Se cumple un siglo de la muerte de Lenin, uno de los mayores criminales de la Historia
Lenin no fue 'el bueno' de una historia estropeada por Stalin 'el malo'. Lenin, de hecho, fue el padre del régimen que asociamos con Stalin.
¡Stalin fue!, dicen como los niños chivatos. Y sí, Stalin fue el Gulag y los Procesos de Moscú y las deportaciones en masa y el terror extremo y el imperialismo, el hambre, los poetas reducidos al silencio, los intelectuales humillados y ofendidos. Pero resulta que Lenin también. Que Lenin primero. Que Lenin, en esto, fue su padre. El Precursor.
Vladímir Ilích Uliánov nació en Simbirsk, actual Uliánovsk (en vano buscarán en Austria un Hitler am Inn), el 22 de abril de 1870; en el seno de una familia acomodada que acabó por desacomodarse a modo: en 1886 muere el padre, miembro de la nobleza funcionarial, y en 1887 matan al hijo Alejandro, que quiso matar al zar Alejandro por mor de la Voluntad del Pueblo (así se llamaba su organización terrorista). En ese mismo año el brillantísimo estudiante Volodia (hipocorístico de Vladímir) se matricula en la Universidad de Kazán, es expulsado de la Universidad de Kazán por tomar parte de protestas menores y ser hermano de su hermano, es deportado a Kokushino; lee a Marx, se afilia a Voluntad del Pueblo, ceba el odio y el resentimiento. Y en 1888 está de vuelta en casa.
Se licencia con honores en Derecho y ejerce muy poco tiempo de abogado. Eso no es lo suyo. Lo suyo es la política, la Revolución.
En 1900 se exilia, y en el exilio permanecerá hasta 1905. En esos cinco años adoptará el pseudónimo Lenin (al parecer, inspirado por el siberiano río Lena), escribirá su célebre ¿Qué hacer?, donde este fanático quemaherejes sentará las bases de esa megaherejía del marxismo conocida por marxismo-leninismo, y asistirá al trascendental II Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso, celebrado en Londres en 1903, donde sus ideas sobre cómo hacer la revolución generarán la división, posteriormente sangrienta, entre bolcheviques –la (muy exigua) mayoría, que eso quiere decir el terminacho en ruso– y mencheviques.
A este sabihondo siniestro, la revolución de 1905 le pilló tan desprevenido que no pudo parasitarla. También le cogieron con el pie cambiado la revolución de 1917 y la caída del zar. Según el historiador británico Paul Johnson (no dejen de leer sus Tiempos modernos),
Era tan rápido y enérgico en tiempos de turbulencias porque no tenía escrúpulos, piedad, humanidad. En 1891, siendo un don nadie en la ciudad de Samara, se negó a participar en una campaña de ayuda a los hambrientos del lugar –que debieron de ser legión, si tenemos en cuenta que aquélla fue una de las peores hambrunas de la historia rusa (entre 400.000 y 500.000 muertos)– porque el hambre tenía "numerosas consecuencias positivas", según aleccionó a un amigo y se recoge en el estremecedor Libro negro del comunismo:
Dios. A Dios, que no acababa de morirse pese a los dicterios de Nietzsche, quería él, el hijo del devoto Iliá Nikoláyevich Uliánov, rematarlo; y exterminar a sus siervos (2.961 sacerdotes, 1.962 monjes y 3.447 monjas asesinados sólo en 1922).
El hambre de nuevo. Pero ya con él en el poder. Pero muchísimo peor, sencillamente inenarrable, y provocado por sus políticas criminales: la hambruna de 1921-22 afectó a unos 27 millones de personas, y mató a entre 3 y 5 millones. Lo que sigue es un extracto de una carta que dirigió al Politburó el 19 de marzo de 1922 y citada en El libro negro del comunismo:
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"En febrero de 1917 se abrió ante Rusia el camino de la libertad. Rusia escogió a Lenin", escribió Vasili Grossman en el memorable Todo fluye. La frase es buena pero no es cierta. Rusia no escogió a Lenin. Lenin no se encaramó al poder por obra y gracia de un alzamiento popular sino de un golpe de Estado, que asesinó en la cuna a la Libertad ("Actualmente no hay país en el mundo tan libre como Rusia", dijo en abril del decisivo año 17 el propio Lenin, como recuerda Christian Jelen en su imprescindible La ceguera voluntaria):
Lenin el putchista (Johnson: "Dio vida a una forma brutal de gobernar que estaba extinguiéndose") sabía que sólo podría imponerse mediante el terror, de ahí que enseguida (diciembre de 1917) creara la abominable Comisión Panrusa para el Combate de la Contrarrevolución y el Sabotaje, la Checa. De nuevo Johnson:
Hay quien cifra en 200.000 el número de enemigos del Estado asesinados por la Checa, que de comisión extraordinaria pasó a ser Administración Política del Estado (GPU) en 1922. Lenin no es que amparara a la Checa, es que la protegía de las críticas de "una intelligentsia limitada (...) incapaz de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia", según se recoge en El libro negro del comunismo. Lo del terror como "problema" fue un descuido: el terror no era tal sino la solución. "Camarada [Dimitri] Kursky –escribió a quien era comisario de Justicia en 1922–. Hay que plantear abiertamente el principio, justo políticamente (...), que motiva la esencia y la justificación del terror (...) El tribunal no debe suprimir el terror (...) sino fundamentarlo, legalizarlo en los principios claramente, sin disimular ni maquillar la verdad" (v. también El libro negro del comunismo).
El régimen zarista fusiló a 3.932 personas en los 92 años que median entre 1825 y 1917. El leninismo ya había rebasado esa cifra en marzo de 1918, esto es, sólo cuatro meses después de tomar el poder.
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Lenin y el Terror y Lenin y la Guerra. La Primera Mundial le hizo ser quien fue, el primero de los dictadores totalitarios del siglo de la Megamuerte. Bramó contra la participación de Rusia, pero no por pacifismo sino por tacticismo. Él quería la guerra; pero no esa, no entre naciones, sino en el seno de las naciones. Y consiguió que Rusia –entre 1,7 y 3 millones de soldados y entre 1,5 y 3 millones de civiles muertos– se siguiera desangrando: la guerra civil (1918-20) que desataron los bolcheviques se saldó con dos millones de soldados (de los ejércitos Blanco y Rojo) y dos millones de civiles muertos, y quizá otros dos millones de exiliados.
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Afortunadamente, tuvo una mala muerte: tres infartos en dos años, el cuerpo paralizado, mudo, puede que sifilítico. Acabó amargado, rabioso por no poder seguir al frente; como Hitler, acusando a su pueblo de no haber estado a la altura. Dejó de hacer daño en Gorki el 21 de enero de 1924. Contraviniendo sus deseos, lo embalsamaron y dejaron expuesto por los siglos de los siglos en el mausoleo de la Plaza Roja que lleva su nombre.
“Lenin murió. Pero el leninismo no murió”, escribió el gran Vasili Grossman: