Trump 2.0: el fin de la ambivalencia sobre Israel
Los grupos judíos progresistas están horrorizados ante la perspectiva de una Administración descaradamente proisraelí. Aquello dice más de ellos que del presidente electo.
El pueblo estadounidense acaba de devolver a la Casa Blanca al presidente más proisraelí desde la fundación del Estado judío moderno. Aquel, a su vez, ha elegido un equipo de política exterior que anticipa un segundo mandato tan desvergonzadamente proisraelí como el primero. ¿Cuál es la respuesta de algunos judíos progresistas estadounidenses y de quienes aseguran defender sus intereses? No, gracias.
Existían, por supuesto, motivos para que los votantes -tanto judíos como no- se opusieran a Trump. Para muchos judíos, discrepancias sobre política interna y lealtades partidistas relegaron la seguridad de Israel, e incluso la lucha contra el antisemitismo, a un segundo plano. Pero la vocal consternación de los judíos progresistas por los nombres convocados a servir en el próximo Gobierno refleja no sólo la división entre progresistas y conservadores, demócratas y republicanos. Muestra, también, el abismo entre quienes piensan que el pueblo estadounidense tiene el derecho e incluso el deber de anular los veredictos de la democracia israelí para salvar al Estado judío de sí mismo y quienes creen que los israelíes pueden decidir por sí mismos las cuestiones de guerra y paz.
Así se desprende de los comentarios de algunos de ellos a nombramientos como los del exgobernador de Arkansas Mike Huckabee como embajador en Israel, el magnate inmobiliario Steven Witkoff como enviado especial a Oriente Medio, la diputada Elise Stefanik (republicana de Nueva York) como embajadora ante las Naciones Unidas y el diputado Mike Waltz (republicano de Florida) como asesor de seguridad nacional.
¿Salvar a Israel de sí mismo?
Un artículo del New York Times, que destacaba comentarios airados y burlones de críticos judíos de Israel, dejaba claro que los "votantes judíos progresistas" tienen "sobradas razones para temer el nombramiento de funcionarios favorables a los asentamientos y a Netanyahu para altos cargos de política exterior en la nueva Administración."
En parte, se trata de una extensión del debate sobre cuánto viró hacia la derecha la comunidad judía en las elecciones presidenciales 2024, una cuestión en la que ambos bandos sirven de pruebas inciertas. Pero el quid de la cuestión es otro: un intento continuado de algunos miembros de la progresía judía por reavivar una antigua disputa sobre el proceso de paz en Oriente Medio que fue perdiendo relevancia durante el último cuarto de siglo para quedar cabalmente archivada por lo sucedido durante y después del 7 de Octubre.
Durante el período de euforia posterior a los Acuerdos de Oslo de los 90, los judíos israelíes estaban divididos casi por igual entre quienes, para poner fin al conflicto con los árabes palestinos, defendían los méritos de la tierra por paz y quienes optaban por una solución de dos Estados. Pero tras la guerra terroristas de desgaste, conocida como la Segunda Intifada, que literal y metafóricamente detonó las esperanzas de paz, la creación de un Estado terrorista en Gaza tras la retirada israelí en 2005 y la posterior barbarie del Sábado Negro, el número de partidarios de esos planes se redujo a la insignificancia política.
"Sobran razones para creer que los judíos que votaron por Harris lo hicieron a pesar del historial proisraelí de Trump, no en su rechazo".
Los israelíes, incluso en la izquierda política, han finalmente aceptado que los palestinos carecen de voluntad de paz si significa aceptar la legitimidad de un Estado judío, más allá de dónde se tracen sus fronteras.
Los palestinos, impávidos ante la destrucción y muerte causadas a su pueblo por la guerra iniciada por Hamás y alentados por el crecimiento del antisemitismo internacional, han reducido aproximadamente a cero las posibilidades de una solución basada en dos Estados. Incluso si el primer ministro Benjamín Netanyahu fuera sustituido por sus oponentes políticos, la política del Gobierno israelí hacia los terroristas de Hamás y Hezbolá, así como hacia sus pagadores iraníes, permanecería inmutable.
Pero aquella iluminación ha eludido a los judíos progresistas estadounidenses, que están ansiosos por dejar que el Times los utilice como garrote contra Trump e Israel.
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A lo largo de las recién concluidas elecciones presidenciales, los críticos judíos de Trump, e incluso algunos que le apoyaron, argumentaron, con cierta justicia, que no había garantías de que una segunda Administración fuera tan proisraelí como la primera. Existía la posibilidad de que sus elegidos para los puestos importantes carecieron del fervor por la alianza estadounidense-israelí que demostraron actores clave durante su primer mandato, como su embajador en Israel, David Friedman, o su yerno y asesor principal, Jared Kushner.
Esa afirmación se sustentaba en su carácter mercurial, su enfoque político transaccional y el hecho de que algunos dentro de su círculo íntimo, como el expresentador de Fox News Tucker Carlson, no son amigos del Estado judío. Pero poco tiempo debió pasar tras la decisiva derrota de Kamala Harris para que esa tesis quedara desacreditada.
Con el senador Marco Rubio (R-Fla.) como secretario de Estado, Pete Hegseth como secretario de Defensa y Waltz, Huckabee, Witkoff y Stefanik al mando, ya no hay duda de que la segunda Administración Trump adoptará una posición muy diferente de la Biden-Harris.
"Trump no ha tardado en responder las dudas sobre si su segundo mandato será tan proisraelí como el primero".
Biden y su equipo de política exterior, integrado por exalumnos de la Administración Obama, adoptaron una posición ambivalente respecto a la guerra de Israel contra los islamistas. Aunque que no segaron el envío de armas y defendieron (de la boca para fuera, sobre todo) el derecho del Estado judío a la autodefensa, también es cierto que cuestionaron una y otra vez a Israel, replicaron las calumnias sobre una masacre "indiscriminada" de civiles palestinos a manos de las tropas israelíes, retrasaron el flujo de asistencia militar y presionaron para que se produjera un alto al fuego que hubiese significado la victoria de Hamás. Eso sin siquiera hablar de los escandalosos intentos de intervenir en la política israelí y derrocar a Netanyahu, cuyo Gobierno obtuvo la mayoría en las últimas elecciones a la Knesset celebradas en noviembre de 2022.
Nada de eso existirá bajo el mandato de Trump. Su equipo se ha manifestado sistemáticamente a favor de otorgar a Israel el margen de maniobra y los medios para que logre la victoria sobre los peones de Irán, y de declarar, con razón, que Hamás es el único responsable de las bajas palestinas producidas durante el conflicto.
¿Significará esto, como temen el Times y los judíos progresistas, una luz verde para que Netanyahu se "anexione" comunidades judías en Judea y Samaria que están fuera de las líneas del armisticio de 1967? El primer ministro probablemente prefiera evitar esa discusión, ya que sería un estorbo para su objetivo de unir al mundo contra Irán. Tampoco cambiaría nada sobre el terreno, puesto que la ley israelí ya se aplica allí. Pero incluso si lo hace, ¿reducirá esto las inexistentes posibilidades de paz?
El apoyo a Hamás tras el 7-O tanto en Occidente como en el mundo árabe y entre los palestinos podría volver menos realizable un intento de expandir los Acuerdos de Abraham de 2020, impulsados por Trump, y la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudí.
Si todavía queda alguna esperanza de ampliar el círculo de la paz, requerirá necesariamente de una imagen de un Israel fuerte, reforzado por un Washington que no quiera una "luz diurna" con Jerusalén (la rutina bajo Obama y Biden). Es exactamente lo que la segunda Administración Trump parece dispuesta a hacer.
Judíos contra Israel
Las fuentes del Times tienen razón al afirmar que la mayoría de los judíos estadounidenses no votaron a Trump. Aunque las encuestas a pie de urna que pretendieron centrarse en este electorado no son fiables, en absoluto. Como era de esperar, las de patrocinio demócrata o de algún grupo progresista tenían más probabilidades de mostrar que los votantes judíos se quedaban con Harris. Más allá de todo esto, resulta incontestable que el voto por Trump en zonas con grandes poblaciones judías y entre los más comprometidos con la identidad judía demostró un viraje hacia el GOP propulsado por temor al antisemitismo progresista tras el 7 de Octubre.
Esta tendencia fue ignorada por grupos como el Jewish Council for Public Affairs, que pretende representar a los consejos de relaciones comunitarias judías de todo el país y que se inclina fuertemente a la izquierda. Pasó la campaña promoviendo teorías conspiratorias partidistas sobre el republicano, mostrándolo como un fascista y un "nacionalista cristiano blanco" dispuesto a despojar a los judíos de sus derechos, al tiempo que trataban la seguridad de Israel durante una guerra existencial como una cuestión secundaria. Igual de ridículo es su intento de afirmar que Stefanik, la crítica más frontal del auge antisemita en los campus, se encuentra de alguna manera aliada a quienes odian a los judíos.
El lobby izquierdista J Street, que se presenta a sí mismo como "pro-paz y pro-Israel", ha demostrado en el año transcurrido desde el 7 de Octubre que está principalmente interesado en deslegitimar al Gobierno israelí y en actuar como aliado tácito de la peor clase de grupos antisionistas y antisemitas. Sin embargo, el Times le permite a su líder, Jeremy Ben-Ami, proponer en sus páginas la idea de que los judíos estadounidenses que ignoran o son indiferentes a las realidades del conflicto con los palestinos renegarán de los lazos con Israel y crearán "una ruptura fundamental" con Israel.
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Como insisten el Times y sus fuentes progresistas, puede haber judíos estadounidenses dispuestos a romper con Israel debido a una fiel devoción por la mítica solución de los dos Estados o a una creencia en la narrativa falsa de los medios masivos sobre los acontecimientos en Gaza. Pero aquello es algo que la izquierda viene defendiendo desde mucho antes de que Trump sorprenda a sus detractores con políticas pro-Israel.
La idea de que la mayoría de las objeciones de los judíos a Trump se centran en sus políticas pro-Israel es otro mito de la izquierda, incluso si resulta cierto que el partido azul se quedó con una mayoría de los votos judíos (aunque sin duda menos holgada que hasta hace poco). Sobran las razones para creer que los judíos que votaron a Harris no lo hicieron en rechazo al historial proisraelí de Trump, sino a pesar de él.
Es posible que hubieran preferido que un demócrata, en lugar de Trump, trasladase la embajada estadounidense a Jerusalén y aplicase políticas basadas en la promoción en lugar de la degradación de la alianza. Algunos judíos estadounidenses pueden aferrarse a la ilusión de que entienden Oriente Medio mejor que la mayoría de los israelíes. Pero la proyección de las diferencias partidistas estadounidenses en un supuesto cisma judío mundial basado en la oposición a Trump o Netanyahu es poco más que un imaginario de los judíos progresistas.
El presidente electo ha zanjado las dudas alrededor de qué tan proisraelí será su segundo mandato. Aquellos que intentan engañarnos afirmando que ser amigo de Israel va en contra de los intereses del pueblo judío, o que de alguna manera promueve el antisemitismo, dicen más sobre su propia bancarrota intelectual y moral que sobre Trump.
© JNS