Las declaraciones del expresidente sobre la guerra contra Hamás han sido tergiversadas, como siempre. El mecanismo es el mismo, la inexactitud de la cobertura también. 

¿Se ha vuelto Donald Trump contra Israel? Aquella pregunta ha salido a flote a raíz de una entrevista que concedió a Israel Hayom. La presidencia del republicano fue la más amistosa con Israel en toda la historia estadounidense, pero sus recientes palabras se han convertido en la última controversia en el rosario de polémicas generadas por sus dichos y hay quienes están dispuestos a interpretarlas como una prueba de que la antipatía que siente por el primer ministro israelí , Benjamin Netanyahu, ha afectado su postura frente al Estado judío.

Al hablar de la guerra de Israel contra Hamás, se le citó diciendo lo siguiente: "Hay que acabar la guerra. Acabarla. Tenéis que terminarla y estoy seguro de que lo haréis. Tenemos que llegar a la paz, no podemos seguir así".

Trump también criticó la forma en que Israel se ha estado dejando retratar en la prensa internacional, diciendo que se estaba autosaboteando al distribuir videos y fotos de sus ataques: "Israel debe mejorar sus esfuerzos de promoción y relaciones públicas, porque ahora mismo se está haciendo mucho daño".

A continuación entró en detalles:

Creo que Israel cometió un grave error. Me daban ganas de llamar y decir que no lo hicieran. Esas fotos y tomas... Quiero decir, imágenes en movimiento de bombas siendo lanzadas contra edificios en Gaza. Y me dije: Oh, es un retrato terrible. Es una imagen muy mala para enviar al mundo, el mundo está viendo esto... Cada noche veo cómo caen edificios sobre la gente. Las imágenes están atribuidas al Ministerio de Defensa, y creo que quienquiera que las esté proporcionando está promoviendo una mala imagen. Vayan y hagan lo que tengan que hacer, pero no hagan justamente eso. Creo que esa es una de las razones por las que hay tanto rechazo. Si la gente no viera eso, todas las noches veo uno de esos... Me parece que Israel quiere mostrar que es duro, pero a veces no hay que hacer eso... Israel tiene que tener cuidado porque está perdiendo mucho apoyo alrededor del mundo, tienen que acabar la guerra, tienen que completar el trabajo. Y tiene que avanzar hacia la paz, hacia una vida normal para Israel y para todos los demás.

¿Qué quiso decir?

Medios de comunicación críticos con Israel como The New York Times, así como algunos que lo apoyan, describieron estas declaraciones como un abandono a la causa israelí. Así parecieron interpretarlas también los dos periodistas de Israel Hayom que realizaron la entrevista. Mi antiguo colega John Podhoretz, editor de Commentary, se mostró de acuerdo, diciendo que la retórica del exmandatario no había sido muy distinta a la del presidente Joe Bide, quien, según el autor, al menos seguía suministrando armas a las tropas israelíes al mismo tiempo que creaba una "sensación de inestabilidad en la relación entre Estados Unidos e Israel". Cree Podhoretz que los comentarios de Trump "exacerbaron esa inestabilidad".

Es completamente razonable cuestionarse si una segunda presidencia de Trump sería tan solidaria con Israel como la primera. También vale la pena preguntarse si podría estar bajo la influencia de figuras de la derecha vocalmente antagónicas con Israel, como el antiguo presentador de Fox News Tucker Carlson o la tertuliana Candace Owens, que se ha pasado al antisemitismo abierto. Pero creo que quienes sacan conclusiones precipitadas sobre el significado de esta entrevista están malinterpretando las palabras de Trump.

Es muy fácil interpretar aquellos comentarios como exactamente lo contrario, como una postura diametralmente opuesta a la de Biden, que ha estado intentando impedir que Israel destruya el poder militar de los terroristas con la toma de su último bastión en Rafah. Trump parece estar instando a los israelíes a hacer lo necesario para lograr aquel objetivo lo antes posible.

En lugar de unirse a la multitud que machaca a Israel por atacar bastiones de Hamás en la Franja, el expresidente y seguro candidato republicano en noviembre puede estar haciendo, de nuevo, lo contrario. Se puede argumentar, como hace David Friedman, embajador estadounidense de en Israel durante la era Trump, que sólo está diciendo a los israelíes que dejen de ser tan transparentes sobre sus esfuerzos militares y que presten más atención -como deberían- a cómo su justificada guerra está siendo retratada en una hostil prensa internacional. De hecho, dado el historial del exmandatario republicano en Oriente Medio, esa sería la forma más sencilla de entender sus últimas declaraciones.

Otra vez cayendo en el juego de Trump

Pero más importante aún, quienes bucean profundamente en la entrevista, tratando de usarla como un presagio de qué sucederá si gana las elecciones, están simplemente haciendo lo que la prensa siempre hace con sus declaraciones: tomarlas demasiado en serio.

Han pasado casi nueve años desde aquel día de junio de 2015 en que Donald Trump bajó las escaleras mecánicas de su torre homónima en Nueva York, sin embargo, muchos de nosotros no hemos aprendido nada sobre él en todo este tiempo . Esto es especialmente cierto en el caso de los parlanchines que vieron con horror su entrada en política y que nunca se han recuperado del trauma que les infligió su éxito político.

Los altibajos que siguieron a la entrada del magnate en nuestras vidas -comentarios desbocados sobre los acontecimientos del día, declaraciones grandilocuentes sin comprobación alguna y cualquier otra cosa que le pasara por la cabeza- han provocado una miríada de reacciones que responden a un mismo patrón. Trump dice algo que muchos consideran escandaloso, inapropiado o preocupante. La prensa reacciona con horror, sus críticos ofrecen análisis detallados de por qué fue tan erróneo y de las consecuencias a largo plazo. (Más aún, siempre parecen hablar o escribir con la expectativa de que la última metedura de pata, el desatino o ataque atroz más reciente, haga que los trumpistas más o menos fervientes finalmente descubran quién es realmente y lo abandonen).

A pesar de esas expectativas apocalípticas, y por mucho que algunos se indignen con él, estos incidentes siempre quedan en nada. Trump se ríe y sigue adelante. Sus partidarios no se inmutan, o disfrutan de su poder para sacar de quicio a sus oponentes en un abrir y cerrar de ojos. Los críticos siguen protestando y esperando, atentos, a la declaración futura que finalmente lo destruya.

Después de casi una década de esta rutina, uno pensaría que algunos de los que reaccionan de esta manera finalmente se darían cuenta de lo que está haciendo.

El punto que demasiada gente parece olvidar, o simplemente no quiere aceptar, es que Trump habla de una manera completamente diferente a la de cualquier otro político.

El punto que demasiada gente parece olvidar o simplemente no quiere aceptar es que el republicano habla de una manera completamente diferente a la de cualquier otro político.

Trump no tiene filtro. Dice todo lo que piensa en un momento dado y no considera en profundidad las implicaciones de sus palabras, a menudo por puro desinterés. Aún más, a menudo habla de aquella manera deliberadamente para causar indignación o meterse debajo de la piel de sus oponentes.

Más que hacer comentarios o análisis, como suelen hacer los personajes públicos, trolea a los medios de comunicación, a la clase política y a todos los que le desprecian. La mitad del país que le apoya está encantada con su capacidad para molestar a quienes creen que les odian tanto como odian a Trump.

El punto que demasiada gente parece olvidar, o simplemente no quiere aceptar, es que Trump habla de una manera completamente diferente a la de cualquier otro político.

Sean buenos, malos o indiferentes, casi todos los demás miembros de la clase gobernante actúan como si creyeran que lo que dicen importa sobremanera y, por tanto, intentan cuidar en extremo sus comentarios. Intentan, con más o menos éxito, transmitir exactamente lo que quieren decir para evitar confusiones y enviar mensajes claros a amigos y enemigos. Cuando se salen del guion, hablan con prisa o chapurrean los discursos que les han preparado sus ayudantes o preparadores -o peor aún, dicen lo que realmente piensan pero no querían que el público supiera-, y lo llamamos una "gaffe", una metedura de pata. Entonces esperamos que el infractor se disculpe por sus palabras o se retracte, y esperamos algunas consecuencias graves por haber hablado fuera de lugar o dicho algo ofensivo.

En serio, pero no literalmente

Trump no se rige por esas reglas. En contra de las expectativas de casi todos los periodistas políticos, eso no lo ha perjudicado gravemente. De hecho, su capacidad para volver loca a la clase política es una fortaleza, no una debilidad.

Como escribió la periodista Salena Zito en uno de los comentarios más perspicaces jamás publicados: "La prensa se lo toma literalmente, pero no en serio; sus partidarios se lo toman en serio, pero no literalmente".

Aquello es tan cierto hoy como cuando lo escribió por primera vez en The Atlantic en 2016, pero, por alguna razón, parte importante del país parece no haberlo aprendido u olvidarlo de controversia en controversia. Tanto si se trata de sus comentarios o de sus gestos, analizarlos como si estuviesen cuidadosamente meditados es un error. (Como sí se debería esperar, por ejemplo, con los mensajes que salen de la Administración Biden). Bueno o malo, lo que diga Trump hoy no tendrá mucho impacto en lo que diga la semana que viene, y mucho menos todavía con cómo gobierne.

Todo con Trump es transaccional, e interpretó, erróneamente,  como un insulto personal que el primer ministro felicitara a Biden -como era su obligación- por ganar en 2020.

Además, el desprecio de Trump por la prensa, los supuestos expertos y las lumbreras de Washington no ha hecho más que crecer con los años. Primero le dificultó gobernar el intento de golpe de Estado blando, sin precedentes, de la supuesta colusión rusa pergeñado por el establishment político y de inteligencia para dar vuelta el resultado de 2016. Lo amargó aún más que muchas de esas mismas fuerzas, unidas a oligarcas de Silicon Valley, luego recurrieron a medios lícitos e ilícitos para para derrotarlo en 2020, y lo condujeron así al desacierto de desafiar los resultados electorales, que culminó en el vergonzoso motín del Capitolio el 6 de enero de 2021. Los subsiguientes esfuerzos demócratas para encarcelarlo o eliminarlo de la boleta electoral de este año con una campaña de lawfare al estilo de una república bananera hicieron que Trump y gran parte del Partido Republicano simplemente comenzasen a desestimar la cobertura de su campaña por parte de los medios masivos.

Todo aquello resulta en que cualquier análisis de casi cualquier cosa que diga Trump no sea más que un ejercicio inútil. Así es como le gusta.

Reflexionar sobre el futuro

Hacemos bien en preguntarnos si el giro anti-Israel de algunos en la derecha, como Carlson y Owens, le está afectando de alguna manera.

A Carlson se lo vio intimando con el clan Trump, y parecía tener su oído mientras estaba en la Casa Blanca. Pero no tuvo ningún impacto en sus políticas hacia Israel o Irán. Hay una diferencia considerable entre el "América primero" de Trump y el más aislacionista y antiisraelí "sólo América" de los otros dos. Carlson sigue siendo más bufón de la corte Trump que consejero, y el tóxico Owens no tendrá más influencia sobre él que el igualmente antisemita Kanye West, a quien irreflexivamente invitó a cenar a Mar-a-lago en 2022.

Tampoco creo que su enemistad con Netanyahu vaya a influir necesariamente en su política hacia el Estado judío, aunque ambos mandatarios estén al frente de sus respectivos países el próximo enero.

Siempre ha sido una tontería esperar que Trump fuese otra cosa que la persona que siempre ha sido.

Todo con Trump es transaccional, y él interpretó erróneamente como un insulto personal que el primer ministro felicitara a Biden -como era su obligación- por ganar en 2020. Pero el republicano ha demostrado estar dispuesto a perdonar a sus antiguos enemigos o críticos si hincaban la rodilla ante él. Si gana en noviembre, Netanyahu volverá a adular a Trump como hizo mientras el expresidente trasladaba la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconocía la soberanía israelí sobre el Golán, apoyaba la normalización entre Israel y los países musulmanes más moderados y obviaba a los palestinos para impulsar la paz con el mundo árabe y musulmán. Si es así, probablemente todo irá bien entre los dos hombres.

Aun así, los amigos de Israel hacen bien en sentir decepción porque Trump no haya hecho más para apoyar al Estado judío desde el 7 de octubre. Incluso si hace bien en querer que emerja victorioso de la guerra, debería haber hablado con coherencia sobre el tema.

En cambio, la mayoría de sus comentarios fueron autorreferenciales: podría ser cierta su afirmación de que si fuera presidente -o si Biden hubiera adoptado sus políticas sobre Irán, Israel y los palestinos- la guerra actual nunca se habría producido, pero las atrocidades del 7 de octubre y el subsiguiente aumento del antisemitismo deberían haberle servido para trascender su impulso de ponerse siempre en el centro de la escena. De nuevo, siempre es una tontería esperar que Trump sea otra cosa que la persona que siempre ha sido.

Qué hicieron cuando les tocó habitar la Casa Blanca es el único modo de valorar la diferencia entre Trump y Biden en este ciclo electoral. Cuando Biden se encuentra presionando a Israel para que detenga la ofensiva, dejando salir airoso a Hamás, no parece sensata la noción de que es igual la postura de uno y el otro frente a Israel.

© JNS