. Si expresar compasión por las víctimas judías y, digamos, exigir la liberación de los bebés y los abuelos mantenidos como rehenes es demasiado pedir, podrían criticar el uso de escudos humanos por parte de los terroristas. Eso incluye a los terroristas de Hamás que sitúan su cuartel general militar debajo de un hospital, acaparan suministros en Gaza mientras exigen que el mundo dé más para ayudar a los palestinos y se niegan a permitir que los civiles bajo su yugo escapen de los combates.

Pero no hacen nada de eso. En cambio, amenazan a los judíos, arrancan carteles de israelíes secuestrados y expresan su apoyo a la sustitución de Israel por “Palestina”.

Antisemitismo y cultura de la cancelación

Tampoco deberíamos tratar esta expresión pública de antisemitismo simplemente como algo sobre lo que la gente decente y honorable debería sentarse a discutir. Aquí no hay margen de maniobra.

La idea de que hay algo malo en exponer públicamente a quienes hacen alardes de antisemitismo es extraña, especialmente viniendo de aquellos que, en el mundo educativo, han hecho todo lo posible para expulsar de la plaza pública a los críticos conservadores de sus teorías tóxicas. La cultura de la cancelación consiste en demonizar y penalizar a quienes participan en un debate político normal. No estamos hablando de justificar y defender el racismo de los neonazis o los miembros del Ku Klux Klan.

Por eso la exposición pública de los estudiantes de Harvard que apoyan la destrucción de Israel y respaldan el terrorismo de Hamás no está mal. La gente razonable nunca disculparía a nadie que sugiriera linchar a los afroamericanos. Sin embargo, eso es lo que piden quienes aplauden o justifican los pogromos contra los judíos en Israel. De hecho, Harvard incluso busca proteger su derecho a ser contratados en las firmas de abogados y corporaciones más prestigiosas del país, algo que nunca haría con aquellos que piden el asesinato de cualquier otra minoría.

En una época más saludable de la vida pública estadounidense, aquellos que justifican la masacre de Hamás como un acto de “descolonización”, al modo en que lo hace Attiah, no serían editores del Washington Post. Serían empujados a los márgenes de la sociedad, desde donde podrían defender cualquier variante de antisemitismo que quisieran.

Lo mismo podría decirse de Candace Owens, del Daily Wire, quien describió la manifestación pro-Hamás de Londres como prueba de que “la gente no está aceptando la narrativa de los medios sobre lo que está sucediendo en Medio Oriente a pesar de la insistente retórica de los funcionarios gubernamentales”. Pero ¿qué esperar de una defensora del antisemitismo de Kanye West, por mucho que se tenga por conservadora?

La verdadera cuestión no es si los que odian a los judíos en Harvard pueden tener por delante unas carreras brillantes, o si Owens y Attiah pueden conservar sus influyentes puestos. Se trata de si la sociedad ha llegado tan lejos al aceptar la demonización de Israel y de los judíos que no aplica ningún castigo a las expresiones públicas de judeofobia, ya sea al amparo de la simpatía por los palestinos o no.

Lo que importa es si la gente decente está dispuestas a aceptar la pretensión de que exigir la erradicación de Israel y el exterminio de su población es un discurso aceptable. Lo que se necesita es que todas las personas de buena voluntad –sin importar dónde se encuentren en el espectro político, su fe o sus orígenes– denuncien estas viles ideas como discursos de odio. Es más, deberían exigir que quienes sancionan ese odio reciban el oprobio y el rechazo que recibirían si fueran nazis declarados, y no partidarios de los sucesores islamistas de Hitler.

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