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Aranceles contra el dragón: la estrategia frente a un conflicto inevitable

Si Estados Unidos entrara en guerra con China, o si Taiwán cayera bajo control o sitio chino, el riesgo de que los principales productores de baterías y chips queden en el bando opuesto sería catastrófico para la economía global y la seguridad tecnológica y militar de Occidente.

Xi Jinping y Donald Trump

Xi Jinping y Donald TrumpDan Kitwood y Nicholas Kamm/AFP.

El dominio de Pekín sobre el comercio global ha provocado el cisma entre las dos economías más grandes del mundo. En el centro de esta tormenta geopolítica se encuentran los sectores estratégicos de los semiconductores y las baterías, que no sólo reflejan la supremacía comercial de China, sino que también exponen la fragilidad de una economía global dependiente ante un posible conflicto.

Los pronósticos geopolíticos y los crecientes movimientos militares de China sugieren que, en un par de años, podría atacar a Taiwán, el mayor productor mundial de chips. Este evento podría colocar a los principales productores de baterías y semiconductores en el bando opuesto a Estados Unidos y sus aliados, desencadenando una crisis tecnológica sin precedentes. En este contexto hay que interpretar los aranceles de Trump: un intento de debilitar el poder económico chino, recortar su avance de las últimas décadas y prepararse para una guerra potencial frente a una dictadura china que ha distorsionado las reglas del libre mercado.

El dominio chino en baterías: un pilar de la supremacía tecnológica

El sector de las baterías es un claro ejemplo de la destreza de China para captar industrias y aplastar a los competidores extranjeros, que ya no pueden seguirle el ritmo. Esto se logra combinando un amplio apoyo gubernamental y otras barreras no arancelarias. Las materias primas fundamentales para la producción de baterías se encuentran en lugares como Australia, Chile, Indonesia y la República Democrática del Congo, y China tiene presencia en todos ellos. Muchas de las minas de cobalto, níquel y litio del mundo son propiedad parcial o mayoritaria de empresas chinas, incluidas empresas estatales. Los grupos chinos tienen participaciones importantes en las minas que concentran alrededor del 70% de la producción mundial. En Indonesia, uno de los mayores depósitos de níquel del mundo está vinculado a Pekín, al igual que múltiples minas en el país. Las empresas chinas también tienen inversiones en proyectos de litio en Argentina, Australia, Canadá y Zimbabue. Incluso cuando la propiedad de las minas permanece en manos locales, las entidades chinas han asegurado acuerdos a largo plazo para el suministro de materias primas, como en Chile y Argentina.

La supremacía de Pekín es aún más evidente en las etapas posteriores de la cadena de suministro. China domina el procesamiento de minerales y la producción de componentes, según datos de Benchmark Mineral Intelligence. El país alberga la gran mayoría de las refinerías y fábricas que producen los componentes clave que luego se ensamblan en celdas de batería. China fabrica tres de cada cuatro baterías de iones de litio que se venden en el mundo, según la Agencia Internacional de Energía (AIE). Los precios de las baterías en el país han estado cayendo a un ritmo más rápido que en el resto del mundo, gracias al juego sucio gubernamental que ha sido crucial para consolidar la industria y reducir los costos.

Las baterías son sólo un ejemplo destacado entre cientos de productos, como ordenadores, teléfonos inteligentes y acero, en los que China ejerce un dominio absoluto en el mercado mundial. Este avance económico y militar de China sólo ha sido posible bajo el marco de una dictadura que no opera según las reglas del libre mercado. El Partido Comunista Chino ha utilizado subsidios masivos, el control estatal de empresas, restricciones a la competencia extranjera y la explotación de mano de obra para construir su maquinaria exportadora. Este modelo, incompatible con los principios de transparencia y equidad del comercio internacional, ha permitido a China acumular ventajas competitivas durante décadas, distorsionando los mercados globales y generando desequilibrios que ahora los aranceles de Trump buscan corregir.

"La lucha por el control del comercio y la producción de tecnologías clave se justifica en un mundo al borde del conflicto".

Taiwán y su escudo hecho de chips

En el ámbito de los semiconductores, la situación es aún más crítica debido a la dependencia global de Taiwán. Los chips, que alimentan todo, desde teléfonos móviles hasta coches eléctricos, representan un porcentaje importantísimo del PIB de Taiwán. Este país produce más del 60% de los semiconductores del mundo y más del 90% de los más avanzados, la mayoría fabricados por una sola empresa: Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). Hasta ahora, los chips más avanzados se han fabricado casi exclusivamente en Taiwán. La industria de semiconductores se conoce como el "escudo de silicio" de Taiwán, lo que le da al mundo una gran razón para defender la isla. Sin embargo, los chips son la industria más afectada por la división entre Estados Unidos y China, y un ataque chino a Taiwán podría paralizar el suministro global de esta tecnología esencial.

Taiwan Semiconductor Manufacturing Company es el mayor fabricante por contrato del mundo de chips, utilizados en todo, desde los iPhones de Apple hasta el hardware de inteligencia artificial de vanguardia de Nvidia. TSMC informó que sus ingresos en los primeros tres meses de 2025 aumentaron casi un 42%, superando todas las expectativas.

Taiwán había intentado evitar los gravámenes de Trump prometiendo mayores inversiones en Estados Unidos, más compras de energía estadounidense y un aumento en el gasto en defensa. TSMC anunció que invertiría 100 mil millones de dólares en Estados Unidos, un paso que el presidente de Taiwán, Lai Ching-te, calificó como un "momento histórico" para las relaciones entre Taiwán y Estados Unidos.

Esta inversión anunciada vino luego de las acusaciones de Trump de que Taiwán robó la industria de chips de EEUU y a sus amenazas de imponer aranceles de hasta el 100%. Finalmente, Trump aplicó un 32% a las importaciones taiwanesas, pero ayer detuvo abruptamente su implementación para casi todos los países, excepto China, durante 90 días.

TSMC ha enfrentado durante mucho tiempo demandas para trasladar una mayor parte de su producción fuera de Taiwán, ante temores de que los suministros de tecnología crítica puedan verse interrumpidos en un conflicto con Pekín. China ha incrementado la presión militar sobre Taiwán en los últimos años para impulsar su reclamo de soberanía sobre la isla autónoma, donde TSMC tiene su sede y la mayor parte de sus plantas de fabricación.

Escalada bélica china: una amenaza inminente

China ha invertido cifras multimillonarias en la fabricación de chips, con la esperanza de satisfacer el 70% de la demanda interna de chips para 2025. Además, ha captado ingenieros, ejecutivos y secretos comerciales de Taiwán. Esta fuga de cerebros ha alarmado al Gobierno taiwanés, que ha aprobado nuevas leyes contra el espionaje económico. Estados Unidos también intenta impedir que China adquiera chips avanzados. Sin embargo, esta es la realidad de un mundo que se reconfigura en torno al riesgo geopolítico. Si China ataca a Taiwán, el control de los semiconductores podría consolidar aún más su dominio económico.

En este contexto, el 26 de febrero, China acusó a las autoridades de Taiwán de entregar como un "souvenir" su industria de semiconductores a Estados Unidos y calificó de "desvergonzada" la postura del gobernante Partido Democrático Progresista (PDP), al que culpó de usar el sector tecnológico como "moneda de cambio" para obtener apoyo internacional.

Pero el movimiento de Taiwán se justifica, dado que China ha intensificado sus maniobras militares en torno a la isla. En los últimos meses, China ha aumentado sus acciones bélicas con fuego real, enfocándose en Taiwán y el Indo-Pacífico. En abril de 2025, los ejercicios Strait-Thunder 2025A incluyeron 19 buques, 76 vuelos y simulaciones de bloqueo total de Taiwán. En febrero, maniobras cerca de Kaohsiung y Pingtung, con 32 aeronaves y 13 buques, simularon ataques sin previo aviso. En enero, en ejercicios en el golfo de Tonkin, practicaron asaltos marítimos contra Vietnam, mientras que en diciembre, disparos en el mar de Tasmania proyectaron poder naval hacia Australia y Nueva Zelanda. Estas acciones, casi cotidianas y naturalizadas, muestran una escalada en frecuencia y sofisticación, con coordinación multidominio y objetivos de presión sobre Taiwán y preparación para un conflicto.

Estas maniobras reflejan un aumento significativo de la presión militar china, que busca demostrar su capacidad para aislar Taiwán y disuadir cualquier apoyo externo, especialmente de Estados Unidos.

El peligro de una guerra con China y de tener productores clave en el bando opuesto

El superávit comercial de China alcanzó casi un billón de dólares el año pasado. Esta maquinaria exportadora de Pekín es una de las principales razones por las que el presidente Donald Trump ha lanzado los primeros disparos en su nueva guerra comercial global. Ningún país ha escapado a los aranceles de Trump, pero China es el blanco principal.

Trump espera que su régimen arancelario erosione el superávit de China; sin embargo, Pekín se basa en profundas ventajas forjadas durante décadas que no se podrán desmantelar fácilmente. Si Estados Unidos entrara en guerra con China, o si Taiwán cayera bajo control o sitio chino, el riesgo de que los principales productores de baterías y chips queden en el bando opuesto sería catastrófico para la economía global y la seguridad tecnológica y militar de Occidente. La dependencia de EEUU y sus aliados de los semiconductores taiwaneses y las baterías chinas es abrumadora. Un conflicto podría paralizar industrias clave como la defensa. Además, China podría restringir el acceso a componentes esenciales, dejando a EEUU y sus aliados en una posición de extrema desventaja estratégica.

La guerra comercial y la escalada militar no pueden entenderse por separado. La lucha por el control del comercio y la producción de tecnologías clave se inserta en un mundo al borde del conflicto. Los aranceles de Trump no sólo buscan frenar el avance económico de China, avance amañado por una dictadura colonialista, sino también preparar a Occidente para una guerra que podría redibujar el orden global.

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