¿Trump es el problema... o la solución a un problema mucho mayor?
China exporta masivamente a Occidente y hace todo lo posible para impedir las importaciones: un éxito total desde hace 30 años. Hasta ahora.

Xi Jinping, presidente chino
En la guerra arancelaria emprendida por el presidente Donald Trump contra China se habla mucho de la estrategia, los errores y la "brutalidad" de los estadounidenses. Menos se dice sobre China. A continuación, tres verdades sobre la relación chino-occidental que matizan un pensamiento crítico simplista que tantos abrazaron con premura:
1. China envenenó al mundo
Durante la crisis del Covid-19, las vacunas caldearon los ánimos hasta tal punto que muchos perdieron de vista que las inyecciones no eran más que una respuesta al problema inmediato: el virus. Tanto si escapó de un laboratorio como si provino de un "mercado húmedo", el covid es, en todos los casos, un legado del régimen comunista chino al mundo.
Desde entonces, Pekín ha estado reprimiendo cualquier intento de identificar el origen del virus, del mismo modo que, durante años, ha hecho todo lo posible por encubrir la situación. El origen parece haber sido una negligencia, pero rápidamente le siguieron mentiras deliberadas. Mientras China cerraba sus propios sistemas internos de transporte, vio cómo, con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), millones de sus ciudadanos viajaban al extranjero. Los que se negaron a admitirlos fueron acusados de racismo.
La OMS había sido advertida por Taiwán del peligro de transmisibilidad persona a persona, pero optó por no tenerlo en cuenta por evidentes "razones políticas": China no reconoce a Taiwán. El daño fue de proporciones históricas. El encubrimiento chino-comunista del contagio entre humanos fue criminal. En Estados Unidos, más de 1,2 millones de personas murieron por la pandemia; en Europa, aproximadamente 2 millones; y en el mundo, aproximadamente 7 millones.
"El robo sistemático es y seguirá siendo el núcleo del modelo chino".
Según el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía mundial se sumergió en 2020 en su peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. En lugar del crecimiento previsto del 3,3%, el PIB mundial se contrajo un 5%. Una desviación del 8%. En términos monetarios, esta contracción corresponde a una pérdida de varios billones de dólares. El FMI estima la pérdida acumulada durante 2020 y 2021 en 9 billones (trillion) de dólares; más que el PIB combinado de Japón y Alemania. Las medidas de apoyo (jornada reducida, ayudas a las empresas) aumentaron la deuda pública. Aunque las cifras varían, las pérdidas económicas debidas a la crisis pandémica oscilan entre 10 y 20 billones (trillion) de dólares. Estos estragos se hubiesen evitado, o al menos mitigado, si China no se hubiera encerrado en su propia degeneración.
A esta catástrofe global le siguió el envío desde territorio chino al estadounidense del veneno llamado fentanilo -después del 2019, "sólo" sus precursores- y el de otros opioides letales. La cantidad más pequeña de fentanilo, equivalente a "unos granos de sal", puede ser mortal. Durante los últimos cinco años, ha matado por sobredosis a más de 250.000 estadounidenses.
2. China saquea Occidente
Las estimaciones del robo de propiedad intelectual atribuido a China varían según la fuente y el método de investigación. Un informe de 2017 de la Comisión Estadounidense Bipartidista sobre Robo de Propiedad Intelectual estimó que las pérdidas para la economía nacional por productos falsificados, piratería de software y robo de secretos comerciales oscilan entre 225.000 y 600.000 millones de dólares al año. El Cyber Brief sugiere que las pérdidas para EEUU podrían ascender a 5,6 billones (trillion) de dólares anuales "si se tienen en cuenta los casos de espionaje no detectados y no denunciados".
La Comisión Europea ha reconocido que las violaciones chinas de los derechos de propiedad intelectual, como el robo de secretos comerciales y las transferencias forzosas de tecnología, están causando "daños irreparables" a las empresas europeas. Los sectores en los que la propiedad intelectual desempeña un papel importante (como el farmacéutico, el automovilístico y el tecnológico) representan casi un tercio de los puestos de trabajo de la Unión Europea y el 80% de las exportaciones, por lo que estas pérdidas son significativas. Según una estimación, el robo de propiedad intelectual cuesta a la economía del continente entre 50.000 y 150.000 millones de euros al año, incluidos los productos falsificados, la pérdida de ventas y el impacto en la innovación y el empleo.

Política
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El patrón es conocido: una empresa occidental invierte años en investigación y desarrollo, lanza un producto innovador y poco después aparece una copia casi idéntica, procedente de China, a un precio mucho más bajo. Sin costes de desarrollo, sin intermediarios. Con acceso directo al mismo mercado, con precios subvencionados para dejar fuera de juego a la empresa original. ¿Cómo puede ganar así el inventor?
El robo estructural es y seguirá siendo el núcleo del modelo chino. Combinado con el libre comercio -"libre" sólo en nombre-, esto proporciona a China una ventaja injusta y casi insalvable en su edificación de poder global.
También parece tener una impactante tradición de incumplir cualquier acuerdo, ya sea con la Organización Mundial del Comercio, ya sea para con las prácticas contables habituales, ya sea el compromiso a no militarizar sus islas artificiales en el Mar de China Meridional.
3. No hay 'Estado' ni 'empresa' chinos, sólo el Partido de Mao
(A) China es un mercado cerrado. China mantiene una lista negativa de inversiones extranjeras y restringe o prohíbe el acceso a determinados sectores estratégicos como las telecomunicaciones, la energía, los medios de comunicación y las finanzas. Incluso los sectores abiertos requieren de licencias específicas, a menudo difíciles de obtener; mientras que en prácticamente todos, las empresas occidentales tienen que entrar en una joint venture con socios chinos, quienes poseen una participación mayoritaria. Esto implica una transferencia obligatoria de tecnología y la pérdida del control operativo. Los procesos administrativos para obtener autorizaciones o certificaciones son opacos, largos y están sujetos a interpretaciones arbitrarias, lo que pone a las compañías internacionales en desventaja.
Además, las empresas chinas estatales y privadas se benefician de subvenciones, préstamos preferenciales y acceso privilegiado a los concursos públicos, dando paso a una competencia desleal. A pesar de su adhesión a la OMC en 2001, China sigue imponiendo barreras no arancelarias que dificultan la importación de productos extranjeros, como normas técnicas específicas e inspecciones rigurosas. En sectores como el acero y los vehículos eléctricos, la sobreproducción china, apoyada por subsidios gubernamentales, inunda el mercado nacional y margina los productos importados. Por último, el acceso a internet está estrictamente controlado, lo que limita la capacidad de las empresas occidentales para operar en el sector digital sin cumplir requisitos estrictos, como el almacenamiento local de datos. Las empresas tecnológicas deben cumplir las normas de ciberseguridad, incluido el intercambio de datos sensibles con las autoridades.
En resumen, China exporta masivamente a Occidente y hace todo lo posible para impedir las importaciones: un éxito total desde hace 30 años. Hasta Trump, el mercado occidental estaba totalmente abierto a China, mientras que China se cerraba a las empresas occidentales por todos los medios.
"El proyecto global de China es abiertamente hegemónico".
(B) El partido lo es todo. El mito de que el gigante asiático se democratizaría a través del comercio se construyó sobre la idea de que las empresas chinas están separadas del régimen. No es así: en China, el Partido Comunista lo es todo. No existe un "Estado" en el sentido occidental de la palabra, ningún organismo es independiente del poder político. Sólo existe el Partido Comunista Chino (PCCh). Ninguna empresa china, ni un CEO, ni siquiera un médico, opera sin su consentimiento.
El PCCh sigue siendo, en esencia, el partido del presidente Mao Zedong. Políticas como el Gran Salto Adelante (1958-1962) y la Revolución Cultural (1966-1976) pueden haber convertido a Mao en el mayor asesino en masa de la historia, ciertamente en cifras absolutas. Las estimaciones varían, pero en general los historiadores coinciden en ubicar el número de muertos entre 30 y 70 millones, la mayoría debido a hambrunas, purgas políticas y ejecuciones (Frank Dikötter, Mao's Great Famine, 2010; Jung Chang y Jon Halliday, Mao: The Unknown Story, 2005). El Gran Salto Adelante por sí solo provocó una de las hambrunas más mortíferas de la historia, con entre 15 y 45 millones de víctimas (Yang Jisheng, Tombstone: The Great Chinese Famine, 1958-1962, 2008).
A menudo se dice que el Partido Comunista actual no tiene nada que ver con el de antaño. Aquello carece de sentido. Hablamos de más o menos un mismo partido, que afirma seguir más o menos una misma ideología. Ciertamente en redes sociales, y, en los últimos años, cada vez con más franqueza, parece estar reidentificándose con la figura de Mao.
¿Qué diríamos si el Partido Nazi siguiera en el poder en Berlín? ¿Y si en 2025 se presentara como más abierto y tolerante que en 1933 o 1943, pero siguiera apelando al mismo modelo de líder y a la misma ideología?
El proyecto global de China es abiertamente hegemónico. Todo lo que las empresas chinas ganan y roban a Occidente acaba llegando al régimen comunista y financia su ambición de convertirse en la potencia mundial dominante, empezando por su Ejército. El régimen del presidente Xi Jinping desató una pandemia sobre el mundo, mintió sobre ella, exacerbó la crisis y rechazó categóricamente cualquier responsabilidad.
Si seguimos dejándonos vaciar por un régimen que nunca juega según las reglas, Estados Unidos acabará donde ya se encuentra Europa: con desindustrialización masiva, dependencia estratégica y debilidad en tiempos turbulentos. Trump parece, al menos por ahora, comprometido a revertir ese horizonte.
Critiquemos, pues, al hombre naranja: sus métodos, sus comentarios a veces desafortunados, sus cambios impulsivos. Pero no perdamos de vista que cuando se trata de lo esencial, de frenar un mercado chino depredador sin ley y de reindustrializar Estados Unidos, tiene razón. Nadie más lo ha intentado siquiera.
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