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Irán y el arte del acuerdo

 Frente a quienes afirman que llegar a un buen pacto nuclear con Irán es imposible, la Administración debe continuar con sus esfuerzos. Si estos fracasan, cuanto antes contemple la opción militar, mejor.

El ministro iraní de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi (izq.), con su homólogo omaní, Sayyid Badr Albusaidi

El ministro iraní de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi (izq.), con su homólogo omaní, Sayyid Badr AlbusaidiAP/Cordon Press.

A comienzos de este mes de marzo, el presidente Trump envió una carta a Irán vía Omán en la que instaba a los dirigentes de Teherán a reunirse para dialogar y negociar el futuro de su programa nuclear. Según contó él mismo en la Fox, en la misiva daba un ultimátum: dos meses para llegar a un acuerdo o tendría que pensar en otras alternativas, "todas muy malas para Irán".

Irán negó en primer lugar haber recibido la misiva para finalmente responder pasadas unas semanas que estaría lista para volver a la mesa de negociaciones. Algo que se había negado a hacer con el anterior presidente estadounidense, a pesar de las continuas concesiones de la Administración Biden.

El sábado 12 tuvo lugar una primera ronda, en Omán, y a la semana siguiente, el sábado 19, la segunda, esta vez en Roma. Por parte de Estados Unidos, lideraba la reunión el enviado especial del presidente para Oriente Medio, Steve Witkoff, y por parte iraní, el ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi. Y en medio, el ministro de Exteriores de Omán, que ha actuado de facilitador del cruce de posiciones.

Aunque todas las partes hablan de una atmósfera cordial y de entendimiento, poco se sabe a ciencia cierta del contenido de las conversaciones. En buena parte porque cada uno intenta salvaguardar su postura, pero también porque del lado americano se han sucedido una serie de declaraciones abiertamente contradictorias.

"El presidente Trump tiene razón al exigir que estas negociaciones no se prolonguen indefinidamente. Eso es lo que querría Teherán".

Pero lo que sí sabemos con seguridad son algunos puntos clave:

El primero, la celeridad con la que se han organizado estas reuniones, que seguirán en los próximos días. Lo que puede considerarse una prueba fehaciente de que ambas partes desean un acuerdo y evitar, así, una confrontación militar abierta.

En segundo lugar, las partes han hecho saber sus puntos de partida: Estados Unidos, que Irán no puede acceder a una bomba atómica y que por ello debe renunciar a su programa nuclear; Irán, que no acepta desmantelar sus instalaciones nucleares, ni hablar de su programa asociado de misiles de largo alcance; por su parte, Israel ha dicho que el acuerdo debe tener por objetivo el desmantelamiento total del programa nuclear, a la Libia.

Tercero, que estas negociaciones no se pueden extender eternamente en el tiempo, algo que beneficiaría a Irán, pero que el presidente Trump no parece dispuesto a aceptar.

Trump busca un logro internacional; Irán, ganar tiempo

Algo menos claro son las motivaciones de cada parte por sentarse a la mesa de negociación. Por parte del presidente americano, todo apunta a un deseo personal de resolver un asunto estratégico a través del diálogo para poder presentarse ante la opinión pública como un líder eficaz que con sólo la presión logra sus objetivos.

Para Irán negociar es una necesidad vital: mientras que hace poco más de un año se veía como la potencia vencedora y casi hegemónica de toda la región, del Golfo al Levante, hoy ve cómo su estrategia expansionista y sus propios peones se van evaporando progresivamente: su joya de la corona, Hezbolá en Líbano, ha sido prácticamente inutilizada por Israel; la Siria de Assad, en la que tanto invirtió en medios materiales y humanos, se ha vuelto territorio hostil bajo el nuevo liderazgo de Ahmed Al-Sharaa; los hutíes en Yemen, tantos meses campando a sus anchas y amenazando la libre navegación por el Mar Rojo, están siendo castigados por las fuerzas norteamericanas, y los misiles balísticos y de crucero que lanzan contra Israel apenas producen daños, siendo interceptados en su mayoría antes de que alcancen sus objetivos; los propios ataques directos iraníes contra Israel han sido un fracaso estrepitoso, mientras que las reacciones de Israel, por muy contenidas que hayan sido, han destruido sus sistemas de defensa aérea más avanzados, así como parte de su base industrial de misiles, sin problema operativo alguno; finalmente, la economía nacional sigue experimentando gravísimos problemas que no consigue arreglar ni con la ayuda de Rusia ni con la venta de petróleo a China.

En suma, Irán necesita tiempo para recomponer su situación estratégica y para poder seguir avanzando hacia su primera bomba atómica.

También sabemos con cierta claridad cuáles serían los términos de un acuerdo satisfactorio, aunque aquí las partes aún discrepan. Para Estados Unidos, un acuerdo que impida proseguir en la senda de la nuclearización de Irán. Es más, un acuerdo que, a diferencia del JCPOA firmado por Obama en 2015 y denunciado por Trump durante su primer mandato en 2018, impida el enriquecimiento de uranio por parte de Irán. Además, el establecimiento de un sistema de inspecciones que hicieran de verdad verificable el cumplimiento de lo pactado.

El lado iraní, sin embargo, quisiera conservar su derecho a enriquecer, guardar prácticamente todos los componentes ya instalados (lo que le permitiría reactivar la fase final hacia la bomba con muy poco tiempo), dejar al margen los programas asociados, como el de misiles balísticos, y el levantamiento de sanciones, desde ya.

Lo que desconocemos, porque cada cual quiere conservar el máximo de flexibilidad durante las negociaciones, es cuánto está verdaderamente dispuesto a ceder cada lado.

La presión por negociar, aunque sea todavía de manera indirecta gracias a la mediación diplomática de Omán (lo que revela que la parte americana sí está dispuesta a renunciar a algunos de sus principios, pues en su carta Trump llamaba a conversaciones "directas"), lleva a pensar que sí habrá algún tipo de acuerdo que evite una acción militar americana. Y precisamente esto ha encendido todas las alarmas sobre si ese acuerdo que se firme será bueno, malo o regular.

Un acuerdo... ¿bueno, malo, imposible?

Habida cuenta de los años de engaños, mentiras y triquiñuelas iraníes que han conseguido que el programa nuclear no sólo no se detenga sino que haya ido avanzando hasta donde ha llegado hoy, a pocas semanas de poder contar con un arma nuclear si así lo decidieran, un buen acuerdo sólo podría venir de la interrupción total de su programa atómico, idealmente en lo tocante al enriquecimiento de material fisible, de la fabricación y ensamblaje de los componentes de una cabeza nuclear, así como de los vectores portadores. 

Es más, un buen acuerdo debería conllevar la destrucción de las centrifugadoras, para que no se pueda retomar el enriquecimiento, el desmantelamiento del equipo técnico asociado y, no lo olvidemos, la puesta a disposición internacional del material ya enriquecido.

Quienes creen que la negociación puede llevar esta vez a ese buen acuerdo se basan en la creencia de que el régimen iraní estaría dispuesto a desprenderse de su programa nuclear con tal de sobrevivir. Se desprenderían de la Reina para proteger al Rey, empleando un símil ajedrecístico.

Sin embargo, hay muchas otras voces -y muy cualificadas- que ven imposible alcanzar un buen acuerdo. Esencialmente porque piensan que en Teherán no se sigue la misma lógica que en el mundo occidental y que allí, hoy, están convencidos de que ceder en lo tocante a su programa nuclear deja más expuesto y vulnerable al régimen, que perdería su gran baza de chantaje en la esfera mundial y su único paraguas de disuasión ante veleidades militares en su contra. 

Para esta escuela de pensamiento, el destino del régimen estaría indisolublemente unido al desarrollo del programa atómico. Y por eso, cualquier acuerdo que estén dispuestos a firmar los iraníes, se alejaría muy mucho de lo que los occidentales consideran un buen acuerdo. Teherán podría llegar a aceptar una congelación del programa, pero no a su desmantelamiento. Y eso sería un mal acuerdo ya que le daría un balón de oxígeno al régimen iraní para reconstituirse y proseguir su marcha islamista, chií y revolucionaria en un futuro no muy lejano.

El problema estratégico que se le presenta a Trump viene definido por cómo se está realizando el debate en los círculos que le rodean y que presentan la cuestión iraní en un único binomio: acuerdo o intervención militar. Es más, algunos de los altos cargos y de los expertos de la actual Administración han llegado a decir que Irán está muy lejos de América y que los intereses americanos exigen mantenerse al margen de cualquier conflicto en la zona.

Pero como el ex secretario de Estado, Mike Pompeo, ha dicho recientemente, entre capitular y aceptar un mal acuerdo que no resuelva nada y un ataque directo americano, caben muchas otras opciones. Y para empezar, es verdad: aplicar una estrategia de máxima presión que ahogue la ya maltrecha economía iraní; intentar llegar a un acuerdo global con Rusia, que aísle más a Irán… y si todo eso fracasa, contribuir a que Israel lidere cualquier acción militar.

El presidente Trump tiene toda la razón al exigir que estas negociaciones no se prolonguen en el tiempo indefinidamente. Eso es lo que querría Teherán. Pero si él mismo llega a la conclusión de que Irán no está interesada en una negociación franca y constructiva, cuanto antes considere la posibilidad de una acción militar, aunque sea desde el asiento de atrás con Israel al volante, mejor. La ventana de vulnerabilidad que hoy padece Irán no va a permanecer abierta eternamente.

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