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La agenda América Primero de Trump, ¿ayuda o perjuicio para Israel?

La nueva Administración no será aislacionista. Pero, a diferencia de su predecesora, se mostrará escéptica ante las Naciones Unidas, la opinión europea y un cheque en blanco para Ucrania.

Benjamin Netanyahu  y a su esposa Sara con Donald Trump el 26 de julio de 2024.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y su esposa con Donald TrumpGobierno de Israel/AFP.

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca puede provocar escalofríos a muchos, si no a la mayoría, de los judíos estadounidenses. Los israelíes, sin embargo, parecen sobre todo aliviados por el resultado de las elecciones presidenciales 2024. Ambas reacciones eran esperables.

Para la mayoría de los primeros, que  son progresistas y leales demócratas, Trump encarna el desprecio por el Gobierno de las élites con credenciales -entre las que se cuentan tantos judíos- y la ideología woke que han impuesto a la nación. Trump es el "hombre naranja malo" en torno al cual se han unido los votantes de clase trabajadora de todas las razas. Diversas encuestas a pie de urna difieren sobre el grado del giro hacia el republicano manifiesto en algunos sectores de la judería estadounidense. Pero está claro que las lealtades partidistas ofuscaron preocupaciones sobre el antisemitismo y el odio a Israel de la izquierda demócrata desde la masacre del 7 de Octubre de 2023.

La mayoría de los israelíes ven a Trump únicamente a través del prisma de su indudable historial como el presidente más pro-Israel desde la fundación del Estado judío moderno. Los recuerdos positivos del magnate trasladando la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, reconociendo la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, responsabilizando a la Autoridad Palestina por su apoyo al terrorismo e impulsando los acuerdos de paz con Estados musulmanes y árabes (los Acuerdos de Abraham, en 2020), no hacen más que aumentar su brillo al compararse con la actitud equívoca del presidente Joe Biden y su equipo de política exterior durante sus cuatro años de mandato.

"Toda decisión en política exterior es transaccional, pero cada nación tiene el deber de considerar en primer lugar los intereses de su propio pueblo.".

Un presidente más pro Israel

Biden y el resto de su Administración se pasaron el último año, desde el 7 de Octubre, jugando a dos bandas. Por un lado, en ocasiones expresaron su firme apoyo al derecho de Israel a la autodefensa, así como a erradicar a Hamás, y, aunque lo ralentizaron, nunca cortaron del todo el suministro de armas necesario para continuar la guerra. Al mismo tiempo, su bombardeo de críticas y consejos inútiles sirvió para retrasar y obstaculizar los esfuerzos israelíes para derrotar a sus enemigos, al tiempo que daba esperanzas a los terroristas respaldados por Irán de que el cese al fuego anhelado por Washington les permitiría sobrevivir y erradicar a Israel.

Las cosas serán diferentes bajo el mandato de Trump, que ha expresado en repetidas ocasiones su deseo de dar luz verde a los israelíes para que recurran a todas sus fuerzas para ganar rápidamente la guerra. Aunque las relaciones entre los dos aliados dependerán de la capacidad del primer ministro Benjamin Netanyahu para gestionar su relación personal con el presidente electo (es decir, adularle y nunca caer del lado incorrecto de su gracia), así como de las personas que el presidente nombre para ocupar puestos importantes en política exterior. Tanto los israelíes como sus amigos estadounidenses tienen razón al suponer que, en el peor de los casos, los lazos entre Washington y Jerusalén sólo serán más cálidos de lo que fueron durante los últimos años.

Pero incluso los críticos del republicano que reconocen, como deberían, que su historial hacia Israel es en gran medida ejemplar se apresuran a decir que el resurgimiento de la política de América Primero inevitablemente perjudicará al Estado judío.

El error de vincular la seguridad israelí a la ucraniana

Su argumento es que una Administración estadounidense aislacionista está destinada a perder interés en la seguridad de Israel. Además, creen que una política que se basa en un enfoque transaccional de la política exterior, así como en un pronunciado desinterés por enredar a Estados Unidos en guerras extranjeras -ya sea entre Rusia y Ucrania o en Oriente Medio- es una receta para el desastre para el Estado judío.

Los críticos de América Primero asumen que Israel sólo está a salvo si Washington adopta un espíritu de intervencionismo desenfrenado. Consideran que toda amenaza contra uno y otro forman parte de un amplio eje de potencias malévolas, interconectadas y peligrosas.

En particular, afirman que no hay diferencia entre la batalla de Israel contra los terroristas y la de Ucrania contra las tropas rusas. Detrás de esta afirmación se encuentra la creencia de que, para Estados Unidos, abstenerse de una participación de fondo en cualquier conflicto que involucre a Rusia, China o Irán significa degradar, necesariamente, cualquier otro compromiso internacional, o incluso descartarlo por completo.

"El América Primero de Trump es sobre todo una política realista".

De este modo, razonan que la evidente simpatía de Trump por Israel y el desdén por sus enemigos acabarán siendo víctimas de un instinto aislacionista que hará que su Administración dé marcha atrás en sus compromisos. También asumen que todo lo que no sea una victoria total de Kiev sobre Moscú -una meta fantasiosa cuyo camino no pueden explicar- disminuirá la seguridad de Jerusalén.

Todo esto es manifiestamente falso. Rusia, China e Irán pueden estar aparentemente en el mismo bando tanto en la guerra en Ucrania como en la de Oriente Medio. Pero tienen poco que ver, el éxito de una no contribuye en nada a la otra.

Es cierto que los tres países agresores parecen haber formado una alianza poco firme. Es igualmente cierto que las ambiciones globales de China han puesto en marcha acontecimientos que bien podrían, como sostiene el historiador Niall Ferguson, considerarse una nueva Guerra Fría. Pero aunque así sea, eso no significa necesariamente que todas las guerras proxy generadas por este conflicto, como la que enfrenta a Rusia y Ucrania, sean pruebas cruciales de la voluntad estadounidense.

Elegir las batallas

Al igual que ocurrió durante la primera Guerra Fría con algunas guerras menores como la de Vietnam, el resultado del conflicto en Ucrania puede redundar poco o nada en el resultado final, en si prevalece Estados Unidos o China. La clave para gobernar sabiamente el destino del enfrentamiento entre las superpotencias no pasó por la voluntad ciega de sumergirse en todos los conflictos posibles con la antigua Unión Soviética. Se trató, más bien, de distinguir entre las batallas que exigían la implicación norteamericana y las que sería mejor ignorar, o que, al menos, no exigían involucrarse como si fuese un desafío de vida o muerte.

En retrospectiva, hubiera sido mucho mejor que Estados Unidos se hubiera negado a unirse a la guerra de Vietnam. Esto es cierto no porque su participación fuera moralmente incorrecta. Tratar de detener la expansión del comunismo o incluso simplemente negarse a permitir que Vietnam del Sur cayera en manos del Estado soviético/estalinista del norte era, de hecho, una causa profundamente moral. Washington debería haberse mantenido al margen del conflicto porque el control de aquel territorio no era un imperativo estratégico. Al contrario, su implicación en la guerra socavó su propia seguridad precisamente porque derramar tanta sangre y gastar tanto tesoro no estaba justificado por ningún beneficio potencial de la derrota del norte comunista.

Lo mismo puede decirse de su participación en la lucha de Ucrania por su independencia, a pesar de la simpatía que numerosos estadounidenses sienten por ella. La disposición final de Crimea y el este de Ucrania, que fueron arrebatados por primera vez en 2014, no es una preocupación estratégica para Estados Unidos. Y ahora que los combates han demostrado que Moscú no puede conquistar Kiev sin más, como tampoco los ucranianos pueden derrocar el régimen autoritario de Putin, es sencillamente inmoral que Washington siga financiando una guerra que no puede ni ganarse totalmente ni terminarse sin que ambas partes hagan dolorosas concesiones. 

El precio de la guerra entre Israel e Irán y sus peones es muy distinto. La idea de que Ucrania es una valiente democracia que lucha por la libertad del mundo es un mito. El régimen del presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, no es tan democrático ni está tan libre del pasado antisemita de esa nación como afirma el establishment de la política exterior. Por el contrario, ayudar a Israel a derrotar a los terroristas que pretenden sembrar caos y genocidio en una región fundamental para los intereses estadounidenses por sus reservas de petróleo y su ubicación estratégica es vital para la seguridad de Estados Unidos.

Toda decisión en política exterior es transaccional, pero cada nación tiene el deber de considerar en primer lugar los intereses de su propio pueblo.

La elección de "América Primero" como título de la política exterior de Trump siempre ha sido desafortunada, ya que evoca el movimiento anterior a la Segunda Guerra Mundial liderado por Charles Lindbergh, dedicado a apaciguar a la Alemania nazi y antisemita. Pero el América Primero trumpista no está dedicado a apaciguar a un enemigo extranjero ni a propagar el odio a los judíos. Es, en cambio, más que cualquier otra cosa, una política realista. Aquello es cierto porque, como vimos durante el primer mandato de Trump, implica el deseo de derrotar a los islamistas de ISIS además de una agresiva política de sanciones y operaciones antiterroristas contra Irán.

Hay un largo trecho entre una política de aislacionismo y tener el buen tino de escoger tus batallas. La noción de que un Estados Unidos reticente a comprometerse en todo conflicto, sin importar sus circunstancias, será uno que traicione a Israel es poco práctica. Además de absurda. Todavía nadie logra explicar cómo ayuda a Israel que las reservas estratégicas estadounidenses se agoten en una guerra interminable en Ucrania, en lugar de dispensarse con moderación hasta que se necesiten para conflictos más importantes. Israel necesita un aliado estadounidense fuerte, no uno empantanado en un conflicto que solo mina su fuerza.

"Aunque muchos anti-Trump acusan falsamente al presidente electo de antisemitismo, lo contrario es cierto".

La versión trumpista de América Primero tiene otros beneficios tangibles para Israel. A diferencia tanto de Barack Obama como de Biden, Trump no está interesado en reforzar a organizaciones multilaterales como las Naciones Unidas, que son pozos negros de antisemitismo irremediablemente hostiles al Estado judío. Siente poco aprecio hacia aquel organismo mundial y sus ramas.

Y aunque Biden se jactó de que los líderes europeos estaban encantados con el regreso de los demócratas al poder en enero de 2021, Trump tiene razón al considerar que aquella opinión carece de valor. Cuanto menos atado esté Estados Unidos a la opinión internacional, mejor será Israel. Sobre todo si se desliga del parecer de los gobiernos de Europa Occidental, que en su mayoría han dado la espalda al Estado judío.

Algunos analistas están tan trastornados por el ascenso de Trump que ni siquiera reconocen que poner primero los intereses de los estadounidenses es una política tanto moral como sabia. Aunque muchos profesos anti-Trump lo acusan falsamente de antisemitismo, lo contrario es cierto, como demuestra que haya hecho más por combatir el odio a los judíos en los campus que sus predecesores (que vieron en las turbas antisemitas una demostración de idealismo que debía ser escuchada o, incluso, aceptada).

Aunque al pensar en el futuro sea imposible analizar a ciencia cierta acontecimientos y circunstancias cambiantes, el historial proisraelí de Trump y su oposición a la ideología woke son un presagio de una navegación más tranquila para la alianza entre los dos países en los próximos cuatro años. Exitosa o no, es probable que América Primero sea una política exterior estadounidense más provechosa para Jerusalén que los esfuerzos de Biden y Harris.

Jonathan S. Tobin es director del 'Jewish News Syndicate'.

© JNS

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